7 JESUCRISTO: EL MEDIADOR “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1ª Timoteo 2,5-6) Una iglesia fuerte en Dios es una iglesia que cree, vive y proclama a Jesucristo como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn.1,29). Es terrible pero no siempre las iglesias que se dicen de Cristo honran en verdad su nombre. Pablo predicaba a “Cristo crucificado” (1ªCor.1,23) pero en nuestros días algunos predican al Cristo maestro, profeta, o sanador, pero no anuncian con nitidez a Aquel “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Ef.1,7). El Evangelio de Jesucristo tal como se muestra en la Biblia gira en torno a la cruz de Cristo, no como un mero símbolo sino como el centro que ilumina el conjunto de la revelación (1ªTim.2,5-6). El amor de Dios, la condición pecadora del ser humano, la gracia divina, la vitalidad de la fe, la seguridad de la salvación, la transformación de las vidas, la esperanza de eternidad y, desde luego, la esencia y la misión de la Iglesia, todo alcanza sentido pleno a la luz que irradia la figura del crucificado. Y a la inversa, todo se difumina y confunde cuando la cruz deja de ocupar el centro de todo. Una iglesia será fuerte sólo si honra debidamente al Hijo, al Cordero de Dios, porque sólo entonces el Padre se siente honrado: “el que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Jn.5,23). La iglesia obediente al Hijo será prosperada por el Padre: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” (Jn.12,26). 8 JESUCRISTO: EL SEÑOR “Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo, y lo dio como cabeza de todo a la iglesia.” (Efesios 1,22 – NVI) Una iglesia fuerte en Dios declara el señorío de Cristo en sus afirmaciones doctrinales y en su práctica de vida. Esa fue la primera declaración de fe de la Iglesia primitiva: “Jesucristo es el Señor”. Parece en exceso sencilla pero recoge la esencia de nuestra fe y de la vida que esa fe conforma en cada cristiano y en toda la Iglesia. Organizamos y planificamos pero sólo Cristo es el Señor de la iglesia, de modo que cualquier iniciativa debe ser fruto de Su dirección concreta y no de meras imitaciones o repeticiones rutinarias. Nos asociamos y coordinamos con otras iglesias para un ministerio en común pero sólo Cristo es el Señor de la iglesia, de manera que toda institución queda bajo Su autoridad y aspiramos a encontrar juntos Su dirección para servirle juntos en obediencia a Él. Reconocemos a las autoridades que nos gobiernan pero sólo Cristo es el Señor de la iglesia, y nos sujetamos a las autoridades humanas sólo porque Él nos lo pide y afirmamos en última instancia nuestra libertad, porque “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch.5,29). Apreciamos la herencia espiritual que recibimos porque es eco del mover de Dios en el pasado pero sólo Cristo es el Señor de la iglesia, de modo que estamos dispuestos a cambiar todo lo necesario para obedecer a Cristo en su dirección para el presente. Dios mismo dio a Cristo “por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef.1,22). Él es nuestra fuerza, nuestra seguridad, nuestra esperanza. Sólo Jesucristo es el Señor, nuestro Señor. 9 JESUCRISTO: ÚNICO MODELO “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12,2) Una iglesia fuerte en Dios fija su mirada en Cristo y se deleita en Él. Una iglesia fuerte en Dios no ignora la realidad ni vuelve la espalda a las circunstancias que la rodean. Pero sus ojos están puestos en Cristo Jesús y esa mirada le da la perspectiva adecuada de todas las cosas. La iglesia tiene que atender mil tareas, proyectos, relaciones, compromisos de todo tipo. No siempre puede sustraerse a estas cosas, aunque debe seleccionar aquellas en las que de verdad merece la pena involucrarse. Pero lo más importante es que sepa escoger entre lo esencial y lo superfluo para que no acabe convertida en un simple organismo religioso cuyos “negocios” son irrelevantes según los valores del reino de Dios. La sabiduría que la iglesia necesita para distinguir lo valioso de lo que sólo es apariencia, el discernimiento necesario para involucrarse en tareas de trascendencia eterna y soslayar lo que sea estéril, la capacidad de vivir entregada a una visión grande y desafiante, todo eso lo recibe de Cristo. La iglesia se hace fuerte cuando su mirada permanece fija en Él, cuando se deleita en la contemplación admirada y enamorada de su Señor, Aquel que tanto ama a su Esposa, Aquel que ha dado su vida por ella, Aquel que la quiere sólo para sí, para que le ame y le sirva con dedicación y alegría. Podemos fijarnos en los demás, en otras iglesias, en ciertos modelos de aquí o de allá y creer que podemos hacerlo sin dejar de mirar a Cristo. Pero si Él sale del centro de nuestra atención, todo se hará confuso. La iglesia que mira a Cristo, esta vivirá y será fuerte en Dios.