PÁG. PAG.24| Diario EL TIEMPO Suplemento especial | INDIO SOLARI “De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué acepta una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volver a su trabajo”. H emos sentido la necesidad de contarles esto. Punto. Tenemos un cuento (no “del tío”, no un chamuyo) agitando entre nuestras entrañas, un cuento que nos hace creer que le estamos cobrando a la vida al contado, pues lo matizan tantos colores como los que pintan la escenografía montañosa de Mendoza. Toda historia es dialéctica, la Gran historia y las mínimas que anidan en su devenir, pues poco y nada cae del Cielo. Y en esa dinámica de tesis, antítesis y síntesis tal vez esté resuelto lo que para muchos es un porqué aún desconocido y elucubrado con dimensiones de Goliat, y que quizá algún día se les sentará en la palma de la razón para poder resolver el enorme enigma: ¿por qué ir a ver a Indio Solari? No vamos ciegos, no vamos sordos, no vamos insensibles, no vamos locos (en la acepción burguesa), no vamos porque sí. Cada cual conocerá las excepciones. Pero no hemos dado forma a este suplemento para atrincherarnos y asestar bólidos precisos. El mismo no viste las típicas prendas de un agudo y teórico dossier periodístico; desnudo de ellas se siente a gusto. La médula son los siguientes tres escritos: el recital al que, sostiene Luis, asistió el sábado por la noche, el ritual entre rituales que atrapó a Elo y a Eve y una historia brumosa que tuvo en Martín a su único testigo in situ. Esta introducción (de dudosa necesidad) aquí finiquita. Fuimos a ver a Indio -lo que siempre nos debemos como ilusión- al San Martín mendocino. Punto. POR SILVIO RANDAZZO JULIO CORTÁZAR Diario EL TIEMPO | PAG.3 P. 48 INDIO SOLARI | Suplemento especial el de la pasión Siempre jugando con fuego, EL SHOW DE INDIO SOLARI EN EL AUTÓDROMO DE SAN MARTÍN C ada vez me cuesta más discernir dónde empieza y termina un show de Indio Solari. Si desde que se escucha el canto tribal y luego la orquesta en la pista grabada, y nos llega el “Damas y Caballeros… Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado”. O si desde que se confirma el show y empezás a ver cuándo salen a la venta los tickets. O si acaso desde que ponés el culito en el asiento del auto y movés hacia la cita: la misa ricotera. Como seguramente el show no termina luego de que se apaga el último fuego artificial, cuando acaba el pogo más grande del mundo con Jijiji. Porque la procesión seguirá por dentro de nuestros cuerpos por varios días. El primer acorde sonó a las 21.33 con A los pájaros que cantan sobre las selvas de Internet. Se vió a un Indio Solari sin anteojos, enfundado en unos jeans con apliques y una camisa a rayas cruzadas en azul, negro, gris, blanco y celeste. A poquito de andar el show, lo notamos muy alegre, de buen humor y muy suelto. Sus primeras palabras para con el público fueron: “Son unos talibanes, cómo se gastaron tanta plata para venir al recital y no guardaron para las fiestas, para los regalos”. Allí confirmó con su organización que 150 mil personas habían entrado al recital. A mitad de semana, en conferencia de prensa, la productora había dicho que esperaban unas 50 mil personas, de acuerdo a la venta que llevaban. Se estima que asistieron alrededor de 120 mil o más, debido a que comenzado el show se liberaron las puertas e ingresó mucha gente sin entradas. Se registraron algunos incidentes entre el público que pugnaba por entrar de cualquier modo, la seguridad y la Policía. En las casi dos horas y media que duró el recital, la gente cantó con emoción las canciones interpretadas por Indio y su banda de sólida ejecución, como nos tiene acostumbrados. Una lista de 25 temas que incluyó 12 gemas de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y el resto de la etapa solista de Indio, casi todas ubicadas preferentemente en la primera mitad del show. Sonaron “Ceremonia en la tormenta” y la primera sorpresa con “Drogocop”, al igual que los ejecutados más tarde como “Pogo” y “Una piba con la remera de Greenpeace”, temas que incluso muy pocas veces se ejecutaron en vivo con Los Redondos. Una primera parte más calma con temas como Torito es muerto”, “Nike es la cultura”, “Mi caramel machiato”, sacudidos cada tanto por otros para mover el culito: Pedía siempre temas en la radio, Vuelo a Sidney o Fuegos de Oktubre, o para seguir emocionándonos como con Pabellón séptimo, cada vez convertido más en himno, o los elatos angustiantes de “Beemedobleve” Solari pidió un momento de silencio para recordar a los “ricoteros que se nos fueron”. A Soledad, hija del periodista Tití Fernández, -”La Sole se fue de lo linda que era”- dijo, recordando parte de la letra de “Esto es to-todo amigos”, y al hijo de “una pareja amiga”, donde quebró su voz y no pudo seguir con el relato. Para destacar la calidad de las pantallas de video. La del fondo del escenario y las verticales, inmensas, ubicadas a ambos lados del escenario, que permitían ver cada detalle de lo que sucedía arriba. Cabe apuntar que hubo problemas con el sonido, y las quejas de los que estaban más atrás se sintieron. Esta vez no hubo torres de refuerzo distribuidas en el campo, como en ocasiones anteriores, ya que se había redoblado el volumen de escenario. El viento en contra que pegaba sobre él, producía rachas que barrían el sonido y hacía que quienes estaban más allá de los 120 metros tuvieran problemas para una recepción fiel. No obstante ello, el show se disfrutó a pleno y para aquellos que estaban a partir de la torre de sonido o sus adyacencias, el sonido era muy bueno y “te despeinaba” al decir de algunos. Los Fundamentalistas tocaron como siempre, muy bien. Las guitarras de Baltazar Comotto con algunos “riff podridos”, como en “Vuelo a Sidney” o “Etiqueta Negra”, que fue uno de los momentos más grandes de la noche, y de Gaspar Benegas, que cantó con Indio Solari “Pabellón séptimo” en un momento de gran emoción para el público que gusta de esta etapa musical de Solari. El multi instrumentista Pablo Sbaraglia hizo emocionar a Indio al tocar la mandolina. La base sólida de las baterías de Hernán Aramberri y Carrizo. Impecables los vientos de Sergio Colombo y Tallarita, que la rompieron en “To beef or not to beef” y “Juguetes perdidos”. El gran momento de la noche, el más mágico si se quiere, se vivió tras el anuncio de Indio Solari de que iban a tocar “una canción que no la hacemos desde la época de los pubs, creo”, y así sonó el inédito de Los Redondos “Roxana Porchelana”. Volvió a sonar “Chau Mohicano”, debutó “Amok Amok” y para bailar y saltar los picoteros, “Nadie es perfecto” de la mano con “Ñam fri frufi fali fru”. Luego llegó el momento de la calma, de corear un himno, de hacer ondear las banderas, las pintadas y escritas por los fans y las del corazón; así se cantó a coro “Juguetes Perdidos”. La noche ya estaba hecha, pero faltaban “Todo un Palo” y “Flight 956” antes de que se inicie el “pogo más grande del mundo” musicalizado por Jijiji. Para cerrar el show con los fuegos artificiales. Como siempre, la gente vino desde todos lados, devorando kilómetros en busca de una nueva “misa”. Y el peregrinar seguramente los tendrá en la próxima. Estos fieles seguidores continúan hoy con la fiesta, saben desde hace tiempo que el que abandona no tiene premio”. POR LUIS ELIZONDO PAG.44| Diario EL TIEMPO PÁG. Suplemento especial | INDIO SOLARI Suplemento INDIO EN MENDOZA 2014 – Diario EL TIEMPO Traducción visual de los caprichos: Gonzalo Restivo El hombre de los contactos: Nacho Correa Emociones fotográficas: Catriel Remedi Curador de talentos impropios: Silvio Randazzo Desde algunas ramas de la Antropología, se entiende al “ritual” no como rutinas repetitivas de la vida cotidiana, sino como situaciones especiales, reconocidas como extra-ordinarias por los sujetos. Con el correr de los años, el estudio de los rituales dejó de encargarse sólo de aquello ligado a lo mágico o lo religioso, dando paso al análisis de los conjuntos de creencias y comportamientos humanos en los que se vinculan estrechamente lo sagrado y lo profano, donde nacen y desarrollan, sin religión conocida, elementos de fe que rigen la voluntad más allá de lo individual. No buscamos teorizar demasiado sobre lo que significa e implica una Misa Ricotera, porque coincidimos con que las sensaciones corporales y mentales que se experimentan en un momento así, aun son inexplicables. Pero resultó interesante jugar un poco con elementos milenarios que parecieran atravesar el tiempo: Existe una música ejecutada por unos pocos que, sin embargo, se vuelve propiedad de miles en ese momento y en ese espacio; una poesía hecha canción, craneada por un solo hombre cuya referencia no se cuestiona, se reproduce en ese mar de gente como si fuese autoridad de todos y todas los que estamos ahí; se ven movimientos corporales que aunque cada cual pueda hacerlos con diferente intensidad, generan un estado de trance en el mismo instante en el que los pies se despegan del suelo, en un pogo, el más grande del mundo en este caso, que marca el ritmo como tambores humanos. Los cuerpos se respetan buscando complicidad en las miradas, en los abrazos, sabiendo que ahí, en ese momento preciso, somos lo mismo, y que también podríamos serlo, si nos lo piden, hasta en la Luna. Salvando contadas excepciones (que sería iluso negar), somos miles las personas que coincidimos y comulgamos con este ritual; imprimiendo una huella imborrable en cualquier ciudad del país, frente montañas nevadas o verdes, mesetas áridas o cerros de colores. Huellas musicales que unen a los gritones que desde la provincia de Buenos Aires se mezclan con las tonadas dulces norteñas o sureñas del país, fundiéndose en sentimientos y acciones comunes que desdibujan cualquier tipo de desigualdad. Todos buscamos nutrirnos antes del recital con lo que sea, siempre y cuando alguna bebida espirituosa sacie la sed y la ansiedad y el deseo de que las luces se apaguen y una voz fundamentalista por excelencia dé inicio a eso que nos congrega. Eso sentimos quienes somos parte, pero quienes no, aquellos que esperan al costado de la ruta para hacerse unos pesos con la ocasión o simplemente para rezar tras un cartel: “Qué disfruten! Aguante el Indio!”, azorados también, y extrañamente, experimentan felicidad, alegría, buscando entender lo inentendible…esa procesión pagana, inconsolable. Desde algunas ramas de la Antropología, el acto individual mediante el cual cada sujeto, en comunidad, atraviesa el ritual, se llama rito. Y es el rito, entonces, experimentar, sin que nadie lo cuente, lo que es ser nieve o ser barro o ser estrellas y luz de luna; que los pelos de la piel se ericen, que las lágrimas no pidan permiso y eludiendo el pudor se escapen, que la sonrisa se tatúe en la cara, que la garganta se carraspee y el cuerpo transpire y que en el pecho una extraña sensación de plenitud…te haga feliz. POR EVELINA Y ELOÍSA LADDAGA POR MARTÍN GÓMEZ ENTRE SOPORES DEL TRIP El fuego creció, y estuvimos allí Me recordaron, de madrugada. Primero con unos golpecitos casi de la vieja al grandulón que remolonea hasta mutar al tope de la ternura capaz de un borcego Federal. “Acá, pendejo, no se duerme”, gritaba y golpeaba. Por fin el umbral del sueño, ahí nomás, y, ya despierto; serpenteaba el auto de Eugenio como un demonio (el auto, él también) por un camino puro de sol y nieve entubado de árboles igualitos y enormes con fondo de montañas verdes y azules. Después, casi después, un caballo desdentado dale garrote contra todos, entre gas y ladrillos. Y desaparecieron. Todos (el caballo, para siempre). . Vuelta al vértigo de un río juguetón con un ejército desigual y hermoso, navegando ciego. Baja la guardia el cerebro, rezonga un motor fatigoso, subida y abajo. Y todos a coro y a golpear el techo, los viejos hits en discos muy rayados ya dicen otras cosas. A estos pibes los conozco, peleamos a la salida de Cumbia City para ver quién se quedaba con el cartón y el banco sano. Ritual de siglos en la fiesta al filo de un riff. Convoy ya vuelve, llenas las mochilas con la eternidad de este amor de legiones. Único y voraz. Igualmente irrepetible, hasta que llame otra vez esta murga renegada, hasta que suene el acorde del trip, hasta que volvamos a saber que no lo soñamos.