Hagan esto en memoria mía

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Hagan esto en memoria mía
Breves subsidios litúrgicos-pastorales para vivir la Eucaristía.
Liturgia de la Palabra -
Actitud de escucha
En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla a su
pueblo, le descubre el misterio de la salvación, y le ofrece
alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace
presente en medio de los fieles.
Tras entrar en la celebración lo primero que se le pide al creyente
es que escuche. Y no solo en el ámbito de la celebración. Porque
”la fe comienza con la escucha del mensaje” (Rom 10,17).
El Señor esté en
tu corazón y en
tus labios, para
que anuncies
dignamente su
Evangelio.
Escuchar es una actitud activa de la persona y del pueblo ante
Dios que se revela gradualmente en el mensaje. Sin escucha no
hay conocimiento de Dios, ni de sus planes, ni de su modo de
actuar. Tampoco se puede llegar a conocer a Cristo sin escucharlo.
La auténtica escucha supone la asimilación y la interiorización de
la palabra. Cuando la capacidad de escucha llega a ser plena y
constante, afecta a la totalidad de la persona y mueve a un
compromiso real. Y se traduce en obediencia a lo escuchado. La palabra escuchada se
convierte en acción. Una escucha que no acabe en obediencia no es escucha real, sino fingida.
Propuestas
Ser lector es una gran responsabilidad porque se trata ni más ni menos que de
prestar su voz al Señor.
Una buena lectura comienza antes de leer. No puede ser buena si no se ha
preparado. Para preparar la lectura, el lector debe saber de antemano qué va a leer.
Así, tendrá tiempo para descubrir el género literario, para consultar el leccionario o
la Biblia, así como el sentido, meditándolo a solas o en equipo. Podrá interiorizar el
texto antes de proclamarlo. Avisar a alguien solo unos minutos antes de la misa, es
poco delicado con la celebración (¡con el Señor!) y con la persona.
El modo como el lector se desplaza para ir al ambón (el lugar donde está la Palabra)
ya forma parte de su función de lector. Se dirige al ambón con calma, sin apuro.
Debe situarse bien en el ambón; respirar lentamente antes de abrir la boca y
mirar a la asamblea antes de empezar a leer. Y, como lee la palabra de Dios y no la
suya, debe guardar la comunicación con el libro sin mirar a la asamblea mientras
está leyendo. Al final de la lectura debe decir solamente “Palabra de Dios”, sin
ningún otro agregado, porque no está dando una explicación o catequesis sino
prestando su voz al Señor.
¿Y el ambón? Sólo debe servir para proclamar la palabra de Dios, sin hojas,
papeles o cuadernos. ¿Y el leccionario? Debe ser un libro cuidado, no una
revista o una hoja. Y ni que hablar que el lector no debe llevar el texto, sino leerlo del
leccionario.
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