◘ FACTORES DE ROMANIZACIÓN DE LA BÉTICA La romanización no es más que un proceso de enculturación de territorios conquistados por Roma, que de forma consciente o inconsciente adopta las formas y contenidos culturales del pueblo dominante. Lógicamente en este proceso se produce también una aculturación de los pueblos sometidos en la que se pierden otros valores, instituciones, normas anteriores. El contacto de Roma con la Península Ibérica se produce al ser escenario del enfrentamiento entre Cartago y Roma para dirimir entre las dos potencias la hegemonía en el Mediterráneo occidental. Cartago se había establecido en el sur y este peninsular para aprovechar las enormes posibilidades económicas y estratégicas de estas tierras, que mantenían desde antiguo relaciones comerciales con las polis griegas y que tenían un grado de desarrollo urbano considerable. La derrota definitiva de Cartago (en el 206 a.C. se rinde Cádiz) significó el comienzo de un largo periodo (unos doscientos años) de campañas para someter la totalidad de la Península Ibérica. De todas formas no hay que entender la 'romanización' sólo como un sistema de control por parte de Roma, sino también como el deseo de la mejora de su status de las elites provinciales. No obstante, la zona que después ocupará la Bética no tuvo grandes dificultades en pasar al dominio romano e identificarse con él (por lo que será de las zonas más romanizadas de la península); al principio, lógicamente, las comunidades pierden su autonomía política y se ven obligadas a poner sus bienes al servicio de la potencia vencedora, si bien algunas ciudades que habían colaborado abiertamente con Roma (Malaca) recibieron el tratamiento de ciudades federadas (que también tenían que contribuir con hombres y dinero si Roma lo reclamaba). La primera división que conocemos de los territorios que interesaban a Roma en la península es Hispania Citerior (la zona costera desde los Pirineos hasta Cartago Nova) e Hispania Ulterior (desde Cartago Nova hasta la desembocadura del Guadiana). Posteriormente Augusto en el año 27 a.C. divide la Hispania Ulterior en dos provincias: Bética y Lusitania. La Bética era una provincia senatorial (administrada por un senador de rango pretorio) con capital en Corduba, dividida en cuatro conventus: Cordubensis, Hispalensis, Gaditanus y Astiginatus. La romanización de esta zona, como otras del Imperio, se puede analizar en los siguientes aspectos: • • • • • Incorporación del territorio al devenir político de Roma: las ciudades de la Bética gozaron de periodos de paz, si bien se produjeron algunos levantamientos de las comunidades de este territorio, que también tomaron partido por diferentes líderes enfrentados para hacerse con el poder de Roma; la Bética, por ejemplo fue un importante teatro de operaciones en las campañas de la guerra civil que enfrentó a César y Pompeyo. Urbanización de su territorio: ya hemos señalado que era una zona ya urbanizada y con un funcionamiento sociopolítico que desconocemos por las transformaciones impuestas por la cultura dominante. De todas formas las calles y las ciudades se llenan de los edificios de sabor romano: templos, basílicas, termas, arcos de triunfo, circos, anfiteatros, teatros cuyos restos podemos todavía admirar a lo largo de Andalucía. Transformación de la vida ciudadana por el uso y disfrute de los edificios señalados con anterioridad sin olvidar el abastecimiento de agua (acueductos) o el sistema de alcantarillado (cloacas). Red viaria de comunicaciones, que recorrían la Bética de Norte a Sur (Vía de la Plata) y de Este a Oeste (Vía Hercúlea) Generalización de un sistema fiscal y económico al servicio de la urbe y de la política militar del Imperio. • • Latinización del territorio, ya que el idioma del Imperio se hace necesario para la administración y las tareas judiciales. La generalización del latín hace que perdamos la memoria de las lenguas prerromanas y que nos sea hasta hoy imposible descifrar los textos anteriores a la dominación. Funcionamiento jurídico administrativo parangonable con otras zonas del Imperio, en el que los magistrados locales emulaban las funciones de las grandes magistraturas romanas.