¿CAPITALISMO CODICIOSO? Carlos González Barberán Director de la revista Santelmo. AD-1, Sevilla, 85 [email protected] kasimir Malevich. La casa roja. Museo Estatal Ruso. Moscú. 30 opinión santelmo 37 // junio 2010 La visión limitante de Kolakowski deriva, probablemente, de su rebote del socialismo marxista inicial, que le impide contemplar el capitalismo liberal en su compleja y positiva dimensión. En Julio próximo se habrá cumplido un año del fallecimiento del ilustre pensador y filósofo polaco Leszek Kolakowski (Radom, Polonia, 1927- Oxford, Inglaterra, 2009), de renombre universal, aunque poco conocido en España a nivel del español medio. En la hagiografía de Kolakowski que Alvaro Delgado-Gal publicó en la tercera de ABC, en Diciembre pasado, parece que hace suyas las manifestaciones del pensador polaco desaparecido, en especial, de la codicia, que liga indefectiblemente al capitalismo. Al mismo tiempo, asigna al socialismo la cualidad benefactora de la solidaridad humana. Son manifestaciones claramente sesgadas de dos aspectos contrapuestos de las complejas composiciones de ambas corrientes político-filosóficas. Yo diría que ha destacado lo peor del capitalismo y lo mejor del socialismo. Menos mal que, como Kolakowski, reconoce que, en la práctica, es mejor para la humanidad el capitalismo codicioso que el socialismo de solidaridad obligada por la fuerza, por simples consideraciones de resultados experimentales. En efecto,¿quién duda de que en Norteamérica, la potencia capitalista por excelencia, se vive mejor que se vivía que en la antigua Unión Soviética, la patria del socialismo a ultranza? La visión limitante de Kolakowski deriva, probablemente, de su rebote del socialismo marxista inicial, que le impide contemplar el capitalismo liberal en su compleja y positiva dimensión. En mi opinión, Delgado-Gal confunde codicia con ambición y olvida que la aplicación de la fuerza significa la privación de las libertades humanas. Precisamente, Kolakowski llegó a ser un decidido defensor de la libertad del individuo en la sociedad, por lo que recibió el premio Jerusalén en el 2007, al tiempo que se manifestaba distante del individualismo posesivo del capitalismo, al que consideraba responsable de las modernas catástrofes sociales y ecológicas. La deriva de Kolakowski se inicia en 1967 cuando, enfrentado a la corriente totalitaria del comunismo polaco, emigra primero a California, Estados Unidos (Universidad de Berkeley) y, poco después, a Inglaterra (Universidad de Oxford), todavía imbuido por la ideología marxista que pretende rescatar, como expone en su libro “Hacia un marxismo humanista. Ensayos sobre la izquierda de hoy” (1968). También visita otros países occidentales y ejerce de profesor en varias universidades americanas y europeas. En este largo peregrinaje ideológico, después de criticar definitivamente al marxismo (“Las principales corrientes del marxismo”, 1976), se posiciona definitivamente con la democracia contra los totalitarismos y llega a un eclecticismo político-filosófico de difícil maridaje, ya que, simultáneamente, se consideraba un conservador-liberal-socialista. Todo ello, como resultado de su herencia católica polaca, de su evolución en defensa de la libertad y de su pasado ideológico marxista que se resiste a abandonar. En efecto, de su formación inicial destaca la importancia de la familia y de la religión, de su pasado socialista mantiene su desconfianza en el juego del mercado y la necesidad de una intervención estatal y de su evolución posterior se pronuncia por preservar la libertad y la iniciativa individual fuente de la creatividad. Pero no se puede admitir, como expone Delgado-Gal, deducido de Kolakowski, que la aceptación del capitalismo se deba, únicamente, a sus resultados experimentales. El capitalismo se caracteriza por la propiedad privada de los medios de producción y la libre concurrencia de los factores productivos (tierra, capital y trabajo) en el mercado, sometidos al juego de la oferta y la demanda. Ello supone que en este mercado libre sólo prosperan aquellos bienes con mejor relación calidad/precio, a modo de una selección natural que nos recuerda a Darwin con su selección de los mejor dotados para el medio en que se encuentran. Esta situación se organiza por medio de empresas de titularidad privada y también pública (al mercado pueden concurrir todos), que producen bienes y servicios. Ello nos conduce a considerar la figura del empresario, que es de todo menos codicioso, es decir, no tiene la obsesión exagerada por la riqueza, sino un justo deseo de conseguir prosperidad, fama y bienestar para él y su familia que, con frecuencia, trasciende para su pueblo, su región y su patria. Y ello también está ligado al respeto a la propiedad privada, que le impulsa a trabajar con ilusión para legar a su descendencia el fruto de su trabajo e inteligencia, lo cual está entroncado íntimamente con un mandato biológico de protección de los suyos. Porque todas las empresas nacen con afán de permanencia en el tiempo, sin el carácter especulativo del “pelotazo” que algunos le aplican, un periodo que santelmo 37 // junio 2010 opinión 31 El Estado, que no sabe ser empresario, debe ceñirse a lo que sabe hacer bien sin trabajar: realizar la redistribución de la riqueza mediante el impuesto. sobrepasa, con mucho, la vida del empresario fundador, para prolongarse en varias generaciones. Y habrá que admitir que la codicia, si es que la hay, no se transmite por herencia. También conviene hacer notar que la mayoría de las empresas se inician con carácter familiar y, en su progresión generacional, se complejizan y transforman en grandes empresas de carácter anónimo. ¿La codicia es anónima? El empresario privado, en defensa de lo suyo, contemplando los condicionamientos del mercado, procura la mejora de sus instalaciones, fomenta la formación de sus colaboradores y la suya propia, para un mejor rendimiento de sus productos, en un continuo juego de emulación frente a terceros, de enorme eficacia. A veces, el estado socialista puro, en su afán “solidario”, interviene en la economía con un dirigismo visceral que anula el libre juego del mercado y, por tanto, el mecanismo de mejora continua de bienes y servicios. Recuérdese que, tras la caída del muro de Berlín, la República Democrática Alemana (socialismo comunista) dejó un legado de empresas estatales destinado a la chatarra. Pero, incluso en la socialdemocracia, que ha llegado a admitir la economía libre de mercado, este afán intervencionista, por el que se pronuncia Kolakowski, todavía deja secuelas en forma de sociedades públicas a nivel estatal o autonómico, que no resisten la más tolerante comparación con las privadas del sector. ¿Qué le impulsa al funcionario dirigente de dichas empresas a mejorar? ¿Quién trabaja día y noche en periodos de crisis para salir del bache? ¿Quién se esmera por proteger los bienes públicos? ¿Quién expone el propio patrimonio para avalar la solvencia de la empresa? Las empresas públicas tendrían que estar compuestas por miles de San Francisco de Asís para asegurar la aplicación de la solidaridad humana de forma adecuada. El intervencionismo, de raíz marxista, perturba el juego del mercado y no se debe confundir con la necesaria vigilancia de los poderes públicos para evitar el abuso de los especuladores o de posiciones dominantes con concertación de intereses. Lo mismo que antes denunciamos 32 opinión la confusión entre codicia y ambición, ahora lo hacemos entre intervención y vigilancia. La socialdemocracia es el recinto teórico donde se han refugiado los comunistas fracasados y los socialistas puros vergonzantes, con resabios de intervencionismo estatal, que se traduce en la socialización de las principales manifestaciones de la actividad humana, como la educación pública excluyente y la sanidad pública, susceptibles de condicionar el pensamiento con orientaciones tendenciosas y de prácticas “sanitarias” antinaturales, con el pretexto de asegurar la igualdad de prestaciones a todos los estratos de la sociedad. El incremento de la acción del estado en casi todas las actividades humanas anula el estímulo individual del trabajo bien hecho y las motivaciones de la mejor remuneración correspondiente. Tiene como consecuencia el fomento de las burocracias estatales igualitarias e improductivas, con un creciente colectivo funcionarial, en el que pagan justos por pecadores, que supone una carga excesiva para los trabajadores verdaderamente productivos de las empresas privadas que financian con sus impuestos tal situación desmesurada. Estos ciudadanos se ven forzados a sufragar el consumo de otros improductivos. Tal situación se ve agravada por el mantenimientos de las ayudas y subvenciones típicas de la socialdemocracia a actividades y colectivos mediocres, con frekasimir Malevich. Caballería roja. Museo Estatal Ruso. Moscú. santelmo 37 // junio 2010 cuencia pseudoculturales, que no son capaces de resistir la más mínima competencia de las correspondientes de la economía libre del mercado. El creciente intervencionismo estatal, incluso con empresas públicas de escasa rentabilidad, perjudica el funcionamiento libre del mercado y, por tanto, el mundo de las empresas privadas, que se ven forzadas a intervenir en un juego de mercado con las cartas marcadas. Es la economía mixta de propiedad pública y privada, característica de la socialdemocracia, de resultados poco rentables. Por tanto, hay que insistir en la acción de vigilancia del estado por los posibles excesos de la actividad humana y no en la acción de intervención sustitutiva porque, con frecuencia, es peor el remedio que la enfermedad, al contrastar que la acción pública poco competente puede derivar, incluso, en mayores excesos que los que se pretendía corregir. El Estado, que no sabe ser empresario, debe ceñirse a lo que sabe hacer bien sin trabajar: realizar la redistribución de la riqueza mediante el impuesto. Pero también sin pasarse, porque apretar demasiado las tuercas impositivas tiene efectos disuasorios de la actividad empresarial. No se puede trabajar toda la vida para el Fisco, hay que dejar un cierto remanente para que el empresario siga encelado en el trabajo de la gleba de su propia empresa, ordeñándolo con frecuencia por medio de impuestos, bajo la vigilancia de la Agencia Tributaria.