El deseo incontrolable

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El deseo incontrolable
por Bel Cesar - [email protected]
Traducido por Melissa Park [email protected]
Dando continuidad al estudio sobre los 12 Hilos de Interdependencia - enseñanzas budistas que nos
incentivan a romper el hábito de sufrir - hoy vamos a estudiar el octavo Hilo, llamado deseo
interdependiente.
El octavo Hilo depende del hilo anterior, el sentimiento interdependiente. En el sexto Hilo, al entrar en
contacto con un objeto, la primer cosa que hacemos es un pre-juzgamiento al respecto: agradable,
desagradable o neutro. Luego en seguida, al experimentarlo, vivenciamos el séptimo hilo, el sentimiento
interdependiente, en el cual iremos a constatar si el objeto es, de hecho, agradable, desagradable o
neutro. Conforme la reacción de nuestra experiencia en relación al objeto, generaremos ansias por
tenerlo más cerca o más lejos de nosotros. En nuestra mente, todo eso sucede muy rápido: veo, gusto,
deseo. O entonces, toco, no me gusta y siento aversión.
Todo eso puede parecer muy simple, pero toda la complejidad del sufrimiento humano está ahí: lo que
deseamos o rechazamos resulta de una cadena de proyecciones mentales que comienzan a partir de un
pre-juzgamiento. Como dice Lama Yeshe en su libro La Energía de la Sabiduría (Ed. Pensamento): “La
mayor parte del tempo, pintamos imágenes. Colocamos nuestra propia interpretación limitada en todo”.
De hecho, si paramos para observar, todas las veces que nos frustramos con algo es porque habíamos
creado anteriormente una expectativa, una imagen que no se concretizó al entrar en contacto con la
realidad. O sea, nos decepcionamos por no encontrar fuera lo que imaginábamos dentro de nosotros.
Grandes frustraciones pueden haber tenido su inicio en pequeñas expectativas que crecieron
rápidamente por acción de este octavo hilo: el deseo.
El deseo actúa sobre nosotros con el mismo poder que un mago nos hace creer en sus maniobras
fantásticas: sabemos que hay un truco por detrás de sus actos y que por eso, todo no pasa de una
ilusión, pero, debido al encantamiento que el nos despierta con su agilidad y rapidez, terminamos por
creer que todo será verdadero, independiente de nuestras creencias. Ahí habita el peligro: el deseo nos
hace ver el objeto deseado como algo sólido, externo a nosotros. Esta percepción sólida del objeto
deseado nos hace sentir como si el objeto estuviese separado de nosotros, y así, comienza la
persecución: surge el fuerte deseo de movernos en su dirección.
A esta altura, ya quedamos presos de nuestros deseos. Según la neurociencia, en este momento
estamos bajo los efectos del aumento de la hormona llamada dopamina. Según Stefan Klein, en su libro
La Fórmula de la Felicidad (Ed. Sextante), la dopamina es la molécula del querer. Él explica: “Basta
mantener el ojo en nuestra fruta preferida en el supermercado para que la dopamina sea liberada. Luego
enseguida, un sentimiento de felicidad nos invade, una mezcla de alegría y excitación, una especie de
’yo quiero aquello’. Bajo el efecto de la dopamina, el cerebro transmite para los músculos la orden de
estirar el brazo y alcanzar la fruta. Al mismo tiempo, la memoria queda en estado de alerta para recibir
un mensaje: el cerebro se prepara para examinar atentamente si el sabor de la fruta corresponde a la
expectativa, a fin de poder archivar la experiencia positiva (o la decepción) para una próxima vez”. Cabe
exaltar que el exceso de dopamina puede intensificar nuestros deseos al punto de tornarlos obsesivos!
Para que eso no ocurra, es importante resaltar que nuestra mente no es apenas un conjunto de deseos...
Según la psicología budista, nuestra mente está compuesta por cinco factores mentales omnipresentes y
cinco factores mentales que determinan el objeto. Comprenderlos podrá ayudarnos a reconocer nuestro
potencial de saber dirigir la energía del deseo conforme creemos mejor!
Los cinco factores mentales omnipresentes están siempre activados en nuestro flujo mental, no importa
lo que estemos pensando, sintiendo o haciendo. Son ellos: la intención, la sensación, el discernimiento,
la atención y la relación. El más importante de ellos es la intención, pues es el primer movimiento de la
mente en dirección a un objeto.
Los cinco factores mentales que determinan el objeto también están siempre presentes en nuestra
mente, pero en diferentes grados de intensidad. Por lo tanto será su fuerza o flaqueza relativa que
determinará la calidad de cada actividad mental. Son ellos: el deseo, la decisión, el cuidado, la
concentración y el entendimiento.
Francesca Fremantle explica, en su libro Vacío Luminoso (Ed. Nova Era): “El deseo es el elemento de
atracción por el cual la mente es fuertemente atraída en dirección a algo; puede ser por asuntos
mundanos o puede ser por la iluminación y en beneficio de los demás. Decisión es la aplicación firme de
la mente. Puede también significar devoción o confianza; podríamos decir que la mente es devota al
objeto y se confía a él. Cuidado es traer a la mente repetidamente de regreso a su objeto, y es la base
de la meditación. Concentración es más completo de que cuidado, es la absorción de la mente en su
objeto; entendimiento es el conocimiento directo resultante de esa absorción”.
En general somos tan inmediatistas frente a nuestros deseos que exploramos poco los demás factores
mentales que determinan el objeto: la decisión, el cuidado, la concentración y el entendimiento.
El budismo nos inspira a ser libres del sufrimiento, esto es, a no quedarnos bajo la custodia del deseo
incontrolable. Así, cada vez que surge el deseo por algo, podemos concentrarnos, aumentar nuestra
comprensión al respecto de las ventajas y desventajas en seguir este determinado deseo y, con cuidado,
investigar su naturaleza, para, entonces, decidir que hacer con él! Esto es, con uno mismo!
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