EL MUNDO/El Día de Baleares

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EL MUNDO. SÁBADO 28 DE MAYO DE 2016
ILLES BALEARS
i
SIN PREJUICIOS
JOAN FONT
ROSSELLÓ
«AQUESTS dies de final d’abril el Govern
de les Illes Balears ha organitzat uns actes
per a «celebrar» els 30 anys de la Llei de
Normalització Lingüística [LNL]. Si no fos
perquè la situació és més trista que còmica,
n’hi hauria per fartar-se’n de riure, d’aquesta celebració. Perquè ¿què celebren? ¿Una
llei inútil? ¿L’ autoengan? ¿El fracàs espectacular de la suposada normalització lingüística?». Estas desesperanzadoras palabras no
corresponden a ninguno de los supuestos
archienemigos del catalán que estarían trabajando día y noche para erradicar esta lengua de la faz de la tierra. Corresponden a
Jaume Corbera, profesor de filología de la
UIB, partidario del monolingüismo en catalán y firmante del manifiesto Koiné que aboga porque en la Cataluña independiente el
catalán sea la única lengua oficial.
En su blog, Corbera se lamenta con sorna
del triunfalismo de nuestros políticos en su
balance de estos treinta años. «Vegem quins
són els trumfos que els celebradors presenten com els gran èxits de la llei: la utilització
del català com a llengua vehicular normal de
la majoria de les institucions autonòmiques i
locals (no de les estatals), l’ensenyament en
català, i la ràdio i la televisió autonòmiques
en català. I pus! Perquè no en tenen cap altre!
Ah, sí! Els rètols viaris en català i... ¿I per a
això era necessària la Llei de Normalització
Lingüística?», se pregunta con amargura el
profesor. El catalán, en efecto, se habría ido
convirtiendo en la lengua del poder mientras
desaparecía de la calle. Corbera lo sabe y no
se deja llevar por el autoengaño del catalanismo oficial. «Els àmbits on la LNL hauria d’haver tengut efectes positius a favor del català,
però no ha estat així, són àmbits socials no directament controlats per cap institució oficial:
els mitjans de comunicació privats, el comerç, els espectacles, la vida social en general fora de les institucions» (La normalització
lingüística a les Balears: 30 anys tudats,
http://dodeparaula.blogspot.com).
El fracaso morrocotudo de la normalización lingüística no habría afectado únicamen-
El descalabro de la normalización
te al uso social del catalán, en claro declive.
Según Corbera, afectaría también a la degradación de la lengua hablada, cada vez menos
genuina. «I de cada vegada més degradada,
més plena d’incorreccions i de barbarismes,
més empobrida, amb pèrdua progressiva del
vocabulari tradicional, substituït per anglicismes, espanyolismes o paraules catalanes
apreses als llibres o a TV3, en un procés que
va conformant un català col·loquial penós i
despersonalitzat». Mientras su uso desciende
a pasos agigantados, las modalidades baleares han sido arrasadas y suplantadas por un
catalán estándar del entorno de Barcelona,
pobre, inexpresivo e insípido. «I al carrer, allà
on encara es pot sentir la nostra llengua,
aquesta és plena de castellanades, d’incorreccions i d’ultracorreccions. Res a veure amb el
català tradicional parlat per la gent d’aquestes illes durant segles».
Para su información, les aseguro que Jaume Corbera no es miembro, ni siquiera simpatizante, de la Fundació Jaume III contra la
que ha arremetido con saña en alguna que
otra ocasión. Sin embargo, coincidimos en
el diagnóstico cuando denuncia la autocomplacencia y el optimismo panglossiano de
nuestros patricios políticos y culturales. Otra
cosa es que difiera en las soluciones que son
acordes a los propósitos –distantes y distintos– de cada uno.
Llama la atención que hayan sido algunos
de los catalanistas más rabiosos como nuestro profesor los que, con mayor vigor y sin
medias tintas, hayan denunciado el fracaso
del proceso normalizador. Muestra palpable
de que, pese a las apariencias externas y al
interés en hacer creer a la opinión pública
que las cosas han avanzado en estos treinta
años, no en vano se juegan sus habichuelas,
en el fondo el catalanismo no está contento
de los resultados obtenidos. Las palabras de
Corbera –o el propio manifiesto Koiné del
que hablaba hace unas semanas– son un reflejo de ello. Las esperanzas de hace treinta
años se han visto truncadas por la cruda realidad. Frustración es la palabra que mejor
define el estado de ánimo del catalanismo
más «consciente».
Por otro lado, tampoco hacen un balance
positivo de la ley del 86 sus artífices, Francisco Gilet y Gabriel Cañellas (AP). Todo lo
contrario, los dos antiguos dirigentes de AP
han denunciado estos días que la LNL sólo
ha servido para arrasar el mallorquín, el menorquín y el ibicenco y encima desterrar el
castellano de la escuela y de las instituciones
autonómicas, algo ajeno a los objetivos originarios de la ley. Como vemos, ni unos ni otros
están contentos con los frutos de la LNL. Sólo lo están, al parecer, Armengol, Jaume
Font, Biel Barceló y Alberto Jarabo que reclaman regresar al «consenso» de 1986. ¿Pero de qué «consenso» hablan? En realidad, la
unanimidad de hace treinta años descansó
sobre un malentendido, tesis que hemos defendido Joantoni Horrach y un servidor en
el libro Sa Norma Sagrada (Fundació Jaume
«En la (LNL) de 1986, unos
y otros no entendían lo
mismo por ‘normalización’
y ‘modalidades insulares»
III, 2016). Unos y otros no entendían lo mismo por «normalización» o «modalidades insulares», una ambigüedad que se trasladaba
al texto que no resolvía hasta dónde se quería llegar ni cómo hacerlo. Se trataba de salir
del paso a toda costa en una cuestión espinosa sobre la que existía una enorme presión
social. En efecto, desde el primer momento
los catalanistas quisieron ir mucho más allá
de lo que estipulaba la propia LNL. Alianza
Popular nunca imaginó que una década después –al amparo del Decreto de Mínimos que
desarrollaba la LNL– se eliminaría gradualmente el español de las escuelas ni se desterraría como lengua oficial de las administraciones. La minoría catalanista (PSM,
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OCB,UIB) creía que la ley del 86 era insuficiente pero representaba un paso adelante
porque en el fondo estaba convencida de que
con el tiempo serían ellos los exégetas que la
interpretarían a su gusto y los responsables
abnegados de desarrollarla y ejecutarla, incluso bajo gobiernos de AP y PP. Tenían razón. Basta echar un vistazo a los asesores y
directores generales de los que se rodeó Jaume Matas para abordar la cuestión para percatarse de su entreguismo y su dejación de
responsabilidades.
Y sin embargo, pese al triunfo incontestable del catalanismo en todos los estamentos
oficiales que ha podido colonizar, ha sido la
resistencia pasiva de la sociedad balear –
contraria a la coacción y a la marginación
del castellano– la causante del descalabro
del proceso normalizador en el mundo no
oficial. Mientras los baleares decían amén y
ponían buena cara delante de los maestros
y comisarios lingüísticos (en la escuela, en
los cursos de reciclaje, en las distintas administraciones, en la universidad) para aprobar o conseguir el ansiado certificado de catalán y evitar así problemas, a sus espaldas
hacían lo que les daba la gana. La solución,
para el ultracatalanismo, sería endurecer la
ley, sancionar socialmente a los que se resisten a colaborar en el proceso normalizador,
condenarlos al ostracismo civil, censurar las
voces independientes que se alzan contra el
catalanismo obligatorio. No enseñar a hablar y escribir sinó obligar a hablarlo y escribirlo. Obediencia lingüística. Para ello cuentan con el favor de la Administración y sus
burócratas reciclados, los grandes valedores, los únicos, de la utopía monolingüe que
persiguen. Una utopía que, como todas las
utopías, va a fracasar porque no se asienta
sobre la realidad. Y la realidad es libertad, libre albedrío, algo que el catalanismo no ha
podido, ni puede ni podrá impedir a menos
que instaure un infierno totalitario de corte
lingüístico. Y en la Europa democrática de
hoy, ni siquiera en su soñada arcadia soberana, nadie se lo va a permitir.
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