LA SUPUESTA DURINDANA DE ROLDÁN

Anuncio
SECCION 3.ª=ARTE.
LA SUPUESTA DURINDANA DE ROLDAN
Va cundiendo el error repetidas veces impreso en libros y revistas de arte
antiguo, de que la Real Armería existente en Madrid, encierra entre otros tesoros, la famosa espada de Roldan, el prefecto de la marca de Bretaña, una de
las más robustas columnas de aquel invencible ejército mandado por Carlo
Magno, que fué desastrosamente aniquilado por los indómitos Vascones en la
celebérrima rota de Roncesvalles.
No es de extrañar que muchos relatos fantásticos pululen al rededor de la
tradición trasmitida de generación en generación, con el riesgo consiguiente de
que al repetirla los padres a los hijos, imaginaciones vivaces adornen, alteren y
desfiguren detalles accesorios del hecho principal; y el personaje Roldan será
tal vez el que más ha dado pábulo a la fantasía popular, comentando sus fuerzas gigantescas y el filo tajante y el golpe contundente de su enorme espada.
Durindana denomina el trovador Théroulde en su Canto de Roldan, a la
legendaria espada del personaje franco; Durindana también la titula otro poeta
del siglo XVI; y aun cuando alguien escribe Durandaina y Durandina, las
variantes todas giran alrededor de la primera denominación, que también nosotros tenemos adoptada (a).
Al brazo de Roldan y a su tradicional espada evocan tantos lugares.....; las
piedras de Roldan en Urroz y en Aralar, la brecha de Roldan en el vecino Pirineo, la cuchillada de Roldan en Benidorm, la barra de Roldan en Massenet
de Cabrenys, la maza de Roldan en Esterri, la mesa de Roldan en Almería, el
salto de Roldan cerca de Tardienta, las fuentes y los pasos de Roldan en muDurenda se denomina en la Crónica falsamente atribuida al Arzobispo
(a)
Turpín, (1566), crónica arrancada de una novela histórica o historia novelesca con
el título «De vita Caroli Magni et Rolandi»
Durandat y Durandarte, la titulan Demmin y otros escritores.
—70—
chos puntos, testimonios son de cuanto se ha fantaseado sobre este personaje,
cual ninguno envuelto en la aureola de hazañas portentosas y deslumbradoras
proezas;
Los que venimos dedicando nuestra vida a propagar y descubrir verdades
históricas, no desertamos de nuestro puesto, ni invadimos terreno vedado, al
desvanecer errores más o menos difundidos, o salir al encuentro de equivocados
juicios en materia histórica; por esto he creído de oportunidad dedicar unas
líneas a deshacer el engaño de suponer que en el magnífico museo de D. Alfonso
XIII, la Real Armería, se aloja la que fué temida espada del Hércules aterrador, puntal incomparable de la solidez insuperada del Ejército de Carlo
Magno; insuperada, hasta el día tremendo de la extraordinaria derrota que abatiera totalmente su inmenso poderío en los desfiladeros de Roncesvalles.
El mal aprendiz que firma estas líneas, carece de autoridad y competencia
para oponer su negacíón a la hipótesis apuntada; alguna vez y acompañado de
persona competente en armería, gocé el deleite de recorrer aquellas salas, admiración de los extranjeros (los españoles, salvo contadas excepciones, vemos
allá mucho menos de lo que aquello representa), trofeos vivos evocantes de pasadas grandezas, recuerdos de industrias maravillosas, vestigios de glorias o
de infortunios, resurgimientos de adalides portentosos, conquistadores inmortales, Reyes Santos..... y no santos, Príncipes más o menos hábiles en el manejo
de las armas, guerreros que con su ingenio o su valor y su fe o su espada recobraron o ganaron para su patria, baluartes, castillos, ciudades y comarcas
aquende y allende los mares, en aquellos días, ya por desventura borrosos,
cuando «el sol no se ponía en nuestros dominios».
Llevóme a esa visita el afán de contemplar por mis propios ojos, las armas
labradas por ignotas diestras manos en nuestras fábricas navarras de Eugui y
de Pamplona, de las cuales (las fábricas y las armas) empiezo a reunir algunos
datos después de muchos años buscando y husmeando; datos que, Dios mediante, he de ofrecerte carísimo lector, en las páginas de este BOLETIN al que dedico parte de mis pobres afanes.
En la serie G del Catálogo de la renombrada Armería, numerada con el 22
y entre otras muchas espadas, encontrará el visitante una soberbia espada de
hoja muy larga (880 m/m X 073) y muy ancha, delgada y flexible, excelente
temple, provista de doble filo, punta roma, casi redondeada, sin lomo, acanalada y labrada en su centro en sentido longitudinal desde la espiga hasta el tercer
cuarto, terminando la labra en una crucecita potenciada en dos de sus brazos
y recruzada en los otros dos. La guarnición o empuñadura, de plata sobredorada tiene sus brazos en forma de espirales vueltas hacia abajo y terminadas en
tréboles, cubierta de labor de buril representando atauriques (a); en el centro,
Ataurique.— Ornamentación representando hojas puestas de frente en relie(a)
ve sobre el fondo; este adorno tiene origen arábigo.
—71—
se ve el escudo de León a un lado y el de Castilla al otro; el pomo hace juego
con la guarnición. La vaina, colocada al lado de la espada, ostenta un acentuado estilo arábigo y no de los primeros tiempos; lacerías de buena mano, pedrería, calados y filigranas la cubren completamente.
De esta magnífica pieza dice el Conde de Valencia de Don Juan en su hermoso libro «La armería real», pág. 204, «no hay sospecha de que esta espada perteneciera a Roldán, el vencido en Roncesvalles.» Igual observación me
había hecho ya mi acompañante y no era precisa después de contemplar su estilo, su decorado, ornamentación, etc., etc.
Pero aun es más digno de transcribirse lo que en su dicho libro agrega el
autorizadísimo Conde de Valencia de Don Juan, muy versado en estos asuntos,
«La infundada opinión de que perteneciera a Roldan, tuvo origen al parecer,
en el Reinado de los Reyes Católicos: en su inventario, formado por Gricio en
Segovia, (1503) al frente de la Sección de armas, como pieza de más valía, se
describe esta espada muy detalladamente, dándole el nombre de la «Joyosa de
Belcortar que fué de Roldán.» Felipe II dispuso la sacaran de aquel Tesoro
(Segovia) y la depositaran en la Armería; desde entonces sin interrupción ha
conservado aquel nombre.»
Termina su razonamiento el citado Sr. reconociendo que con frecuencia y
en todas partes se han fantaseado orígenes históricos absurdos y este es uno de
ellos al atribuir al sobrino de Carlo Magno, sucumbido el año 778, una espada
que debió ser fabricada cinco siglos después, pues el comentarista la cree del
siglo XIII y que tal vez perteneció a Don Alfonso el Sabio o a su padre San
Fernando.
Pero pudiera después de lo precedente, arguirse que eso es una sola contraopinión aunque al parecer fundada; y frente a esa objeción me es fácil aducir
el parecer terminante de otra autoridad irrecusable y que en estos tecnicismos
lleva la voz cantante y la batuta sin que alguien pretenda disputarle la supremacía: tal es el Sr. Don Enrique de Leguina, Barón de la Vega de Hoz (a),
juez supremo e insustituible para fallar este pleito: y para que no se me pueda
tachar de mal interprete, transcribo íntegro el artículo Durindana que en el
Glosario citado en la nota última, escribe el Sr. Leguina, (pág. 401 y 402.)
«Sustantivo burlesco que los delincuentes suelen aplicar a la espada de la
»justicia.
»Llegaron a mí y despojándome de la durindana, me dieron de palos tan»tos con ella..... (Vida y hechos de Estebanillo González)
Entre su numerosa bibliografía figuran los grandes libros siguientes: Glo(a)
sario de voces de armería, Madrid 1912.— La Espada: apuntes para su historia, Sevilla
1885.— L a espada de San Fernando, Sevilla 1896.— Los maestros espaderos, Sevilla
1897.— Espadas históricas, Madrid 1898.— Espadas de Carlos V., Madrid 1908; y otros
veinte libros más de asuntos muy afines, amen de su luminosísimo discurro «La espada Española.»
—72—
»Que pienso que la vaina de la dicha durindana há muchos años que está
»preñada, teniendo dentro de sí el intacto «Joanes me fecit. »(La Pícara Jus»tina.)
»En la Armería Real se conserva una preciosa espada atribuída a aquel
»famoso paladín, descrita de este modo en el inventario de Gricio: Una espada
»que se dice la joyosa del bel cortar, que fué de Roldan: es ancha al naci»miento como cuatro dedos é tiene por la canal unos cornadicos pequeños y
»encima de la canal una cruz de cada perte.
»En el Resumen de Abadia (a) se lee: «una que es tradición fué de Rol»dan, guarnecida de plata y piedras.
»Y están en más veneración,—decía Cervantes—que la espada de Roldán
»en la armería del Rey nuestro Señor.
»Tuvo fama la espada de Roldan de hallarse encantada y ser una de aque»llas circeas que figuran en los libros de caballerías, atribuyéndose esa cualidad
«a las reliquias engastadas en su empuñadura, compuestas de un diente de San
»Pedro, sangre de San Basilio, cabellos de San Dionisio y parte del vestido de la
»Virgen, por lo que deable mal faire ne li puet, dice la Chanson de Roland.
»Que la que se conserva en la Real Armería no fué la de Roldan, es evi»dente; parece del siglo XIII, opinando Don J. Bernadet que debió pertenecer
»a alguno de los Alfonsos, así como Martínez Romero suponía pudiera haber
»sido de Fernando III, por las armas de Castilla y León que figuran en el
»arriaz, y el Conde de Valencia a D. Alfonso el Sabio o a su padre D. Fernan»do. Esta última suposición carece de base suficiente, pues el Conde la apoya
»en que la Crónica de Alvar García de Santa María, al narrar la ceremonia de
»la entrega de la espada del conquistador de Sevilla, al Infante Don Fernando
»el de Antequera, dice, que la vaina de la espada estaba en pedazos con mu»chas piedras preciosas, pero no copia lo siguiente; tiró los brocales de la
»vayna uno a uno fasta que los tiró todos quince, y la vaina de la espada a
»que se alude, solo tiene cinco brocales. (Leguina.— Espadas históricas,
«Madrid, 1898.)»
Hasta aquí el Glosario del Sr. Leguina, que dice en nuestro sentido, cuanto
puede apetecerse y con claridad meridiana irrecusable. Andamos, meses hace
en persecución de otros datos, que si logramos apresarlos bajo nuestra pluma,
nos complacerá sobre manera exibirlos a nuestros lectores con la mayor suma
de detalles.
JULIO ALTADILL.
(a)
Resumen del inventario general de la Real Armería, año 1793.
Descargar