T opé con un pequeño grupo de perros, mejor dicho, no topé con ellos, sino que vinieron a mi encuentro. Había caminado durante un rato largo a través de la oscuridad, con el presentimiento de que se iban a producir cosas importantes –un presentimiento que resultaba engañoso con frecuencia, pues lo tenía siempre-, había caminado durante un rato largo a tras de la oscuridad, de un lado a otro, ciego y sordo para todo, impulsado nada más que por un impreciso deseo. Me detuve repentinamente con la sensación de haber llegado al lugar adecuado; levanté la vista y comprobé que el día era muy luminoso, sólo había un poco de bruma, todo lleno de oleadas de aromas embriagadores; saludé la mañana con unos confusos sonidos y, allí, como si los hubiera conjurado, aparecieron a la luz siete perros que surgieron de una incierta oscuridad haciendo un ruido espantoso, el más espantoso que jamás había oído. Si no hubiera percibido con claridad que eran perros y que eran ellos mismos los que hacían el ruido –aunque no podía saber cómo lo producían- , hubiera emprendido inmediatamente la fuga. Sólo por eso permanecí allí. Por aquella época no sabía casi nada del don de la musicalidad exclusivamente otorgado a la especie canina; había escapado hasta entonces a mi capacidad de observación, que se estaba desarrollando lentamente. Franz Kafka – Investigaciones de un perro Día de Libro 23 de abril de 2014