El Desplazado Forzado: víctima con Derecho a Reparación Fabián Oyaga, ILSA Agradecemos desde ILSA1, la invitación que nos han hecho los coordinadores de la Cátedra Jorge Eliécer Gaitán: “Territorio y Conflicto”, para participar en éste espacio académico donde nos cobija y nos recibe una de las aulas, como lo es éste auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, donde se ha discutido, reflexionado y dilucidado los grandes temas del país; en verdad, saber que acá se sentaron en su momento, Camilo Torres; Umaña Luna; Bejarano y una lista interminable de libre pensadores y libre pensantes, nos sobrecoge enormemente. Por ello, no queremos ufanarnos al decir que lo que hoy presentamos sería una ponencia correspondiente al tema, máxime con el tamaño intelectual de que quienes me han antecedido ésta noche. En realidad la siguiente intervención, a manera de mano alzada, pretende compartir con ustedes, los asistentes, una mirada reflexiva sobre la situación del desplazamiento forzado, en clave de los orígenes del conflicto en Colombia y la lucha histórica por la tierra. Pareciera ya un lugar común, decir en estos espacios, que la génesis de nuestro conflicto actual, está muy ligada a la lucha por la tenencia y la explotación de la tierra. Para muchos sociólogos, violentológos o politólogos (extraño clan de personas que analizan nuestra violencia), ésta afirmación sería bastante reduccionista. Creemos que en cierta forma es así, pero igualmente es innegable, si analizamos, entre otros elementos, los inicios de las actuales guerrillas en nuestro país, que en la mayoría de sus autodenominados manifiestos2; siempre se encuentran presentes como reivindicación de sus luchas, la exigencia de la Tierra como un derecho para el pueblo. Desde la llamada Época de la Violencia (1948-1953), durante la que se libró una contienda entre los partidos liberales y conservadores, la cual arrojó, según analistas 300 mil muertos3, y dos millones de desplazados4; lo que correspondería al 10% de la totalidad de la población censada en ese entonces, quienes serían el universo de víctimas del primer conflicto interno del siglo 20, hasta la fecha, con un aumento exponencial de las víctimas dentro del actual conflicto colombiano5, el Desplazamiento Forzado ha constituido uno de los más graves problemas humanitarios que ha afrontado y sigue afrontando Colombia. Los actores armados ilegales, han acudido al desplazamiento forzado, al igual que a la masacre, el desaparecimiento de personas y al asesinato selectivo, como estrategias de guerra. En el caso especifico del desplazamiento forzado, además de lograr con ésta conducta, el objetivo mismo del dominio y el control territorial, éstos grupos han consolidado un posicionamiento y un 1 Instituto Latinoamericano de Servicios Legales Alternativos. Organismo No Gubernamental de Derechos Humanos, que desarrolla y ejecuta proyectos relacionados con el desplazamiento forzado en Colombia. 2 Al respecto se pueden remitir a los diferentes manifiestos fundacionales, promulgados por las organizaciones guerrilleras entre otras, las FARC, en su declaración de Maquetalia, o la del ELN en su Manifiesto de Simacota. En todas, se pone de presente el problema de la tierra y la imposibilidad de acceso a la misma por parte del campesinado, en el entendido que éste junto con otros elementos de exclusión e injusticia social justifican el accionar armado. 3 Umaña Luna en su libro “la violencia en Colombia”; manifiesta: “lo cierto es que para la época, (al referirse al llamado período de La Violencia) la población colombiana era aproximadamente de 5 millones de habitantes, cuyo 70% vivía en el campo y el 30% restante en las ciudades, lo que significa que aproximadamente el 10% de la población rural murió en una guerra, en la cual le fue expropiada una gran cantidad de tierras, las que finalmente quedaron en manos de la oligarquía conservadora 4 Según cifras aportadas por el historiador Paulo Oquist, en su libro “Colombia, Violencia, política y economía”. 5 Según organismos de estudio sobre el conflicto colombiano CERAL, durante los últimos veinte años han sido asesinadas por armas de fuego, 500 mil personas de las cuales 40 mil de ellas están relacionadas con el conflicto armado, así mismo el historiador Iván Ortiz, asegura que son 30 mil los muesrto de la U.P. en un período de 10 años, lo que se ha dado en llamar el “magnicidio”. ejercicio de apropiación y concentración de la tierra en deterioro de la propiedad y el patrimonio de la población víctima de una conducta reconocida y tipificada por normas penales internacionales como crimen de Lesa Humanidad. Hoy, las cifras de personas desplazadas forzosamente de sus territorios a causa del conflicto son realmente alarmantes, según datos arrojados por CODHES y la Conferencia Episcopal Colombiana en su último informe (febrero de 2007) estiman en más de 3 millones ochocientos mil el número de desplazados en nuestro país6 (casi el 9% de la totalidad de la población colombiana actualmente), datos que contrastan sustancialmente con el millón novecientos mil que registra el Gobierno Colombiano, a través de la oficina de Acción Social, entidad oficial que se encarga junto con otras que conforman el Sistema Integral de Atención a la Población Desplazada, en la aplicación de la política pública en beneficio de los desplazados. Este éxodo interno generó, además de la crisis humanitaria de enormes proporciones7, una contra reforma agraria de hecho, reflejada en la concentración acelerada de la tierra (claro ejercicio de latifundismo moderno), muestra palpable de ello son las cifras en muchas ocasiones recogidas por el Estado; por ejemplo, según Acción Social, el 74.5% de desplazados, eran, al momento de su desplazamiento, propietarios de tierras, incluso entidades como la Conferencia Episcopal, CODHES y la Contraloría General de la República (CGR) señalan que entre el 76 y el 79% de la totalidad de la población desplazada eran propietarios de la tierra al momento del abandono y su posterior expropiación, así mismo, la Contraloría General de la República, estima en 2.6 millones de hectáreas equivalentes al 5.8 de las tierras con mayor aptitud agrícola del país, las que han sido apropiadas ilegalmente. Entidades como el INCODER y el Sindicato de Trabajadores del Incora SINTRADIN, han llegado a estimar entre 5 y 6.8 millones de hectáreas, las tierras más aptas para el cultivo en el país, las que han sido expropiadas a los desplazados durante los últimos veinte años. De igual forma, esta llamada contrarreforma agraria conllevó a un cambio de uso y explotación del suelo, (mayor destinación a la ganadería o al pastizaje que a la agricultura8). Esta situación demuestra la verdadera finalidad de los actores armados junto a sus “apoyos intelectuales desde la sombra”, en el marco del escenario estratégico de la guerra y en el ejercicio sistemático, masivo y generalizado del desplazamiento forzado: La apropiación de territorios y la concentración de la tierra, por medio del despojo9. Con base en todo lo anterior, en un reciente estudio realizado por la Procuraduría General de la Nación se considera, que durante un proceso de post conflicto y justicia restaurativa, le costaría al Estado entre 8 y 21 billones de pesos, una eventual reparación al enorme universo de desplazados en Colombia, aceptando sólo el exiguo número de inscritos que posee el Estado en su base de datos. 6 Tomado el 12 de marzo de 2007, de la página: web:http://www.codhes.org/Publicaciones/infocartagena.pdf 7 Según estadísticas de desplazamiento de la Red de Solidaridad Social y proyecciones del DANE (2005) en municipios como San Francisco (Antioquia); Colosó (Sucre) y Bojayá (Chocó) la tasa de desplazamiento indica que la totalidad de la población habría sido desplazada más de una vez durante los últimos diez años. 8 Según una Encuesta Nacional Agropecuaria realizada por el DANE en 1996, el porcentaje de tierra destinada a la siembra, según tamaño de finca, es enormemente reducida en relación con el número de hectáreas. En el muestreo, se relaciona que fincas de menos de 20 hectáreas son destinadas a la agricultura el 43.3% de su área total, en contraste con aquellas fincas con más de 500 hectáreas, que sólo destinan el 1.3% de su área a la siembra. 9 En relación con la concentración acelerada de la tierra, según datos del IGAC publicados en el 2002, el 57.3% de propietarios rurales son dueños de menos de 3 hectáreas, lo que representa el 1.7% del área predial rural registrada, mientras que predios con tamaños de más de 500 hectáreas, que representan el 61.2% de la superficie del área predial rural registrada tan sólo está concentrado en el 0.4% de propietarios rurales. Este apesadumbrado panorama, refrenda la frase recordada por Alfredo Molano durante su presentación en éste mismo espacio, días antes en la inauguración de la cátedra que hoy nos convoca, el Maestro nos recordaba citando a un autor francés: “donde haya tierra, habrá conflicto”, en sus libros Molano retrata, gracias a la técnica de la crónica al igual que infinidad de valerosos investigadores sociales, que se han atrevido a caracterizar e identificar la génesis de nuestro conflicto; desde una concepción excluyente y latifundista por parte de quienes han detentado el Poder históricamente. Las frases de Marx: “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, así como que, “la violencia ha sido la partera de la historia”; aunque parezca realmente una apología en desuso, según aquellos que han condenado el marxismo al ostracismo; caracteriza en buena medida lo que ha sido en Colombia, la lucha por la tierra. Lucha que ha costado miles de muertos, propiciado miles de guerras, generado escisiones (tales como la de Panamá) y lucha que ha sido caldo de cultivo para fundamentar banderas identitarias, ideológicas y políticas alrededor del Derecho a la Tierra. Los Palenques, primeros territorios declarados libres por los cimarones; en los que se luchaba denodadamente por la respeto de su lengua, sus tradiciones y su cosmovisión del mundo; al igual que los resguardos, territorios ancestrales de propiedad de los indígenas colombianos, son muestra histórica del vasallaje a que han sido sometidos nuestros aborígenes, y al que han seguido siendo sometidos, ya no durante la Colonia, sino en la época “moderna” nuestro campesinado. Dirigentes, como Manuel Martínez (conocido en las riberas del sinú como el Boche), o el indígena Alvaro Uclué Chucué o la campesina cordobesa Felicita Campo o el guerrillero de nuestros llanos Guadalupe Salcedo; han testimoniado con su vida misma, la dimensión histórica del conflicto el cual no puede escindirse de la Tierra. Quien me antecedió, con amplia documentación de casos y profundidad en los hechos, demostró la forma en que desde la Colonia, los entonces señores feudales, hoy latifundistas, se hicieron mediante argucias legales, a una gran franja de los territorios de Colombia, incluyendo a la Iglesia, quien a través de la cruz y la espada, y desde las cruzadas en Europa y el Poder inquisitorial en nuestro país, fundaron iglesias y colegios sobre tierras despojadas y sobre la sangre de los indígenas. Las cifras citadas en líneas precedentes, sobre la acumulación acelerada de la tierra con su consecuencial cambio del uso de la misma (del cultivo al pastizaje o la ganadería), conlleva necesariamente, a una agudización de las desigualdades económicas y sociales, teniendo en cuenta el gradual desabastecimiento alimentario y el encarecimiento de los productos agrícolas. Hoy ante la bonanza de la Palma Africana (en zonas como Chocó y César), producto que sólo sirve para producir el bio diesel destinado para la movilidad de los vehículos de transporte masivo de pasajeros en las grandes urbes; se siembra menos arroz, (producto que hoy importamos desde Venezuela) o el plátano (del cual han bajado los niveles de exportación). En el llamado mapa de la guerra, al contrastar la presencia armada ilegal con las fuentes de mayor riqueza carbonífera, ganadera o aurífera del país, se puede constatar que históricamente, la confluencia de los picos del desplazamiento forzado, las masacres y los mayores crímenes de Lesa Humanidad y de Guerra cometidos, se corresponden con las zonas más ricas de nuestro territorio: Arauca y Barrancabermeja (petróleo), Sur de Bolívar (oro), Guajira (carbón), Zona Bananera y Urabá (plátano), Córdoba (ganadería y latifundio), Magdalena Medio (Esmeralda). Al respecto, es de todos conocidas las primeras masacres perpetradas a mediados de los ochenta, en los inicios del paramilitarismo (regionalizado como fuerza, en ése entonces)10. 10 De esas épocas son de dolorosa recordación, las masacres perpetradas por el paramilitarismo en el Barne; las Tangas; Tres Esquinas; Trujillo-Valle (homicidios sistemáticos y periódicos de más de 300 personas entre los años de 1988 y 1990 ejecutadas por el paramilitarismo en complicidad con las Fuerzas Armadas de Colombia, por el cual el Estado fue encontrado responsable por acción u omisión de sus Por ello, ésta cátedra no pudo estar mejor bautizada: Territorio y Conflicto; dos temas que se equidistan desde la historia y la violencia. Respondernos la pregunta relacionada con cuánto territorio nos queda (entendiendo el mismo como aquel que nos subsiste aún fértil, posible para el retorno con iguales condiciones para quienes se desplazaron; epicentro de lo étnico, lo cultural y lo raizal) es realmente un imposible, puesto que junto con el vasallaje, se ha inflingido mucho dolor: han sido desplazadas comunidades indígenas enteras, como la de los Kankuamos; han desaparecido pueblos como el de Bojayá (en Chocó); Machuca o Filo Gringo en el Catatumbo (el cual fue literalmente quemado por los paramilitares). Tanto para los indígenas como para los afrocolombianos, la Tierra no sólo es un instrumento de producción; es su Madre, es de donde proceden y a donde regresarán, es el talón de su cosmovisión. La tierra los pare, y los cuida; son uno en ella; se encuentran y se perciben sólo a través de su patrimonio que es la identidad, y se identifican a través del territorio. Este es un país desmembrado cultural, geográfica y territorialmente hablando. El conflicto nos ha desdibujado como Nación. Nos vemos como enemigos por sólo nacer en un territorio determinado. Estas últimas palabras no pretenden ser un discurso evangelista sobre la reconciliación. Pero es necesario repensarnos como país. En un eventual post conflicto, se hace necesario buscar la fórmula justa y reparadora para encontrar satisfacción en los miles de desplazados y cientos de hectáreas despojadas. En el redescubrimiento de nuestra historia, una historia no escrita por los latifundistas, por los que firmaron el pacto del Frente nacional; por quienes han elaborado una decena de reformas agrarias. Por los víctimarios que se han lucrado de la expoliación y el despojo de las tierras. Realmente, tampoco, una historia desde el odio, desde lo visceral, desde la ignominia de la víctima, esta última frase merece mayor explicación, pero creo que en éste espacio no nos corresponde hacerlo. La verdad tiene un marcado efecto reparador y liberador. Hoy deambulan por nuestras ciudades parias con tierras en los campos, son sólo cifras, cifras de un macabro hallazgo, el hallazgo de la desterritorialización de las comunidades, de la desruralización del campo a punta de violencia, de motosierra y de fosas comunes. El macabro hallazgo de miles de parias multiplicándose urbanamente en los miles de Ciudad Bolívar, de Moravias, de Aguablancas, de Nelson Mandela que nacen a diario en las ciudades y se convierten en un problema, en una estadística, en un número. Con el desplazamiento no sólo se indignifica al desplazado, también se fractura a la familia, se rompe la identidad, se aculturiza, se desarraiga, no se siembra, ni se germina. El desplazamiento se ha vuelto un no retorno, un sin regreso, un hasta siempre a lo perdido, a lo hurtado. Por ello, volver, retornar, se ha vuelto la consigna, es el ideario, es el deber ser. La tierra debe volver a manos de quien la quiere, la ama, la cuida, la preserva, la identifica consigo mismo, por quien la hace parir de buena manera, por quien la siembra, por quien la trabaja, lema de los años cincuenta. Realmente la historia nos devuelve, al igual que el espejo, la imagen desdibujada en éste caso de nuestros errores. Los indígenas Nukak Maku al cazar un animal piden primero perdón a la naturaleza, por el hecho de trastocar el fluído natural de la Vida. El tamaño del perdón de nuestra tierra por matarla y matarnos, trastocando el orden de lo Creado, será mucho mayor que nuestro pagamento. servidores públicos, por parte de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y obligado entre otras cosas, a pedir perdón por los hechos y realizar reparación patrimonial y simbólica a las Víctimas); el genocidio político a la U.P.(del cual nos referimos previamente), y las más recientes como las de Nueva Venecia, Chengue o el Salao. Además de las mencionadas, es necesario recordar otras como las de los “19 comerciantes” desaparecidos en Cimitarra (Santander), las masacres de Honduras y la Negra (Currulao- Urabá. 21 trabajadores del banano muertos), Pueblo Bello (Turbo-Antioquia. 43 campesinos asesinados), Mapiripán (Meta. No menos de 30 personas asesinadas), Naya (32 campesinos muertos), Bahía Portete (Guajira. No menos de 12 indigenas wayuu asesinados). Se dice que entre estas masacres y las arriba señaladas suman no menos de 20.300 personas asesinadas por las autodefensas, en un período de 20 años, sin registrar las otras masacres presentadas Muchas gracias.