El poder de la imagen simbólica: un camino a la trascendencia. Voy a plantear este tema partiendo justamente desde el punto en el que yo misma descubrí la incidencia de un poder, que a través de la imagen, en el mundo artístico, manifiesta un tránsito de lo visible a lo invisible. Y por qué no decir que, a la vez, es un tránsito que circula de lo invisible a lo visible. Como queda sugerido, el tránsito propio del mundo estético unido a lo imaginario, es un movimiento circular. No podemos someternos a un movimiento sólo lineal, ya que en la búsqueda de la incidencia de este “poder” imaginal, vamos avanzando en todo caso de un modo espiralado, pasando una y otra vez por los dos polos en profundización creciente. Cuando nos detenemos frente a una obra pictórica, una escultura, una fotografía, una imagen poética, esto nos posibilita un conjunto de posibles miradas. Hay muy variados ángulos desde los cuales podemos contemplar: analizando o dejándonos invadir por la presencia de la obra. Si pudiéramos indicar qué es lo que marca la diferencia entre la contemplación y apreciación de un objeto del mundo cotidiano, y uno artístico, tal vez podríamos afirmar en primera instancia que es el lugar privilegiado en que se lo ha ubicado, separado del uso utilitario. Sin embargo, habría que sumar otra afirmación para poder delimitar lo que aquí ocurre: el objeto artístico es una particular “presencia” que instala un nuevo modo de ser, en el que somos involucrados. Estamos percibiendo una obra muy concreta, de un material determinado, de un color, con una forma propia. Sólo esto provoca un cambio en nosotros: de agrado o desagrado. En este punto nuestra captación de la forma y el color, están cargándose de valoraciones que consciente o inconscientemente circulan y generan en nosotros un estado de ánimo. Sintetizando, qué distingue este mirar y sentir dirigido hacia lo artístico, del mirar y sentir cotidiano. Podemos indicar: . un espacio privilegiado, que nosotros le brindamos al mirarlo, . una presencia particular que el mismo objeto-imagen irradia, . un efecto movilizador en nuestra captación perceptiva y emocional, que conciente o inconscientemente nos lleva a valorar. Estamos entonces ante un mundo transfigurado. Las figuras de nuestro mundo habitual han cobrado otra dimensión, traspasadas y transformadas por una mirada que está “habitada” por imágenes. En palabras de Hugo Bauzá: “somos habitados por imágenes que condicionan nuestro proceder y nuestro estar en el mundo”.1 Hasta aquí, un posible lugar desde donde atisbar que: algo en esa imagen provoca en mí un cambio comprometedor, en donde se abren nuevos sentidos e intuiciones, resignificando mi mundo habitual. - ¿Qué mundo asoma, con particular poder, en este encuentro vital: imagen- contemplador? Estamos en un mundo en donde la imagen oficia de intermediaria entre la creatividad del artista o poeta y la creatividad del contemplador o lector. La imaginación creadora opera como puente o lazo de unión que instala en el mundo imaginal, en donde diversas polaridades encuentran su integración. Conecta lo sensible con lo espiritual, la razón con los sentimientos, el sujeto con el objeto, el consciente con el inconsciente. En realidad, más propiamente, habría que decir que la imaginación y sus imágenes nos sitúan en el mundo imaginal, que ya existía, y del cual aquí tenemos una captación 1 BAUZÁ, Hugo, “Introducción” a La vida de las imágenes de Jean-Jacques WUNENBURGER, UNSAM, 2005, p. 10. privilegiada. Somos de alguna manera participantes de una gran trama de imágenes que no pertenecen sólo al hombre individual y que enlazan nuestro imaginario con el de una larga historia en el tiempo y una gran variedad de expresiones culturales y religiosas, en distintos espacios. Quisiera dar mayor amplitud al ámbito del que se nutre el mundo imaginal. Ya que la percepción que se hace presente en la imagen, no es sólo la de las artes visuales o la de la lectura poética, sino que debemos extenderla a la captación de los cinco sentidos. Toda percepción sensible se incorpora al mundo de lo imaginal, ya que también nuestro sentir táctil, u olfativo, o sonoro está transido de receptividad espiritual. Ya desde el origen la percepción está cargada de potencialidad, y por ello el imaginario se despliega en la línea de los cinco sentidos interiores, que son el espejo sobreelevado de los cinco sentidos exteriores. - El mundo imaginal está íntimamente ligado a lo simbólico, y allí respira una atmósfera de sobreabundancia. Es justamente la intuición de lo inaprensible en el concepto o en la cantidad, la que genera la posibilidad de un nuevo lenguaje en donde intente decirse –sea desde el ámbito de la belleza, o de la sacralidad- aquello que trasciende los límites habituales de lo cotidiano o de la ciencia racional. · Quisiera recordar que lo simbólico está siempre en una imagen, que con la fuerza de su presencia, muy concreta, indica un algo otro que allí no está presente, pero que es reclamado, tácitamente, y que sólo cobra sentido cuando se incorpora esa otra parte que totaliza al símbolo. A su vez, esta concreta imagen que busca la integración con lo no-dicho se da como una puerta que abre a un nuevo mundo. La novedad que se patentiza tiene infinitas posibilidades y está cargada de vitalidad. Es la misma imagen la que empuja hacia esa nueva visión, porque como dice Jean-Jacques Wunenburger: “las imágenes forman conjuntos vivientes que se estructuran, transforman, interactúan –y por eso mismo exigen nuestra atención-, aguzan nuestros afectos, desvían nuestro pensamiento. Lejos de no ser más que materiales accidentales y secundarios de nuestra vida psíquica, las imágenes, en su variedad, participan de una totalidad viviente, a través de la cual tomamos conciencia de nosotros mismos y percibimos lo real. Es por ellas como podemos habitar un mundo y dar sentido a nuestra vida.” 2 Lo simbólico: indica algo más allá de lo que se ve o se dice, cargado de una infinidad de posibles sentidos, en la vida incesante de la imaginación creadora que descubre aspectos y planos nuevos. Desde allí se organiza una y otra vez a partir de polaridades que permiten avanzar en intensidad hacia intuiciones que van expandiendo el sentido original. El dinamismo organizador que actúa en el mundo simbólico, sobreeleva siempre lo anteriormente conocido en la mera imagen. En el hombre el producto de su imaginación está siempre ligado a otros elementos. Nada de lo imaginario, como de lo humano en general, podría estar escindido de la gran red en que estamos inmersos, donde lo racional y lo pasional, lo diurno y lo nocturno, lo masculino y lo femenino, etc., se interrelacionan e influyen. Vivimos en un mundo tensional, que se armoniza humanamente cuando mediamos los extremos a través de una síntesis. El homo symbolicus que somos construye vitalmente lazos de unión en donde diversos aspectos polares logran una nueva relación que es superior a la primera (el todo no es simplemente la suma de sus partes). · Desde la perspectiva junguiana, en la imaginación simbólica actúan globalmente la totalidad de funciones del psiquismo. El símbolo concita a la totalidad del hombre: el 2 WUNENBURGER, Jean-Jacques, La vida de las imágenes, UNSAM, Serie Humanitas, Buenos Aires, 2005, p. 13. pensamiento, el sentimiento, la percepción sensorial y la intuición participan y convergen en esta imagen. La integración holística en donde participa “todo” el hombre es una característica propia de la imagen simbólica (en la poesía, en el arte, en la liturgia), y así también se extiende esta integralidad a la estructura vivencial de los arquetipos del inconsciente colectivo, en donde no sólo convergen las funciones subjetivas individuales, sino que coinciden las comprensiones simbólicas en los distintos grupos humanos, a lo largo de la historia y de las diferentes culturas. Podemos verlo en los relatos míticos en donde estos elementos se conjugan al modo de la narración. Un aspecto más de esta integralidad es la participación del cuerpo comprometido en la ritualidad. Allí el símbolo se hace gesto, danza, movimiento. Se actúa y se actualiza existencialmente, lo manifestado en la imagen simbólica. Lo que parece muy claro en la actividad tribal primitiva, parece hoy desdibujarse en las sociedades tecnológicamente avanzadas o culturalmente reprimidas por un exceso de racionalidad aislada de la vida. Nuestra civilización fue arrastrada en el sentido de la abstracción, pero obviamente los impulsos vuelven y la imagen se instala lamentablemente con los aspectos simbólicos perdidos en una concretez sin profundidad. · Nuestra civilización de la imagen, está a menudo carente de un significado otro, más allá de la pura sensación. El contacto permanente con la velocidad de los hechos e informaciones, aletarga los sentidos interiores que permitirían recibir en la propia profundidad, el llamado de lo simbólico. Nos habla Marie-Madeleine Davy3 de una necesaria preparación a un cierto “apetito” de significación, que abre al deseo de un conocimiento encarnado en la imagen, donde el símbolo libera su contenido y él mismo se revela. El “apetito” de significación está apagado 3 DAVY, Marie-Madeleine, Initiation a la symbolique romane, Flammarion, Champs, 1977, p.92. allí donde el empobrecimiento del lenguaje imaginal nos aleja del simbolismo y su trascendencia. La conciencia individual predispuesta a encontrar nuevas significaciones a las cosas, requiere de una disposición personal y libre, pero a su vez está fuertemente influenciada por el ambiente social y cultural, que ejerce su peso y su constreñimiento. La desvalorización de lo simbólico tiene larga data. Lo arquetípico ha dejado de tener peso, y su desenvolvimiento en los mitos es visto como los rudimentos o la prehistoria del verdadero pensamiento. Así los arquetipos que surgen sólo serán descriptos desde la psicología como ciencia, y perderán su trasfondo sagrado; o serán clasificados en la antropología etnológica aislándose de la experiencia y la vida religiosa en que surgieron. - Haciendo un recorrido a través de la historia del pensamiento de Occidente, Gilbert Durand habla de la “victoria de los iconoclastas” y del triunfo del positivismo, ya que tanto en la negación de la imagen simbólica como medio válido de conocimiento –en donde es sobrevalorado el concepto y el análisis racional-, como en la reducción de la imagen a la percepción meramente sensorial –positivista-, tanto por defecto como por exceso, la civilización occidental niega su valor al símbolo. Cito a Durand en su libro L'imagination symbolique : “ En principio el conocimiento simbólico, definido triplemente como pensamiento siempre indirecto, como presencia figurada de la trascendencia y como comprehensión epifánica, aparece en las antípodas de la pedagogía del saber tal como se instituye desde hace diez siglos en Occidente. Si como O. Spengler se hace comenzar plausiblemente nuestra civilización con la herencia de Carlomagno, se nota que Occidente siempre ha opuesto a los tres criterios precedentes elementos pedagógicos violentamente antagónicos: a la presencia epifánica de la trascendencia, las iglesias opusieron dogmas y clericalismos; al ‘pensamiento indirecto’ los pragmatismos opusieron el pensamiento directo, el ‘concepto’ -cuando no el ‘percepto’ (lo percibido)-; y finalmente, ante la imaginación comprehensiva ‘madre de error y de falsedad’ [dicho irónicamente], la Ciencia dirigirá las largas cadenas de razones de la explicación semiológica, asimilando además estas últimas a largas cadenas de ‘hechos’ de la explicación positivista. De alguna manera los famosos ‘tres estados’ sucesivos del triunfo de la explicación positivista son los tres estados de la extinción simbólica.”4 Durand reacciona frente a los resultados de un agotamiento del poder del símbolo, que es generado por un modo de pensamiento que se ha plasmado: en el dogmatismo teológico, en el conceptualismo metafísico y en el positivismo semiológico. El efecto es la falta de “relación” del hombre con la trascendencia ya que el puente cortado es precisamente la imagen simbólica, el icono evocador –tan profundamente humano-, que siempre religa naturalmente uno y otro mundo. Allí está la presencia del símbolo y su poder sobre la vida del hombre, precisamente porque es expresión de la vida más esencialmente humana, la que está con una mano en la tierra y con la otra en el cielo. El nivel de lo propiamente “imaginal” es el verdadero plano original de los símbolos, en donde las representaciones imaginarias son arquetipos con autonomía, que manifiestan un sentido que nos trasciende. El mundus imaginalis es el nombre propio de este lugar mediador entre el hombre y la divinidad. Este nombre es tomado por Corbin de la mística de los sufíes. Es para ellos el mundo intermediario, el mundo de las Imágenes-Arquetipos, formas autónomas de las que participa nuestra imaginación, y que le permiten remontarse de lo temporal a lo eterno. 4 DURAND, Gilbert, La imaginación simbólica, Amorrortu, Buenos Aires, 2000, p. 25. La imagen simbólica tiene una fuerza psíquica particular en donde juegan tanto un lazo de unión como un corte con el contenido original. Hay en ella meta-significaciones que trascienden el primer sentido, aunque a la vez quedan siempre ligadas a la imagen de la cual han surgido. Esto nos muestra una vez más que sólo la imagen puede explicar plenamente a la imagen. Desde ella, la profundidad simbólica y su desenvolvimiento dependerán de la actividad creadora del sujeto que se disponga a develar nuevos sentidos latentes, aunque sepa que siempre quedarán otros ocultos. La variedad de sentidos que se asocian entre sí y que se hacen presentes a la conciencia no nacen desde una asociación librada al caos o al azar, sino que brotan de un sentido propio. El mundo imaginal, con sus imágenes primordiales, arquetípicas, alimenta y ordena psíquicamente la pluralidad de imágenes concretas que manifestarán a esas matrices primigenias. Nos dice Bauzá: “Las imágenes, por lo demás, no se acumulan de manera pasiva y anárquica en la psiquis de los seres humanos, sino que forman verdaderas cuencas semánticas que condicionan pensamiento y, por tanto, nos enseñan a ver y sentir el mundo.”5 Aquí quisiera agregar, explícitamente, que así como en las obras de arte plásticas y en la simbólica poética vemos la presencia del mundo imaginal, éste también manifiesta su fuerza en una larga historia de la expresión humana: en la estética musical, en los sueños de los hombres, a través de sus mitos y sus ritos, y aún en el relato de los cuentos de hadas. 5 BAUZÁ, H. F., en Prólogo a WUNENBURGER, La vida de las imágenes. Esta insistencia de lo simbólico, que vuelve una y otra vez a reinstalar sentidos en los distintos ámbitos, es una de sus características propias: la de una redundancia perfeccionante, la de una verdad que quiere decirse en la luz de una imagen. Es importante comprender que el mundo del conocimiento simbólico-imaginativo, conduce a iluminar la propia vida: nos aproxima a la realidad, nos la entrega existencialmente y así nos permite comprometernos en un cambio. La imagen simbólica cargada de una energía que tiende a la integración de lo alto y lo bajo, empuja a una transformación con sentido, cuando es “revivida” en un acontecimiento asumido con libertad y conciencia. En palabras de G. Durand: “Ahora se revela el rol profundo del símbolo: es ‘confirmación’ de un sentido a una libertad personal. Es por esto que el símbolo no puede explicarse: la alquimia de la transmutación, de la transfiguración simbólica sólo puede efectuarse, en última instancia, en el crisol de una libertad. (...) en la experiencia del símbolo experimentamos que la libertad es creadora de un sentido; es poética de una trascendencia en el seno del sujeto más objetivo, más comprometido con el acontecimiento concreto.”6 La imagen es el elemento mediador que colma de concretez al arquetipo. Él tiene una energía propia que empuja a la realización. El logro de la imagen simbólica es finalmente triunfo de una imaginación creadora que al hacerse conciente brinda un nuevo sentido a una libertad personal. Durand diría que el efecto que produce la imagen simbólica es el de un equilibrio entre fuerzas antagónicas. Atravesando una dinámica dialéctica, la imagen es síntesis plena de sentidos, y fundamentalmente orienta nuestra vida en la perspectiva de la esperanza. 6 DURAND, G., op. cit., pág. 43-44. El equilibrio se manifiesta en distintos niveles de lo humano, y el último nivel en que se manifiesta el poder de las imágenes simbólicas indica el fin de todo símbolo, que sin dejar de lado la tensión dialéctica, significa para el hombre una epifanía que es teofanía. La meta última del recorrido de la imaginación a través de los símbolos parece merecer más el nombre de armonía que el de equilibrio. Nos encontramos en la tierra - o el cielo- del mundo imaginal, en el nudo sagrado de lo arquetípico donde nuestro mundo encarnado se une con lo Sagrado. Con la palabra poética de Olga Orozco, podemos decir: Porque hay prolongaciones inasibles que llegan más allá, zonas inalcanzables donde tal vez se impriman las pisadas de Dios, subsuelos transparentes que se internan a veces en los jardines de otro mundo y al regresar expanden un perfume semejante al del alba. Prof. Mirta Inés Camblong