* Ideal del Yo y Yo Ideal "* Charles M. T. Hanly (Taranta) En los primeros ensayos que dedicó a profundizar en la comprensión del Yo y su libido, Freud (1915, 1917) empleó dos expresiones, "Yo Ideal" e "Ideal del Yo", de manera más o menos intercambiable. Con posterioridad, Freud (1921, 1923) dejó de utilizar la primera de ellas en beneficio de la segunda, que en definitiva se integró en el término "Superyó", En consecuencia no invocaré su autoridad en mi intento de resucitar la expresión "Yo Ideal" y abogar por sus títulos a una utilización definida dentro de la teoría psicoanalítica. Mi tesis es que "Yo Ideal" posee un significado que "Ideal del Yo" no incluye, y que es pertinente para comprender perturbaciones narcisistas en el funcionamiento del Superyó. Quiero señalar que Freud empleó aquella expresión inicial en su examen del narcisismo, circunstancia ésta congruente con el punto de vista que expondremos aquí. Y el hecho de que se interesó más por las funciones reguladoras del Superyó (las que movilizan la defensa). que por sus funciones de compensación y defensivas, acaso contribuya a explicar por qué no retomó la elaboración del "Yo Ideal". La diferencia fuadamental entre estas dos expresiones "Yo Ideal" e "Ideal del Yo" está en que la primera connota un estado de ser mientras que la segunda connota un estado de devenir. El Yo Ideal es el Yo en tanto ha alcanzado un estado de perfección; designa un estado positivo aun si éste es en realidad una ilusión. Ideal del Yo denota una perfección que es preciso alcanzar; designa una capacidad no realizada; es la idea de una perfección por la cual el Yo debe esforzarse. El Ideal del * Título original: "Ego Ideal and Ideal Ego". ** Dirección: 27 Whitney Ave.. Toronto, Ont, Maw 1J2, Canadá. 192 Charles Yo determina en particular, M. T. Hanly propósitos, metas y objetivos para la actividad del Yo y, en orden a la maduración. El Ideal del Yo sostiene frente al Yo un destino que debe realizar, tenga o no la posibilidad de hacerlo. En esta monografía sostengo que la diferencia entre las expresiones "Yo Ideal" e "Ideal del Yo" no se reduce a una inversión casual de las palabras. Por el contrario, admiten ser utilizadas para señalar una diferenciación real en el interior del Yo, que al propio tiempo ayuda a comprender ciertas contribuciones del narcisismo al funcionamiento del Yo y, en particular, del Superyó. En realidad, el distingo en que quiero insistir fue al menos vislumbrado por Freud (1914): "Y sobre este yo ideal recae el amor de sí mismo de que en 18 infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo Ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas" (p. 94 [91; 2028"] ). Pero en el mismo contexto y con denotación idéntica, Freud prosigue utilizando la expresión "Ideal del Yo". Aquí sostenemos que con ese procedimiento Freud perdió la oportunidad de establecer una diferenciación fecunda en la génesis y la función del narcisismo. En lo que sigue parto del supuesto de que la expresión "Ideal del Yo" señala además un distingo relativo dentro del Superyó, a saber, entre sus funciones prohibidoras y las de fijación de metas (véase también Chasseguet-Smirgel, 1975). Estas funciones representan las dos caras de la misma moneda, pero no son idénticas (Freud, 1923; Fenichel, 1945; Van Spruiell, 1979). Un individuo puede ser honesto en su trato con los demás porque teme ser castigado por éstos (el motivo del interés propio o egoísmo), porque teme ser castigado por su propio sentimiento de culpa (el motivo moral o prohibición del Superyó) o porque desea ser una persona honesta y quiere que así lo consideren (el motivo narcisista o Ideal del Yo). Desde luego que estos motivos no se excluyen entre sí y presentan importantes interconexiones. Pero en esta monografía dedicamos nuestra atención al último de ellos. Pasaré entonces a una exposición más detallada y a una caracterización genética del Yo Ideal y el Ideal del Yo, a lo que seguirá una consideración sobre la pertinencia clínica de ambos. En la bibliografía psicoanalítica se suele dar por sentado que las expresiones Yo Ideal e Ideal del Yo tienen significado idéntico. Sostengo que entre ambas existe una diferencia sutil, pero real e importante. Con seguridad, tienen un origen común en el narcisismo infantil (Freud, 1914) y permanecen conectados de manera más o menos íntima. Pero sus funciones están diferenciadas. El Ideal del Yo está constituido por las ideas de perfección por las que un individuo se esfuerza: ser un buen amante, un buen padre, un trabajador competente, un amigo * Damos entre corchetes las páginas de las versiones castellanas de A. E. Y B. N. (N. de R.) Ideal del Yo y Yo Ideal 193 leal y generoso, un vecino considerado, un ciudadano responsable; ser honesto, ser amable, etcétera. Estas ideas cobran su fuerza (es decir, son capaces de imponer sentimientos de autodecepción cuando no se logra vivir a la altura de lo que ellas exigen) como herederas del deseo infantil narcisista de ser objeto de la ternura amorosa de los padres. Pero esa herencia no es directa. Proviene de las identificaciones, por vía de idealización proyectiva, con figuras parentales y sus subrogados. En virtud de estos vínculos, precisamente, los ideales del Yo cobran su contenido determinado y su índole. Aun con anterioridad al estadio edípico, cuando los ideales del Yo tienen una existencia ubicua entre el sí-mismo y el otro, el afán de realizar sus demandas (por ejemplo, ser un buen hijo o una buena hija) se puede volver conflictivo a raíz de la rivalidad entre hermanos o de traumas sobrevenidos en los estadios oral o anal. Cuando a consecuencia de la represión del complejo de Edipo se completa la formación del Superyó, el esfuerzo del Yo tras sus ideales se convierte en el lugar de dos tipos de conflicto que brotan de las identificaciones con los progenitores, en ese momento ya establecidas. La aspiración [strive] a los ideales, heredera de la identificación con el progenitor del mismo sexo, puede recibir la influencia del deseo, parcialmente sublimado, de vencerlo llegando a ser más perfecto; y de este modo puede estimular el sentimiento edípico de culpa (que se manifiesta con la mayor claridad en el miedo ante el éxito). Por otra parte, recurrir a la persecución de los ideales que derivan del progenitor del sexo opuesto conlleva el miedo a la homosexualidad, que brota del complejo de Edipo negativo. Por lo dicho, los ideales del Yo no son un cultivo puro del narcisismo. Deben en parte su fuerza de catexia a la herencia del narcisismo infantil, que les confiere su carácter ideal (sublime). Pero su catexia narcisista proviene además de la trasposición de libido de objeto (Freud, 1923), que les presta tanto su cualidad imperativa (uno debe ser honesto), como su conexión con el sentimiento de culpa y cuando el complejo de Edipo no fue resuelto, acabadamente, su índole conflictiva. El conflicto del Ideal del Yo es neurotogénico porque pone al Yo frente a una disyuntiva. El fracaso en satisfacer las demandas de los ideales del Yo provoca decepción consigo mismo (sentimientos de incapacidad e insignificancia que llevan a la depresión), pero su realización amenaza al Yo con un sentimiento de culpa. Por este motivo, la insuficiente satisfacción de las necesidades narcisistas por parte de los padres con anterioridad al complejo de Edipo no proporciona por sí misma una explicación suficiente de la depresión ni de otras formas de psicopatología narcisista. El desarrollo del Yo Ideal es diferente. Es un heredero más directo del narcisismo primario (Grunberger, 1975). Es una representación más secreta, más privada y puramente subjetiva del sí-mismo 194 Charles M. T. Hanly como perfecto, digno de ser amado y en efecto amado. Es una idea que el Yo tiene de sí mismo y, por lo tanto, es preciso diferenciarlo del Yo real que produce esta representación de sí mismo [véase Freud, 1917, p. 429 [390, 2390]). El contenido de representaciones y afectos del Yo Ideal proviene en primer lugar de impresiones difusas que se han conservado de la total autosuficiencia intrauterina, que tan marcada oposición ofrece con el desvalimiento y la dependencia de la vida en el mundo; proviene, además, de las experiencias de satisfacción en el estadio del narcisismo primario. Estos recueraos vagos, pero poderosos, se enriquecen después, adquieren más claridad y reciben un decisivo influjo de experiencias de placer autoerótico (alucinatorias). correspondientes a cada estadio, así como de experiencias de aprobación, admiración, muestras de cariño ciego de parte de los padres [Kanzer, 1964; Hanly, 1982). Todas estas experiencias tienen un carácter narcisista: las impresiones del narcisismo intrauterino y primario, porque el objeto que brinda sustento y cuidados no se diferencia del sí-mismo; los recuerdos de placer autoerótico, porque justamente los objetos alucinados o imaginados permanecen dentro del poder y del gobierno del sí-mismo; los recuerdos de aprobación de parte de los padres, porque son recuerdos de ser amado, antes que de amar. El Yo Ideal es una suma de estos recuerdos, que afloran a la superficie del Yo (consciencia) en recuerdos encubridores, en ideas abstractas determinadas por la cultura (por ejemplo, el alma de Platón, el nous de Aristóteles, la res cogitans de Descartes, el yo nouménico de Kant o el para sí de Sartre), en estados afectivos subjetivos de complacencia, arrogancia, superioridad, etcétera; en la vanidad de carácter y la pretensión de tener siempre razón, así como en la conducta dirigida a llamar la atención, a obtener confirmación, y el vasto conjunto de acciones que el filósofo Hobbes clasificó en la categoría de vanagloria [vain-gloryJ, que en lo esencial incluye todos los modos en que una persona suele demandar de las demás todo el reconocimiento debido a su superior autosuficiencia, por ejemplo, ciertas formas de la caridad o del ejercicio de funciones públicas. La personalidad de vanagloria no compite por el reconocimiento, puesto que la r:ompetencia, aun la del exhibicionismo fálico, admite la posibilidad de no ser mejor o de ser menos capaz que otro y, por lo tanto, no tiene la indispensable grandiosidad que el narcisismo exige. El individuo vanaglorioso no tiene que competir para ser reconocido; tiene que ser reconocido. El Yo Ideal es el Yo-placer puro, en su aspecto narcisista. La desmentida [denial] * le es inherente en el sentido primitivo del narcisismo primario, en la omnipotencia del autoerotismo y en la nega* Es la versión (N. de T.) que prefiero (corresponde a Verleugnung, de Freud) a "renegación". Ideal del Yo y Yo Ideal 195 ción de recuerdos de desaprobación, enojo, desapego o descuido de los padres. El Yo Ideal es un Yo ilusorio, un espejo idealizador y desfigurante en que el Yo real se puede contemplar a sí mismo, relativamente libre del estorbo de la realidad. Es una identificación del sí-mismo con una parte del sí-mismo, que después se convierte en el "sí-mismo genuino", acompañada por la idealización de este Yo parcial a consecuencia de una investidura [ínvestment] narcisista. El Yo Ideal toma su fuerza sobre todo del narcisismo infantil, mientras que el Ideal del Yo recibe su narcisismo sobre todo de transposiciones de libido de objeto, como consecuencia de la sustitución de relaciones de objeto por identificaciones. La identificación produce una alteración del Yo, que procura cobrar la forma del objeto, convirtiéndose de ese modo en objeto de la libido [Freud, 1923). El Ideal del Yo representa una identidad que se debe alcanzar, mientras que el Yo Ideal representa una identidad ya alcanzada. Formulado de otro modo: tras la formación del Superyó, el Yo Ideal es la idea del Yo como digno de ser amado en su ser, mientras que el Ideal del Yo es la idea del Yo como digno de ser amado por lo que procura ser. El Ideal del Yo es activo; el Yo Ideal es pasivo. El Ideal del yo interioriza la estructura de la relación de objeto de la que es heredero; el Yo Ideal la desmiente a fin de preservar su ilusión de autosuficiencia. El Ideal del Yo (junto con los aspectos prohlbldores del Superyó) es la de la moral; el Yo Ideal es la fuente de una ontología ilusoria mismo. El Ideal del Yo mueve a hacer; el Yo Ideal se relaciona ser. De este modo, el Ideal del Yo representa la idealidad del fuente del sícon el sí-mis- mo como algo que se tiene que alcanzar; por lo tanto, admite las demandas de examen de realidad, del Yo, y se somete a la realidad del tiempo. El Yo Ideal representa la idealidad del sí-mismo como algo alcanzado; por lo tanto, se opone a las demandas de examen de la realidad del Yo, y desmiente el tiempo (Orgel, 1965; Stern, 1977; Schiffer, 1978). Lo mismo que el Ello, con el que se liga más profundamente que el Ideal del Yo, opera como si existiera en un presente eterno. Se puede decir, entonces, que el Yo Ideal es un cultivo puro del narcisismo. La función del Yo Ideal es consoladora. Frente a la pérdida de amor o de respeto de los demás, el Yo Ideal asegura al Yo que no tiene razón alguna para desmayar, deprimirse o redoblar sus esfuerzos en una dirección diferente porque él, en sí y por sí, es digno de amor y de respeto. Frente a la indiferencia del mundo y sus contingencias, afirma su inmunidad al peligro. Frente a la muerte, eleva su pretensión de inmortalidad. El Yo Ideal se edifica sobre la base de desmentidas, y en virtud de éstas conserva su existencia. Este rasgo defensivo es el que nos permite valernos de "Yo Ideal" para arrojar luz sobre la diversa qra- 196 Charles M. T. Hanly vedad de las condiciones neuróticas en que los conflictos narcisistas tienen participación. El Yo Ideal y su función defensiva se afianzarán de la manera más completa si se establecen vínculos y se aseguran posiciones con miras a su autoengrandecimiento, y no con miras al amor y al trabajo. El narcisismo del Yo Ideal es el que mueve a un hombre a elegir como amante a una mujer de notable hermosura a fin de engrandecer su imagen ante los demás hombres, sin sentirse él mismo físicamente atraído por ella. De manera semejante, es el Yo Ideal el que promueve el masoquismo moral triunfante de los que son virtuosos por el gusto de serlo (el que siempre alega tener razón), y no porque su conducta los beneficie a ellos mismos y beneficie a los demás. La manipulación, el control y la dominación de los demás en aras del placer narcisista del autoengrandecimiento provoca experiencias en que la secreta relación narcisista entre el Yo y el Yo Ideal hace pie en lo que para el individuo es realidad objetiva. De esta manera cobra vigencia una doble desmentida, la desmentida de una desmentida; en ésta para la mayor confusión de la capacidad del Yo de hacer examen de la realidad, la desmentida originaria. en que un fragmento displacentero de la realidad fue sustituido por una fantasía. es desmentida por un objeto. un vínculo o una circunstancia que confiere o parece conferir realidad a la fantasía. Los demás son usados como otros tantos espejos en que el Yo puede espiarse a sí mismo adornado con las galas de su Yo Ideal. De lo señalado se siguen diversas consecuencias. El yo queda sujeto a estados de exultación y a talantes de complacencia difusa. Los ideales del Yo se ven comprometidos. Pierden su capacidad de medir la distancia entre lo que el Yo es y lo que querría ser. También peligra la aptitud del Ideal del Yo para mover a la duda y a la objetividad sobre sí mismo. El Yo se vuelve pretencioso y recurre a sus ideales del Yo para racionalizar. moralizar y justificar su afán de poder. que no es afán de real valimiento. En las perturbaciones de la personalidad. en consecuencia. un factor es la fuerza relativa del Yo Ideal con relación a los ideales del Yo. Cuando el primero domina por completo a los segundos. el resultado es una psicosis: la desmentida de la desmentida es alucinatoria y delirante. Cuando los ideales del Yo conservan fuerza suficiente para obl igar a la formación de vínculos narcisistas reales y de posiciones de engrandecimiento narcisista. la consecuencia es una condición fronteriza. Una perturbación narcisista de la personalidad se produce cuando ese intento ha fracasado a causa de la insatisfacción del Yo con el resultado. Así. un paciente aquejado de perturbación narcisista de la personalidad querrá el análisis para convertir esos fracasos en éxitos. del mismo modo como la histérica desea el análisis para que le provea satisfacciones infantiles de libido de objeto. Ideal del Yo y Yo Ideal 197 En el campo de la historia descubrimos una notable variación en el influjo relativo del Yo Ideal y del Ideal del Yo sobre los diversos sistemas de pensamiento. Tomemos como ejemplo ciertos aspectos de la filosofía de Platón y de Epicuro. Platón creía que el alma era inmutable y eterna, inmune en definitiva al cambio y al tiempo. A su juicio existía un conocimiento universal y perfecto; mediante prácticas ascéticas él se había preparado para adquirirlo, y lo había conseguido por vía de intuición intelectual. Consideraba que la monarquía era el único régimen justo, y que el único monarca bueno sería un rey filósofo. Epicuro, por su parte, entendía que el alma era la actividad de los átomos del cerebro y. en consecuencia, cesaba de existir con la destrucción de éste. Tal como él lo concebía, el conocimiento de la naturaleza se tiene que edificar paso a paso sobre hipótesis verificadas en la observación; y en lo demás, debemos habituarnos a vivir en la incertidumbre. Creía que sociedades diferentes en circunstancias diversas podían instituir relaciones de justicia por medio de distintas constituciones; a su juicio una constitución era justa si permitía a los ciudadanos satisfacer sus necesidades individuales en paz y cooperación. El influjo de un Yo idealizado se discierne en la grandiosidad ontológica, intelectual, moral y social de las ideas de Platón, por oposición a la contrapartida más modesta y realista que hallamos en el pensamiento de Epicuro. Uno de los puntales en que se asentaba el sistema de pensamiento de Epicuro era la aceptación de la mortalidad personal, realidad ésta que el Yo idealizado de Platón estaba destinado a desmentir. Es una sobrevaloración narcisista del sí-mismo lo que vuelve psicológicamente imposible pensar que algo tan valorado por el sí-mismo como es el sí-mismo, en el gran curso del mundo que los filósofos contemplan no sea más que una parte insignificante, minúscula y temporaria (Arlow, 1982). El yo idealizado ha hecho su aporte a la historia del pensamiento y de la cultura en general, así como a la psicopatología. A ésta propongo que regresemos. En lo que sigue no pretendo que el concepto de Yo idealizado prometa observaciones nuevas o se base en éstas. Por el contrario, las observaciones hacia las cuales el concepto dirige nuestra atención son de rutina en el psicoanálisis. Cuanto aducimos a favor de este concepto es que ofrece una vía conveniente para señalar un distingo entre las diferentes modalidades de operación de la libido yoica, y por eso mismo puede llegar a promover un refinamiento en la observación y la interpretación. Una observación decisiva que sustenta este distingo y su utilidad clínica se puede ilustrar con un ejemplo simple. No es lo mismo una persona honesta que una persona honesta que se gloria de ello. La honestidad es la obra de un Ideal del Yo que debe su eficacia en parte a las demandas de la libido de objeto porque el individuo no -odría tener un buen concepto de sí mismo si en su conducta no hon- 198 Charles M. T. Hanly rara al ideal. así como antaño no podía sentirse bien si causaba disgusto a uno de sus padres. Gloriarse de ser honesto obedecerá a una causación del Ello en los casos en que una moción pulsional vuelve muy difícil ser honesto. Pero este motivo no nos interesa aquí; sólo queremos apuntar que puede actuar solo. pero que siempre estará presente en los casos en que actúe el que a continuación señalaremos. A saber: gloriarse de ser honesto puede responder a una causación desde el Yo idealizado en los casos en que. además de ser honesta, la persona no pueda menos que vanagloriarse de su honestidad. La conducta de vanagloria. lo mismo que la conducta honesta, están motivadas por la libido yoica. Pero puesto que la primera se puede producir sin la segunda, y la segunda sin la primera, son por fuerza diferentes en el orden dinámico. Para señalar esta diferencia. justamente, se pueden utilizar las expresiones "Ideal del Yo" y "Yo Ideal". En lo que sigue expondré unos pocos ejemplos clínicos ilustrativos. Un joven que deseaba practicar alguna clase de ejercicio físico fue obsesionado por lucubraciones sobre la fisicultura. Esta le permitiría convertirse en objeto de admiración a distancia. Las mujeres, cavilaba, lo admirarían; así no tendría que ahuyentarlas. Pero la otra cara de la cuestión era su angustia de contaminar el equipo de gimnasia y de hacerse daño. Un Ideal del Yo (ser fuerte y sano físicamente) había sido subvertido por el deseo de ser una encarnación pura de belleza masculina, de ser admirado pero no usado. La angustia de contaminar el equipo de gimnasia y de recibir un daño (ser femenino) brotaba de impulsos homosexuales que daban origen a estas demandas en conflicto, fuente de obsesión: "Ve al gimnasio y conviértete en un hombre que las mujeres admiren" (el pensamiento consciente) y "Ve al gimnasio y conviértete en una mujer que los hombres admiren" (el pensamiento inconsciente). El conflicto alimentaba al Yo idealizado con su demanda de ser admirado, por oposición al placer de la actividad. Además, obraba como defensa frente a los peligros que para el paciente significaban sus impulsos tanto heterosexuales como homosexuales. Otro paciente, un profesional, fantaseaba ser un duque rico y poderoso en el dormitorio de su castillo sobre el Loire cada vez que hacía el amor con su mujer. Disimulaba su impotencia psíquica imaginándose de "noble linaje", fantasía de la que extraía un placer narcisista compensatorio de la ausencia de placer sexual. Estuvo peligrosamente cerca de abandonar la profesión que de hecho ejercía de manera muy competente porque, como en unas ropas raídas, se sentía un mendigo en ella. Aunque percibía un ingreso elevado, se consideraba un fracaso en el orden económico. Le resultaba difícil evaluar o tolerar de manera realista el tiempo que se necesita para tener éxito en una carrera y adquirir bienes, y decía sentirse fracasado por lo que no había realizado todavía o lo que aún no tenía. Lo deprimía el sentimiento de que no lo recono- 199 Ideal del Yo y Yo Ideal cían ni lo apreciaban en su verdadero valor. Tras asegurarse de ingresos corrientes y de ahorros que le permitían comprar una casa, estuvo en un tris de hacer una compra extremadamente imprudente: una mansión señorial casi en ruinas (y por eso a su alcance). situada en un suburbio en proceso de degradación, que le procuraría el medio de conferir realldad a aquella imagen grandiosa que de sí mismo tenía. La elección da la fantasía que constituía su Yo Ideal estuvo determinada por algo que su madre le había contado de niño: en su país de origen ella tenía amistad con una acaudalada familia aristocrática, se daba por sobreentendido que se pudo haber casado con el hijo de esa familia de no haberlo impedido su propio sentido de las conveniencias sociales (ella era de origen humilde). Entonces el contenido del Yo Ideal del paciente derivaba de su identificación en la infancia con este objeto de alta alcurnia del juvenil apego romántico de su madre, identificación ésta que armonizaba con su novela familiar determinada desde el Ello. Después este Yo Ideal recibió una catexia narcisista adicional como consecuencia de la angustia de castración y de un grave desengaño con la madre, que se había rebajado a tener comercio sexual con el padre en una escena primaria. En la edad adulta, el paciente no conseguía mantener comercio sexual por su propia persona, como realización de su ideal del Yo heterosexual. En cambio, estaba forzado a verse como el amante señorial, en un engrandecimiento narcisista. Una paciente, una profesional casada, aquejada de enervantes sentimientos de inferioridad y depresión, proyectaba su Yo idealizado sobre los hombres, a quienes, por eso mismo, envidiaba y miraba con amargo encono. Creía que los hombres eran seres totalmente autosuficientes, los sujetos de su propia ley, capaces de satisfacer sus anhelos y necesidades sin dificultades ni conflictos. Atribuía a los hombres cierta "perfección rnonádlca", que echaba de menos en ella misma. (Recordemos que Leibniz, en 1714, concibió unas sustancias totalmente cerradas sobre sí mismas, autosuficientes; estas almas o mónadas se desarrollaban con arreglo a una ley propia, sin mantener relaciones reales con nada situado fuera de ella.) La fuente de esta atribución de un Yo Ideal a los hombres era una novela familiar en que era hija única de padres riquísimos que a su muerte le habían dejado en herencia una gran fortuna que la libraba de toda necesidad y hacía que los demás la necesitaran a ella. En la fantasía estaba protegida de los riesgos del amor de objeto. Y esa novela familiar provenía a su vez de una serie de agravios narcisistas que padeció en su infancia y que imprimieron un carácter anal y fálico a la grandeza narcisista de su fantasía. La "sumacíón" de estos agravios en el estadio fálico la llevó a proyectar sobre los hombres el Yo Ideal. A su Ideal del Yo, que le exigía triunfar en su carrera profesional. se habían agregado los requerimientos de su Yo Ideal que le imponían mostrarse dominadora y dueña de sí con 200 Charles M. T. Hanly la naturalidad y la seguridad de un hombre, o sentirse disminuida, dependiente, deprimida, envidiosa y resentida. Cuando poco a poco en su análisis se fueron integrando los requerimientos de su Yo Ideal, pudo experimentar respeto por sí misma satisfaciendo las demandas de su Ideal del Yo. (Para más detalles sobre este análisis véase Hanly, 1982.) Concluiré esta serie de viñetas de casos con una que orientará nuestra atención hacia el influjo del Yo Ideal en la transferencia. Una profesional de más de treinta y cinco años, que vivía sola evitando todo contacto social. salvo los de su trabajo, desplegó en su análisis una modalidad de asociación impenetrable, desprovista de afecto, monótona, tediosa; el contenido eran casi exclusivamente detalles técnicos de su trabajo, aliviado sólo de tiempo en tiempo por el relato de sueños. Era dificilísimo interesarse por esos aburridos informes de rutina sobre los aspectos triviales de las actividades oficinescas y los esotéricos de su profesión. La interpretación de su carácter defensivo no conseguía contener el aflujo. Las asociaciones se producían además con interrupciones, puntuadas por silencios, y las acompañaba con un tic de chasquido de labios que daba la impresión de que no obstante la carencia de afectos que sus comunicaciones mostraban, secretamente disfrutaba de ellas. De hecho experimentaba una exultación difusa, pero gratificante, provocada por estas recitaciones, que parecían extraordinariamente tediosas y que podría haber contado a cualquiera. Una vez que el analista superó su propia frustración narcisista por el aburrimiento que le infligían, por el hecho de que lo privaran de las observaciones más usuales en el trabajo analítico y lo trataran como a un "cualquiera"; y una vez que se dio cuenta, además, de la regresión afectiva que esa preocupación por la vida de trabajo adulto disimulaba, se volvió posible esclarecer e interpretar los afectos, la regresión y la transferencia. Se averiguó que la paciente repetía en la transferencia la experiencia de regresar cada día de la escuela para contar lo que le había pasado en el día a su abuelo anciano y cariñoso. En la casa de su infancia, además del abuelo había dos tíos que se desvivían por su "pequeña princesa". Ella tenía la sensación de gobernar esa casa por mera presencia: que la vida de estos adultos giraba en torno de ella como los planetas alrededor del sol. Estas experiencias de grandeza narcisista conocieron un final abrupto y trágico con la muerte de su abuelo y el nuevo casamiento de su madre divorciada, quien se la llevó a vivir a otra ciudad, a raíz de lo cual perdió también a sus tíos. Nunca perdonó a su madre ese "destronamiento"; incapaz de hacer duelo por su acaecimiento, lo desmintió mediante la creación de un Yo Ideal que le permitía vivir en un "espléndido aislamiento", nutrida afectivamente sólo por los recuerdos de la edad de oro de su infancia y por las fantasías actuales de un narcisismo nobiliario. Por ejemplo, soñó que la reina Juliana de los Países Bajos (ella misma) Ideal del Yo y Yo Ideal 201 recibía la llamada telefónica de alguien (su analista) que le comunicaba que la gente (personas que en ese momento trabajaban con ella, su analista, los tíos y el abuelo del pasado) esperaba para rendirle homenaje, y por lo tanto ya podía salir. Además de afectos aislados de angustia, de culpa y de tristeza, la primera experiencia afectiva que integró en su análisis fue la pena por los años perdidos de vínculo posible con su padrastro, a quien había desterrado de su rnundo desmintiendo todo nexo afectivo con él. Por ejemplo, no había adoptado un apelativo para dirigirse a él. Este vínculo, por otra parte, era el que repetía en la transferencia y daba razón del componente agresivo que la había llevado a elegir aquella modalidad de asociación. El concepto de Yo Ideal es útil entonces para iluminar observaciones clínicas sobre la modalidad o la forma de las asociaciones del paciente, como en el caso que acabamos de citar, y sobre el contenido de las asociaciones. De igual modo es útil para formular interpretaciones sobre las diversas perturbaciones que un Yo hipercatectizado por vía narcisista y, por lo tanto, idealizado, introduce en la operación de los ideales del Yo. En particular, puesto que el Ideal del Yo es por sí mismo el receptor de libido narcisista, el concepto de Yo Ideal ayuda a formular interpretaciones que protejan las demandas legítimas de los ideales del Yo al tiempo que fortalezcan la capacidad del Yo para enfrentar esas demandas por medio de la gradual decatectización del Yo Ideal. Este nivel de interpretación promueve también una reducción de resistencias, que a su vez aminora las defensas frente a los conflictos pulsionales y a los desengaños traumáticos que hacen su propio aporte a la formación del Yo Ideal, para empezar. En las viñetas de casos que hemos descrito es evidente el aporte de los conflictos infantiles en torno de la libido de objeto. Si no los hemos formulado de manera específica, se debió sólo a consideraciones de espacio y de oportunidad, y no a que yo haya hecho observaciones que atestiguaran en favor de una separación de la libido narcisista y la libido de objeto, como no se trate de su diferenciación funcional dentro de la organización psíquica. En otros trabajos he tratado expresamente este tema (Hanly y Masson, 1976; Hanly, 1982). No hace mucho, Weinshel (1979) ha comunicado observaciones que establecen el nexo entre fracasos en satisfacer los requerimientos de los ideales del Yo (honestidad) en la neurosis de transferencia y los conflictos edípicos y el trauma de la escena primaria. Desde luego que en lugar de utilizar el concepto de Yo idealizado, se puede recurrir al expediente de emplear calificaciones descriptivas especiales del Ideal del Yo. Es posible que desde un punto de vista funcional y para fines clínicos, sea lo mismo considerar las cosas por referencia a un Ideal del Yo hipercatectizado de manera 202 Charles M. T. Hanly narcisista, que considerarlas por referencia a un Yo Ideal. Sin embargo, utilizar el Yo Ideal como concepto distinto tiene cuatro ventajas. De manera clara e inequívoca identifica un grado funcionalmente diferenciado dentro del Superyó. En particular, a la función prohibidora del Superyó, y a la función de fijación de metas del Ideal del Yo, se agrega la función de compensación, defensiva, protectora, del Yo Ideal (Renik, 1981). Por esta vía se pone de manifiesto, además, que las dos primeras funciones del Superyó se pueden cumplir de manera satisfactoria en ausencia de la tercera o, para formularlo de otro modo, que el Yo Ideal es un resultado particular del desarrollo de la libido yoica. y que la ausencia de ese resultado no importa por sí misma menoscabo para las funciones prohibidoras y fijadoras de metas, del Superyó. (El equivalente a esto en el campo sociocultural es que no se necesita profesar una religión para tener una conducta ética [Freud, 1927]). Por último, el Yo Ideal es una estructura específica dentro de la organización de observación del sí del Yo; ella permite al Yo hacer una desmentida de su ser o de algún aspecto de su ser. Es una estructura a la que corresponden representaciones específicas en la consciencia, por ejemplo, el amante aristócrata, el yo nouménico, la conciencia cósmica, etcétera. Aunque con el avance hacia la maduración el Yo Ideal normalmente pierde su función y adquiere la condición de recuerdo de un esplendor que existió antaño, se conserva como una estructura latente dentro del Yo, que ciertas peripecias pueden reactivar. En este sentido y de esta manera conserva el carácter de un ángel de la guarda del Yo. Como los dioses domésticos de los antiguos, cuyo culto ha ido desapareciendo con el avance de la civilización, el destino del Yo Ideal es resignar algunas de sus pretensiones a medida que el Yo madura. (Traducción de José Luis Etcheverry) Bibliografía Sobre el alma. Aristóteles, Arlow, J. (1982), "Scientific cosmogony, mythology and immortality", Psychoanal. O., 51: 177-195. Chasseguet-Smirgel. Fenichel, J. (1975), L'ldee! du Moi, Tchou, París. R. 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