tipos de fidelidad sexual y modelos éticos subyacentes

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ANDRÉ GUINDON
TIPOS DE FIDELIDAD SEXUAL Y MODELOS
ÉTICOS SUBYACENTES
Pattems of Sexual Fidelity and Ethical Paradigms, Eglise et Théologie, 11 (1980) 111153
En vano escudriña uno la actual literatura cristiana para hallar sobre el tema de la
fidelidad como realidad sexual alguna teorización con contenido significativo. La
fidelidad que muestran en general montones de libros que han salido sobre el
matrimonio cristiano y el voto de celibato es, a la vez, romántica y peligrosa. El diseño
de esta fidelidad es un buen ejemplo de esquizofrenia. La mitad de ellos se expresan con
un lenguaje beatífico de ángeles: promesas, amor perdurable, generosidad, gratuidad,
esperanza. La otra mitad, con un lenguaje menospreciativo de bestias: evitar
"infidelidades" genitales y los problemas que ellas suscitan cuando un cónyuge, un
religioso o un sacerdote "sucumben" o planean de algún modo el cambio de su
compromiso sexual, contingencia automáticamente equiparada con la infidelidad
genital.
El discurso ético cristiano sobre la fidelidad sexual se compone, por tanto, de elementos
dispersos y predominantemente negativos, situados en el contexto de la indisolubilidad
matrimonial o en relación con los votos perpetuos. Para cualquiera que piense, como yo,
que la sexualidad humana ya no es reducible al establecimiento de un vínculo
privilegiado con un cónyuge de otro sexo, como no lo es tampoco a una función
procreadora o a una experiencia placentera, tales conclusiones son crasas, insuficientes
e inaceptables. Son una traición a la penetrante inteligencia judeo-cristiana en la
naturaleza social e histórica de la sexualidad humana responsable.
A medida que uno reflexiona sobre estos escasos elementos, empiezan a emerger ciertos
tipos de pensamiento a partir de los datos generales sobre la fidelidad. Puede ser, por
tanto, que muchos autores cristianos no reaccionen simplemente con sus inveteradas
alergias sexuales, sino que su discurso sobre la fidelidad venga también determinado -y
quizás más decisivamente- por la referencia a un trasfondo más amplio, que sería un
modelo ético general a partir del cual trabajarían más o menos conscientemente. Pero,
debido a la notable delgadez de la vena filosófica que circula a lo largo de la historia de
la teología moral convencional, nuestro tema es tratado, en general, bastante
pobremente. Poner ahora de manifiesto este nivel oculto puede, por tanto, resultar útil
para ulteriores estudios.
Las muestras, tomadas principalmente de la literatura asequible en los mundos
francoparlante y angloparlante, ponen de manifiesto tres distintos modelos éticos o
estructuras mentales que condicionan nuestra hermenéutica de las realidades morales.
Podemos estar de acuerdo en la identificación de un modelo sin estar de acuerdo con él
o, como indica T. S. Kuhn, "sin ni siquiera intentar una plena interpretación o
racionalización del mismo". No por eso se impide que el modelo guíe el pensamiento y
la teorización ética.
Debería quedar claro desde el comienzo que tratamos directamente de las realidades
estructurales más que del contenido. Al escribir sobre la fidelidad sexual, ningún autor
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cristiano descarta la responsabilidad personal, las instituciones sociales, las promesas, el
pasado, el presente y el futuro, las relaciones interpersonales o Dios Pero, dentro de un
modelo ético dado , todos estos elementos se relacionan entre sí, se interpretan y se
valoran de un modo tan distinto que la fidelidad sexual recibe significados totalmente
nuevos cuando se pasa de un modelo al siguiente.
En lugar de un análisis atemporal, este artículo presentará tres conceptos sucesivos de
fidelidad (sexual) con su respectivo modelo ético subyacente. Los límites de cada
esquema mental y los conflictos teóricos y prácticos que genera, ocasionan
gradualmente, en personas individuales o en grupos de persona s o en la cultura como un
todo, una crisis que estimula la transición a un nuevo modelo. Por eso, más que en los
posibles méritos del primero e incluso del segundo tipo de fidelidad, se insistirá en las
deficiencias que explican la aparición del siguiente.
Aunque a veces arriesgo una conjetura informada sobre el marco histórico de cada uno
de estos modelos, su desarrollo dialéctico, sus méritos relativos e incluso su secuencia
lógica, no pretendo hacer definiciones exactas sobre estos puntos. El objetivo del
presente análisis consiste más bien en identificar los tres conceptos Sobre el telón de
fondo de su respectivo modelo ético y clarificar así los presupuestos sobre los que los
cristianos fundamentan sus posiciones por lo que se refiere a los temas corrientes de la
fidelidad sexual. Debería tenerse bien presente que se trata de una descripción concisa
en la que por mor del argumento principal, se dejan de lado muchas de las distinciones
más sutiles.
I. FIDELIDAD INSTITUCIONAL
A) Presentación del tipo por sus defensores la fidelidad, aparte de la justicia
La fidelidad parte de la justicia
Entre las denominadas presentaciones "tradicionales" de la doctrina cristiana sobre el
matrimonio y el voto de celibato, el concepto más difundido entiende la fidelidad como
aquella parte de la justicia por la cual uno cumple sus promesas. En esta
sistematización, la religión es una destacada "parte potencial" de la justicia. Se recurre,
por tanto, a los votos y juramentos para revestir las promesas humanas con significados
religiosos y poderes numinosos.
En el contexto del matrimonio, este discurso teológico reduce generalmente la fidelidad
a la fides de Agustín (uno de los tres "bienes del matrimonio"), es decir, el "débito
marital" satisfecho al cónyuge y sólo al cónyuge. Empezando por algunos moralistas del
siglo XIV, el tomarse por la fuerza el débito de la otra parte (¿o se trata de privilegios
masculinos?) para evitar la propia infidelidad genital, se presentó incluso como un acto
meritorio.
Reaccionando contra esta interpretación tan fuertemente contractual y ásperamente
física, teólogos recientes, como P. F. Palmer, han defendido una noción del matrimonio
como alianza, "una relación de mutua confianza y fidelidad". Si el contenido es
ciertamente más aceptable, el esquema mental no ha cambiado sustancialmente. La
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fidelidad tiene todavía mucho de asunto de justicia que proviene de una convención
social vinculante o de un acuerdo solemne.
En la práctica, al tratar temáticamente de la fidelidad como justicia se le presta una
calidad objetiva dentro de la clasificación de las relaciones jurídicas. Nuestros autores
se refieren a la fidelidad en términos de cierta compensación debida a otra persona
como un derecho objetivo. En el caso del matrimonio esto se llama propiamente
indisolubilidad. En la práctica, pues, ambas nociones se asimilan, en este primer tipo.
Cuando Paul Anciaux, por ejemplo, escribe que la fidelidad es una propiedad esencial
del matrimonio y que ella constituye el mismo fundamento del compromiso mutuo, es
difícil que piense en una cualidad del corazón.
Un objetivo exterior, institucional
Como realidad institucional que es exterior al encuentro amoroso, se asigna
necesariamente a la fidelidad sexual un objetivo exterior, institucional: la perpetuación
de la especie humana. Ya Agustín señala el "bien de la prole" como objetivo principal
de la fides. Tomás de Aquino mantiene la posición, los autores de textos de teología la
repiten, los papas todavía la enseñan.
Los requisitos exteriores e institucionales de la fidelidad sexual son tan firmes que,
además de concebirlos como una ley objetiva, los autores cristianos tienden a
personalizar esta ley todopoderosa. A veces se refieren a ella como si fuera un
protagonista en el matrimonio, una parte a menudo más amorosa y cuidadosa que los
mismos esposos. Esta ley de fidelidad se convierte en la norma definitiva de las
decisiones morales en los asuntos matrimoniales, porque romper la ley produce
desorganización social, trastorno y caos...
¿Cómo establecen los seres humanos -pregunta William May- este tipo de relación
objetiva que "es incondicional, irrevocable y que para su vigencia depende solamente de
la continuación en el ser de los mismos que han sellado la alianza"? Por una electio, una
palabra dada y recibida, una decisión libre que es tan poderosa que llega a establecer la
unicidad de cada uno de los contrayentes para el otro, en lugar de que sea esta unicidad
mutuamente reconocida la que fundamenta el vínculo especial entre ellos. La "palabra
creativa, eficaz e irrevocable de los cónyuges de que serán fieles a sí mismos" produce
la realidad de la alianza.
Como todos los que trabajan con lo que llamaremos modelo I, May nunca explica cómo
los humanos, con o sin la gracia de Dios, son capaces de un acto creador tan
asombrosamente poderoso. Los que reconocen que algo puede fracasar lo atribuyen a
voluntades pecadoras o patológicas, nunca a un error inicial ni mucho menos a causas
positivas de desarrollo. Por consiguiente no se toman la molestia de explicar cómo el
Dios de los cristianos es el garante inamovible de una promesa que, dada por seres
humanos falibles, resulta que con el tiempo produce resultados moralmente malos para
todos tos interesados.
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Un enfoque voluntarista
De ahí que la fidelidad se convierta en piedra de toque de la fuerza de voluntad de uno.
Fidelidad es resistencia: a las tentaciones, obstáculos, fatigas, repugnancias,
ingratitudes, veleidades y rechazos. Hablando de la fidelidad al celibato sacerdotal, Juan
Pablo II insiste ante todo en que se trata de "un deber y una prueba de la madurez
interior del sacerdote". Dice también que Dios tiene el "derecho" de exponernos a la
tentación para probar nuestra fidelidad. Previamente, según A. Valsecchi, Dios es el que
proclama la inescrutable ley de fidelidad de nuestros compromisos. El Legislador
cristiano del matrimonio es, así, el garante de los términos de la alianza y, por tanto, de
la fidelidad de los que la sellan. Esto explicaría por qué los cristianos no han
considerado el matrimonio de los paganos tan vinculante como el propio: "los dioses
que garantizaron la fidelidad de los contrayentes no eran dignos de confianza" (Palmer).
En este sorprendente enfoque voluntarista y nominalista, los autores recurren a un
misterioso y milagroso amor redentor otorgado por Dios a aquellos que deben aferrarse
a una fidelidad humanamente imposible. El pensamiento de que la unión conyugal,
garantizada por poderes divinos, es permanente "independientemente de su voluntad o
deseo" debería alentar sobremanera la fidelidad de los cónyuges. T. Bovet llega al
extremo de comparar el matrimonio a un árbol en el cual el amor es la savia, pero la
fidelidad es el leño. Es la solidez de la fidelidad, no las fluctuaciones del amor, lo que
da al matrimonio su firmeza. Aun cuando el matrimonio es estéril, como un árbol
durante el invierno, el tronco seco de la fidelidad sigue allí todavía. Siendo, finalmente,
el signo eficaz de la fidelidad de Dios para con su pueblo santo y de la fidelidad de
Cristo para con su Iglesia, la fidelidad conyugal no puede ser diferente del vínculo de
amor divino y perdurable.
B) Limites del modelo ético subyacente
Podemos ahora determinar las características principales del modelo que, cuando se
sigue, lleva necesariamente a una consideración de la fidelidad como asunto
institucional. Este proceso de identificación no consistirá en un análisis teórico de sus
características abstractas, sino que procuraremos reconocer los rasgos del modelo
originante tal como brillan en la faz de una de sus criaturas: la fidelidad institucional.
Cosificación de las realidades morales
La más visible de estas características es la materialización de todas las realidades
interpersonales y morales.
La misma reducción de la fidelidad a aquella parte de la justicia que rige los contratos y
promesas, lleva más a considerar lo que uno tiene que lo que uno es. En materia de
sexualidad, fidelidad o infidelidad tienen que ver con exclusividad genital, o con
abstención, para fines procreadores. Peor todavía, empalman con la idea, enclavada en
el canon 1081 del Codex Iuris Canonici, de que las promesas realizadas el día de
bodas otorgan a los cónyuges el derecho imperecedero de posesión sobre el cuerpo de
su pareja.
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Este primer nivel de materialización viene reforzado por otro, el de la feminidad y
masculinidad. Cuando un hombre y una mujer se convierten en "una carne", el amor
marital restaura, casi físicamente, una unidad mítica originaria de las mitades femenina
y masculina de la humanidad. La ideología de complementariedad que se sigue es un
espejismo en el que la fidelidad- indisolubilidad se imaginan como un vínculo físico.
Una tercera forma, y más sutil, de materialización en el pensamiento que engendra la
fidelidad institucional, es la de los mismos valores morales. Parece, en esta literatura,
que los valores y principios morales tienen vida por sí mismos. Un valor moral debe ser
algo que goza de existencia independiente de calidad eminente y ejemplar, pues "ello"
reclama una absoluta obediencia y una praxis específica. Sólo una excesiva
materialización de la moralidad puede esconder el hecho de que los valores y principios
morales deben su misma realidad al acto con que un agente los actualiza. Ser fiel a una
promesa "in se", haciendo abstracción del objeto del contrato, de la condición real de las
partes contratantes y de la fe, perspectiva y ternura que movilizó el propio compromiso,
carece de sentido. Esta es la razón por la que ningún moralista serio ha defendido que
las promesas deban mantenerse y cumplirse siempre y bajo cualquier circunstancia.
y fatalista, vinculada a las necesidades reproductivas y a la complementariedad de los
géneros opuestos. Resalta como un bien absoluto y, de ahí, como un principio
infrangible de conducta. Tal materialización y absolutización es la peor de las idolatrías,
puesto que en ella los atributos del summum bonum se prodigan sobre los bienes
humanos y finitos.
Consideración exterior
Cuando se cosifican las relaciones interpersonales y las realidades morales, laexterioridad es también una característica predominante. Hipnotizados por el deiforme
"sí, quiero" que establece la realidad permanente asegurada por la fidelidad, nuestros
autores parecen satisfechos con que este acto se haya realizado debidamente, por
agentes morales capaces y libres (en cuanto esto es verificable desde el exterior en
tribunales de justicia u otros árbitros más oscuros). Luego prosiguen con la tarea de
prescribir los deberes de la fidelidad; deberes que no son la expresión de un significado
inmanente en el mismo compromiso amoroso. Pocos procuran analizar la estructura
interior de esta electio demasiado sublime. Pocos toman en consideración el hecho de
que todas las normas concretas y específicas, y todas las normas institucionales (la
matrimonial inclusive), no pueden ser nunca otra cosa que medios; tienen sentido sólo
en virtud del fin o fines perseguidos por los agentes morales que las emplean.
El exteriorismo que bloquea incluso distinciones elementales de fines y medios en el
análisis moral, produce efectos similares para la comprensión del plano sacramental de
las .mismas realidades. Se da por supuesto que los matrimonios "por la Iglesia" son
matrimonios "en el Señor". Cuando el supuesto es falso, como sucede a menudo, ¿no
estamos obligando a los esposos a una fidelidad que, bajo muchos aspectos, será
meramente formal y posiblemente alienante? En lugar de considerar la fidelidad como
una exigencia que se consolida a medida que el vínculo marital se estrecha, se ve como
una marca jurídica indeleble. El cómo esta señal en el ser de los esposos los transforma
en reales participantes de su mutua perfección en Cristo, sigue siendo un enigma.
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Carácter retrospectivo, sin sentido creador
Cuando las normas de moralidad se han materializado y exteriorizado, la tendencia
general es de buscarlas "en alguna parte". Este "lugar" de acciones prescriptivas y
prefabricadas sólo puede situarse en el pasado. El modelo I de moralidad tiene, por
tanto, la característica de retrospectivo. Tiende a ser tan atemporal e inmutable como la
imagen de sociedad estable que su manera de pensar fomenta. La historia se considera
cerrada, puesto que todo lo significativo, creador y poderoso sucedió in illo tempore,
en el tiempo de los mitos. De ahí que los teólogos del modelo I no lean la enseñanza
bíblica referente a la fidelidad indisolubilidad como una inspiración para el deseo
creativo del amor. La ven más bien como un precepto de imitar el matrimonio
indisoluble de Cristo con la Iglesia. Desde aquel "tiempo" prodigioso los seres humanos
vienen regidos por la ley de la inmovilidad.
De ahí se sigue que la fidelidad no tiene ningún sentido creativo: representa la rigidez
por la cual uno se aferra obstinadamente a su pasado. Parece que los hombres y mujeres
fieles han sacrificado sus vidas en aras del mito juvenil de sí mismos. No estamos lejos
de la antigua actitud de honor, rígida y aristocrática; el apego a la propia gloria (y de la
propia familia) que, por la insistencia exterior, mimetiza a la auténtica virtud.
Como observó puntualmente Christian Duquoc, los autores que mantienen esta idea
poseen una teología muy abstracta, incapaz de poner de relieve una significación que se
despliega históricamente á través de las relaciones interpersonales.
Corrección exterior, sin libertad de elección
Una moralidad que aguarda sus normas del pasado, necesariamente se vuelve
prescriptiva. Algo es bueno o malo porque lo manda o prohíbe cierta Autoridad remota
y misteriosa. Los que no se ajustan a ello son infieles, aun cuando puedan ignorar
totalmente su herejía, Cuando los escolásticos medievales pusieron a los paganos la
etiqueta de "infieles" (absolutamente infieles porque no son discípulos de Cristo),
forjaron el ejemplo perfecto de una infidelidad sin ningún significado interior. Es
infidelidad (o fidelidad) por la simple no conformidad (o conformidad) con un esquema
institucional predeterminado.
Lejos de presentarse como los heraldos de la libertad de elección, los moralistas que se
mueven dentro del modelo I dan la impresión de empeñarse en un extraño esfuerzo por
redimirnos de la dignidad de ser libres. Les confunde nuestra caprichosa sensibilidad y
reaccionan ansiosamente recurriendo a los esfuerzos sociales para sujetar las vicisitudes
del homo sentiens. Parece que no creen efectivamente que la "vida prudente" es propia
del homo sapiens. Lo más que podemos esperar de sus amonestaciones morales es que
los clientes que se ajustan a ellas puedan un día instalarse en una inestabilidad
continuamente inhibida y llegar a considerarla como fidelidad. ¿Es la fidelidad
institucional otra cosa que esta corrección exterior que, como la hipnosis o los sedantes,
impide que la gente con ansias de sentido cree problemas a instituciones sin espíritu?
En la atmósfera sofocante de la ética prescriptiva, la sexualidad, como todos los demás
bienes humanos, siempre se fundamenta en razones extrínsecas a sí misma. No puede,
por tanto, vivirse como castidad, sino meramente como continencia, las más de las
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veces un acto de violencia a la carne. Ser fiel sólo puede significar "no ser infiel" por
mor de una institución matrimonial que se considera esencial para la procreación y para
la educación de los hijos.
La "buena conciencia", superficial
Si la fidelidad institucional y el modelo ético que la sostiene son algo así como
acabamos de describirlas, las deficiencias morales de este primer esquema son tan
evidentes que su permanente popularidad en la literatura teológica llega a
desconcertarnos. En él, los seres humanos no están dotados realmente de una capacidad
interna para discernir su propia identidad original y para construir su verdad práctica a
través de un proceso continuo de ajustes y de integraciones en la medida en que se
relacionan responsablemente con los demás y con su mundo. En lugar de esto, se les
otorga un simulacro de libertad de elección: el derecho de hacer todo lo que no esté
claramente prohibido por la ley.
En este sistema las personas que, siguiendo las opiniones autoritativas de los
entendidos, actúan con "buena conciencia", no pueden errar puesto que ser moral
consiste en obedecer la ley tal como la presentan sus intérpretes autorizados. La
cuestión moral básica no estriba en tomar una decisión responsable que dignifique la
condición humana de uno, sino en mantener la voluntad de hacer caso de las voces
autoritativas. Si un célibe voluntario evita las aventuras sexuales por miedo instintivo o
por ausencia de capacidad generativa, o si un cónyuge rehuye el adulterio porque, él o
ella, carece de espíritu de conquista o teme las represalias de la otra parte... río viene al
caso para la fidelidad institucional. Una fidelidad muerta, no es objeto de calificaciones
morales de esta naturaleza.
Lo que el agente moral obtiene de este esquema ético es una cobertura de seguridad
bajo la forma de "buena conciencia". No sabe si su fidelidad sexual le ofrece una buena
coartada para no examinar la verdad del asunto. Cuando las realidades humanas no
tienen consistencia propia, cualquier cosa se pone al servicio de las necesidades de
seguridad exterior. Algunos llegan a concebir el sacramento del matrimonio y
especialmente el voto de castidad como una inmolación mágica del yo para convertirse
en un mero objeto en manos del Poder sagrado. El yo se suicida en aras de la seguridad
definitiva del mismo. No es necesario añadir que esto representa una patología de lo
sagrado en lugar de su anatomía normal. Con todo, la fidelidad institucional alimenta
este cáncer.
II. FIDELIDAD PERSONAL
A) Presentación del tipo por sus defensores
Encontramos en la literatura cristiana un concepto de fidelidad fue rtemente personalista
que viene a reemplazar al agotado concepto institucional y que se infiere de un modelo
ético enteramente distinto.
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Fidelidad de las seres finitos a la misma fuente del ser .
En 1929 Gabriel Marcel con emoción deja constancia de su idea recientemente
adquirida, la que determinará y unificará todo lo que él (y otros después de él) tendrán
que decir sobre la fidelidad. "Del ser como lugar (le lieu) de la fidelidad. ¿Cómo es que
esta fórmula que surge en mi mente en un momento dado, tie ne para mí la inspiración
inagotable de un tema musical? El acceso a la ontología. La traición como el mal en sí
mismo".
La fidelidad está en proporción directa con el ser: su solidez, su calidad, su coherencia,
su creatividad. La verdad que trasciende el mero "devenir" y que puede fundamentar la
fidelidad no es exterior al sujeto y no lo alcanza por medio de un dictado exterior ni por
medio de un estímulo agradable. El ser auténtico de uno, el que se esfuerza por su
subsistencia y aspira a la perfección más allá del flujo del mero devenir, es el único
principio adecuado y soberano de la fidelidad humana. Se es fiel en la medida en que se
quiere eficazmente aquello de lo que el propio ser está sediento. Mantener el contacto
con el auténtico yo es, por tanto, la clave de la fidelidad realizada.
Uno de los más destacados pensadores católicos y maestros espirituales hoy día en
Francia, Marcel Légaut, insiste en que se requiere el acceso a la verdadera interioridad
si se quiere progresar hacia una madurez plenamente humana. La exigencia íntima que
se debe descubrir, arraigada en lo más profundo de la humanidad de uno, ilimitada e
infinita, no admite ninguna restricción en la fidelidad a ella. Ni exige nunca del agente
nada que pueda resultar nocivo o irrealizable, puesto que se nutre de sus sustancia más
íntima.
Esta profunda experiencia de fidelidad como búsqueda del propio ser para trascender la
fluctuación temporal, se considera -en la filosofía de G. Marcel- como el signo
característico de espiritualidad, la primera manifestación de la eternidad de uno. La
fidelidad establece este encuentro de nuestro ser en el tiempo con nuestro ser más allá
del tiempo, así como el encuentro del yo superficial con nuestro yo profundo. De ahí
que, al alcanzar por la fidelidad el último límite de lo que uno es, se experimenta la
inserción de la Trascendencia en la propia vida. La fidelidad a sí mismo viene marcada
por la impronta del Absoluto. Representa el reconocimiento continuo y efectivo de la
presencia del Trascendente en la propia existencia. Su valor depende de la eminencia
del valor ontológico de que da testimonio. En este modelo ético Dios pasa a ser el
fundamento de la fidelidad dentro de la persona.
Fidelidad primaria y fidelidad secundaria
Fundamentar la fidelidad a sí mismo en el Ser no nos explica que ella sea algo más que
sinceridad. La fidelidad es la sinceridad vivida en un tiempo histórico por ser un finito
que no puede extenderse instantáneamente a toda la realidad. La actualización de sí
mismo sólo es posible a través de opciones sucesivas, concretas y limitadas. Así es
como los seres humanos echan raíces en la tierra... y son quizá las criaturas que
experimentan más dificultades al hacerlo.
Si la existencia personal se adquiere gradualmente a través de compromisos limitados y
por nuestra fidelidad en llevarlos a cabo, deberíamos poder distinguir niveles de opción
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y de fidelidad que explicaran a la vez nuestra identidad y nuestro cambio a través del
tiempo. De acuerdo con la literatura de los años sesenta, Olivier Rabut mostró con un
ejemplo descriptivo y experimental cómo debemos admitir la existencia de una opción
fundamental como dinamismo básico de nuestra vida moral. Esta opción es
constitutiva del yo hasta tal punto que apenas podemos distinguir entre ambos. Es el
acto radicalmente humanizador, el "superacto" que está en la raíz de todas las demás
decisiones morales. Se ha suscitado una amplísima gama de cuestiones absorbentes
sobre la estructura, circunstancias, libertad, posibilidades de cambio, etc., de esta ilustre
opción. Pero en nuestro caso el problema existencia se halla en la articulación entre sí
de las diversas formas o expresiones de fidelidad. En efecto, si tiene que estar con
nosotros en este reino de lo provisional, la fidelidad a nuestro objetivo final debe
encarnarse de alguna manera.
Para dilucidar esta cuestión Maurice Bellet sugiere una distinción entre fidelidad
primaria y fidelidad secundaria. La primera corresponde al sentido definitivo a que uno
se entrega; la literatura cristiana entendió así primeramente la "vocación". Puesto que el
sentido constitutivo de la persona es, de hecho, una llamada y una relación con alguien,
dice Bellet, la fidelidad primaria se aproxima mucho a la misma fe. La fidelidad es la
forma singular de la fe, apropiada a cada uno de nosotros.
Un nivel menos denso de fidelidad se vincula con lo que la teología medieval denominó
"estado de vida" más que "vocación". En este sentido todavía se nos pregunta hoy por el
"estado civil". En efecto, la fidelidad debe tomar una forma de existencia, con su
estructura concreta, sus normas, sus funciones, sus condiciones sociales, sus
posibilidades limitadas. ¿Cómo podrá vivir de otro modo su vida terrena? Pero esta
fidelidad a formas peculiares de compromiso es secundaria. Para tener calidad moral, la
fidelidad a una "forma de vida" debe expresar una fidelidad más esencial a los
"objetivos de vida" fundamentales.
En un momento dado del tiempo, puede ser que la fidelidad primaria tenga que hallar
nuevas encarnaciones. Recurrir demasiado pronto en tales casos al vocabulario de
infidelidad es quizá una mala inteligencia de que las razones que fundamentan la
fidelidad secundaria no son todas "objetivas".
Fidelidad no cosificada ni sólo retrospectiva
La fidelidad debe interpretarse como verdad ética, la cual es siempre verdad personal
que debe ponerse en práctica. Sus realizaciones no son logros cuantitativos introducidos
en el mundo de los objetos, sino que modifican cualitativamente al mismo agente moral.
Pero las verdades morales sólo existen en la experiencia concreta y vivida. Antes de que
actuemos, la fidelidad no es sino una llamada. A medida que actuamos, descubrimos el
rostro auténtico de nuestra fidelidad.
Fundamentada en el ser, la fidelidad no recibe su valor de un orden de cosas que
correspondería a formas y experiencias pasadas. Sólo en la práxis actual se convierte en
su propio testigo. Recibe de sí misma la aprobación al alimentar el desarrollo de su
propio sujeto.
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Puesto que la persona fiel se descubre a sí misma en el obrar, se vuelve efectivamente
consciente de sus valores y de sus certezas morales a través de la interacción continua
con su entorno. El tiempo y el desarrollo histórico no se consideran como una erosión
de la fidelidad. En el modelo I parece que el tiempo se adjudicó para probar la fuerza de
voluntad durante todo el período que falta hasta que se otorgue el premio eterno a los
que han resistido la tentación. Aquí, por el contrario, el tiempo es una criatura más
benéfica. Su curso condiciona las verdades morales humanas. Sólo en la medida en que
transcurre por nuestras vidas, somos progresivamente capaces de discernir los distintos
componentes de nuestra verdad, de extractar las mejores secuencias de nuestra película
interior, de adquirir el sentido de la irreversibilidad de los acontecimientos
significativos, de descifrar su sentido vital y, finalmente, de reagrupar todos estos
elementos para construir un retrato pleno y unificado de quiénes somos realmente.
Fidelidad que asume la libertad y creatividad humanas
Los defensores de la fidelidad personal asumen el hecho de que la naturaleza humana es
libre y de que -como nos lo recordó con tanto énfasis el concilio Vaticano II la libertad
"es un signo eminente de la imagen divina en el hombre". Los que participamos de la
misma naturaleza, humana somos libres para discernir aquello en que consiste nuestro
bien, para empujar o no nuestro yo hacia los confines de la Trascendencia, y para
modelar mediante miles de opciones libres la figura concreta de nuestra propia
naturaleza, la que nos caracterizará eternamente. Cada día contribuimos a re-crear en
nosotros la naturaleza humana y, con nuestros contemporáneos, a aportar versiones
originales de la misma a nuestro mundo. Podemos reconocer, por tanto, que nuestra
fidelidad primaria tiene mucho que ver con la normatividad ontológica, con cierta
"necesidad" que emana del propio ser. Pero esta famosa inclinatio naturae (hacia su
propio bien) debe pasar por medio de nuestros orígenes vivos, personales, antes de
nacer a la existencia humana. La fidelidad sin libertad, o es patológica o es vicio.
Además, surgiendo del "ser", esta exigencia es una inclinación a ser, como seres
humanos y, por tanto, a ser libres. En cierto sentido, todos los compromisos -y, sobre
todo, la opción fundamental- apuntan a liberar al sujeto humano de la esclavitud, de la
alienación bajo todas sus formas, de todo lo que le impide ser perfectamente su propio
yo y producir frutos que no hubiese podido ni siquiera imaginar al comienzo de su vida.
Ninguna promesa es moral si no es esencialmente una promesa de ser digno de sí
mismo, un yo cuya dignidad radical es la libertad. Plenamente madura, la fidelidad es la
fuerza constante de la disciplinada devoción a la libertad. De ahí que, después de
Gabriel Marcel, la "fidelidad creativa", con sus connotaciones rebeldes, se haya
convertido en una expresión familiar. Estamos lejos de la fidelidad institucional.
B) Limites del modelo ético subyacente
Esto se debe a que la fidelidad personal tiene como telón de fondo un modelo ético
totalmente distinto. En lugar de partir de la premisa de que una acción humana es buena
o mala porque está mandada o prohibida, afirma que una acción está mandada o
prohibida (principalmente por el mismo agente moral) porque es buena o mala,
respectivamente. Desde el punto de vista de la filosofía es un modelo ético mucho
mejor. Su eminente elaboración clásica en la teología católica sigue siendo la Secunda
Pars de la Summa Theologica de Tomás de Aquino. La felicidad sustituye a la ley
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como principio fundamental de la ética. Las normas éticas se interiorizan mediante el
estudio de las virtudes y de la Ley Nueva. La prudentia pasa a ser la instancia decisiva
frente al modelo ético prescriptivo; esta prudencia es la virtud de la razón práctica por la
que uno procura que su vida tenga sentido coherente a través de las decisiones de cada
día. Esta ética autodeliberativa considera a los seres humanos como responsables de su
propia conducta en la búsqueda creativa del sentido último y de la integración.
Seria repetitivo insistir más en la estructura y los méritos evidentes de este modelo II.
Tendrá más interés señalar las características que explicarán, al menos parcialmente, la
emergencia de otro concepto de fidelidad vinculado con un tercer modelo ético.
La fidelidad personal, tal como nos la han expuesto los autores que hemos analizado, no
se presta a la crítica fácil o al ridículo. No sufre las debilidades inherentes a la fidelidad
institucional. Hemos de advertir también que los defensores académicos de la fidelidad
personal tienen en cuenta en su exposición los aspectos sociales e institucionales de la
fidelidad humana, así como los elementos interpersonales. Pero, al reaccionar contra un
modelo ético cosificado, exteriorizado, retrospectivo, prescriptivo y buscador de
seguridad, recalcan firmemente el elemento subjetivo y, con ello, ofrecen un concepto
que, en cerebros menos capaces, fácilmente se desviará del modelo original.
Uno de los probables fallos es la interpretación individualista en la que el ego, único y
aislado en su subjetividad, se convierte en la referencia definitiva de las decisiones
morales. El libro de Jean Gondonneau -una apología de las infidelidades conyugales
más que un análisis de la fidelidad- representa una opinión muy difundida de la
psicología popularizada "lo que me gusta" es la primera y última máxima de la buena
vida.
Muy relacionada con esta primera tergiversación viene la idea de "autonomía"
exacerbada, que es también una moda boyante del liberalismo racionalista occidental.
La idea de la autonomía humana como fruto del desarrollo personal parece irrefutable
en este momento. Pero siguen pendientes constantemente algunas preguntas enojosas
sobre ciertos presupuestos de esta opinión. La idea del desarrollo lineal, operativa en el
modelo científico actual, ¿no es más bien una ideología política que una afirmación
científica? Los principios racionales ¿son bastante poderosos para redimirnos de las
fuerzas deshumanizadoras que continuamente amenazan nuestra autonomía?
Finalmente, este modelo de tanto vigor intelectual corre el riesgo de permitir que
algunas de sus abstracciones se animen subrepticiamente con vida propia en algún cielo
platónico de "ideas separadas". El yo ideal puede convertirse en una figura dictatorial
que vive "allí", lejos de las realidades diarias y de los conflictos del yo real. Incluso el
yo se dividiría de nuevo en dos: una mitad noble, cognitiva y espiritual y otra mitad
baja, libidinosa y corpórea. Tal dicotomía no se halla en la mayoría de los defensores de
la fidelidad personal. Pero ¿no es desconcertante que nos hayan dicho tan poco sobre el
tema preciso de la fidelidad sexual? Trabajan más bien con abstracciones y proponen un
concepto ideal de la fidelidad personal.
ANDRÉ GUINDON
III. FIDELIDAD RELACIONAL
Encontramos un tercer grupo de autores, más preocupados por constituir la persona en
su relación con las demás personas que por asegurar la coherencia lógica del principio
de identidad en el dominio privado del yo.
Un análisis cuidadoso de los datos sugiere dos importantes advertencias que hay que
comunicar al lector desde el principio. 1) Los autores que usan el lenguaje de
"relaciones interpersonales" no transmiten necesariamente un nuevo concepto ni, mucho
menos, una nueva problemática. A veces "fidelidad interpersonal" u otras expresiones
equivalentes no son más que parte de un nuevo argot, cuando se piensa todavía en
categoría de fidelidad institucional o fidelidad personal. 2) Para tratar con acierto de la
fidelidad relacional como un nuevo concepto, un autor debe demostrar que ha percibido
claramente la estructura y los limites del concepto institucional y que ha asumido el
análisis personalista de la fidelidad.
A) Presentación del tipo por sus defensores
Relación de personas, comunicación y lenguaje institucional
No es ninguna sorpresa descubrir que el autor que explica con más energía el concepto
de fidelidad relaciona) sea Fierre de Locht, teólogo belga conocido internacionalmente
por su dedicación de. por vida a las parejas casadas. Puesto que el vínculo entre esposos
y entre padres e hijos es siempre un "vivir con", el tema es muy claro: "el problema del
compromiso y de la fidelidad sólo se plantea debidamente dentro de la experiencia
sinceramente vivida de las relaciones humanas". La fidelidad es "una manera de situarse
a sí mismo en relación con los demás, de vivir la relación interpersonal con un sentido
de entrega, ocupando el propio ser entero en una tarea común".
Todo lo que afecta a la verdad de las relaciones interpersonales, afecta a la fidelidad en
su raíz; porque, aun cuando la fidelidad es una virtud que tiene que ver con la duración,
no se es fiel al tiempo sino a alguien. Si las personas fueran inmóviles, la fidelidad no
tendría sentido, puesto que su relación quedaría agotada (o realizada) instantáneamente.
Pero se trata de seres libres que se reconocen e incluso se constituyen a sí mismos como
personas sólo en el proceso de interrelacionarse creativamente con los demás en el
tiempo. Cada individuo tiene bastante riqueza como para hallar dentro de sí muchas
configuraciones originales que le permiten mantener relaciones cualitativamente
diversificadas con una pluralidad de personas.
A medida que el proceso se desarrolla y se establece cierto "vivir con" entre personas, la
verdad de su correspondencia mutua se adivinará gradualmente mediante la
comunicación entre ellas. Este lenguaje interpersonal apunta más a la singularidad de
los sujetos que a juicios universales sobre ciertos objetos. A medida que se alcanzan
ciertos niveles de relació n, el lenguaje se vuelve más preciso y expresivo. Y las formas
y condiciones de este compromiso se verbalizarán conforme se alcanzan etapas
concretas del desarrollo de esta relación interpersonal. La institucionalización de las
relaciones interpersonales, donde quiera que se necesite, es un vínculo vivo, visibilizado
socialmente. Tal institucionalización visible sigue siendo secundaria, puesto que en
ética es más importante el sentido que su sanción legal. Partiendo de premisas similares,
ANDRÉ GUINDON
Karl Rahner llega a la conclusión de que el vínculo conyugal ayuda a formar la Iglesia
en medida no inferior a como es sustentado por ella.
La verdad del amor en el tiempo
Estos autores no fundamentan las relaciones interpersonales considerando las promesas
como contrato y la capacidad jurídica de hacerlas y mantenerlas. El amor vivido como
fidelidad es lo esencial del éxito de las relaciones interpersonales. La fidelidad es la
verdad del amor. En la medida en que el amor se dirige al mismo "yo" de otra persona y
no a una de sus cualidades (en tal caso la palabra dejaría de ser la apropiada) necesita
tiempo, puesto que la persona amada no existe en un instante, ni siquiera en el instante
privilegiado de la comunicación sexual intensa. El proyecto de amor, al hacerse
preferencia), abraza la totalidad del tiempo del otro. El amor, por tanto, se ofrece y se
recibe como una promesa y se vive como fidelidad. La fidelidad es la temporalidad del
amor confiado.
Si bien los tres conceptos de fidelidad se orientan hacia el tema del tiempo, sus
perspectivas difieren muy notablemente. En el primero, la fidelidad está en función del
pasado: evita la disolución del orden establecido por votos anteriores. En el segundo, la
fidelidad mira hacia el futuro: hace que el yo se oriente hacia su perfección definitiva en
la cumbre del proceso de desarrollo. En el tercero, la fidelidad celebra el presente como
grávido por la historia de las relaciones interpersonales y por la esperanza de una
comunión permanente.
La experiencia amorosa manifiesta también, en la singularidad de sus sujetas, la finitud
de la condición humana del amor. No hay que otorgar, por tanto, una falsa eternidad a lo
que en su momento debe terminarse (Mt 22, 23-33).
¿Fidelidad opuesta a libertad?
Paradójicamente, la autoliberació n implica la aceptación de la libertad de los que se
ama. "El acceso a la libertad -escribe Pierre de Locht- sólo puede obtenerse dentro de la
estructura de los vínculos puestos junto con otras personas".
Los defensores del concepto relacional de fidelidad afirman sin vacilar la coherencia y
el crecimiento del propio yo (la principal adquisición de la fidelidad personal). Pero
insisten, además, en que esto sólo se realiza por la gracia de la comunicación con otros,
puesto que el amor es el principio del crecimiento moral y el que salva de la
insignificancia. Los que se aman despiertan unos en otros respuestas creativas que, al
confirmarse recíprocamente, llegan a ser una fuente continua de renovación interior. En
la medida en que se ha alterado la interioridad de cada uno por la comunicación
amorosa, su presencia mutua se vuelve proporcionalmente necesaria para que tenga
sentido su misma existencia. La fidelidad del amor protege al yo de la dispersión
interior así como de los hábitos escleróticos que estorbarían sus necesarias
transformaciones.
El egocentrismo en las relaciones interpersonales impide encontrar al otro en su propia
verdad, en su unicidad como persona. Al no dejar que él o ella estén presentes en sus
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propias condiciones, uno no se relaciona con el "otro" tal como es en realidad. La
fidelidad relacional supone, pues, una gran percepción del "misterio del otro". Los
autores que mejor lo explican, insisten en el hecho de que quienes se aman de verdad, si
bien entienden que existen uno para el otro, reconocen también la cualidad absoluta de
"ser otro" de cada uno de ellos.
En este contexto se puede presentar una formulación de la fidelidad más conforme a la
experiencia de la vida que cualquiera de las que se habían podido enunciar antes: ser fiel
a sí mismo en la propia fidelidad a los demás tal como son realmente.
Se asume plenamente la sexualidad
La problemática específica de la moralidad relacional requiere un concepto sexual de
fidelidad. Por eso no es ninguna sorpresa encontrar un discurso sobre la dimensión
sexual de la fidelidad en los autores que sostienen el concepto relacional, como lo
encontramos en los partidarios del concepto institucional. Sus pareceres, sin embargo,
son antagónicos.
En un modelo ético en que el yo es fragmentado, el discurso sobre la fidelidad evoca un
doble don "de cuerpo y alma" el don del yo espiritual, para el que hay un sistema de
reglas; y el don del yo corporal, para el que hay otro sistema de reglas distinto. En
cambio, para la antropología sexual que acompaña a la fidelidad relacional, los seres
humanos son constitutivamente sexuales hasta tal punto que su yo nunca se revela en un
lenguaje asexual.
El hecho de expresar quiénes son, les hace, simultáneamente, más humanos de nuevas
maneras. El coito es la expresión privilegiada de este lenguaje de un yo íntimo hacia
otro, en el cual dos personas en la realidad desnuda de quiénes son, existen de una
manera nueva. Con su simbolismo, el lenguaje genital, cuando se habla de veras
(condición que puede tardar cierto tiempo en cumplirse) es constitutivo del vínculo
conyugal. Los llamados encuentros sexuales que no son de esta naturaleza no son
debidamente humanos ni humanizadores.
Si no procuramos fielmente dar sentido de quiénes somos a nuestra intimidad
compartida, la sexualidad no tiene coherencia como lenguaje. Pero de ahí no se sigue
que deban considerarse automáticamente incapaces de fidelidad las parejas que todavía
no han celebrado el matrimonio. El mismo constituirse del vínculo sexual es materia de
fidelidad sexual. Muchos que, conscientes de esto, deciden ser parejas antes de asumir
ninguna forma institucional de compromiso, experimentan la felicidad sexual quizá más
profundamente que muchas parejas legalmente casadas.
La fidelidad a los hijos suscita el mismo problema: ser fiel a sí mismo en la propia
fidelidad a los demás tal como son. Precisamente porque hemos dado la existencia a
nuestros hijos sentimos el problema más agudamente y, porque no tenemos bastante en
cuenta su libertad o la nuestra, lo resolvemos de manera alienadora para ambas partes.
ANDRÉ GUINDON
El misterio de Dios en la fidelidad del amor
Vivido con fe y fidelidad, el amor sexual es símbolo del misterio del amor de Dios por
nosotros y de su búsqueda apasionante de la humanidad, que culmina en la encarnación
de su propio hijo y su desposorio con la Iglesia (Ef 5, 22-33).
La presencia amorosa de Dios en el mundo es la base de nuestra esperanza en que al fin
fructificarán nuestras relaciones con los demás, a menudo desconcertantes. En ellas,
Cristo vive su fidelidad de alianza, y el Espíritu nos llama de maneras distintas e
inesperadas a una forma de comunión que va más allá de nuestras expectativas
limitadas.
A través del tiempo, la fidelidad revela la dimensión escondida de la gracia en nuestras
vidas. ¿No habla Jesús de una forma privilegiada de fidelidad sexual - la conyugal-, no
como norma y costumbre sino como milagro de gracia (Mt 19, 11), similar a la fidelidad
sexual del célibe por el Reino (Mt 19, 12)?
En el discurso sobre la fidelidad relacional, por tanto, los teólogos establecen vínculos
entre nuestras fidelidades terrenas y la fidelidad de Dios que no aparecen en los dos
modelos anteriores. Dios no se considera ni como el Garante exterior de nuestras
fidelidades institucionales ni como el Término trascendental y eterno de la
autofidelidad. La fidelidad de Dios en su alianza se entiende como comprometida en las
fluctuaciones y variabilidades de la historia porque en ella Dios asume el riesgo de
comunicarse con seres humanos libres.
A la vez que estos teólogos admiten que la fidelidad a un cónyuge y no la mera
fidelidad a sí mismo es sacramento del amor de Dios que no falla, también están
dispuestos a reconocer las posibles quiebras o derrumbamientos de los compromisos
interpersonales. Admitiendo que los sacramentos expresan una comprensión simbólica
de las realidades esenciales de la vida, estos teólogos no pueden entender cómo
situaciones de amor destrozado pueden simbolizar todavía la alianza amorosa de Dios.
B) Hacia la construcción de un modelo ético
El modelo ético con que se diseña el concepto de fidelidad relacional, manifiesta un
conjunto de características distinto del de los dos precedentes. Quizá estamos todavía
demasiado en el proceso de elaboración del mismo para poder llegar a un pleno acuerdo
sobre su estructura exacta. Pero algunos de sus trazos principales son indiscutibles. "El
fundamento de la moralidad es la experiencia del valor de las personas y su entorno"
(Daniel Maguire ). La reciprocidad amorosa como motor principal de la vida moral; la
comunidad como lugar de los hechos morales; la experiencia de la vida como contexto
de la opción moral; éstas son probablemente las ideas predominantes en torno a las
cuales se está organizando el modelo III. Se pueden reconocer fácilmente en el concepto
de fidelidad relacional.
CONCLUSIÓN
Tan pronto como se ponen al descubierto los modelos éticos que condicionan los
diversos discursos teológicos sobre la fidelidad sexual, la comunidad teológica se hace
ANDRÉ GUINDON
consciente de los . presupuestos e implicaciones de lo que afirma sobre este tema. Esta
percepción es más exacta en la medida en que se han reconstruido acertadamente los
tres conceptos típicos de fidelidad sexual; con lo cual se ha alcanzado el objetivo del
presente estudio.
La fidelidad instituciona l equivale a conformidad con convencionalismos pasados por
causa de coerciones bio-sociológicas y fatalistas. Estas tienen que ver con la
reproducción, con la complementariedad de los sexos y con cierto modelo social
divinamente preestablecido y que no puede quebrantarse sin que se siga un horrendo
caos. Practican, por tanto, la fidelidad sexual para estos objetivos específicos los
individuos predestinados para asegurar la supervivencia de la especie. Los que han
hecho voto de celibato practican una especie de fidelidad negativa en la medida en que
son "continentes" y se supone que canalizan su probada fuerza de voluntad hacia
empresas más espirituales. Para todos los demás, la fidelidad sexual es un valor
inasequible... si es que tan insulso deber de fidelidad es deseable en absoluto.
La fidelidad personal desvía la atención de los cometidos específicos de supervivencia
hacia los sujetos humanos cuya tarea principal consiste en llegar a ser plenamente
sujetos libres. En su nivel más profundo, la fidelidad es la disposición consciente y
fundamental de mantener efectivamente presente en la propia vida el bien definitivo.
Niveles secundarios de fidelidad pretenden complementar esta resolución virtuosa. Poco
se dice aquí explícitamente sobre el asunto de la fidelidad sexual. La insistencia en la
autonomía y en la construcción de sí mismo no facilita el discurso sobre una realidad
tan relacional como es la sexualidad. Pero el análisis de la fidelidad personal queda
sumido en el tercer tipo, donde la fidelidad sexua l recibe, por fin, un reconocimiento
adecuado.
La fidelidad relacional es la disposición consciente de mantener a través del tiempo la
calidad e intensidad de una presencia amorosa entre personas. Debido a que los seres
humanos han sido creados personas relacionales por su diferenciación sexual, ningún
lenguaje es más apropiado que el sexual para comunicar la intimidad amorosa entre
ellos. Identificarse como persona autónoma y sexuada y compartir históricamente la
propia intimidad con otras personas autónomas y sexuadas, es empeño de toda una vida.
La fidelidad sexual no es ni un deber de evitar la relación genital con quien no se ha
contraído matrimonio, ni una actividad reservada a ciertas categorías de personas, ni
meramente una actividad a tiempo parcial. Hablamos continuamente con los demás de
nuestro yo íntimo, mientras renovamos nuestras respectivas identidades a través de la
continuidad de este diálogo. La fidelidad sexual, por tanto, se requiere siempre.
Representa nuestra disposición fundamental de comunicarnos creativamente con los
demás a lo largo de nuestra historia con la verdad de quién somos cada uno y de quién
son realmente los demás.
Como saben muy bien los representantes de la fidelidad personal, ésta presupone una
sutil capacidad de mantenerse en contacto con el auténtico yo, guiados por la presencia
iluminadora de los propios intereses definitivos, por el continuo discernimiento de la
razón de ser de los propios compromisos y, podríamos añadir, por la voz de las propias
emociones. Pero la fidelidad sexual relacional requiere también la capacidad de expresar
este yo íntimo a otro de manera que sea siempre coherente con quien estamos
verdaderamente en relación mutua.
ANDRÉ GUINDON
Si este concepto de fidelidad ejerciera siempre su influencia en el discurso teológico,
podrían recuperarse las perspectivas dinámicas del Evangelio en lo que se refiere a las
exigencias de una fidelidad entendida como signo más bien que como precepto. Puesto
que tales requisitos van mucho más allá de lo que los juristas pueden especificar, en la
literatura teológica se tratarían de un modo mucho más radical que ahora los límites más aún, la misma legitimidad- del hecho de institucionalizar la fidelidad amorosa.
Habría también cierta esperanza de que los educadores se interesaran más que los
juristas por esta realidad cristiana fundamental.
Tradujo y extractó : AURELI BOIX
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