La balcanización de los Balcanes

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La balcanización de los Balances
RAMÓN I.UES ACUÑA
orno en las láminas de los tormentos a que
se sometía a ciertos condenados en la
antigüedad, Yugoslavia se podría presentar
hoy en día sujeta a seis caballos que tiran de
ella en distintas direcciones. Son las pulsiones
nacionalistas de sus seis repúblicas y en efecto,
puede resultar despedazada. Pero nadie quiere dar
tormento a Yugoslavia, que va a tener una gran
oportunidad de permanecer unida en mayo,
cuando sus veintitrés millones de habitantes
voten en referédum si desean o no seguir unidos. A
los 45 años de edad, es su momento de la verdad,
su prueba de fuego, el envite en que se juega su
futuro. No está condenada de antemano y sus
dirigentes aún pueden tratar de uncir en una misma
dirección tanta tendencia centrífugra para evitar
el descuartizamiento. Serbia, Croacia, Eslovenia,
Bosnia, Montenegro y Macedonia eligirán entre
los conceptos de estado federal y alianza de
estados soberanos, es decir, entre una federación
balcánica apoyada en una sola nación y una
confederación repartida en seis. Decía Renán, un
heterodoxo francés muy citado por nuestros
mayores, que «la existencia de una nación es un
plesbicito de todos los días». Pues bien, los
yugoslavos tendrán un día especial para
reafirmar tal existencia. No habrá fecha más
importante en la historia de Yugoslavia desde que
Josip Broz, «Tito», la creó en 1946. Será un
momento de gran riesgo pero no teman, no
estallará una tercera guerra de los Balcanes, la
península europea formada por Grecia, Albania,
Yugoslavia, Bulgaria y Turquía que se ha hecho
mítica por su inestabilidad en la época
contemporánea.
Los problemas de la actual Yugoslavia se enraizan en ese pasado pues cuenta con seis etnias entremezcladas en sus repúblicas —entre ellas, las
no eslavas de los albaneses del Kososo y los hún-
C
garos de Voivodina—. Y tiene además tres idiomas oficiales y tres religiones fuertemente
implantadas: los eslovenos y croatas son católicos; los serbios y los montenegrinos, ortodoxos;
los bosnios, herzegobinos y albaneses, musulmanes. De ahí, el temor a una nueva balcanización
de los balcanes, a una explosión de Babel. Tito
mantuvo sometido todo este conglomerado más
de cuatro décadas, bajo un sistema comunista
que fue en sus primeros años estalinista y
después, estrictamente titista. Ayudado más por
Churchill que por Stalin durante la segunda guerra mundial, el autócrata de los Balcanes no tardó
en separarse de la URSS y si aplicó en
Yugoslavia un régimen a imagen y semejanza del
modelo soviético en una primera etapa, buscó
más tarde una cierta originalidad con la autogestión en política interior y el no alineamiento en
política exterior, siempre sin abandonar el partido único y la planificación. Todas las diferencias entre las distintas repúblicas quedaron
sofocadas, subordinadas al férreo poder omnímodo del Estado central. A la muerte de Tito en
1980, la República Federal yugoslava estaba
menos cohesionada que nunca y sus sucesores se
enzarzaron en violentos en-frentamientos
verbales, jurídicos y nacionalistas que estancaron
el hipotético desarrollo del país durante diez
años, acabaron con el centralismo impuesto y
descubrieron que Yugoslavia seguía dividida de
norte a sur entre las naciones que pertenecieron al
Imperio austrohúngaro y las que estuvieron bajo
el dominio del Imperio otomano. El punto
culminante de esta crisis generalizada la
constituyó la caída del Gobierno Mikulic en
1988. Y ello representó también un viraje decisivo, el principio de la transición, el primer atisbo
del abandono del comunismo.
Serbia fue imperio. Cuenta hoy con el cuarenta
Los eslavos del Sur que dan
su nombre a Yugoslavia
tienen que dejar sus
discusiones bizantinas
nacionalistas con el plebiscito
anunciado porque hay otros
emplazamientos que les
apremian: la consolidación de
la democracia y la reforma de
una economía que se
derrumba.
por cien de la población yugoslava, con los cuadros más importantes del Ejército. Y muestra una
tendencia demasiado aparente a preteder dominar todo el conjunto. En alianza relativa con
Croacia a la que siempre dejó la dirección económica, así lo hizo en la era de Tito, una croata.
Ahora está violentamente enfrentada con
Eslo-venia, vecina de Italia y de Austria, a causa
de sus tendencia secesionistas y demócratas. Y a
causa también del Kosovo, cuna religiosa y
política de Serbia y a la vez provincia autónoma
dentro de su propio territorio poblada en un
noventa por cien por ciudadanos de origen
albanés. Estos al-baneses realizaron una escalada
hacia la independencia en el transcurso de los
últimos años provocando el éxodo de 150.000
serbios. Pero Serbia reaccionó: Slobodan
Milosevic fundamentó toda su carrera política en
cortar este secesionis-mo y ya como presidente
serbio hizo promulgar una Constitución federal
para reducir los poderes de la provincia. Los
disturbios consiguientes de los albaneses del
Kosovo fueron bañados en sangre en 1989 y
1990. Eslovenia estimó, entonces, que Serbia
había ido demasiado lejos en su represión y sus
ansias de hegemonía. De ahí, la ruptura.
Los eslavos del sur que dan su nombre a Yugoslavia tienen que dejar dirimidas sus discusiones
bizantinas nacionalistas con el plebiscito anunciado porque hay otros emplazamientos que les
apremian; por ejemplo, la consolidación de la de-
mocracia y, sobre todo, la reforma de una economía que se derrumba/Algunos añaden que aún
no está establecido en el país un verdadero estado
de derecho, otro de sus imperativos categóricos.
Los desafíos económicos de Yugoslavia son hercúleos. A la inflación de la primavera de 1989,
cuando se puso en marcha el plan del primer ministro federal Ante Marcovic, le quedaba corto el
calificativo de hiperinflación pues había pasado de
250 por 100 el año anterior a 2.500 por 100, un
porcentaje abrumador. Y la deuda externa dejada
por la demagogia consumista de Tito en sus
últimos años ascendía a más de veinte mil millones
de dólares. Marcovic, siguiendo las indicaciones
del Fondo Monetario Internacional y sostenido
por Occidente, dio al traste con la inoperante
autogestión, hizo posible la propiedad de empresas
por extranjeros y la repatriación al cien por cien de
sus beneficios, separó a los bancos de las
empresas y puso en pie un incipiente mercado de
capitales. Desde hace dos años, trata de abrir así
la economía yugoslava a la internacional, de
convertirla en una economía de mercado. La
autogestión subordinaba los bancos a las
empresas, es decir, a los productores pues consideraba que sólo la producción crea valor, y no la
circulación del dinero. En otras palabras, obligaba
a los bancos a prestar dinero a bajo interés a
empresas deficitarias o en mala situación, provocando así una extraordinaria espiral
inflacio-nista. En tales condiciones, las
empresas se habían olvidado de como se hacen
los ajustes salariales, de como se ahorra en la
compra de materiales, de como se establecen los
horarios y los ritmos de producción. Tales
prácticas, si alguna vez existieron, habían caído
en desuso. No eran exigidas.
El proceso de cambio será largo. Ha habido elecciones libres en Eslovenia y Croacia, un referéndum espectacular en Serbia para acoquinar al
Kosovo y plesbicitar a Milosevic. Pero el sur también existe y faltan los comicios que hagan libres a
las repúblicas otrora dominadas por los otomanos: Bosnia-Herzegobina, Montenegro y
Ma-cedonia. Después del referéndum aún le
queda mucha tela que cortar a Yugoslavia. La
tela de juicio de su democratización.
Ramón Luis Acuña es periodista, experto en cuestiones internacionales.
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