SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO /C En esta solemnidad de Cristo Rey, estamos clausurando el Año de la fe, convocado por el Papa Benedicto para conmemorar el 50º aniversario del Concilio Vaticano II. Damos gracias a Dios por la luz y la alegría de la fe en Jesucristo Salvador; y por el tiempo de renovación que nos ha concedido. Damos gracias a Dios porque la luz de la fe ilumina nuestra existencia. La luz de la fe saca a la persona de las tinieblas (Jn 12. 46) y le capacita para encontrar la verdad sobre Dios, sobre si mismo y sobre el mundo. "Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado, estrella de la mañana que no conoce ocaso" (LF1). La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo nos invita a captar la belleza de la fe en Jesucristo. JESUCRISTO, ¿ES REALMENTE EL REY DE MI VIDA, DE MI FAMILIA? El Año de la fe finaliza, pero seguimos necesitando la luz de la fe, don de Dios, que orienta nuestro camino en el tiempo y nos empuja a ofrecer esa luz a las personas que nos rodean. “ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS”. Pilato formula el letrero como provocación a los judíos. Pero es la Verdad: en la entrega suprema, bajo las burlas de judíos y paganos y la huida y la negación cobardes de los cristianos, se manifestó en el Hijo todo el amor de Dios al mundo. San Lucas resalta que Jesús es crucificado como Rey. Su Reino no se fundamenta en el poder humano, como los reinos de este mundo, sino en el amor, el servicio, la misericordia y el perdón. Un Rey crucificado, un Rey ajusticiado: Su trono es la cruz. Cristo reina porque desde la cruz vence el mal, perdona y salva. ¡La majestad del Crucificado en la debilidad de la cruz! Jesús ejerce su realeza salvando a la humanidad. La escena del Calvario, desde fuera, es atroz. La crucifixión de Jesús es un espectáculo espantoso. "Los primeros cristianos, dice un historiador, tenían horror de representar a Cristo en cruz... Era el suplicio de los esclavos y de los bandidos. Esto fue lo que soportó Jesús" (G. Lagrange) Este crucificado ensangrentado es el Hijo único de Dios. En El, Dios y Hombre verdadero, se nos manifiesta el rostro de Dios. “En El quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por El quiso reconciliar consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su Cruz" (Col 1, 19-20). Así reza la 2ª lectura que es un Himno Cristológico, de tanta trascendencia en la fe de la Iglesia, que proclama, medita y celebra a Cristo Jesús. Su poder, esplendor y grandeza radican en su amor y su entrega hasta la muerte. Uno de los dos malhechores crucificados con Jesús, se toma en serio el letrero de la Cruz: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Esta súplica es una verdadera confesión de fe en Jesús como Salvador; en aquellas circunstancias asume un tono profético y ejemplar para nosotros. La respuesta de Jesús es firme y consoladora, abre un horizonte de esperanza: «Hoy estarás conmigo en el paraíso”. ¡Qué compañía!: el paraíso es estar con Jesús. Sugerencias para nuestra vida - Esta es una fiesta para ser celebrada como un sentimiento hondo de amor, gratitud, admiración, adoración y entusiasmo por Jesús. Es una nueva oportunidad para renovar nuestra fe y proclamar a Jesús como único Señor de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestro trabajo, de nuestras ilusiones. Su Reino está presente allí donde El es amado y donde su amor nos alcanza. “Dios es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios” (B16). - La conversión, es la condición para entrar en el Reino. Romper con el pecado y estrenar vida nueva, la vida de hijos de Dios, que recibimos en el Bautismo. Nunca es tarde... para volver, para convertirnos, Jesús nos espera amándonos en la Cruz. - El Reino de Dios se hace en el interior de cada persona, pero no termina ahí. En el bautismo fuimos hechos “miembros de Cristo” sacerdotes, profetas y reyes. Jesús nos ofrece participar en su Reino. Un Reino cuyas se as de identidad son -como proclamamos en el Prefacio-: “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, de justicia, amor y paz”. “Un pueblo nuevo, cuya forma de estado es la libertad y cuya ley es el precepto del amor” (Pref. Común VII). Por eso pedimos que venga a nosotros Su Reino y trabajamos por hacerlo realidad aquí abajo. La tarea es de todos, pero especialmente de los laicos a quienes corresponde vivir, trabajar, santificar el mundo y santificarse en el mundo.