Daniel, el Mochuelo, se revolvió en el lecho y los muelles del

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opé con un pequeño grupo de perros, mejor dicho,
no topé con ellos, sino que vinieron a mi
encuentro. Había caminado durante un rato largo
a través de la oscuridad, con el presentimiento de
que se iban a producir cosas importantes –un
presentimiento que resultaba engañoso con frecuencia,
pues lo tenía siempre-, había caminado durante un rato
largo a tras de la oscuridad, de un lado a otro, ciego y
sordo para todo, impulsado nada más que por un
impreciso deseo. Me detuve repentinamente con la
sensación de haber llegado al lugar adecuado; levanté la
vista y comprobé que el día era muy luminoso, sólo había
un poco de bruma, todo lleno de oleadas de aromas
embriagadores; saludé la mañana con unos confusos
sonidos y, allí, como si los hubiera conjurado, aparecieron
a la luz siete perros que surgieron de una incierta
oscuridad haciendo un ruido espantoso, el más espantoso
que jamás había oído. Si no hubiera percibido con
claridad que eran perros y que eran ellos mismos los que
hacían el ruido –aunque no podía saber cómo lo
producían- , hubiera emprendido inmediatamente la
fuga. Sólo por eso permanecí allí. Por aquella época no
sabía casi nada del don de la musicalidad exclusivamente
otorgado a la especie canina; había escapado hasta
entonces a mi capacidad de observación, que se estaba
desarrollando lentamente.
Franz Kafka – Investigaciones de un perro
Día de Libro 23 de abril de 2014
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