Nacidos para torear - Plaza de Toros de Las Ventas

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REPORTAJE
Selección de los alumnos del CEART.
Nacidos para torear
Todo lo que existe tiene un principio. Es el punto de partida que impulsa a la materia. En pleno siglo XXI los científicos todavía se afanan por averiguar dónde surgió todo. El gran colisionador de hadrones busca entre tierras
francesas y suizas construir una teoría que nos explique de dónde venimos y en qué momento se produjo el amanecer de la materia. Pero ni el túnel ni los procesos que se están produciendo allí, nos aseguran conocer la verdad. Y es que la verdad tampoco es absoluta, existe y la aceptamos. Nada más. Dejemos para una futura respuesta
estas hipótesis y vayamos a conocer pequeñas historias también relacionadas con la materia.
Texto: David Plaza
Fotos: Cedidas por la Fundación El Juli y el CEART
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N
os encontramos en una calle roturada por las lluvias. El pavimento es una masa de tierra y piedras. Varios niños hacen un corrillo y
jalean con oles y aplausos. El bullicio rodea a un chavalín de tez morena. Viste
una camisa de franela a cuadros mucho
más grande que su cuerpo. Lleva unos
pantalones cortos, unos zapatos agujereados por la puntera y la suela ligeramente
despegada. Alrededor de ese niño pasa
otro agachado con unos cuernos de toro.
Están toreando de salón y si nuestro oráculo pudiera preguntar a esos chicos por
qué les gustan los toros y por qué quieren
ser toreros, seguramente nos contestarían
algunas de estas cosas: “porque me gusta,
porque quiero ser rico, porque quiero ayudar a mis padres y a mi familia a tener
una vida mejor y porque mi sueño es llegar a ser figura del toreo”. Pero lo que
esos chavales ni nosotros tampoco podemos saber es la verdadera explicación de
por qué un individuo decide hacerse torero. Seguro que hay muchas y convincentes explicaciones, pero son pura teoría. Para hallar una justificación
científica tendríamos que descifrar qué
pasa por la cabeza de esa persona en el
momento justo. Y eso a día de hoy es
harto difícil.
El toreo casi siempre ha sido un volver
a despertar. Recordar es el verbo que me-
jor se conjuga entre especialistas y aficionados. Y encontrar, el que le acompaña en
la búsqueda por ese encanto de rememorar algo ocurrido. En esa ‘hemeroteca’ del
toreo, las escuelas de tauromaquia han
sido el germen para que muchos chavales
aprendieran a ser toreros. La primera escuela se remonta nada menos que al siglo
XIX. Inmersos en la Edad Contemporánea,
el toreo, que siempre ha ido en paralelo a
la historia, y que venía de acometer algunos cambios decisivos, quiso también
apostar por el modelo de ‘escolarizar’ a los
futuros toreros. El 28 de mayo de 1830 se
fundó la primera institución oficial para
la iniciación y formación de toreros. La Escuela de Tauromaquia de Sevilla se crea
con Jerónimo José Cándido como primer
maestro y Antonio Ruiz El Sombrerero
como segundo en funciones. Pero nada
más conocer esta noticia, Pedro Romero
pidió trabajo pasando a ser el primer
maestro. El torero de Ronda, al que apodaban El Infalible por su efectiva forma de
matar recibiendo a los toros, se hallaba en
una mala situación económica y a sus 76
años se ocupó de enseñar el oficio a los
chavales. Pasábamos de los mataderos,
donde practicaban los aspirantes, a algo
muy distinto. De aquella primera ‘ley educativa, en relación con la tauromaquia’
nacieron muchas escuelas, tantas como
toreros quisieron poner en práctica. Eran
lugares de culto donde se aprendía a torear. Cualquier explanada o parque se validaba como local para el toreo de salón;
todo un ejemplo de supervivencia. Y es
que los toros siempre fueron también un
oficio de pícaros.
Joselito, enseñando a los alumnos.
Joselito:
“Ser torero ahora es
tan difícil como antes.
Al final tienes que
solventar la papeleta
delante del toro y allí
no cambia nada”.
Pero el centro de enseñanza libre más
famoso, tal vez fue el que fundó el Papa
Negro en la calle General Mola. Allí aprendió los modos taurinos la dinastía Bienvenida. En Madrid, por ejemplo, la Casa de
Campo, la Fuente del Berro o el Parque del
Retiro acogían a profesionales y aspirantes. Hoy el toreo se ha diversificado, ha salido de la ciudad y sólo la Casa de Campo
resiste en el foro. Los profesionales ahora
sobreviven entrenando en ciudades dor-
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REPORTAJE
mitorio: Móstoles, Getafe, Fuenlabrada.
Sin embargo estamos en un mundo auténtico y sin dobleces. Y ahora, ya en
pleno siglo XXI, inmersos en profundos
cambios tales como el modelo económico,
social y cultural nos topamos de repente
con dos toreros enfrascados en dos modelos de escuela. Son diferentes pero ambos
aportan la esencia de que “ser torero es
casi imposible y ser figura, un milagro”,
como reza un cartel en la entrada a la escuela de tauromaquia de Madrid. Uno de
los propósitos es el de la Escuela de Arganda, que promueve desde 2007 la Fundación Julián López El Juli, mientras que
el otro es el Centro de Alto Rendimiento
de Toreros, que apadrina desde 2009 la
Fundación Joselito.
lito lo deja bien claro: “No va contra tu
personalidad, es una tontería. El que tiene
personalidad la desarrolla y el que no la
tiene, no lo conseguirá”, vaya o no a que
le enseñen a torear.
La Escuela de Tauromaquia de Arganda, patrocinada por la Fundación Julián López El Juli, es un sueño hecho realidad. Ignacio López Escobar es el director
y hace de enlace con la Fundación. Desde
el principio se marcaron el objetivo de
formar a “nuevos profesionales taurinos,
especialmente de Madrid y la zona del
Corredor del Henares”, pero enseguida
vieron que había gente de Madrid y de diversos puntos de España. También llegaron inscripciones de Francia y México,
ros, aficionados y periodistas. A día de hoy
la Escuela de Arganda esta formada por un
gerente, Javier González; un administrador,
Santiago Fernández; por los tres profesores, los matadores de toros Gabriel de la
Casa, Javier Vázquez y Ángel Gómez Escorial; y desde luego, con El Juli, que además
de toda su ayuda, se mantiene muy interesado por las evoluciones de los chavales”,
dice Ignacio. El proceso que han llevado en
estas tres primeras promociones es lanzar
la convocatoria a través de la web (www.escueladearganda.com). Los chavales deben
tener entre los 8 y los 18 años y si reúnen
cualidades suficientes darles la oportunidad que buscan. “En algún caso excepcional”, cuenta Ignacio, “hemos admitido algún chico que supera esa edad porque tenía unas condiciones especialmente llamativas”. El primer requisito que ponen es
que “aunque sepa torear, tenga muchas cosas que aprender. O mejor dicho, muchas
cosas que conocer de los profesores”.
Las clases se desarrollan de octubre
hasta finales de junio en la sede de la
Fundación. Son de lunes a jueves de 17:00
h. a 20:30 h. mientras que el viernes se dedica en las instalaciones deportivas de
Arganda del Rey a practicar ejercicio físico. Cualquier día normal los tres grupos, según los conocimientos que atesoren los chavales, torean de salón y
después tienen tiempo para otras actividades de formación. “Tenemos un temario de 18 temas del mundo del toro para
las clases teóricas, en las que los chicos se
examinan de cada uno de ellos. Utilizamos mucho el video para el apoyo audiovisual de las clases teóricas o para que
los chicos vean sus participaciones en tentaderos y novilladas”.
El Juli, junto a uno de los alumnos de su escuela.
“Es imposible que te digan que se
aprende viendo. Se aprende practicando y
sólo se practica con alguien que te enseñe”. No lo dice un cualquiera. José Miguel Arroyo Delgado, al que popularmente se le conoce como Joselito. Él sabe
que sin la ayuda de la Escuela de Tauromaquia de Madrid no habría sido torero.
Sin embargo reconoce, como antes describíamos, que los fundamentos del toreo
se pueden desarrollar también en un “entorno con alguien taurino”. Un matador o
banderillero en la familia puede ser la
otra escuela. Y reconoce que si su padre
“hubiese sido banderillero o novillero, no
habría ido a la escuela” a aprender. Dirán
algunos que quitan personalidad y Jose-
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Lo que es importante
del proyecto es el
compromiso de El Juli
y su Fundación con
el toreo.
“así que en la actualidad hemos fijado un
cupo de 25 alumnos de diversas regiones,
además de cuatro chicos mexicanos y dos
franceses”.
“Por la Escuela han pasado magníficos
profesionales del toro que han querido colaborar con nosotros, además de ganade-
En la Fundación consideran “imprescindible” que los aspirantes a figuras tengan los estudios obligatorios. Ignacio confiesa que su trabajo no es sólo formarles
como toreros, sino insistirles en que ser figura es toda una proeza y que es bueno que
continúen estudiando. “Pero a veces los sueños se hacen realidad y por ellos trabajamos todos”, concluye. Llevan tres años en
este proyecto y no se comparan con nadie
porque como explica Ignacio López “cada
escuela tiene su personalidad y su forma
de trabajar, aunque el fondo es el mismo”.
Sí que insisten en que cada torero que salga de la Escuela de Arganda tenga su personalidad, “pero haciendo hincapié en que
es necesario tener ganas, entrega y afición”.
Compañerismo, educación y respeto son
las señas de identidad de estos chavales.
Cuando salga el toro, Dios dirá. Pero lo que
nada”. La dureza espartana no tiene
vuelta atrás y es uno de los secretos para
ser torero. En las sesiones de la tarde hay
sobre todo mucha clase práctica. José Luis
Bote, compañero de promoción de Joselito
en la Escuela de Tauromaquia de Madrid,
es junto a Jesús Alba el encargado de enseñar esos fundamentos a los chavales.
“José Luis está muy contento e ilusionado
y la verdad es que cuando me falta moral
me la da él, o cuando le falta a él se la doy
yo”, explica Joselito. Bote y yo “tuvimos la
gran suerte de vivir juntos una gran época
del toreo en la que aprendimos todo y es
un poco lo que queremos inculcarles a
los chavales. Y debo decir que su labor
está siendo magnífica”.
Alumnos de la Escuela Taurina de Arganda.
queda claro en este proyecto es el fuerte
compromiso que ha asumido Julián López
El Juli y su Fundación con el toreo. “Todo
lo que sea ayudar a un mundo tan inmenso
como el de los toros no se lo piensa dos veces. En realidad, la Fundación El Juli y la
Escuela de Arganda reflejan algo de la personalidad” del torero criado en el barrio de
San Blas.
Lo de Joselito es un caso también ejemplar. Su Fundación lleva 17 años en activo y sin parar de hacer cosas. Ha patrocinado concursos literarios, cursos de
periodismo taurino en la Universidad
Complutense de Madrid, certámenes taurinos como la Oportunidad de Vistalegre
y ahora se acaba de involucrar en el Centro de Alto Rendimiento para Toreros (CEART). El acuerdo entre la Diputación de
Guadalajara la Asociación Escuela de Tauromaquia de Guadalajara y la Fundación
Joselito hizo posible que el CEART echara
a andar el pasado mes de octubre. Joselito
y el equipo que compone este ambicioso
proyecto, tenía claro más o menos que había que convocar a un grupo de chavales
con ganas de ser toreros. Se realizó una selección y al final quedaron nueve. “Fue
exigente”, cuenta. “Había chavales con
buenas condiciones que no pasaron la
prueba. Esto no quiere decir que no sean
figuras del toreo, pero ese día en concreto
no estuvieron afortunados o no nos sorprendieron. La decisión no fue fácil para
ellos y tampoco para nosotros”, explica
el torero madrileño.
¿Y qué es lo que tiene que tener un
chico de estos para ser torero? “Lo primero son hechuras y lo segundo es que
quiera, que quiera y que quiera”. Sobran
los comentarios. Pero esta respuesta tal
vez explique en qué se fijaron a la hora de
quedarse con estos nueve chavales. “Sabíamos que había aspectos técnicos y carencias artísticas que iban a tener, pero es
que son chavales. El fondo ha sido mirar
un poco más dentro de ellos y no quedarnos en lo superficial”. Además hubo una
entrevista personal para apuntalar esas
certezas. Pero lo más llamativo no es lo
contado hasta aquí, sino lo que viene a
continuación. El Centro de Alto Rendimiento de Toreros es por filosofía muy
parecido al que usan los deportistas. Y lo
hace teniendo muy presente su formación
integral, basada en un seguimiento académico, médico, técnico, psico-pedagógico y su posterior promoción. Psicólogos,
profesores de tauromaquia, expertos en
expresión corporal y licenciados en educación física son una de las partes más importante de este proyecto. La expresión
corporal es quizás la gran novedad que
aporta el CEART. Todos están gratamente
impresionados con la evolución de los chicos, donde en cada sesión se les enseña a
educar el cuerpo.
Los nueve elegidos viven en la Residencia de Estudiantes que tiene la Diputación de Guadalajara. “Se levantan temprano”, cuenta Joselito, “desayunan y se
van cada uno al colegio o instituto que les
corresponde”. La enseñanza que reciben
es para chavales con edades que van de los
14 a los 18 años. Después del cole regresan
a la residencia, comen, descansan, están
con un profesor de apoyo, hacen los deberes y se van a entrenar. Luego vuelven,
cenan, visionan videos de toros y a la
cama. Así casi los 365 días del año. “Ser torero ahora es igual de difícil que antes
porque al final tienes que solventar la papeleta delante del toro y allí no cambia
A José le gustaría que alguno fuese figura del toreo, pero sobre todo lo que pide
es que sean “personas de provecho, que
sean buenos aficionados y que conozcan
lo bonito de la Fiesta para que la amen por
encima de todo”. Y explica que su papel es
“un poco poner la cara de malo con los
chavales”. “Ahora mismo”, prosigue, “estamos en el comienzo de esta proyección.
Cada uno tiene su estilo y cosas muy buenas. A ver si muestran la capacidad y evolucionan como nosotros queremos; y si
no pueden, no pasará nada”.
Experiencias como la de la Oportunidad de Vista Alegre en los años 70, de la
que ya hablamos aquí hace unos números,
fueron un camino a seguir, que encontraron su final en la fundación masiva de las
escuelas de tauromaquia. De ese semillero
han brotado probablemente gran parte
de los mejores toreros de las tres últimas
décadas. Muchos de ellos han salido de
las escuelas radicadas en la meseta. De la
Escuela de Madrid quién no recuerda las
imágenes de Tú solo. Aquella maravillosa
película dirigida por Teo Escamilla, mostraba el día a día de niños que querían ser
toreros. Allí estaban Joselito, El Fundi, José
Luis Bote, El Madrileño… con un sueño
que compartían. La expresividad de sus
rostros arrojaba una determinación impropia para chicos tan jóvenes. Las escuelas no son únicamente recintos que cuentan con profesores para enseñar a torear.
Hoy también se encargan de que sus alumnos lleven bien los estudios. Y, sean toreros
o no, tengan una formación cualificada
para salir adelante en la vida. Aquí quedan
dos proyectos, auspiciados por las fundaciones que dan nombre a Joselito y a Julián López El Juli. Son diferentes, las estructuras también, pero el objetivo no.
Comparten la misma meta, ayudar a que
salgan figuras del toreo.
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