los obstáculos en el camino del progreso

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Conferencia General Abril 1979
LOS OBSTÁCULOS EN EL CAMINO DEL PROGRESO
Por el élder Marvin J. Ashton
del Consejo de los Doce
Hace algunas semanas, una madre desdichada que se había quedado sola para
cuidar de sí misma y de sus tres niños, me confesó que ya no estaba asistiendo a la
capilla. "¿Por qué voy a ir?", me dijo. "He vivido más de cuatro meses en este
apartamento, y ni una sola persona del barrio ha venido a visitarnos."
Esa hermana se sorprendió bastante cuando, en vez (le decirle, "Le pediré al
obispo que los visite en seguida", le pregunté: "¿Y a cuántas personas ha visitado
usted desde que se mudó al nuevo vecindario?"
Muchos de nosotros establecemos barreras al progreso y contribuimos a nuestra
propia infelicidad, mientras esperamos que los demás nos busquen y nos ofrezcan su
ayuda. Las actitudes negativas que guardamos hoy nos causan la amargura, la
infelicidad y el estancamiento del mañana; además, esta actitud es contraproducente
para aquellos que deben estar consagrados a la busque a de la plenitud de vida.
Todos somos hijos de Dios; si lo amamos, apacentaremos Sus ovejas dondequiera
que se encuentren, sin considerar nuestra situación personal. A menudo, podernos
nutrir mejor a los demás si nosotros mismos hemos padecido o si no estamos
completamente a gusto en nuestro ambiente. La mejor asistencia que reciben los
que padecen hambre, desamparo o frío, viene con frecuencia de aquellos que ya han
sufrido estas mismas aflicciones. Si nos sentimos débiles, abrumados, indeciso,,, o
ignorados, no debemos encontrar en ello un justificativo para demorar nuestra ayuda
a los demás; por el contrario, encontraremos un poder sanador en el empleo de
nuestra energía en obras de servicio y aliento a nuestros semejantes.
Un gran educador negro, Booker T. Washington, dijo lo siguiente:
"El éxito en la vida no se debe medir tanto por la posición que uno haya
alcanzado, como por los obstáculos que haya vencido en su esfuerzo por obtenerlo. "
(The international dictionary of thoughts, Chicago, J. G. Ferguson Publishing Co.,
1969, pág. 698.)
Logramos triunfos en la vida por medio de la habilidad que tengamos para
superar los obstáculos que se interpongan en nuestro camino. En esa forma,
aumentamos en fortaleza al paso que escalamos nuestras propias montañas. Según
dijo el pensador inglés Tomás Carlyle:
"Las coronas más resplandecientes que se ven en el cielo han sido probadas,
fundidas, pulidas y glorificadas en el horno de la tribulación." (Vital quotations, comp.
por Emerson R. West, Salt Lake City, Bookcraft, 1968, pág. 312.)
Permitidme compartir con vosotros cuatro factores que contribuirían a impedir
nuestro progreso personal y nuestra actividad en la Iglesia:
1) Fomentar constantemente el resentimiento por ofensas personales.
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2) Dejarse vencer por el pesar de las tragedias y aflicciones.
3) Dejar que nos esclavicen los hábitos y errores de la mala conducta.
4) Permitir que los temores nos impidan progresar.
Consideremos estos enemigos del progreso eterno, y busquemos maneras de
acumular el valor para desecharlos.
Fomentar constantemente el resentimiento por ofensas personales. Con la ayuda
de Dios, cada uno de nosotros debe tomar diariamente la determinación de no
permitir que las palabras imprudentes de otras personas guíen nuestro destino o
gobiernen nuestro curso diario.
Cuán trágico es ver que se pierde una vida útil porque hemos permitido que una
expresión áspera provocara una herida u ofensa; entonces dejamos que la herida se
convierta en llaga y se infecte, en lugar de curarla rápidamente con habilidad y
madurez. Algunas personas procuran desquitarse con sus ofensores, abandonando la
carrera de la vida. La declaración "No volveré a pisar ese lugar mientras tal persona
esté allí", que tan a menudo se oye, es débil, perjudicial y restrictiva.
Hay ocasiones en que parecería que estuviéramos esperando que nos toque el
turno de ser lastimados, ofendidos o despreciados. Tratamos de buscar doble
sentido a las palabras de la otra persona, recordamos las veces que no nos han
saludado, y encontramos un mensaje completamente equivocado de lo que dicen, o
en lo que no dicen.
A uno de los mejores jugadores de básquetbol (baloncesto), se le preguntó qué
era lo que había contribuido más a su extraordinario éxito. Su respuesta fue:
"Aprendí a jugar en medio del dolor, y a pesar de las lesiones y los golpes, jamás me
permití el lujo de jugar con menos entusiasmo o dejar de jugar por sentirme mal".
El más noble de los maestros y líderes dejó al mundo un ejemplo perfecto de
conducta cuando, al ser víctima de palabras burlonas y de crueles hechos, dijo
sencillamente:
"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen." (Lu. 23:24.)
Durante su misión terrenal, Jesús convirtió cada confrontación en una experiencia
mediante la cual podía enseñar, incluso aquellas que pudieran considerarse
destructivas, o causar ofensa o disgusto. Jamás fue rebelde, nunca tuvo que
avergonzarse; siempre se mostró sufrido, paciente y a gusto, y nada lo desalentó al
dedicarse a atender los asuntos de su Padre; además, demostró Su grandeza cuando
el dolor y el sufrimiento fueron más intensos; y ni las palabras ofensivas ni los
agravios le impidieron jamás alcanzar sus metas.
Nadie puede hacer frente a la vida en toda su plenitud sin padecer heridas, dolor
y sufrimiento.
La persona prudente evitará la inundación de rencor y odio que pueden provocar
las aguas de una ofensa. Debemos seguir los caminos del Salvador, sin que nos
detenga la barrera causada por las injusticias, ya sean aparentes o verdaderas, y de
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nosotros depende el seguir adelante sin confundirnos; si somos incapaces de
perdonar y olvidar las ofensas, estamos destruyendo con nuestra actitud aquello que
nos serviría de puente para avanzar en nuestro progreso. Al sentirnos despreciados,
ignorados o indignos, permitimos que esto contribuya a nuestro estancamiento.
¡Cuán perjudicial puede ser la compasión, si la aplicamos a nosotros mismos! ¡Y qué
agradable es observara personas que no tienen tiempo para darse por ofendidas!
Ciertamente, lo que somos es mucho más importante que lo que tengamos, o lo que
se diga de nosotros.
Dejarse vencer por el pesar de las tragedias y aflicciones. Con demasiada
frecuencia la pérdida trágica de un hijo, cónyuge, padre, madre u otros seres amados,
se convierte en un punto decisivo en la vida de una persona. Algunas, ceden a este
peligroso concepto: "Si existe un omnisciente y amoroso Padre Eterno, ¿cómo pudo
permitir El que esto nos sucediera a mí y a los míos?" Permitimos así que el dolor
deshaga el lazo y vínculo de fortaleza que nos une a Aquel que ha prometido
ayudarnos apasar con éxito a través de las pruebas de nuestro propio Getsemaní.
Algunos de nosotros, en nuestros momentos de mayor desesperación, nos
apartamos amargados del brazo que nos da fuerza, consuelo y paz; y a veces, en
nuestras horas más tenebrosas, perdemos de vista la luz al insistir en preguntas de
las cuales no podemos obtener respuesta: "¿Por qué permite Dios que esto me
suceda a mí, o a nuestra familia?" o "¿Qué hemos hecho nosotros para merecer
esto?"
Una hermana de Orem, Utah, me ha contado lo siguiente:
"Conocí a una agradable mujer, muy estimada por todos y de cuya compañía
todas las personas disfrutaban; siempre era un placer estar con ella, porque parecía
amar la vida y a la gente con todas sus fuerzas. Un día le pregunté: 'Usted es una
fuente de gozo para todos nosotros. ¿Podría decirme cuál es su secreto?' Ella me
respondió: 'Sí. Una palabra cambió toda mi vida'. 'Y, ¿qué palabra es esa?' volví a
preguntarle. 'Cáncer', replicó; y al ver mi expresión de asombro, procedió a
explicarme lo siguiente: 'El médico pronunció esa funesta palabra, y me dijo que me
quedaba un corto tiempo de vida. Tuve que enfrentarme a una decisión: podía
amargarles la vida a los que me rodeaban, o podía tratar de hacérsela más feliz.
Después de mucho orar, comprendí que tenía que vivir cada día como viniera,
exactamente igual que todo el mundo; empecé a ver cosas que jamás había visto.
Empecé a mirar a mi marido, mis hijos, a todas las personas con ojos completamente
diferentes. Ahora sé que la vida es un don, ya sea un día o un año, y estoy
determinada a disfrutar de mi don al máximo de mi capacidad'."
Sea que las obras de Dios se manifiesten en una curación, o en la demostración
de valor y aceptación por parte del afectado, esto queda librado a la voluntad de
Aquel, cuya sabiduría comprende todas las cosas. ¡Cuán inspirador y alentador es el
ejemplo de aquellos que continúan avanzando y elevándose, a pesar de sus tragedias
o aflicciones!
Un barco hacia o ente
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Y otro hacia occidente,
Por los mismos vientos
Impulsados van.
El rumbo que le dan sus velas
Y no el soplo que los lleva
Decide a que puerto oirán.
Cual los vientos de la mar
Son las sendas del destino;
Y al viajar por esta vida,
Será el rumbo de nuestra alma
Y no la lucha o la calma,
Lo que la esta decida.
(Por Ella Wheeler Wilcox, en Masterpieces of religious verse. Nu-eva York,
Harper and Brothers Publishers, 1948, pág. 314.)
Dejar que nos esclavicen los hábitos y errores de la mala conducta. Un amigo
mío, que hace tan sólo unos meses comenzó a hacer esfuerzos sobrehumanos para
llevar una vida útil, y reanudar su actividad en la Iglesia, me dijo lo siguiente: "Por
experiencia propia, te puedo asegurar que es mucho más fácil criticar a una persona
y censurar a la sociedad, que cambiar uno mismo su manera de ser y reconocer las
verdaderas causas de la inactividad y el negativismo".
El cambio es difícil. En lugar de luchar para vencer un mal hábito o corregir un
error, algunos de nosotros preferimos buscar excusas para justificar nuestra
inactividad. Sólo podemos progresar a medida que somos capaces de renunciar a
algo, en favor de otra cosa que deseamos más. El ser honestos con nosotros mismos,
y el imponernos metas mejores, pero realizables, y que podemos ir logrando día a
día, son factores que determinan el camino que seguiremos. Se puede hacer una
lista de metas, y luego una de los precios que debemos pagar por cada una de ellas;
el costo del cambio, pagado así día a día, no nos resultará abrumador.
El Señor ha prometido que, una vez que el arrepentimiento sea completo, El nos
perdonará y olvidará nuestras faltas. Si el Señor puede hacer esto por nosotros, ¿por
qué no hemos de poder hacerlo por nosotros mismos? Los errores se pueden
perdonar, las costumbres y los hábitos se pueden cambiar, y así quitar un
impedimento hacia el progreso.
En contraste a esta manera de proceder, es sumamente desalentador observar a
personas que tienen malos hábitos y que se resisten a dar los pasos necesarios a fin
de controlar mejor su vida. El que verdaderamente se arrepiente, aprende de sus
errores, los deja atrás, y convierte su experiencia en acciones que le ayuden a
progresar. Es un consuelo saber que si se lo permitimos, Dios nos tomará de la mano
y nos elevará a nuevos niveles de progreso. El reconocer que hemos estado
extraviados y pagar el precio que nos permita volver a la buena senda, es una dulce
victoria personal.
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Permitir que los temores nos impidan progresar. El temor es otro obstáculo que
puede detener nuestro progreso eterno, y que nos impide intentar nuevos avances,
porque tenemos miedo de fracasar o ser rechazados; tampoco aceptamos
oportunidades de servir en la Iglesia o en la comunidad, por temor a cometer un
error.
"Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio." (2Tim. 1:7. )
Es trágico que tengamos temor de intentar algo nuevo, temor de tomar una
determinación, temor de confiar en el Señor y hasta de errar en nuestros propios
juicios. Ojalá que todos pudiéramos recordar la gran enseñanza del Salvador, cuando
el temor impidió a Pedro caminar sobre el agua e hizo que comenzara a hundirse:
"Y ya la barca estaba en medio del mar, azotada por las olas; porque el viento era
contrario.
Mas a la cuarta vigilia de la noche,
Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el
mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo.
Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!
Entonces le respondió Pedro, y dijo:
Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas.
Y El dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a
Jesús.
Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces,
diciendo: ¡Señor, sálvame!
Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca
fe! ¿Por qué dudaste?" (Mat. 14:24-31. )
Podemos vencer todos los temores en la vida, sólo con tener fe y seguir adelante
con resolución.
Para terminar, deseo recalcar que la constante fomentación de ofensas
personales sirve de muleta para aquellos que, si acaso se mueven, lo hacen siempre
con vacilación. Dejarse vencer por e: sufrimiento que causan la tragedia y las
aflicciones, obstruye el desarrollo y nos priva de la oportunidad de triunfar ante los
obstáculos. El estar esclavizado por los hábitos y errores de una mala conducta, nos
convierte en víctimas de nuestras propias faltas. El permitir que los temores nos
impidan el progreso, no es sino una evidencia más de la falta de voluntad para hacer
el esfuerzo, por miedo al fracaso. Todo lo que pueda ser un obstáculo en nuestro
camino hacia el progreso, queda a un lado cuando determinamos que no hay ninguna
necesidad de que el hombre recorra a solas la senda de la vida. ¡Cuán feliz es el día
en que comprendemos que con la ayuda de Dios, nada nos es imposible!
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Ruego que podamos esforzarnos por llegar a ese día y a ese conocimiento. Dios
vive y El escucha y contesta nuestras oraciones. De estas verdades doy fe y testifico
en el nombre de Jesucristo. Amén.
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