“Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará” Lc 7, 1

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“Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”
Lc 7, 1-10
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA
En la primera lectura de hoy, Pablo confia a sus comunidades un precioso bien
testamentario mediante dos verbos técnico-teológicos («recibir» - «transmitir»: cf asimismo
1 Cor 15,3). Nos preguntamos qué puede enseñarnos este binomio, sobre todo en vistas a
nuestro modo de ser una comunidad eucarística.
En primer lugar, aparece aquí la autoconciencia apostólica de Pablo, un rasgo -decíamos
también- autobiográfico, aunque en el sentido más elevado del término. En efecto, el
apóstol no quiere darse a conocer por sus características personales, sino por su misión,
una misión a la que no puede sustraerse. Un elemento esencial e irrenunciable de tal misión
apostólica es precisamente la transmisión de la memoria de lo que Jesús dijo e hizo la
víspera de su pasión. En segundo lugar, se percibe la centralidad de la eucaristía en el
tesoro de las verdades que los apóstoles están obligados a transmitir (por ejemplo, como en
1 Cor 15,3, la verdad histórico salvífica del acontecimiento de la resurrección de Jesús). Es
como decir que la comunidad cristiana -y dentro de ella todo verdadero discípulo de Jesúsno puede vivir y mucho menos atestiguar su propia fe si no tiene en el centro de su vida la
eucaristía, considerada precisamente como memoria actualizadora del misterio pascual y,
por ello, capaz de producir también en nosotros la gracia del misterio que significa. En
tercer lugar, se percibe de manera concreta la verdad del dicho: «La eucaristía hace la
Iglesia ». Sería demasiado poco considerar y afirmar que la Iglesia «hace», es decir,
celebra la eucaristía: sería reductor y unilateral. Es preciso que nos remontemos más arriba,
al acontecimiento de la pascua de Jesús, del que la eucaristía es «memoria> fiel y
actualizadora.
ORACION
Oh Señor, la gracia es sólo iniciativa tuya: no es un proyecto humano, y mucho menos
puede ser merecida. Gracias, Señor, por tus dones gratuitos.
Oh Señor, tu gracia me precede siempre, anticipando los tiempos y los plazos y superando
todas mis expectativas. Que aprenda yo, Señor, a gozar contigo y con mi prójimo por tus
dones, por todo signo de tu bondad paterna.
Oh Señor, tu gracia no es nunca abstracta o genérica: la experimentamos siempre de
manera concreta en el espacio y en el tiempo y fluye de ordinario en nuestra vida cotidiana.
Que yo te reconozca, Señor, mientras caminas conmigo.
Oh Señor, sólo un corazón libre de pretensiones, de prejuicios, de rencores y de orgullo
está dispuesto a recibir tu gracia. Hazme capaz de recibirte, Señor, y de apreciar tus
sorpresas: sólo así podré experimentar tu amor.
Oh Señor, lo que tú me dices, en lo secreto del corazón, es siempre un gran don para m í,
quizás el don más precioso. Gracias, Señor, por la discreción, por la oportunidad y por la
abundancia con las que me entregas tu Palabra.
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