PÁGINA TRES CRECIMIENTO PERSONAL “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que quiere guardar su vida, la pierde” (Jn 12,24-25). “Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida… El Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno” (Francisco, Evangelii Gaudium 265). Hoy en día a todos nos gusta presumir de ser personas maduras, autónomas, en crecimiento permanente, “señores de nosotros mismos” (Kant dixit). Las estanterías de las grandes librerías están repletas de libros de autoayuda, de refuerzo de la autoestima, de coaching y autocoaching... Sin embargo, suele cumplirse el refrán “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Treinta años de posmodernidad (o de modernidad líquida, tanto da) no han transcurrido en vano, y Narciso, más ocupado en mirarse al espejo y en apurar su ración de caprichos pequeño-burgueses que en crecer humanamente con autenticidad, se ha ido enseñoreando del ambiente. Aunque muchos alardean de madurez, la adolescencia retrasada (a veces, muy retrasada) y el síndrome de Peter Pan siguen haciendo estragos. Por eso abordamos en este número de Misión Joven el tema del crecimiento personal. ¿Jóvenes inmaduros? En la encuesta que la Fundación Santa María Jóvenes 1999, solo el 21% de los jóvenes españoles de 15 a 14 años se consideraba maduro; en 2005, el porcentaje había bajado al 11%. En la última encuesta, la de 2010, la pregunta se planteaba de otra forma; pero es interesante saber que entonces el 55% de los jóvenes afirmaba que “es mejor no confiar en la gente”, y el 63% opinaba que “a la mayoría de la gente le preocupa poco lo que le pasa a los que están a su alrededor”. Es otro modo de hablar de una cierta inmadurez narcisista. En realidad, los que tratan a diario con jóvenes suelen coincidir en que esta generación juvenil no es más inmadura de lo que es lo es la sociedad en general. Precisamente ahí reside el problema. La pedagogía de modelado es importante para formar personas que sepan crecer y madurar satisfactoriamente. Y, si somos sinceros, no es tan fácil encontrar buenos modelos de personas maduras para presentar a niños, adolescentes y jóvenes. Los tres estudios de este mes pretenden dar pautas para un buen crecimiento personal, no solo de los jóvenes, sino también de sus educadores y animadores. Una persona inmadura no puede guiar a otras hacia la madurez. Jesús como modelo de madurez Sin embargo, la pastoral juvenil no puede limitarse a tratar el tema del crecimiento como lo hacen los libros mencionados de autoayuda. Siendo muy importante favorecer la autoestima del joven y darle herramientas y habilidades para crecer psicológicamente (y en esto todo esfuerzo será poco), estamos llamados a presentar como modelo de crecimiento personal la sorprendente (por su plenitud) y libre madurez de Jesús de Nazaret. Por eso a los cristianos de Éfeso se les invita nada menos que a “llegar al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,13-15). Si crecemos como personas al estilo de Jesús, encontraremos que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. Solo el que se olvida de sí y entrega su vida alcanza la madurez cristiana y, con ella, cuando parece perder, lo gana todo. Como dice el proverbio hindú que Dominique Lapierre citaba al comienzo de La Ciudad de la Alegría, “todo lo que no se da, se pierde”. El teólogo jesuita Jon Sobrino suele repetir que desde que Jesús descansó en Dios, ya no tuvo descanso. Jesús confiaba plenamente en el Padre, o sea, descansaba en él, pero a la vez, Dios no dejaba a Jesús descansar nunca. Una vida sin compromisos ni retos ni problemas nunca llevará a ningún crecimiento personal digno. Invitamos al lector a no perder de vista esta meta, exigente y ardua, es cierto; pero en la vida cristiana y en la pastoral juvenil se cumple el famoso consejo de los buenos jugadores de mus: “Jugador de chica, perdedor de mus”. Otra cosa es que haya que graduar pedagógicamente y sin voluntarismos forzados dicho crecimiento hacia “la plena madurez en Cristo”. Los estudios de este número Hemos querido encomendar en esta ocasión los estudios a personas laicas: - Ciro Caro García, psicólogo y psicoterapeuta, profesor colaborador en la Universidad de Comillas, ofrece pistas para el crecimiento personal desde el campo de la psicología, señalando obstáculos y posibilidades. - José Antonio Buzón Benjumea, psicólogo y orientador, describe un modelo humanista de persona y explica cómo hacemos a veces para no crecer. También cuenta cómo aprender a ayudar a los demás a crecer, y habla sobre la compatibilidad entre el crecimiento personal y la fe cristiana. - José Ventero Ferrer, marido y padre de familia, narra los pasos del camino hacia la plena madurez de una persona. Este proceso culmina, cuando se trata de una persona creyente, con el descubrimiento del “olvido de sí” en el seguimiento de Jesús: es entonces cuando comprobamos que, en el camino hacia la madurez, el que pierde, gana. JESÚS ROJANO MARTÍNEZ [email protected]