columna //T15 TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 13 de abril de 2013 Una noche en Costa Mosquito S SUPONGO que les ha pasado, cambiar radicalmente la lectura sobre algo que vieron o leyeron. Y que esa nueva mirada se instala y germina y con sus brotes enlaza ideas que andaban perdidas por ahí como papelitos entre páginas. A lo mejor puede sumarse el acto caprichoso y casual de estar sumergido en una compilación de artículos de Zadie Smith que justamente se llama Cambiar de idea (Changing my mind), y que, aunque sea desde el título, alude a esta infrecuente condición de ser capaz de no estar tan de acuerdo con lo que uno estaba bastante de acuerdo hasta hace unos momentos antes. Smith usa la literatura como pivot, pero también el cine y básicamente refuerza la idea del arte (y todas sus carambolas) como circulación de sentido. Ya que sábado por medio aprovecho este ejercicio para meterme en algún berenjenal, pues berenjeneemos. Todo empezó en una trasnoche involuntaria en la que terminé enganchado con una película que no había vuelto a ver desde su estreno, allá por el ochenta y tantos: La Costa Mosquito, de Peter Weir. Bodrio para algunos, gran película para otros, crítica aparte, lo que me atrapó en esta vuelta fue un desplazamiento brutal de perspectiva. En su momento la vi des- de los ojos del hijo adolescente, que es desde donde está contada. Y esta vez, con horror, me vi en el padre. La Costa Mosquito es la historia de un hombre obsesionado con sus convicciones. Convicciones que se han esclerosado a tal punto que se han convertido en rigideces incuestionables. Harrison Ford hace una brillante y compleja interpretación de un padre de familia que entiende Quizás exagero, quizás no, pero esa madrugada se instaló como nunca esta noción de que la responsabilidad de la crianza tiene un filo que deja cicatrices y que la idea de la infalibilidad paterna puede causar dolor. que la civilización americana está definitivamente perdida y se desbarranca sin remedio. Genio, loco, inventor, egocéntrico, se erige sobre sus propios miedos para tomar la decisión de arrancar a su familia de una vida rural y aturdida y llevársela a una jungla costera en Centroamérica, fuera de toda influencia del sistema: la costa de Mosquitia. Podría decirse que Mosquitia es un lugar abandonado de la mano de Dios, así se la muestra, Por Martín Vinacur pero parte fundamental del relato es la presencia de un pastor que insiste en imponer la Palabra entre los temerosos aborígenes. Sin embargo, la genialidad de la simetría reside en la esencia de todo utopista: Allie Fox -así se llama el personajees, después de todo, también un creador, y lo que precisamente pretende es engendrar una nueva civilización a su imagen y semejanza, tomando como armazón la inflexibilidad moral y un estrictísimo racionalismo laico que deriva de la ciencia. En definitiva, y a pesar de pararse en otra ética, Fox es otro Padre Creador. Y por lo tanto, como presumimos, todopoderoso y omnipotente. “Crecí con la convicción de que todo lo que decía mi padre era verdad”, dice un jovencísimo River Phoenix (y que jovencísimo permanecerá) antes de verse sumergido en la aventura de un loco bienintencionado. Un loco que no es nada menos que su padre. Y en este marco se movió mi horror. Ver cómo el personaje de Harrison Ford acarrea a quienes más quiere a su utopía con fórceps. Ver cómo pretende inocular su punto de vista absoluto. Ver cómo mina la confianza y la autoestima de sus hijos ante la más mínima duda, ante el cuestionamiento o el simple cansancio. Y, ante la más privada y profunda vergüenza, me vi. Me vi retando. Me vi repitiendo cosas que alguna vez escuché de mi propio padre y que, recién después de decirlas, tarde, pude entenderlas. Me vi impartiendo reglas ridículas que me aparecían desde algún lugar, reglas que a toda costa me avergüenzan y me cuesta desprogramar. Quizás exagero, quizás no, pero esa madrugada se instaló como nunca esta noción de que la responsabilidad de la crianza tiene un filo que deja cicatrices y que la idea de la infalibilidad paterna puede causar dolor. Cuántos padres, en cuántas familias, están tan seguros de su certidumbre que son incapaces de ver la infelicidad que pueden estar causando en sus propios hijos. En el relato, River Phoenix, el hijo mayor, va construyendo paulatinamente su pequeña rebelión, tomando distancia desde una procesión interior que se demora en llegar porque justamente lo lleva a darse cuenta de que, al obrar por sus propias ideas, al cambiar de perspectiva, está tomando el lugar del padre. Y eso, en nuestra cultura, tiene un tiempo y un lugar. Y, fuera de esas coordenadas, es inaceptable. Por lo que fuere y por adelantado, perdón. Publicista de Aldea Santiago