Historia de Rusia en el siglo XX Cada nacionalidad pensaba que estaba padeciendo más que las otras: esta es la regla en los tiempos en que los grupos nacionales y étnicos son objeto de hostigamiento y privaciones. En 1934 algunos temerarios de la ciudad rusa de Saratov diseñaron un cartel ilegal en el que aparecía un ancho río con dos grupos de hombres formados a orilla y orilla preparados para entrar en batalla. En una orilla se hallaban Trotski, Kamenev y Zinoviev, todos ellos ju­ díos; y en la otra se encontraban los georgianos: Stalin, Yenukidze y O rd­ zhonikidze. En la parte inferior del cartel aparecía la siguiente frase: «Y a los eslavos les correspondía discutir quién iba a gobernar la vieja Rusia».29 El mensaje era que se estaba humillando a los rusos, ucranianos y bielorrusos en su propio país. Incluso bajo Stalin, a principios de los años treinta, la direc­ ción central del partido no reflejaba la composición demográfica del país, si bien no estaba tan distorsionada como anteriormente. A una tradición popu­ lar de antisemitismo se le añadió un resentimiento contra las naciones de la Transcaucasia. E n realidad, a los georgianos se les martirizó tanto como a los demás pue­ blos. El jefe local de la O G PU en Tiblisi, el georgiano Lavrenti Beria, se ganó el aplauso de Stalin por la forma implacable con que reprimía la disi­ dencia nacionalista y la resistencia campesina. Asimismo, las organizaciones Fortalezas asaltadas: cultura religión y nación > U)7 judías que florecieron en la URSS durante los años veinte fueron o bien mu­ tiladas o bien eliminadas. A la primavera de las naciones siguió el invierno de las naciones. Pero ello no significa que las naciones padecieran todas por igual. La ma­ yoría de las muertes causadas por eí estado soviético durante el primer plan quinquenal se debieron a ¡a colectivización de la agricultura, de manera que las nacionalidades que salieron peor paradas fueron las menos urbanizadas. Por ejemplo, se calcula que entre 1,3 y 1,8 millones de nómadas kazajos m u­ rieron por esta razón;30 y la imposición de cuotas agrícolas sobre ese pueblo condujo a la destrucción de todo un modo de vida, ya que se obligó a los ka­ zajos, que nada sabían acerca de la siembra de los cereales, a cultivar trigo so pena de ejecución. El cobertor multicolor de la economía soviética se estaba sustituyendo por una manta elaborada a partir de una única tela ensangrenta­ da. Algunas de las naciones-víctima llegaron a la conclusión de que Stalin es­ taba decidido a cometer un genocidio con ellas. No sólo los kazajos, sino tam ­ bién los ucranianos sospechaban que bajo las políticas económicas de Stalin se ocultaba su deseo de exterminarlos. Según los nacionalistas, la colectiviza­ ción fue eí equivalente de Stalin de la «solución final» de Hitler. La diferen­ cia consistiría en que Stalin tenía manía a los ucranianos mientras que H itler quería aniquilar a todos los judíos. Ciertamente, a Ucrania se le dispensó un trato particularmente duro. En 1932 se suspendió el tránsito de pasajeros entre las repúblicas rusa y ucrania­ na y las unidades del ejército rojo cerraron las fronteras.31 Los escuadrones ur­ banos armados fueron de una aldea a otra sin compasión. Se reprimió a los «kulaks» y la inmensa mayoría dei campesinado ucraniano tuvo que satisfacer las exigencias del estado o de lo contrario afrontar la deportación, de resultas de lo cual, y como era previsible, se produjo una hambruna. Es cierto que las autoridades centrales redujeron las cuotas de entrega de grano en tres ocasio­ nes ante las noticias que llegaban sobre la cantidad de muertes por inanición que se producían; pero las reducciones no fueron en modo alguno suficientes para poner freno rápidamente a la hambruna. En 1932-1933 Ucrania vivió un sufrimiento horrendo. Así pues, ¿fueron esas medidas oficiales un genocidio? Si el genocidio significa el asesinato de un grupo nacional o étnico entero, la respuesta debe ser negativa. E n realidad, las cuotas de entrega de grano impuestas a Ucrania fueron reducidas un tanto a partir de la segunda mitad de 1932. El hecho de que hubiera millones de personas pereciendo de hambre dio que pensar in­ cluso al Politburó. Debe subrayarse que las reducciones no fueron en absolu­ to suficientes para poner fin a la hambruna, pero que se realizaran esas re­ ducciones suscita dudas sobre la idea de que Stalin desde el principio hubiera tenido por objetivo el exterminio de la nación ucraniana. Además, antes del primer plan quinquenal los ucranianos sólo representaban el 74 por 100 de Historia de Rusia en el siglo XX la población de la República Soviética de Ucrania, de modo que la ham bru­ na no afectó a un único pueblo,32 y en cualquier caso Stalin necesitaba tan­ to a los ucranianos como a los rusos para que trabajaran en las fábricas, mi­ nas y líneas férreas que se estaban poniendo en funcionamiento en Ucrania y en otros lugares. De hecho, Stalin ni siquiera prohibió que se enseñara el ucraniano en las escuelas locales. Naturalmente, la escolarización en idioma ruso adquirió una importancia mucho mayor que en los años veinte, y la posibilidad de que los profesores y escritores ucranianos pudieran alabar los logros culturales especí­ ficamente ucranianos se restringió mucho. Sin embargo, Stalin aceptó — aun­ que con grandes reservas— que la singularidad lingüística y cultural ucrania­ na era una realidad (en 1939 aprobó que se celebrara suntuosamente el 125 aniversario dei nacimiento del gran poeta nacional ucraniano y escritor anti­ zarista Taras Shevchenko). Pero Stalin también quería dar una lección políti­ ca a Ucrania, ya que a los bolcheviques siempre les había parecido el corazón del campesinado kulak y del separatismo nacionalista. La represión de sus ha­ bitantes, hasta el punto de matar a un gran número de ellos, serviría para in­ timidarles durante mucho tiempo. Un corolario lógico de todo ello fue que se reanudara la persecución de la Iglesia autocéfala ucraniana. De hecho, las autoridades destruyeron con entusiasmo las bases de los movimientos religiosos organizados de todo tipo y de todos los lugares. El Dios de los cristianos, los musulmanes y los judí­ os fue ridiculizado con el apelativo de «el lindo diosecito», y la limitada to­ lerancia que se tuvo respecto de la religión a partir de mediada la N E P se dejó de lado.