1 MARIA, MADRE Y MAESTRA DE ORACIÓN Introducción Ante

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MARIA, MADRE Y MAESTRA DE ORACIÓN
Introducción
Ante todo mi gratitud a la hermana organizadora de las Jornadas de este
año, Mariela Martínez, por invitarme a dar esta conferencia sobre nuestra
Madre. Es un privilegio hablar de Ella y un compromiso, hay que descalzarse…
Pisamos una tierra sagrada, inmaculada, silenciosa, que dio su fruto (cf. Sal.
67, 7), el mejor, Jesús, nuestro Salvador… Se siente el estremecimiento, que
no es temor, es el retozo del espíritu ante lo sagrado: “Mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo” (Sal. 84,3), y por la Madre, que lo llevó en su seno, y
en la obediencia a su palabra… Por eso, Señor… Señora… ábreme los labios
y mi boca pronunciará tus alabanzas, las que Tú elevaste al Señor en tu
sublime Canto.
No soy teóloga, ni exégeta o escriturista. Soy aficionada a estas
disciplinas. Y, en este tema entrañable que nos ocupa, soy aficionada a
Nuestra Señora, según expresión tan original y sugerente, que he aprendido de
la Universidad de Salamanca en su trayectoria histórica, en ese siglo XVII,
barroco, pintoresco, hasta polémico, en gran parte envuelto, al menos en su
primera mitad, en discusiones teológicas en torno al misterio de la Inmaculada
Concepción. Pues bien, la Universidad de Salamanca se proclama en un
claustro pleno y solemne, del 28 de octubre de l618, como la “muy devota y
aficionada de Nuestra Señora”, en la fórmula del juramento hecho por la
Universidad, en el que se compromete a enseñar y defender el misterio de la
Inmaculada. Fue de las primeras, y la más entusiasta, de las universidades, en
introducir este juramento. Yo también quiero ser aficionada a Nuestra Señora,
y mucho más…
Como habéis observado, el tema es sumamente amplio y abierto a
multitud de consideraciones, y la bibliografía inacabable, inabarcable, como es
la figura de nuestra Señora. Siempre será una realidad sin cubrir el de María
nunquam satis.
Aquí no se puede hacer, por lo tanto, un estado de la cuestión porque nos
desbordaría. La Virgen María es la Mujer que más impacto cultural y social ha
tenido en la historia del mundo, de quien más se ha escrito. Por lo menos se
publican más de 1.200 títulos al año. Uno de los autores que se refieren a este
hecho singular es Vittorio Messori, autor de Hipótesis sobre María (Madrid,
Libroslibres, 2007), un periodista, investigador, científico, concienzudo, lleno de
amor a la Virgen. Stefano de Fiores, en una Mariología reciente, muy original, a
manera de historia cultural, que titula María, síntesis de valores (Madrid, San
Paablo, 2011), considera a María como una síntesis de valores en las culturas
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que se han ido sucediendo en el cristianismo: la mediterránea antigua, la
medieval, la moderna y la postmoderna, a manera de cuatro macroparadigmas,
rebasando su influjo a todos los ámbitos del mundo, de las culturas en general.
A Ella, pues, como a nadie, después de Dios, se han referido la historia,
la literatura , las artes, la naturaleza… Todas las realidades son un himno
incesante a la Madre de Dios. Por eso decía San Bernardo que que “todo el
mundo resplandece con la presencia de María” (Sermo 7 in Assumptione
Beatae Mariae Virginis, PL 183, 415). La profecía de nuestra Madre se ha
cumplido y se sigue cumpliendo: “Me llamarán bienaventurada todas las
generaciones” (Lc 1, 48).
No voy a hacer un estudio doctrinal, teólogas tenemos, y vosotras, mis
hermanas, sabéis mucho de Nuestra Señora. También es pobre mi
experiencia. Yo no puedo decir, como los Apóstoles, que nos hablan de lo que
habían oído, visto, contemplado y palpado… (cf.1 Jn. 1, 1-3). Aunque a veces
nos llegan felices salpicones, algunas migajas de las mesas repletas de
fidelidad, de entrega, de profundidad espiritual, mística… Ella no olvida a los
más pequeños, y de vez en cuando nos da sopitas… Yo voy a desgranar
algunas ideas, e iré acotando el tema, hacia lo que quiero decir, con la
dirección de Ella, que siempre lo hace casi todo…
María, Madre y Maestra
Dos palabras entrañablemente unidas, inseparables, la una evoca a la
otra. María por ser Madre es Maestra. Como Maestra educa y enseña con
amor materno. Los padres son los educadores natos del hijo, y esto hay que
reconocerlo especialmente con respecto a la madre. El primer lugar donde el
niño se arrodilla son las rodillas de mamá.
María comenzó a ser nuestra Madre en el momento en que engendró al
Hijo de Dios en su seno. Ella, con su Fiat (cf. Lc. 1, 26-38), aceptó la
maternidad divina, ser Madre del Hijo de Dios, y por lo mismo, también nos
concibió a nosotros como hijos espirituales. Ya que con Jesús formamos un
solo cuerpo, estamos unidos a Jesús en esta misteriosa y sublime unidad, que
hace de El y de nosotros un solo Cristo místico, según la doctrina del apóstol:
“Vosotros sois el Cuerpo de Cristo (1 Cor. 12, 27). Hay numerosas citas en los
documentos pontificios, en los escritos de los teólogos, sobre todo mariólogos,
sobre este tema. Entre tantos, recordemos a San Agustín que afirma que la
Virgen María es verdadera Madre de los miembros de Cristo, por haber
cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son
miembros de aquella Cabeza (cf. De s. virginitate 6: PL, 40, 399).
San Luis María Grignion de Montfort (en su Tratado de la verdadera
devoción a la Santísiima Virgen) une su consagración a la renovación de las
promesas del bautismo, insistiendo en el simbolismo del agua, que nos
recuerda el seno de María, donde fuimos sumergidos, en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo. En esta sublime realidad fundamenta su famosa
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fórmula de vivencia mariana, que nos mantiene unidos a Jesús, en Ella, con
Ella, por Ella y para Ella, que es decir para su Hijo.
El padre Gabriel Jacquier (+ 1942), francés, de la familia vicentina, un
gran espiritualista profundamente mariano, entre otras afirmaciones, escribe al
respecto: “Como consecuencia de nuestro bautismo hemos sido sumergidos en
María, simbolizada por el agua, es en Ella donde nosotros estamos bajo la
acción santificadora de las tres divinas Personas. Así como fue en Ella donde
Jesús se formó, así también tiene que ser para cada uno de sus miembros…
Es necesario, pues, desarrollar nuestra psicología sobrenatural en la atmósfera
preordenada por Dios para nosotros: in sinu Mariae” (P. Gabriel Jacquier: Los
cuadernos negros, p. 31).
Y así, son numerosas las citas de diversos autores que podríamos traer
aquí. El Concilio Vaticano II ha afirmado solemnemente estas ideas, en la
Lumen Gentium, en su precioso cap. 8º, sobre La Santísima Virgen María,
Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia (cf. LG, 66).
María fue proclamada, oficialmente, nuestra Madre, al pie de la Cruz,
cuando Jesús mismo nos la da como Madre, en la persona del discípulo
amado. Cristo le dijo: “He ahí a tu hijo”… Y a Juan: “He ahí a tu Madre” (Jn.19,
26-27). Sabemos que Juan representaba a todos los hombres. María comenzó
a ejercer su maternidad espiritual sobre nosotros el día de Pentecostés, con la
invasión del Espíritu sobre Ella y los Apóstoles, reunidos en oración. En este
día, en que nace la Iglesia, aparece en público, Ella empieza a ejercer su
maternidad espiritual inacabable.
Apenas se puede dar una vida cristiana auténtica sin que nuestra
Madre tenga su lugar en ella, ni vida espiritual profunda donde no intervenga de
una manera más o menos notable y manifiesta la Madre, la Virgen María, la
nueva Eva, Madre da todos los vivientes, Madre de aquellos que viven la vida
de Dios.
Podemos, pues, hablar de una “aunténtica espiritualidad mariana”,
como la ha como acuñado el beato Juan Pablo II, en la Redemptoris Mater (cf.
48), que es la misma espiritualidad cristiana, en la que se fundamenta y con la
que se identifica (cf.LG, 66-67). Y también de una mística mariana, igualmente
la misma cristiana, con matiz mariano.
J. Galot (entre los teólogos que estudiaron la Mater Ecclesiae) al tratar
de la Theotokos, concreta que “la maternidad no consiste únicamente en un
acto de generación”, sino que “constituye una relación permanente de persona
a persona”. De modo que entre el Hijo de Dios y su Madre hubo una relación
filial real. Y una auténtica maternidad implica, además del plano biológico, una
tarea educativa, que es más importante que la simple generación y que hace
que María sea la que educó a Dios. Esto forma parte del status de la
Encarnación. En sus catequesis, Juan Pablo II puntualiza que a María le
correspondió, junto con José, iniciar a Jesús en los ritos y prescripciones de
Moisés, en la oración al Dios de la Alianza, mediante los salmos, en la historia
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del pueblo de Israel, centrada en el Éxodo (Cf. Stefano de Fiores: María,
síntesis de valores, 2011, 654-655).
Después vino la transición de Madre a discípula. Juan Pablo II, en la
Redemptoris Mater (Cf. 20), llama a María, en cierto sentido, la primera
discípula de su Hijo, por su actitud de escucha y adhesión al Señor. Por su
escucha y obediencia a la Palabra, María es la discípula perfecta del Señor.
También la maternidad espiritual, universal, de María debe entenderse
en todo su alcance como una obra de generación y educación. Hasta una
dimensión social condujo Pablo VI la misión educativa de María al proclamarla
Madre de la Iglesia, el 21 de noviembre de 1964. María es Madre de toda la
comunidad cristiana. Su solicitud maternal afecta a la vida personal del
cristiano, y está destinada, como Madre de la Iglesia, a contribuir a la unidad de
la comunidad. Y es también educadora de toda la humanidad, implicado en las
maternidad de María con respecto a Jesús y a todos los cristianos (cf. Stefano
de Fiores, l.c., 655-658).
A partir del siglo XX algunos autores empiezan a introducir en este tema
una palabra antigua, mistagogia, que va entrando en la liturgia, en la teología,
en la espiritualidad, y que significa, según la etimología griega, la iniciación en
los misterios. Es como llevar, conducir, a la persona de la mano para
comprender y vivir los misterios. Parece que la primera vez que aparece es en
el Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Ed. Paulinas, 1988), introducida
por De Fiores, en que reitera lo dicho en una obra anterior de 1998, sobre
María en la vida según el Espíritu. Y vuelve a insistir sobre ello en su reciente
obra (2011), que he citado varias veces, María, síntesis de valores. Así,
considera a María como “eficaz suscitadora de experiencia de Dios y de
fidelidad a los compromisos cristianos” (p. 664). María es, por lo tanto,
mistagoga del Pueblo de Dios. Por eso destaca con acierto cuál debe ser la
tarea de la Mariología del futuro:
“Lejos de detenerse en una exposición fría del culto a María, la
Mariología del futuro deberá alinearse en una verdadera mistagogia,
enseñando cómo María es un camino plausible de introducción a los misterios
salvíficos. La que “en cierta manera une en sí y refleja los más grandes
misterios de la fe” (cf. LG, 65) llama a los fieles a vivir la vida filial, la unión con
Cristo, la docilidad al Espíritu. Hay que mostrar de modo concreto cómo María
realiza el itinerario espiritual de las comunidades y de los cristianos
individualmente” (De Fiores, Mariología, en NDM, p.1297). Es importante
recordar esto en el momento en que vivimos.
El marista africano Yao Kouassi Kant, en su tesis para la licenciatura en
teología, La présense mystagogique de Marie dans l’Église, nos introduce en
la transición de la educación a la mistagogia. Se refiere en su tesis a la
“presencia mistagógica de María en la Iglesia”, o sea, a su presencia actuante
en el misterio de Cristo, tanto ayer como hoy. Se ocupa ampliamente en situar
a María a lo largo del “itinerario mistagógico del joven”, en el momento actual. Y
comenta De Fiores, de quien tomo estas referencias: “Resulta que la Virgen
responde a las necesidades de los jóvenes de nuestro tiempo en la búsqueda
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de una existencia humana auténtica, de un significado de la vida en el mundo,
de un compromiso histórico y de una espiritualidad de comunión. María se
revela como “guía hasta llegar a la madurez perfecta en Cristo”, motivo por el
cual resulta legítimo el atribuir a la Virgen María, en la Iglesia, el título de
“mistagoga” (l.c., 666).
María, Maestra de Oración, ahora y aquí
María es nuestra Madre y Maestra y lo sigue siendo en nuestro ahora
y momento. Ella vigila nuestros pasos y nos acompaña en el camino. Ya lo dice
bellamente el Concilio, en el citado capítulo octavo de la Lumen Gentium (cf.
68): Ella nos precede con su luz “como signo de esperanza cierta y de
consuelo hasta que llegue el día del Señor”…
Hay un texto luminoso al respecto, con bastante originalidad, sobre esta
protección constante de nuestra Madre y Maestra, del Cardenal J.S. Suenens,
en su elocuente libro Maria y nuestro tiempo (Buenos Aires, Lumen, 1988, 81),
explicitando esta afirmación del Concilio, que nos llena de gozo y sosiego: “En
la Asunción, la maternidad de María consigue toda su eficacia: universaliza sus
beneficios, María se convierte en Mediatriz cerca del Mediador. Recibe el poder
de mirarnos a todos y a cada uno con una mirada maternal. Perdida en Dios
por la visión beatífica, nos conoce, uno por uno, por nuestro nombre y nuestro
apellido y a través de nuestra vida. En el Fiat y en el Calvario, María nos
concibió y dio a luz a todos, pero colectivamente. Desde entonces, en el cielo,
su acción toma un carácter más individual. La visión beatífica no la aparta de
nosotros; al contrario, intensifica su presencia e individualiza su amor. Al
hundirse en Dios y sin apartar su mirada de El, María se inclina hacia nosotros,
nos sigue paso a paso y conoce nuestras menores necesidades…”.
Sabemos que la divina Providencia, a través de la Virgen, mediadora
de todas las gracias, acude en nuestra ayuda con una actuación casi de
prodigio… (creo que lo hemos podido constatar no pocas veces)… Ella espía
todas nuestras circunstancias para volverlas propicias a nosotros, en nuestro
favor (como Rebeca logró la bendición de Isaac para Jacob). Ella intercede
constantemente por nosotros, junto a Jesús, intercesor ante el Padre. Se
preocupa y vela por nosotros con amor materno, como nos dice el Concilio (cf.
LG, 62).
Sobre esta confianza en el amor maternal de María tenemos muchas
citas y referencias de autores, especialmente de los de espiritualidad o matiz
más mariano. Entre muchos, recordemos en los más contemporáneos, al
franciscano polaco San Maximiliano Kolbe, mártir en el “campo de muerte” de
Auschwitz (1941), llamado “el loco de Nuestra Señora”, por su acendrado amor
a la Virgen.. Y también al no menos loco por Ella, el dominico padre Enrique
Higuera B., de una exquisita y profunda vivencia mariana, que murió como un
santo (+ 1976) y al que tuve la suerte de tratar en Colombia durante unos
años. Los dos vibran al unísono, junto con el padre Gabriel Jacquier, al que
antes me referí, se palpa el mismo acento. Sus escritos rezuman esta
confianza y abandono en manos de la Madre, nuestra mejor guía, maestra y
amparo para llegar a Jesús, y por El al Padre, a la Trinidad.
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Como Maestra de Oración, la Madre vela especialmente por nuestra
vida espiritual, que la quiere frondosa, llena de su Hijo. Así nos llama junto a Sí,
en cuyo regazo alcanzamos la vida, que es su Hijo Jesús. Y nos invita a
alcanzarla. Como leemos en los Proverbios: “… El que me busca me hallará…
Bienaventurado el que sigue mis caminos… Bienaventurado quien me escucha
y vela a mi puerta cada día… Porque el que me halla a mí, halla la vida y
alcanzará el favor del Señor…” (Prov. 8). Al menos desde el siglo X se leen
con frecuencia en la liturgia de la Iglesia las “epístolas sapienciales”,
principalmente tomadas del libro de los proverbios y del Eclesiástico, que
aunque se refieren principalmente a la Sabiduría eterna, se perciben también
las palabras de la Santísima Virgen, Madre de la Sabiduría Encarnada.
María, Maestra, conservando en su Corazón las palabras del Señor (cf.
Lc., 2, 19, 51), nos instruye en el santo temor de Dios (cf. Sal. 33, 12). Lucas
utiliza dos verbos: conservar y meditar (= rumiar, darle vueltas). Es guardar
celosamente un tesoro muy valioso en lugar seguro, el Corazón. Guardar
celosamente en su persona todo lo que escucha y observa. María daba
muchas vueltas para entrar en la comprensión de Jesús, dada la divina riqueza
de la personalidad divina del Hijo. Y es una labor que mantuvo toda su vida.
Quiere encontrar el sentido de lo que Jesús hace y dice (¡Qué tesoro inmenso
tendrá Ellla en su “arcón”!, según feliz expresión del librito de mi hermana
tocaya, que se va a presentar a continuación!: Agueda Mariño Rico: El Arcón
de María. La que guardaba todo en su Corazón.
María, Maestra, primero de los discípulos de Jesús, y Madre y
Maestra de la Iglesia en toda su trayectoria, y del mundo, de todo el que quiera
escucharla, hoy ejerce su incomparable magisterio maternal con nosotros y
nos sigue invitando a escucharla y sobre todo a seguir su lección magistral,
síntesis de su gran magisterio eterno: “Haced lo que El os diga”. Es una lección
sublime, breve y fácil de memorizar, substanciosa, que encierra todas las
enseñanzas para seguir a Jesús.
María, Madre y Maestra, porque siendo modelo de vida evangélica, de
Ella aprendemos a amar a Dios sobre todas las cosas, a contemplar su Palabra
y a servir a los hermanos con diligencia y amor. Ella quiere que en nuestra
misión pastoral imitemos su amor maternal, como nos enseña el Concilio (cf.
LG, 8, 65). Alberto Escallada, OP, aplica y recomienda con originalidad este
texto conciliar especialmente a los consagrados (cf. “El ´afecto materno` en la
devoción a María. Sobre un aspecto de la vida cristiana, con aplicación
específica a la vida común de los consagrados”, La figura de María, I Simposio
de Teología y Evangelización, Salamanca, Ed. San Esteban, 1985, 277-286).
María, Madre y Maestra de Oración, que nos educa y suavemente nos
invita a subir al monte del Señor (cf. Is. 2,3), que es Cristo. Como sabemos,
María nos enseña todas las modalidades de oración, que Ella practicó.
Podemos pensar con qué fervor rezaría con los salmos, Ella, pobre de Yavhé,
ejemplar de fidelidad a la Alianza.
En la primera de las referencias bíbilicas sobre Ella, la vemos aceptando
el plan de Dios con su fiat generoso, que nos trajo la salvación. En casa de
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Isabel pronuncia su hermoso cántico de alabanza y acción de gracias al Señor
por las maravillas que ha hecho en Ella y por Ella. En Caná de Galilea la vemos
intercediendo por los novios, porque se le había acabado el vino, y logra el
mejor se habrá servido jamás en una fiesta de bodas. Ella también intercede
constantemente por nosotros, especialmente cuando nos falta el vino de la
oración y de la unión con Dios (cf. Lc.I, 1, 38 , 46-55; Jn. 2, 1-11).
Y la hemos visto en su vida, que es una meditación y contemplación
continuada de su Hijo Dios. Mujer “inmersa en Dios”, como nos recuerda el
bello canto de Ishah Betel. Si de algunos santos se ha dicho, como por ejemplo
de Santo Toribio de Mogrovejo, que “andaba siempre embebido en Dios como
un ángel”…, “Siemrpe atento al divino amor!”, ¿qué no podremos decir de Ella?
Su vida era una contemplación, una oración continua, como nos recomienda el
divino Maestro: “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc. 18,1).
Tenemos ejemplos y maestros de esta vida en Dios, de la mano de
María, en nuestra trayectoria congregacional y en los que nos han precedido.
Citando algunos. Tenemos a nuestro fundador de la Orden de Predicadores,
nuestro Padre Santo Domingo, el gran contemplativo itinerante, cantor de
María, juglar de María por los caminos. De su amor a la Señora y de su
fervorosa oración con Ella nació el rosario.
Esta excelente práctica mariana, completada por sus hijos, ha llegado
hasta nosotros en todo su vigor, bendecida y recomendada por los Papas, y
muy especialmente por la Santísima Virgen misma en sus apariciones. Es una
escuela de oración, como nos dice Juan Pablo II, en la carta apostólica
Rosarium Virgininum, uniéndose a sus predecesores, especialmente a Pablo
VI, en su exhortación apostólica Marialis cultus. El rosario es un camino para la
oración incesante, como afirma Jean Lafrance, desde el título de su libro
(Madrid, Narcea, 1989). El rosario es la oración del corazón, de Occidente. Su
oraciones del padrenuestro, avemaría y gloria, las más sublimes, nos
recuerdan los mantra de la oración del corazón de Oriente, u Oración de Jesús,
como la describe el Peregrino ruso, delicioso libro. La meditación de los
misterios del rosario es escuela de contemplación y de unión con Jesús y
María. Es un repaso y vivencia del citado capítulo octavo de la Lumen Gentium
(cf. Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 9, 13).
A cuántos santos más
de la Orden nos podríamos referir,
amantes de nuestra Señora, orantes a su lado! Entre tantos, recordemos
también a Santa Catalina de Siena, que nos ha enseñado la doctrina de la
celda interior, de la interioridad. ¿Y cómo no recordar especialmente a nuestra
Madre Teresa que tánto nos recomendó el amor y culto a la Virgen María, y la
práctica de su rosario, oración mariana por excelencia? Tenemos muchos
testimonios de su amor a la Señora.
Hoy se cita con frecuencia una frase, muy llevada y traída, atribuída al
teólogo Rahner, SJ : “El cristiano del futuro o será un místico, una persona que
ha experimentado algo o no será nada”. Pero hay que atribuirla primeramente
al pensador francés André Malraux, como me indicó Manuel Ángel Martínez,
OP, presidente de la Facultad de Teología del Convento de San Esteban, de
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Salamanca. La frase de Malraux es un poco distinta:
místico o no será”.
“El siglo XXI o será
Con la formulación de Ranher uno pensaba de qué futuro se trataría. Con
la de Malraux vemos que es referida a este siglo XXI que estamos
comenzado… Pero todavía no se nota mucho esta clase de cristianos llenos
de Dios… salvo honradas excepciones… aunque es una realidad que se
cumple dentro del corazón, que nos es fácil percibirla. Sin duda hay muchas
de esas almas, aunque no en tanto número o totalidad como parecen predecir
estos pensadores… Y menos en esta hora en que vivimos, que el fondo de la
vida parecen ser las prisas… un dinamismo incesante por todas partes, hasta
loco a veces. Aunque ha habido santos de una ingente actividad y muy intensa
contemplación, porque no se oponen. Pero todavía no se notan mucho, todo
está impactado de grandes atractivos y distracciones, de las prisas. Con
cierta frecuencia hasta la liturgia… y en sus textos, se contagian de estas
prisas. Recordarán el himno de laudes del jueves de la primera semana:
“Comienzan los relojes a maquinar sus prisas...” (Cualquiera se pone
nervioso…). Luego seguimos con el de la hora intermedia: “ El trabajo nos
urge, nos concentra y astilla…”. Y por último, el de vísperas: “Este es el
tiempo en que llegas, Esposo, tan de repente…”.
Es verdad que todos tenemos una raíz mística en lo profundo de
nuestro ser, somos hechos a imagen de Dios. Y más aún desde el bautismo,
que nos da la gracia, la nueva vida, semilla divina, llamada a seguir creciendo.
Dios nos invita a la unión profunda con El, colaborando en el desarrollo de la
gracia bautismal. Qué bien nos ha hablado de esto el padre Arintero, OP, uno
de los precursores del Vaticano II. Hay en la base del ser humano cierta
exigencia de la vivencia mística, una sed de Dios, del agua viva (cf. Jn., 4, 14),
una nostalgia…, que se traduce en un ansia y búsqueda de la felicidad, como
una especie de connaturalidad con esta exigencia, que se da en toda persona,
y que no se sacia sino cuando descansemos en El… Por eso el ejemplo de la
profunda vida mística de María, la cumbre de la oración, es modelo para todas
la religiones, porque todas aspiran como meta a la unión con Dios.
Recordemos el caso de no pocos convertidos, concretamente algunos
del siglo XX, que han buscado la unión con Dios con ansia. Recordemos el
hermoso ejemplo de los filósofos esposos Jacques Maritain y Raisa. Buscando
insistentemente la verdad, las ciencias, la filosofía, la literatura, el arte…, les
dejaban un vacío, nada les llenaba. El también convertido León Bloy, les
ayudó en esta búsqueda insaciable. Les convenció de la importancia y dicha de
la santidad. Su frase repetida era: “La única tristeza que existe es no ser
santo”. Así, ellos comenzaron a caminar por caminos de oración y
contemplación, que sació su sed del agua que salta hasta la vida eterna… (cf.
Jn.4,14). Maritain decía que se quedaba estupefacto al observar el grado de
oración, profundadidad, altura a que había llegado Raiza, todo dentro de la
vida más sencilla y normal, pero con una gran fidelidad a su intensa oración…
(Es una gozada leer el Diario de Raiza).
Las grandes bases para llegar a la contemplación son el silencio, el
silencio interior, la soledad, y la humildad. La mística tiene, exige, su silencio…
Se necesita una larga fase de desierto espiritual. La soledad es el paso
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imprescindible para la contemplación, la intimidad y unión más profunda con el
Señor. Necesitamos procurar en nuestros días un amplio margen para el
descanso sosegado en Dios.
Nosotras también tenemos un lugar donde retirarnos, y huir de tanto ruido,
o protegernos: nuestra celda interior, y es portátil y viajera con nosotros (hoy,
que abunda lo portátil…). . En ella podemos permanecer como blindadas
contra los ruidos exteriores. Necesitamos la vuelta al corazón, como nos lo ha
enseñado nuestro hermano Moratiel.
María nos sigue llamando, y el Señor sigue tocando a nuestra puerta. Lo
que ocurre es que solemos decirle que le abriremos mañana… para mañana
responder lo mismo (otro himno de la Liturgia, como sabemos, tomado de
Lope de Vega). María es especialmente Madre y Maestra de contemplación y
a esta vivencia nos quiere siempre llevar, coronamiento y cumbre de toda vida
espiritual.
Por eso el Señor insiste una y mil veces, como leemos en el Apocalipsis
(3, 20): “ Mira que estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la
puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo”... ¡Cenar con el Señor,
vivir su vida, su persona, ser totalmente suyo! Pero el Señor no viene solo,
viene con su Madre. Ella lo acompaña siempre, hasta las últimas cimas a las
que pueden llegar las almas. Es una ingratitud tremenda y un error tamaño
pensar que Ella a esa hora de la unión transformante se retira… como si Ella
estorbara… Es una gran ignorancia pensarlo! Ella no estorba nunca! Ella
sabe que nuestro vino es más bien escaso, y se lo dice al Hijo, Ella tiene la
llave de la bodega, y entonces, cuando Ella está presente, la maravilla!
porque el vino se multiplica, lo multiplica Jesús, y entonces es más dulce la
“cena que recrea y enamora”… (cf. San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual,
14). A esta intimidad profunda somos llamadas y nuestra Madre y Maestra, la
Virgen María, nos ofrece su mano, sus desvelos maternales.
¡Alma, persona para Dios nacida!, en qué te entretienes en el camino?
“¿Qué hago, en qué me ocupo, en qué me encanto? Loco debo de estar pues
no soy santo!” Y nuestra Madre Teresa, en sus últimas horas, antes de partir
al Padre, nos ha repetido esto: “Locos somos si no somos santos! Aprovechad,
,hijas, y no desperdiciéis el tiempo”... (Declaraciones juradas de testigos, en
Consuelo E. Pérez R.: Abecedario de la Madre Teresa, 1986, n. 343).
Y nuestra Madre y Maestra nos seguirá llamando hasta el final. Nos
llamará a través de todas las advertencias, consejos, acontecimientos, nos
hablará en lo profundo de nuestro corazón, para repetirnos sin cesar su lección
maternal, magistral, que lo resume todo: ”Haced lo que El os diga” ( Jn. 2, 5).
Agueda María Rodríguez Cruz, OP
Congregación Santo Domingo
Profesora emérita de la Universidad de Salamanca
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