¿El desarrollo científico y tecnológico en el umbral de la posmoralidad? GUILLERMO ROJAS TRUJILLO MESA 2 Imagen futura del hombre de ciencia El estómago le anunció a la cabeza que le restringiría su función, puesto que desde hacía muchos años estaba soportado los desperdicios que con nombre de comida había vertido en su naturaleza. Por más llamados que le había hecho, seguía en su empeño de copar toda la bolsa estomacal. No había estado atento a la inflamación del vientre, a los gases que con persistencia buscaban escape, a los estreñimientos o a las diarreas que periódicamente se presentaban en su organismo y que por lo cual lo llevaron a consultar a los médicos. Según parece, la cabeza estaba muy ocupada en razonar como producir bienes, en obtener éxito y felicidad, y en incrementar el conocimiento que su poseedor estaba produciendo en el campo de la salud. Su amo era un científico destacado, que estaba aspirando a un galardón internacional. Por eso no tenía tiempo de atender a su estómago, era “más práctico” consumir sales o digestivos que estaban al alcance de su mano para resolver los mensajes de su vientre. Esto era más racional, así como la justificación por la cual almorzaba en su laboratorio, en su vehículo o en el expendio de comidas rápidas. Para él sentarse a degustar una comida con su familia o sus amigos, era cosa del pasado, era propio de costumbres rezagadas por la sociedad del conocimiento. Pero el estómago no quería tomar la decisión sólo, quería consultarle al hígado, a los riñones, a los pulmones y al corazón, ya que había podido oír las quejas de ellos por la sobredosis de comidas transformadas por la ciencia, que habían soportado por muchos años, sin que su amo se hubiera molestado en tenerlos en cuenta, a pesar de los múltiples signos enviados. El estómago sabía que sin su concurso la cabeza se paralizaría, así la ciencia médica en el presente pudiera producir estómagos artificiales. Luego de las consultas entre el estomago y sus imprescindibles “amigos”, y ante la imposibilidad de hacer entrar en razón a la cabeza, decidieron que este asunto fuera abordado por un equipo de expertos morales. Indudablemente la carrera Este es un diálogo imaginario entre algunos órganos del cuerpo humano, que hoy puede ser considerado inverosímil, pero que podría ser una realidad en el futuro por el avance vertiginoso de la ciencias médicas. Hoy nos puede causar risa, pero mañana puede ser el remedo de una comedia. El hombre no sabe para donde va en su búsqueda desaforada por el desarrollo científico, la experimentación y la innovación en el campo de las ciencias exactas. Es como una carrera por territorios desconocidos en donde los pilotos no pueden controlar los vehículos que se dirigen a precipicios insondables. científica está asociada a esa ansia del hombre por poseer cosas, como dice Fromm (1980). La pretensión es descubrir o elaborar cosas nuevas como un tener que da estatus y ingresos económicos y, acceso a los círculos de poder académico y burocrático de las instituciones, las cuales posteriormente son las que operacionalizan los conocimientos para reflejarlos en réditos económicos y poder político. Se desecha de entrada la idea de ser mejores personas, sociedades y mundo. La autoridad está dada por el poseer conocimientos y no por el ser hombres de ciencia que pueden compartir con otros lo que saben y que conjuntamente puedan idear mejores sociedades. Los científicos se autoaislan y fragmentan en grupos de investigación, en disciplinas, en idiomas, países y en grupos de poder. Por eso no pueden entender a los otros, no pueden comprender al hombre y al mundo como totalidad. Por eso la senda del desarrollo científico y tecnológico, como un tener, lleva al mundo y al propio hombre hacía su propia destrucción. 2 Las sociedades posmoralistas La época presente es de mucha incertidumbre y de riesgo. Las sociedades y los gobiernos aceptan como valores de alta jerarquía la ciencia, la tecnología y las innovaciones respectivas. De hecho, el porcentaje de inversión que realizan los Estados en dichos campos son considerados como indicadores de su desarrollo. Por eso hay una afán de los países latinoamericanos en invertir en ciencia y tecnología, pero la pobreza creciente de los mismos y el aumento de los ejércitos para contener a los pobres que reclaman, disminuyen esta posibilidad. Hay como una esquizofrenia en este camino de tener altos indicadores en ciencia y tecnología, sin saber a donde conduce esta carrera y sin tener en cuenta a costa de quienes se realiza. En ese sentido, Bárcena (1997) haciéndose eco de Arendt dice que la época presente se caracteriza por dos peculiaridades: por un lado está la capacidad de desencanto, expresada por la facilidad para romper con las mejores expectativas de las personas. Por eso tenemos sociedades fraudulentas. Nos acostumbramos a vivir en la mentira y el fraude. De Sousa Santos (2003) dice que vivimos una época en donde las experiencias predominan sobre las expectativas de las personas, cuando usualmente en épocas pasadas las expectativas eran como el motor, la ilusión del vivir de los individuos, era lo que llenaba las utopías. En el caso de la ciencia y la tecnología, la perspectiva no es su desarrollo en función de una sociedad más justa y democrática, sino experimentar y crear productos científicos y después, quizás, se piensa en las implicaciones o lo que significa para las sociedades el conocimiento científico. La otra característica es la ruptura, brecha o hendidura en el tiempo, que se expresa en la separación entre lo público y lo privado, la ética de la moral, lo justo del bien, lo legal de lo moral y el pasado del futuro. Esto es coincidente, con lo que plantea el profesor Gergen (1992), de que el mundo de hoy ha llevado a un fraccionamiento, a una saturación del yo. Con una sensación de que se es ciudadano del mundo, pero que al mismo tiempo no se es. Quizás por eso hay un resurgimiento de la ética en la época contemporánea, como dice Lipovetsky (1994). Ésta gana fuerza y se expresa en las dimensiones sociales, económicas, políticas, personales y biológicas. Ha recobrado su preeminencia que tuvo en otras épocas, en contra de los vientos de eficacia, sensatez y éxito del mundo industrializado y de los servicios. Pero en la sociedad contemporánea hay una aparente contradicción, por un lado hay una revitalización de la moral, y por el otro hay aumento de la decadencia, que se expresa en mayor pobreza, delincuencia, violencia, drogadicción, comercio de personas, e incremento de la corrupción económica y política. Pero para él lo que hay es una reconducción de lo idéntico, ya que lo más significativo, entre otras cosas, es “la diferencia en la inscripción social de los valores”.1 No hay inserción de nuevos valores morales, son los mismos de hace siglos. Esto puede verse en el curso histórico de la moral. En la primera ola de la ética moderna laica, a partir de 1700 a 1950, hay una ofensiva antirreligiosa. Al emanciparse del espíritu de la religión, en las democracias individuales que se instalan, toman la noción de la obligación moral como un deber absoluto, que es una figura clave del ordenamiento religioso, entonces se imponen normas severas y represivas hacía la vida privada. En ese sentido, “las obligaciones superiores hacía Dios no han sido sino transferidas hacía a la esfera humana profana, se han metamorfoseado en deberes incondicionales hacía uno mismo, hacía los otros, hacía 1 LIPOVETSKY, Gilles. El crepúsculo del deber. Barcelona: Anagrama, 1994 p. 10 3 la colectividad. El primer ciclo de la moral moderna ha funcionado como una religión del deber laico”.2 El imperativo moral se ha traslado de la vida religiosa a la vida mundana. En la segunda ola de la ética moderna, la época del posdeber, se disuelve socialmente el mismo deber. No ensalza las órdenes superiores, sino que los difumina y los descrediliza, desvaloriza el ideal de la abnegación y estimula los deseos inmediatos, la pasión del ego, la felicidad intimista y materialista. No hay expresión de los imperativos del deber, sino el del bienestar personal y la dinámica de los derechos subjetivos. En esta sociedad posmoralista se repudian los discursos sobre el deber austero, integral “y, paralelamente corona los derechos individuales a la autonomía, al deseo, a la felicidad”.3 Pero paradójicamente, en estas sociedades posmoralistas no desaparecen las banderas morales, no hay una tolerancia excesiva. Son conocidos, entre otros, los debates álgidos alrededor del aborto, la eutanasia, la pornografía. En estas sociedades se agudiza el debate ético, se le lleva a nivel de las multitudes. Avanzan paralelamente dos maneras antitéticas de remitirse a los valores, por un lado la lógica ligera y dialogada, liberal y pragmática referida a la construcción consensuada de los límites y, por el otro lado, las instrucciones maniqueas, las lógicas binarias y los discursos doctrinales, más preocupados por las sanciones y que por los acciones humanistas, por la represión más que la prevención. Por esa expresión contradictoria de las sociedades posmorales, lleva a la fragmentación, a la dualidad de las democracias. Esta dualidad se da en expresiones de, normalización y anomia, más integración y más exclusión, más medidas higienistas y más autodestrucción, más horror a la violencia y más trivialización de la violencia. Otras expresiones en estas sociedades, son el incremento de los robos y los crímenes contra los bienes, las especulaciones por encima de la producción y, la corrupción y el fraude progresivo. Se realizan plebiscitos para adoptar medidas moralizadoras, para decidir sobre el futuro planetario, sobre el trabajo y los valores profesionales; pero en ellas el dinero se erige en rey, es febril el ímpetu competitivo y, al tiempo se publicitan con despliegue las donaciones filantrópicas. Por otra parte, aparecen dos lógicas del individualismo, el individualismo responsable y el individualismo irresponsable. “Alrededor de este conflicto ‘estructural’ del individualismo se juega el porvenir de las democracias: no hay en absoluto tarea más crucial que hacer retroceder el individualismo irresponsable, redefinir las condiciones políticas, sociales, empresariales, escolares, capaces de hacer progresar el individualismo responsable”.4 En este empeño, es necesario adelantar tareas tendientes a la formación de los hombres, al desarrollo y difusión del saber, la ampliación de las responsabilidades individuales, gestionar el partido de la inteligencia científica y técnica, política y empresarial. En estas sociedades posmorales, el componente irresponsable del individualismo no debe seguir invadiendo todo su curso, sobre todo el de la ciencia y la tecnología. 2 Ibidem, p. 11-12 Ibidem, p. 13 4 Ibidem, p. 16 3 4 La ética de la ciencia: asunto de expertos o de la sociedad política? Ante esta problemática surgen polémicas que no se deben ignorar. En el sentido de ampliar las responsabilidades individuales y colectivas en las sociedades, Lipovetsky (1994) plantea que el asunto de la ética de la ciencia y de la misma sociedad no es cuestión de expertos morales, sino que es responsabilidad de los ciudadanos, de la sociedad política. Diferente a la posición de Singer (2002), quien si considera que la ética de los desarrollos científicos y de los asuntos polémicos de la sociedad deben ser abordados por especialistas en el tema de la ética, como los filósofos, psicólogos, teólogos, médicos, quienes por su formación estarían en condiciones cognoscitivas y profesionales más aptos que el resto de los ciudadanos. Arendt (1993) difiere de esta postura, ella es más partidaria de considerar que la ciencia no le incumbe solo a los científicos, ya que en la medida que ellos mismos no saben hacía donde se dirige su curso, es preponderante el rol que debe jugar lo político para decidir su desarrollo, lo que es objeto de investigar, sobre todo si es el mismo hombre, y la financiación económica de las investigaciones. Éstas no se pueden hacer poniendo en riesgo el futuro del planeta, la existencia de la misma especie y sobre todo, por encima del hambre de los hombres con el señuelo que las mismas proveerán los alimentos del futuro, ya que históricamente hemos escuchado suficientes discursos sobre las bondades humanitarias de los descubrimientos científicos. En este campo de la moral, Camps (2001) dice que se debe construir una ética para una vida incierta, en referencia a las consecuencias de las aplicaciones científicas, tecnológicas y sobre las decisiones de los sujetos respecto a ellos mismos, ya que la ciencia y en general el conocimiento avanza considerablemente, pero de antemano no se sabe a dónde conduce, entonces lo ético debe determinarse a cada paso de estos avances. Es decir, aboga por una ética relativa, entendiéndola como un proceso y un descubrimiento. Le llama a este proceso como autorregulación, que es función de una vida de calidad, de definir lo conveniente en cada momento. Pero como se ve, deja de lado considerar las consecuencias irreversibles en el organismo humano y en las condiciones de la tierra, por efecto de algunas investigaciones o aplicaciones tecnológicas, que muchas veces son presentadas como grandes innovaciones. Cuando se haya avanzado demasiado en este camino, lo relativo de la ética puede ya ser secundario. Lo ético debe ser prioritario, antes de que se concluya que las transformaciones son irreversibles, como ya se sabe sobre la contaminación y calentamiento de la tierra. Morin (1994) ya había advertido sobre los peligros de la ciencia, en el sentido que ésta se ha convertido en una tecno-ciencia, ya que ha impulsado considerablemente el desarrollo industrial y ha incidido de manera significativa en la sociedad, pero también este desarrollo ha conducido a la crisis del planeta del presente. La fe ciega en la ciencia y en la técnica, las cuales llevarían al progreso, ha llevado a una sin salida a la humanidad en esta era planetaria. En este desarrollo se invirtieron las lógicas, la lógica de la máquina artificial terminó imponiéndose sobre la lógica humana. La lógica de los expertos y especialistas sobre la lógica de los ciudadanos. Por eso está tecno-ciencia es núcleo y motor de la agonía planetaria. Estamos ante la presencia de una nueva barbarie, la tecno-científica-burocrática. “La ciencia no es sólo elucidante, es también ciega para su propio devenir y tiene en sus frutos, como el árbol bíblico del conocimiento, a la vez el bien y el mal. La técnica aporta, al mismo tiempo que la civilización, una nueva barbarie, anónima y manipuladora. La palabra razón no sólo significa la racionalidad crítica, sino también el delirio lógico de la racionalización, ciego para los seres concretos y para la complejidad de lo real. 5 Lo que considerábamos progresos de la civilización son, al mismo tiempo, progresos de la barbarie”.5 Este tema ha sido reiterativo y preocupante para el sociólogo Francés en los últimos tiempos. Las implicaciones para la sociedad por esta carrera desenfrenada de la ciencia, no se puede desconocer. Nos dice Morin (2006), que en el mundo desarrollado, sobre todo en las megalópolis, simultáneamente hay desarrollo del individualismo autónomo y del individualismo egocéntrico, que se expresa en el mercado, en el provecho, de más y más consumo que se traduce en la desintegración ética. Además de esto, se desintegran acciones y valores heredadas de la antigüedad, como son la hospitalidad, la recepción del otro, del extranjero. Así mismo, las especializaciones en lo económico, en el trabajo y el pensamiento, conduce al fraccionamiento y aislamiento de los seres humanos y, por ende el sentido de irresponsabilidad con los otros y la comunidad se desintegra. Esto es debido a que la ciencia ha desarrollado un poder inmenso sobre la sociedad, que se expresa en su poder de destrucción, en especial en la física nuclear, que pone en evidencia la falta de regulación ética; también en la técnica y la economía, que se convierten en los problemas básicos del porvenir de la humanidad. Pareciera que el hombre no ha hecho otra cosa que atentar contra sí desde que apareció sobre la faz de la tierra. Es como si tuviera incorporado un dispositivo de destrucción que se ha salido de control. Esto ha sido denominado por el psicoanálisis como los instintos de muerte. Ha sido racionalizado por unos como producto de la ideologías políticas que ha imperado en el mundo, y por otros, como expresión de que el hombre no ha dado todavía todo de sí, por lo tanto hay que ponerlo a producir el ciento por ciento, y para eso las Neurociencias están muy ocupadas en ello. Cuando se presentan situaciones muy angustiantes para el mundo, los hombres dicen que se precisa más razón y por eso se aplazan el abordaje de las mismas, se acude al desarrollo científico, a la innovación tecnológica, a preguntarse ¿Qué es el Hombre? por parte de los filósofos, pero esta ya no es la pregunta, ahora pueden ser, ¿Qué hace el hombre?, o ¿Cuál es el porvenir del hombre? Así pues, “la orientación ideológica implícita de los nuevos filósofos y los nuevos científicos es, a veces, explícita: buscan la disolución (traducida por ellos como transformación) de la especie humana, las evoluciones grupales o individuales mediante desarrollos tecnológicos de aplicación selectiva, el abandono futuro del planeta Tierra por parte de los ¨elegidos¨ del primer mundo y la conquista de las estrellas. En ese sentido, el futuro ya está en el presente y lo que nos ha dejado el milenio es la puerta abierta a una dimensión desconocida e impensada.”6 5 MORIN, Edgar. La agonía planetaria. En: Revista Colombiana de Psicología. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, No. 3, 1994, p. 32 6 MEJÍA, Orlando. De Clones, Ciborgs y Sirenas. Bogotá: Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2000 p. 17 6 La necesidad del fundamento ético y político en el desarrollo de la ciencia Ante este panorama se impone la resurrección de la ética, poner en el centro del debate y de las acciones de la ciencia y la tecnología la cuestión ética. Pero no a partir de los especialistas en el tema, sino desde la misma sociedad política. Por eso Morin (2006) dice que esto implica recuperar las fuentes iniciales de la ética: la solidaridad, la responsabilidad, y en el presente, la comprensión del uno hacía el otro y cambiar la visión cerrada del desarrollo; y en Occidente, integrar los Derechos Humanos y la democracia, como dispositivos para fortalecer las sociedades políticas, las que deben pronunciarse sobre los temas acuciantes de la ciencia y la tecnología. Ante el riesgo planetario, se necesitan regulaciones y poderes con capacidad de hacerlas cumplir. En las sociedades posmorales que se han erigido, se precisa desacelerar la corriente de la irresponsabilidad, la de que todo vale en la medida que sea eficaz, rentable y exitoso, por acción de las actividades de la sociedad política en perspectiva de la responsabilidad, la integralidad, los derechos colectivos y la defensa de la vida humana, de los demás seres vivos y la del propio planeta. En consecuencia, para ese revivir de la ética en el tiempo de riesgo que está ante nosotros, Morin (2006) sugiere cambios en lo siguiente: 1) Reformas institucionales y sociales para desarrollar la libertad, la igualdad y la solidaridad; 2) reforma educativa, orientada sobre todo a enseñar a comprender lo humano; 3) despliegue de un pensamiento complejo, sobre todo en la educación, en la ciencia, para que el científico sea inteligente y comprenda las implicaciones y consecuencias de sus investigaciones, que no es solidario; 4) reforma de la vida, pasar del desarrollo egocéntrico al desarrollo altruista hacía los otros, la familia, la comunidad, la patria, la humanidad. Cambiar el curso que tiene actualmente el mundo. Lo que permite desarrollar la ética es la racionalidad autocrítica y no la racionalidad abstracta, propia de muchos científicos. “Esto significa que hay tres direcciones de la ética: una ética para uno (individual), para su honor para admirarse uno mismo; otra ética para la sociedad (social), que se necesita sobre todo en las sociedades democráticas donde hay un poder de control de los ciudadanos; y una ética para la humanidad, para la rama biológica, que hoy en día ha tomado una significación concreta puesto que allí está en juego el destino de todos los seres humanos. Todo esto en resumen es para hablar del camino de una reforma educativa, de gran importancia, en la que debemos empezar por reeducar a los educadores.”7, y a los científicos y tecnólogos, agregamos. La educación no como instrucción, sino como acontecimiento ético y político. Esto se corresponde con lo que plantean Bárcena y Mélich (2002) para la educación del presente y de los tiempos por venir. A partir de hacer un reconocimiento del fracaso de la modernidad para construir un mundo más humano, exento de las barbaries vividas en el siglo XX, reflexionan y proponen una pedagogía del crecimiento, del nacimiento. Se fundamentan en el concepto del acontecimiento como expresión del porvenir, de lo que es imprevisto, de lo que puede o no ocurrir, del impacto que el acontecimiento tiene para los sujetos en sentido interrogador y propositivo para la vida presente y la que viene; y no en el concepto de futuro, ya que éste nos connota una planificación, un proyecto que es prefigurado y que se sabe dónde empieza y dónde puede terminar, como ocurre con 7 MORIN, Edgar. Ética y globalización. En: Periódico Alma Mater, Universidad de Antioquia, No. 544. Medellín, Junio de 2006, p.13 7 la tecno-ciencia. La educación es entonces un acontecimiento ético, porque está basado en el reconocimiento, comprensión, respeto, silencio, en el tiempo memoria, en el relato y en el mundo del profesor y el estudiante. Porque está basada en la acción (en la idea de nacimiento de Arendt), en la memoria (que se expresa por la narración de los sujetos, según Ricouer) y, en el cariño y aceptación del otro (la hospitalidad en ideas de Levinas). Esta es una pedagogía de la radical novedad, o pedagogía de la espera, y no una pedagogía totalitaria o tecnológica, de la programación, como ha sido, quizás, la educación de los científicos del pasado y del presente, que solo piensan en resultados científicos y funcionales, sin comprender a los otros y al mundo. Bibliografía ARENDT, Hannah. La condición Humana. Barcelona: Paidós, 1993. BÁRCENA, Fernando. El oficio de la ciudadanía. Introducción a la educación política. Barcelona: Paidós, 1997. BÁRCENA, Fernando y Mélich, Joan-Carles. 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GUILLERMO ROJAS TRUJILLO Psicólogo, profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá, Colombia. [email protected] 8