Ángel era esbelto y delgado y aunque ella nunca entendía por qué

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Ángel
Ángel era esbelto y delgado y aunque ella nunca entendía por qué siempre iba de azul
claro, la verdad es que pensaba que el color célico le sentaba muy bien. Cabellos
ondeados de trigales y ojos de inmersión profunda que dejaban ver más allá de lo
palpable. Cada noche con el candor que lo caracterizaba se acercaba sigiloso hasta su
cama, le acariciaba las sienes sin a penas tocarlas y le hacía mostrar las diminutas
cordilleras de los poros en su piel. Le ofrecía sus manos de pan tierno y espigas, y con
ellas el dulce sueño de la leche materna en su seno. Llenaba sábanas de estelas y allá
dormía con aquel rostro de lunas nuevas tras sus párpados herméticos. Se dejaba llevar
por el letargo hasta el retiro total, presa consentida de seducciones. Entonces,... silencio
y oscuridad. Pronto se esfumaría el recuerdo de aquel contacto como una última
exhalación. Abrió los ojos queriendo buscar los suyos intensos, pero no encontró más
que la laguna de su haz.
Al alba, Ángel nunca estaba allí. Siempre se perdía el filtrar de la mañana por las
grietas de su alcoba, aunque le dejaba las percepciones de sus besos dulces.
_ Buenos días Luisa. ¡Vamos despierta, hemos de marcharnos ya!
La nueva jornada se le ofrecía jubilosa, y en cierta forma se alegraba de que su
padre ignorara aquello de las visitas nocturnas. Probablemente no serían de su agrado.
Se alzó de un brinco y dejó traslucir sus contornos frescos por entre el tejido de su
camisón de nieve. Mudó los atuendos para enfrentarse a una primavera que se exhibía
pletórica. Se cepilló sin espejos de plata y abandonó un suspiro en la estancia para
echarse a la calle aún edulcorada por las mieles del sopor. Atravesó el dintel de la
puerta. Destapó su privacidad al mundo con una sonrisa. El enérgico sol la galanteó.
Trinos sonorizaron el instante en un revoloteo de mirlos. Ya estaba consolidada la
mañana pregonando su luz por cada rincón.
Su cuerpo casi en perfecto despertar se oxigenaba con el gusto a canela del bien
amanecido día. Con las prisas había olvidado trenzarse el pelo así que se dispuso a
hacerlo. Agilizó el paso a su vez, para así prender las diestras manos de su padre. Le
encantaba sentírselas ásperas, plenas de la expresividad que creaban. No sabía si era por
aquella especial conexión por lo que ella experimentaba ese deseo de dar a luz a su
sensibilidad. Él le había dado la oportunidad de demostrarlo aquel día. Se la veía
realmente feliz camino del taller con la docencia paternal como escudo.
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Al instante, los discípulos estaban agolpados en el acceso al local. Entre ellos también
se encontraban sus hermanos incrédulos por su asistencia.
_ ¿Qué haría allí ella si debía estar con las tareas del hogar? _ le parecía escuchar
como vociferaban con el gesto silencioso de sus fruncidos ceños.
Habían sido muchos días de insistencias, de irritables palabras que habían salido más
allá del corazón,... de la rabia. Pero cosechaba al fin el fruto de sus desventuras. Ahora
sólo quedaba demostrar que no exclusivamente aquellos varones podían adjudicarse la
autoría de un estilismo hecho figura. Tenía el presagio de que a partir de aquel mismo
instante, todos tendrían un concepto bien distinto de la feminidad, empezando por su
propio padre.
_ Shss _ Mandó el maestro enmudecer la algarabía. _ ¡Vayamos dentro!
Al momento se oyó la cerradura del grueso portón. Una vuelta a la llave. Otra. Se
abrió lentamente. Crujieron las bisagras.
Decenas de esculturas se repartían armoniosamente la estancia. Todas llenas de un
intenso contenido emocional. Dicha presencia le impresionó. Pronto se haría con
aquella compañía inerte, aunque se sintiera como observada por tanto realismo.
Pedro, que así se llamaba su padre, rompía el silencio a menudo para dar unas pautas.
Ella reflexionaba sobre las juiciosas palabras cual doctrina.
_ Hemos de expresar el movimiento y los gestos con la mayor naturalidad para
representar estados de ánimo y sentimientos. ¡Eh, tú ¡ _ reprendía con voz enérgica _
No me mires a mí, escucha pero céntrate en tu obra.
Aferrados a sus gubias, nadie levantaba la mirada después de aquello. La cadencia de
su dicción se adentraba como mensaje sonoro en los bustos de madera (de ésta por su
reducido coste, su poco peso, y su blanda condición que posibilitaba la ejecución
minuciosa del detalle. La policromaban para enriquecer su aspecto y para acentuar el
realismo añadían ojos de cristal, lágrimas de cera, y dientes y uñas de asta de toro). De
repente su padre se le acercó con un enigmático bloque de terracota.
_ Toma hija, plasma con ello lo que llevas dentro. Acarícialo y hazlo tuyo._ Entonces
le dio un beso de esos que ella sentía traspasarle y se giró.
Quedó con la mirada fija, muy fija en aquel material sin sentido. Observaron sus ojos,
se aromatizó de aquella naturaleza. Pudo casi oír animarle a que le diera vida, a no ser
condenada para siempre como esencia sin espíritu. Gustó de su sinsabor y al fin fue
tentada.
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Gimió de gozo y sus manos y aquella sustancia fueron uno. Le parecía violar su
sosiego, pero pensaba que podía encontrar lo que ignoraba y que por otro lado esperaba
con tanto afán. Era como un anhelado encuentro con lo desconocido. Guardaba un
secreto en su corazón que muy pronto sería desvelado; la región de los sentimientos
flotantes deseosos de ubicación. Sentía miedo. Tanto de no encontrarlo, como de llegar
a captarlo con vehemencia.
De repente, se escucharon tres golpes secos. Llamaban a la puerta. Pedro se levantó
de su asiento. Sorprendía ver como nadie se alertó ante dicha señal. Tal vez porque no
se atreviesen a alzar la vista de sus objetivos, o porque realmente ya se habían inmerso
en el mar de las estimulaciones. Lo cierto es que cuando Alonso entró, no obtuvo ni un
breve saludo. Todos se afanaban en sí mismos. Él era un reconocido escultor granadino
con el que trabaja su padre conjuntamente la realización de un retablo mayor que les
habían encomendado para la Catedral de Sevilla. Venía pues, a intercambiar opiniones,
en la búsqueda de la armonía entra la ornamentación de la arquitectura y la escultura
para el logro de una perfecta conjunción.
En un apartado del taller tenían sus útiles y alguna que otra iconografía. Dominaban
a la perfección el tema por lo que se habían hecho de cierto prestigio en la ciudad.
En el silencio se lograba percibir como a pentagramas sus voces graves. Resonaban
cual percusión acompasada. Mientras ojos noveles se hacían con sus alientos
descubriendo perfiles, aristas,...
Luisa había logrado darle forma a su designio. Un rostro del indefinido. Palpaba sus
facciones y las concebía regaladas. Se despojaba cual íntegra desnudez de perímetros
imprecisos. Caricias. Roces de insinuación. Donación total cuerpo y alma. Horas en
segundos anunciaron la consumación laboral. Una pequeña campana se hizo con la sala
en su tañido de dorado viejo. De nuevo el inverso del ir.
El día se hizo el vencido dando paso a la atardecida. Ya en su lecho, Luisa había
dejado de pensar en su imagen. Se tomó la nuca. Sentía la opresión del trabajo bien
hecho. Estiró sus miembros. Inspiró fuertemente y allí estaba él de nuevo. Hermoso, de
bucles dorados aferrados a su cutis, de azuladas venas en sus brazos de albor corpulento.
Ángel como cada noche la visitaba. Miró hacia la habitación contigua. Sus padres
dormían ausentes una vez más de sus eventos más púrpuras.
_ Bebe de mis manos que yo te he de regalar el elixir anisado de tus deseos.
Se acaramelaba entonces de sus caricias y se dejaba llevar por el letargo de su rostro
bello. Una vez más se había hecho con todos sus anhelos. Se había sentado al filo de su
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cama. Se habían fundido en uno, y a soñar,... Carentes de matices eróticos pero abriendo
las puertas de lo indecible de par en par.
Por la mañana gustaba del sabor dejado. Se relamía del placentero descanso. De
nuevo el sol le anunciaba un natalicio.
_ Anoche escuché ruidos en tu habitación- dijo Pedro.
Ruborizada cual flor estival, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo de punta a punta.
Temerosa de que fuera conocedor de su gran secreto, no pudo mediar palabra.
_ Me levanté desvelado mi sueño, y fui a indagar.
Aún más acentuado fue el cromar de su rostro. Por su mente pasaban miles de
excusas en busca de la coartada perfecta. ¡Su padre podía haber descubierto la presencia
de aquel ser que la cortejaba cada noche! La sola idea le atormentaba, pues sabía que si
era así, le retiraría la plena confianza que le había depositado. Pero ya sabía que por
amor se hacían grandes locuras, y ella olvidaba el juicio cuando se le hacía presente.
Era limpio, puro, inocente,... Pero sentía como cosquilleos le inundaban su órgano más
vital.
_ Al llegar a tu alcoba_ prosiguió_ el viento agitaba fuertemente las ventanas.
Descansó. Un suspiro relajó todos sus miembros que ya estaban llegando a la cúspide
de la tensión. Su rostro volvió a recuperar el color natural y atinó a hacer una mueca de
extrañeza.
_ Tu cuerpo estaba helado. Al ir a arroparte pronunciaste un nombre que ahora no
recuerdo. Casualmente se cerraron las ventanas. Parecía como si alguien hubiese
cabalgado esfumándose con el viento.
_ Vayamos al taller, ya es la hora- sugirió Luisa para no profundizar más en ello.
Todo listo para el deleite del quehacer. Y así, como fugaz es el segundo, otra vez ella
se encontraba ante su descendencia artística. Volvió a tentarlo para hacerlo suyo de
nuevo. Se dispuso a entregarse a él. A darse por entera. Minutos,... agasajos. Horas,...
pasiones. Su pelo estaba empapado en un jugo de sudor salado que le recorría la frente.
Le dejaban huellas de estrechos surcos.
Ante la hermosura de aquel semblante, su padre se acercó.
_ ¿Quién es? , parece tan real que diría es alguien al que conoces.
Ella no había reparado, sólo se dejaba llevar. Dio quietud a sus manos y se alejó un
poco para encontrar perspectivas. Y allí estaba él con la misma mirada de cada noche,
con sus olas rubias sobre el rostro, y su saya celeste de siempre. Al dorso le asomaban
unas alas. Nunca había reparado en ellas, probablemente por su deseo de humanizar al
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ser que le regalaba un delirio cada oscuridad. Ángel era nada más y nada menos que
eso; el serafín que la aguardaba, un ser asexuado que le había estado escoltando hasta
que se expresara con libertad y reflejara el mundo en toda su diversidad. El amigo
imaginativo de cualquier niño que no es más que la conciencia que se aferra a una
ilusión palpable antes de dar el gran paso. Dibujó una sonrisa de complicidad, satisfecha
por haberle traído al mundo de lo corpóreo.
Su obra reflejaba la gracia y la delicadeza de sus formas concebidas con la exquisita
sensibilidad que había guardado en el cofre de sus nocturnidades. Y la liberaba de
ataduras internas. La había ayudado a colocarse en un mundo que hasta entonces se le
había vetado. Había logrado ganar una batalla; la disolución de los roles de género.
Parecía un pequeño logro pero era un gran paso para hacer entender la igualdad. Les
brindaría la posibilidad también a sus hermanas María y Ana, y a cualquier mujer con
sus mismas inquietudes del presente e incluso del futuro.
Ángel no volvió ninguna otra noche. Nunca más visionó la claridad de su azul cielo,
ni sus sonrosadas mejillas al tacto aterciopeladas. Jamás volvió a escuchar la melodía
en el acorde de sus labios. Nadie le bajó estrellas del firmamento para posarlas en sus
sábanas. Se llevó sus mejores besos de lunas nuevas, su cima de candidez suprema para
donarle abriles de plata. Pero el olvido no se hizo. La bruma no reinó por entero. Ángel
estuvo presente toda su vida en cada uno de los rostros tiernos de sus imágenes que
ahora aún, podemos admirar distribuidas por gran parte de Andalucía y también fuera de
ésta, bajo el seudónimo de La Roldana.
Á pice de lo sutil,
N
ativo místico,
G
racia plena.
E
n las sombras,
L
uisa aún lo espera.
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