Ideal del Yo y Yo Ideal - Biblioteca Digital de APA

Anuncio
* Ideal del Yo y Yo Ideal
"* Charles M. T. Hanly (Taranta)
En los primeros ensayos que dedicó a profundizar en la comprensión
del Yo y su libido, Freud (1915, 1917) empleó dos expresiones, "Yo
Ideal" e "Ideal del Yo", de manera más o menos intercambiable.
Con
posterioridad,
Freud (1921, 1923) dejó de utilizar la primera de ellas
en beneficio de la segunda, que en definitiva se integró en el término
"Superyó",
En consecuencia no invocaré su autoridad en mi intento de
resucitar la expresión
"Yo Ideal" y abogar por sus títulos a una utilización definida dentro de la teoría psicoanalítica.
Mi tesis es que "Yo
Ideal" posee un significado que "Ideal del Yo" no incluye, y que es
pertinente para comprender perturbaciones narcisistas en el funcionamiento del Superyó. Quiero señalar que Freud empleó aquella expresión inicial en su examen del narcisismo, circunstancia ésta congruente con el punto de vista que expondremos aquí. Y el hecho de que se
interesó más por las funciones reguladoras del Superyó (las que movilizan la defensa). que por sus funciones de compensación y defensivas, acaso contribuya a explicar por qué no retomó la elaboración
del "Yo Ideal".
La diferencia fuadamental entre estas dos expresiones "Yo Ideal"
e "Ideal del Yo" está en que la primera connota un estado de ser mientras
que la segunda connota un estado de devenir. El Yo Ideal es el Yo en
tanto ha alcanzado un estado de perfección; designa un estado positivo
aun si éste es en realidad una ilusión. Ideal del Yo denota una perfección que es preciso alcanzar; designa una capacidad no realizada;
es la idea de una perfección por la cual el Yo debe esforzarse. El Ideal del
*
Título original: "Ego Ideal and Ideal Ego".
** Dirección: 27 Whitney Ave.. Toronto, Ont, Maw 1J2, Canadá.
192
Charles
Yo determina
en particular,
M. T. Hanly
propósitos, metas y objetivos para la actividad del Yo y,
en orden a la maduración. El Ideal del Yo sostiene frente
al Yo un destino que debe realizar, tenga o no la posibilidad de hacerlo.
En esta monografía sostengo que la diferencia
entre las expresiones
"Yo Ideal" e "Ideal del Yo" no se reduce a una inversión casual de las
palabras. Por el contrario, admiten ser utilizadas para señalar una diferenciación real en el interior del Yo, que al propio tiempo ayuda a comprender ciertas contribuciones
del narcisismo al funcionamiento
del Yo
y, en particular, del Superyó. En realidad, el distingo en que quiero insistir fue al menos vislumbrado
por Freud (1914):
"Y sobre este yo ideal recae el amor de sí mismo de que en
18 infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este
nuevo yo Ideal que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas
las perfecciones
valiosas" (p. 94 [91; 2028"] ).
Pero en el mismo contexto y con denotación idéntica, Freud prosigue utilizando la expresión "Ideal del Yo". Aquí sostenemos que con
ese procedimiento
Freud perdió la oportunidad de establecer una diferenciación fecunda en la génesis y la función del narcisismo. En lo que
sigue parto del supuesto de que la expresión "Ideal del Yo" señala
además un distingo relativo dentro del Superyó, a saber, entre sus
funciones prohibidoras y las de fijación de metas (véase también Chasseguet-Smirgel,
1975). Estas funciones representan las dos caras de
la misma moneda, pero no son idénticas (Freud, 1923; Fenichel, 1945;
Van Spruiell, 1979). Un individuo puede ser honesto en su trato con los
demás porque teme ser castigado por éstos (el motivo del interés propio o egoísmo), porque teme ser castigado por su propio sentimiento
de culpa (el motivo moral o prohibición del Superyó) o porque desea ser
una persona honesta y quiere que así lo consideren (el motivo narcisista o Ideal del Yo). Desde luego que estos motivos no se excluyen
entre sí y presentan importantes
interconexiones.
Pero en esta monografía dedicamos nuestra atención al último de ellos. Pasaré entonces a una exposición más detallada y a una caracterización
genética del
Yo Ideal y el Ideal del Yo, a lo que seguirá una consideración
sobre la
pertinencia clínica de ambos.
En la bibliografía
psicoanalítica
se suele dar por sentado que las
expresiones
Yo Ideal e Ideal del Yo tienen significado
idéntico.
Sostengo que entre ambas existe una diferencia sutil, pero real e importante. Con seguridad, tienen un origen común en el narcisismo infantil
(Freud, 1914) y permanecen conectados de manera más o menos íntima. Pero sus funciones están diferenciadas.
El Ideal del Yo está constituido por las ideas de perfección por las que un individuo se esfuerza:
ser un buen amante, un buen padre, un trabajador competente, un amigo
* Damos entre corchetes las páginas de las versiones castellanas de A. E. Y B. N.
(N. de R.)
Ideal del Yo y Yo Ideal
193
leal y generoso, un vecino considerado, un ciudadano responsable;
ser
honesto, ser amable, etcétera. Estas ideas cobran su fuerza (es decir, son
capaces de imponer sentimientos
de autodecepción
cuando no se logra
vivir a la altura de lo que ellas exigen) como herederas del deseo infantil
narcisista de ser objeto de la ternura amorosa de los padres. Pero esa
herencia no es directa. Proviene de las identificaciones,
por vía de idealización proyectiva, con figuras parentales y sus subrogados.
En virtud
de estos vínculos, precisamente,
los ideales del Yo cobran su contenido
determinado y su índole. Aun con anterioridad
al estadio edípico, cuando los ideales del Yo tienen una existencia ubicua entre el sí-mismo y el
otro, el afán de realizar sus demandas (por ejemplo, ser un buen hijo
o una buena hija) se puede volver conflictivo
a raíz de la rivalidad entre
hermanos o de traumas sobrevenidos en los estadios oral o anal. Cuando a consecuencia
de la represión del complejo de Edipo se completa
la formación del Superyó, el esfuerzo del Yo tras sus ideales se convierte en el lugar de dos tipos de conflicto que brotan de las identificaciones
con los progenitores,
en ese momento ya establecidas.
La
aspiración
[strive]
a los ideales, heredera de la identificación
con
el progenitor
del mismo sexo, puede recibir la influencia del deseo,
parcialmente
sublimado,
de vencerlo
llegando a ser más perfecto;
y
de este modo puede estimular
el sentimiento
edípico de culpa (que
se manifiesta
con la mayor claridad en el miedo ante el éxito).
Por
otra parte, recurrir
a la persecución
de los ideales que derivan del
progenitor
del sexo opuesto conlleva el miedo a la homosexualidad,
que brota del complejo de Edipo negativo. Por lo dicho, los ideales del
Yo no son un cultivo puro del narcisismo.
Deben en parte su fuerza
de catexia a la herencia del narcisismo
infantil, que les confiere su
carácter ideal (sublime).
Pero su catexia narcisista proviene además de
la trasposición
de libido de objeto (Freud, 1923), que les presta tanto
su cualidad
imperativa
(uno debe ser honesto),
como su conexión
con el sentimiento
de culpa y cuando el complejo de Edipo no fue
resuelto, acabadamente,
su índole conflictiva.
El conflicto
del Ideal
del Yo es neurotogénico
porque pone al Yo frente a una disyuntiva.
El fracaso en satisfacer
las demandas de los ideales del Yo provoca
decepción consigo mismo (sentimientos
de incapacidad e insignificancia que llevan a la depresión), pero su realización amenaza al Yo con
un sentimiento
de culpa. Por este motivo, la insuficiente
satisfacción
de las necesidades narcisistas
por parte de los padres con anterioridad al complejo de Edipo no proporciona
por sí misma una explicación suficiente
de la depresión ni de otras formas de psicopatología
narcisista.
El desarrollo
del Yo Ideal es diferente.
Es un heredero más directo del narcisismo
primario (Grunberger,
1975). Es una representación más secreta, más privada y puramente subjetiva
del sí-mismo
194
Charles
M. T. Hanly
como perfecto, digno de ser amado y en efecto amado. Es una idea
que el Yo tiene de sí mismo y, por lo tanto, es preciso diferenciarlo
del Yo real que produce esta representación
de sí mismo [véase Freud,
1917, p. 429 [390, 2390]). El contenido de representaciones
y afectos
del Yo Ideal proviene en primer lugar de impresiones
difusas que se
han conservado de la total autosuficiencia
intrauterina,
que tan marcada oposición
ofrece con el desvalimiento
y la dependencia
de la
vida en el mundo; proviene, además, de las experiencias
de satisfacción en el estadio del narcisismo primario.
Estos recueraos vagos, pero
poderosos, se enriquecen después, adquieren más claridad y reciben
un decisivo influjo de experiencias de placer autoerótico (alucinatorias).
correspondientes
a cada estadio, así como de experiencias
de aprobación, admiración, muestras de cariño ciego de parte de los padres [Kanzer, 1964; Hanly, 1982). Todas estas experiencias
tienen un carácter
narcisista:
las impresiones
del narcisismo
intrauterino
y primario,
porque el objeto que brinda sustento y cuidados no se diferencia del
sí-mismo; los recuerdos de placer autoerótico,
porque justamente
los
objetos alucinados
o imaginados permanecen dentro del poder y del
gobierno del sí-mismo;
los recuerdos de aprobación de parte de los
padres, porque son recuerdos
de ser amado, antes que de amar. El
Yo Ideal es una suma de estos recuerdos, que afloran a la superficie
del Yo (consciencia)
en recuerdos encubridores,
en ideas abstractas
determinadas
por la cultura (por ejemplo, el alma de Platón, el nous
de Aristóteles,
la res cogitans
de Descartes,
el yo nouménico de
Kant o el para sí de Sartre), en estados afectivos subjetivos de complacencia, arrogancia, superioridad,
etcétera;
en la vanidad de carácter y la pretensión de tener siempre razón, así como en la conducta
dirigida a llamar la atención, a obtener confirmación,
y el vasto conjunto de acciones que el filósofo Hobbes clasificó en la categoría de
vanagloria
[vain-gloryJ,
que en lo esencial incluye todos los modos
en que una persona suele demandar de las demás todo el reconocimiento debido a su superior autosuficiencia,
por ejemplo, ciertas formas de la caridad o del ejercicio de funciones públicas.
La personalidad de vanagloria no compite por el reconocimiento,
puesto que la
r:ompetencia,
aun la del exhibicionismo
fálico, admite la posibilidad
de no ser mejor o de ser menos capaz que otro y, por lo tanto, no
tiene la indispensable
grandiosidad
que el narcisismo exige. El individuo vanaglorioso
no tiene que competir
para ser reconocido;
tiene
que ser reconocido.
El Yo Ideal es el Yo-placer puro, en su aspecto narcisista.
La
desmentida [denial] * le es inherente en el sentido primitivo
del narcisismo primario, en la omnipotencia
del autoerotismo
y en la nega*
Es la versión
(N. de T.)
que prefiero
(corresponde
a Verleugnung,
de Freud) a "renegación".
Ideal del Yo y Yo Ideal
195
ción de recuerdos de desaprobación, enojo, desapego o descuido de
los padres. El Yo Ideal es un Yo ilusorio, un espejo idealizador y desfigurante en que el Yo real se puede contemplar a sí mismo, relativamente libre del estorbo de la realidad. Es una identificación
del
sí-mismo con una parte del sí-mismo, que después se convierte en el
"sí-mismo genuino", acompañada por la idealización de este Yo parcial a consecuencia de una investidura
[ínvestment]
narcisista.
El Yo Ideal toma su fuerza sobre todo del narcisismo infantil,
mientras que el Ideal del Yo recibe su narcisismo sobre todo de transposiciones de libido de objeto, como consecuencia de la sustitución
de relaciones de objeto por identificaciones.
La identificación
produce una alteración del Yo, que procura cobrar la forma del objeto, convirtiéndose de ese modo en objeto de la libido [Freud, 1923). El Ideal
del Yo representa una identidad que se debe alcanzar, mientras que
el Yo Ideal representa una identidad ya alcanzada. Formulado de otro
modo: tras la formación del Superyó, el Yo Ideal es la idea del Yo
como digno de ser amado en su ser, mientras que el Ideal del Yo es
la idea del Yo como digno de ser amado por lo que procura ser. El
Ideal del Yo es activo; el Yo Ideal es pasivo. El Ideal del yo interioriza la
estructura de la relación de objeto de la que es heredero; el Yo Ideal la
desmiente a fin de preservar su ilusión de autosuficiencia.
El Ideal
del Yo (junto con los aspectos prohlbldores del Superyó) es la
de la moral; el Yo Ideal es la fuente de una ontología ilusoria
mismo. El Ideal del Yo mueve a hacer; el Yo Ideal se relaciona
ser. De este modo, el Ideal del Yo representa la idealidad del
fuente
del sícon el
sí-mis-
mo como algo que se tiene que alcanzar; por lo tanto, admite las demandas de examen de realidad, del Yo, y se somete a la realidad del
tiempo. El Yo Ideal representa la idealidad del sí-mismo como algo
alcanzado; por lo tanto, se opone a las demandas de examen de la
realidad del Yo, y desmiente el tiempo (Orgel, 1965; Stern, 1977;
Schiffer, 1978). Lo mismo que el Ello, con el que se liga más profundamente que el Ideal del Yo, opera como si existiera en un presente eterno. Se puede decir, entonces, que el Yo Ideal es un cultivo
puro del narcisismo.
La función del Yo Ideal es consoladora.
Frente a la pérdida de
amor o de respeto de los demás, el Yo Ideal asegura al Yo que no
tiene razón alguna para desmayar, deprimirse o redoblar sus esfuerzos en una dirección diferente porque él, en sí y por sí, es digno de
amor y de respeto. Frente a la indiferencia del mundo y sus contingencias, afirma su inmunidad al peligro. Frente a la muerte, eleva su
pretensión de inmortalidad.
El Yo Ideal se edifica sobre la base de desmentidas, y en virtud
de éstas conserva su existencia.
Este rasgo defensivo es el que nos
permite valernos de "Yo Ideal" para arrojar luz sobre la diversa qra-
196
Charles
M. T. Hanly
vedad de las condiciones
neuróticas en que los conflictos
narcisistas
tienen participación.
El Yo Ideal y su función defensiva se afianzarán
de la manera más completa si se establecen vínculos y se aseguran
posiciones
con miras a su autoengrandecimiento,
y no con miras al
amor y al trabajo.
El narcisismo
del Yo Ideal es el que mueve a un
hombre a elegir como amante a una mujer de notable hermosura a fin
de engrandecer
su imagen ante los demás hombres, sin sentirse
él
mismo físicamente
atraído por ella. De manera semejante,
es el Yo
Ideal el que promueve el masoquismo moral triunfante de los que son
virtuosos por el gusto de serlo (el que siempre alega tener razón), y
no porque su conducta los beneficie a ellos mismos y beneficie a los
demás. La manipulación,
el control y la dominación de los demás en
aras del placer narcisista del autoengrandecimiento
provoca experiencias en que la secreta relación narcisista entre el Yo y el Yo Ideal hace
pie en lo que para el individuo es realidad objetiva.
De esta manera
cobra vigencia una doble desmentida, la desmentida de una desmentida;
en ésta para la mayor confusión de la capacidad del Yo de hacer
examen de la realidad, la desmentida originaria. en que un fragmento
displacentero
de la realidad fue sustituido
por una fantasía. es desmentida por un objeto. un vínculo o una circunstancia
que confiere o
parece conferir
realidad a la fantasía.
Los demás son usados como
otros tantos espejos en que el Yo puede espiarse a sí mismo adornado
con las galas de su Yo Ideal.
De lo señalado se siguen diversas consecuencias.
El yo queda
sujeto a estados de exultación
y a talantes de complacencia
difusa.
Los ideales del Yo se ven comprometidos.
Pierden su capacidad de
medir la distancia entre lo que el Yo es y lo que querría ser. También
peligra la aptitud del Ideal del Yo para mover a la duda y a la objetividad sobre sí mismo. El Yo se vuelve pretencioso
y recurre a sus
ideales del Yo para racionalizar. moralizar y justificar su afán de poder.
que no es afán de real valimiento.
En las perturbaciones
de la personalidad. en consecuencia.
un factor es la fuerza relativa del Yo Ideal
con relación a los ideales del Yo. Cuando el primero domina por completo a los segundos. el resultado es una psicosis: la desmentida de
la desmentida es alucinatoria
y delirante.
Cuando los ideales del Yo
conservan fuerza suficiente para obl igar a la formación de vínculos narcisistas reales y de posiciones de engrandecimiento
narcisista. la consecuencia es una condición fronteriza.
Una perturbación
narcisista de
la personalidad
se produce cuando ese intento ha fracasado a causa
de la insatisfacción
del Yo con el resultado. Así. un paciente aquejado
de perturbación
narcisista
de la personalidad
querrá el análisis para
convertir esos fracasos en éxitos. del mismo modo como la histérica
desea el análisis para que le provea satisfacciones
infantiles de libido
de objeto.
Ideal del Yo y Yo Ideal
197
En el campo de la historia descubrimos
una notable variación en
el influjo relativo del Yo Ideal y del Ideal del Yo sobre los diversos
sistemas
de pensamiento.
Tomemos como ejemplo ciertos aspectos
de la filosofía de Platón y de Epicuro. Platón creía que el alma era inmutable y eterna, inmune en definitiva
al cambio y al tiempo.
A su
juicio existía un conocimiento
universal y perfecto; mediante prácticas
ascéticas él se había preparado para adquirirlo,
y lo había conseguido
por vía de intuición intelectual.
Consideraba que la monarquía era el
único régimen justo, y que el único monarca bueno sería un rey filósofo.
Epicuro, por su parte, entendía que el alma era la actividad de los
átomos del cerebro y. en consecuencia,
cesaba de existir con la destrucción de éste. Tal como él lo concebía, el conocimiento
de la naturaleza se tiene que edificar paso a paso sobre hipótesis verificadas
en la observación;
y en lo demás, debemos habituarnos a vivir en la incertidumbre.
Creía que sociedades diferentes
en circunstancias
diversas podían instituir relaciones de justicia por medio de distintas constituciones;
a su juicio una constitución
era justa si permitía
a los
ciudadanos satisfacer sus necesidades individuales en paz y cooperación.
El influjo de un Yo idealizado se discierne en la grandiosidad
ontológica, intelectual,
moral y social de las ideas de Platón, por oposición
a la contrapartida
más modesta y realista que hallamos en el pensamiento de Epicuro. Uno de los puntales en que se asentaba el sistema
de pensamiento
de Epicuro era la aceptación
de la mortalidad
personal, realidad ésta que el Yo idealizado de Platón estaba destinado
a desmentir.
Es una sobrevaloración
narcisista
del sí-mismo lo que
vuelve psicológicamente
imposible
pensar que algo tan valorado por
el sí-mismo como es el sí-mismo, en el gran curso del mundo que los
filósofos
contemplan no sea más que una parte insignificante,
minúscula y temporaria
(Arlow, 1982). El yo idealizado ha hecho su aporte
a la historia del pensamiento y de la cultura en general, así como a la
psicopatología.
A ésta propongo que regresemos.
En lo que sigue no pretendo que el concepto de Yo idealizado prometa observaciones
nuevas o se base en éstas. Por el contrario, las
observaciones
hacia las cuales el concepto dirige nuestra atención son
de rutina en el psicoanálisis.
Cuanto aducimos a favor de este concepto es que ofrece una vía conveniente para señalar un distingo entre las
diferentes modalidades de operación de la libido yoica, y por eso mismo puede llegar a promover un refinamiento
en la observación
y la
interpretación.
Una observación decisiva que sustenta este distingo y
su utilidad clínica se puede ilustrar con un ejemplo simple. No es lo
mismo una persona honesta que una persona honesta que se gloria de
ello. La honestidad es la obra de un Ideal del Yo que debe su eficacia
en parte a las demandas de la libido de objeto porque el individuo no
-odría tener un buen concepto de sí mismo si en su conducta no hon-
198
Charles
M. T. Hanly
rara al ideal. así como antaño no podía sentirse bien si causaba disgusto a uno de sus padres. Gloriarse de ser honesto obedecerá a una
causación del Ello en los casos en que una moción pulsional vuelve
muy difícil ser honesto. Pero este motivo no nos interesa aquí; sólo
queremos apuntar que puede actuar solo. pero que siempre estará
presente en los casos en que actúe el que a continuación señalaremos.
A saber: gloriarse
de ser honesto puede responder a una causación
desde el Yo idealizado en los casos en que. además de ser honesta, la
persona no pueda menos que vanagloriarse
de su honestidad.
La conducta de vanagloria. lo mismo que la conducta honesta, están motivadas por la libido yoica. Pero puesto que la primera se puede producir
sin la segunda, y la segunda sin la primera, son por fuerza diferentes
en el orden dinámico.
Para señalar esta diferencia.
justamente,
se
pueden utilizar las expresiones "Ideal del Yo" y "Yo Ideal".
En lo que sigue expondré
unos pocos ejemplos
clínicos
ilustrativos.
Un joven que deseaba practicar alguna clase de ejercicio físico
fue obsesionado por lucubraciones sobre la fisicultura.
Esta le permitiría
convertirse
en objeto de admiración a distancia.
Las mujeres, cavilaba,
lo admirarían;
así no tendría que ahuyentarlas.
Pero la otra cara de
la cuestión era su angustia de contaminar el equipo de gimnasia y de
hacerse
daño.
Un Ideal del Yo (ser fuerte y sano físicamente)
había sido subvertido
por el deseo de ser una encarnación pura de
belleza masculina, de ser admirado pero no usado. La angustia de
contaminar el equipo de gimnasia y de recibir un daño (ser femenino)
brotaba de impulsos homosexuales
que daban origen a estas demandas en conflicto, fuente de obsesión: "Ve al gimnasio y conviértete
en
un hombre que las mujeres admiren"
(el pensamiento
consciente)
y
"Ve al gimnasio y conviértete en una mujer que los hombres admiren"
(el pensamiento inconsciente).
El conflicto alimentaba al Yo idealizado
con su demanda de ser admirado, por oposición al placer de la actividad.
Además, obraba como defensa frente a los peligros que para el paciente
significaban sus impulsos tanto heterosexuales
como homosexuales.
Otro paciente, un profesional, fantaseaba ser un duque rico y poderoso en el dormitorio de su castillo sobre el Loire cada vez que hacía
el amor con su mujer. Disimulaba su impotencia psíquica imaginándose
de "noble linaje", fantasía de la que extraía un placer narcisista compensatorio de la ausencia de placer sexual. Estuvo peligrosamente
cerca
de abandonar la profesión que de hecho ejercía de manera muy competente porque, como en unas ropas raídas, se sentía un mendigo en ella.
Aunque percibía un ingreso elevado, se consideraba un fracaso en el
orden económico.
Le resultaba difícil evaluar o tolerar de manera realista el tiempo que se necesita para tener éxito en una carrera y adquirir
bienes, y decía sentirse fracasado por lo que no había realizado todavía
o lo que aún no tenía. Lo deprimía el sentimiento
de que no lo recono-
199
Ideal del Yo y Yo Ideal
cían ni lo apreciaban en su verdadero valor. Tras asegurarse de ingresos
corrientes y de ahorros que le permitían comprar una casa, estuvo en
un tris de hacer una compra extremadamente
imprudente:
una mansión
señorial casi en ruinas (y por eso a su alcance). situada en un suburbio
en proceso de degradación, que le procuraría el medio de conferir realldad a aquella imagen grandiosa que de sí mismo tenía. La elección da
la fantasía que constituía su Yo Ideal estuvo determinada por algo que
su madre le había contado de niño: en su país de origen ella tenía amistad con una acaudalada familia aristocrática,
se daba por sobreentendido
que se pudo haber casado con el hijo de esa familia de no haberlo impedido su propio sentido de las conveniencias
sociales (ella era de origen humilde). Entonces el contenido del Yo Ideal del paciente derivaba
de su identificación
en la infancia con este objeto de alta alcurnia del
juvenil apego romántico de su madre, identificación
ésta que armonizaba con su novela familiar determinada
desde el Ello. Después este
Yo Ideal recibió una catexia narcisista adicional como consecuencia de
la angustia de castración y de un grave desengaño con la madre, que
se había rebajado a tener comercio sexual con el padre en una escena
primaria.
En la edad adulta, el paciente no conseguía mantener comercio sexual por su propia persona, como realización de su ideal del
Yo heterosexual.
En cambio, estaba forzado a verse como el amante
señorial,
en un engrandecimiento
narcisista.
Una paciente, una profesional casada, aquejada de enervantes sentimientos de inferioridad y depresión, proyectaba su Yo idealizado sobre
los hombres, a quienes, por eso mismo, envidiaba y miraba con amargo
encono. Creía que los hombres eran seres totalmente
autosuficientes,
los sujetos de su propia ley, capaces de satisfacer
sus anhelos y necesidades sin dificultades
ni conflictos.
Atribuía a los hombres cierta
"perfección
rnonádlca", que echaba de menos en ella misma. (Recordemos que Leibniz, en 1714, concibió unas sustancias totalmente cerradas sobre sí mismas, autosuficientes;
estas almas o mónadas se desarrollaban con arreglo a una ley propia, sin mantener relaciones reales
con nada situado fuera de ella.) La fuente de esta atribución de un Yo
Ideal a los hombres era una novela familiar en que era hija única de
padres riquísimos que a su muerte le habían dejado en herencia una
gran fortuna que la libraba de toda necesidad y hacía que los demás
la necesitaran a ella. En la fantasía estaba protegida de los riesgos
del amor de objeto. Y esa novela familiar provenía a su vez de una
serie de agravios narcisistas
que padeció en su infancia y que imprimieron un carácter anal y fálico a la grandeza narcisista de su fantasía.
La "sumacíón"
de estos agravios en el estadio fálico la llevó a proyectar
sobre los hombres el Yo Ideal. A su Ideal del Yo, que le exigía triunfar
en su carrera profesional.
se habían agregado los requerimientos
de
su Yo Ideal que le imponían mostrarse dominadora y dueña de sí con
200
Charles M. T. Hanly
la naturalidad y la seguridad de un hombre, o sentirse disminuida, dependiente, deprimida,
envidiosa y resentida.
Cuando poco a poco en su
análisis se fueron integrando los requerimientos
de su Yo Ideal, pudo
experimentar
respeto por sí misma satisfaciendo
las demandas de su
Ideal del Yo. (Para más detalles sobre este análisis véase Hanly, 1982.)
Concluiré
esta serie de viñetas de casos con una que orientará
nuestra atención hacia el influjo del Yo Ideal en la transferencia.
Una
profesional
de más de treinta y cinco años, que vivía sola evitando
todo contacto social. salvo los de su trabajo, desplegó en su análisis
una modalidad de asociación impenetrable,
desprovista
de afecto, monótona, tediosa; el contenido eran casi exclusivamente
detalles técnicos de su trabajo, aliviado sólo de tiempo en tiempo por el relato de
sueños.
Era dificilísimo
interesarse
por esos aburridos informes de
rutina sobre los aspectos triviales de las actividades oficinescas y los
esotéricos de su profesión.
La interpretación
de su carácter defensivo
no conseguía contener el aflujo. Las asociaciones se producían además
con interrupciones,
puntuadas por silencios,
y las acompañaba con
un tic de chasquido de labios que daba la impresión de que no obstante la carencia de afectos que sus comunicaciones
mostraban, secretamente disfrutaba de ellas. De hecho experimentaba
una exultación
difusa, pero gratificante,
provocada por estas recitaciones,
que parecían extraordinariamente
tediosas y que podría haber contado a cualquiera. Una vez que el analista superó su propia frustración
narcisista
por el aburrimiento
que le infligían, por el hecho de que lo privaran
de las observaciones
más usuales en el trabajo analítico y lo trataran
como a un "cualquiera";
y una vez que se dio cuenta, además, de la
regresión afectiva que esa preocupación por la vida de trabajo adulto
disimulaba,
se volvió posible esclarecer e interpretar
los afectos, la
regresión y la transferencia.
Se averiguó que la paciente repetía en
la transferencia
la experiencia de regresar cada día de la escuela para
contar lo que le había pasado en el día a su abuelo anciano y cariñoso.
En la casa de su infancia, además del abuelo había dos tíos que se
desvivían por su "pequeña princesa".
Ella tenía la sensación de gobernar esa casa por mera presencia: que la vida de estos adultos giraba
en torno de ella como los planetas alrededor del sol. Estas experiencias de grandeza narcisista conocieron un final abrupto y trágico con
la muerte de su abuelo y el nuevo casamiento de su madre divorciada,
quien se la llevó a vivir a otra ciudad, a raíz de lo cual perdió también
a sus tíos. Nunca perdonó a su madre ese "destronamiento";
incapaz
de hacer duelo por su acaecimiento,
lo desmintió mediante la creación
de un Yo Ideal que le permitía vivir en un "espléndido
aislamiento",
nutrida afectivamente
sólo por los recuerdos de la edad de oro de su
infancia y por las fantasías actuales de un narcisismo nobiliario.
Por
ejemplo, soñó que la reina Juliana de los Países Bajos (ella misma)
Ideal del Yo y Yo Ideal
201
recibía la llamada telefónica de alguien (su analista) que le comunicaba que la gente (personas que en ese momento trabajaban con ella,
su analista, los tíos y el abuelo del pasado) esperaba para rendirle
homenaje, y por lo tanto ya podía salir. Además de afectos aislados
de angustia, de culpa y de tristeza, la primera experiencia afectiva
que integró en su análisis fue la pena por los años perdidos de
vínculo posible con su padrastro, a quien había desterrado de su rnundo desmintiendo
todo nexo afectivo con él. Por ejemplo, no había
adoptado un apelativo para dirigirse a él. Este vínculo, por otra parte,
era el que repetía en la transferencia
y daba razón del componente
agresivo que la había llevado a elegir aquella modalidad de asociación.
El concepto de Yo Ideal es útil entonces para iluminar observaciones clínicas sobre la modalidad o la forma de las asociaciones del
paciente, como en el caso que acabamos de citar, y sobre el contenido de las asociaciones.
De igual modo es útil para formular interpretaciones sobre las diversas perturbaciones
que un Yo hipercatectizado por vía narcisista y, por lo tanto, idealizado, introduce en la
operación de los ideales del Yo. En particular, puesto que el Ideal
del Yo es por sí mismo el receptor de libido narcisista, el concepto
de Yo Ideal ayuda a formular interpretaciones
que protejan las demandas legítimas de los ideales del Yo al tiempo que fortalezcan la
capacidad del Yo para enfrentar esas demandas por medio de la
gradual decatectización
del Yo Ideal. Este nivel de interpretación
promueve también una reducción de resistencias, que a su vez aminora
las defensas frente a los conflictos
pulsionales y a los desengaños
traumáticos que hacen su propio aporte a la formación del Yo Ideal,
para empezar.
En las viñetas de casos que hemos descrito es evidente el aporte
de los conflictos infantiles en torno de la libido de objeto. Si no los
hemos formulado de manera específica, se debió sólo a consideraciones de espacio y de oportunidad, y no a que yo haya hecho observaciones que atestiguaran en favor de una separación de la libido narcisista y la libido de objeto, como no se trate de su diferenciación
funcional dentro de la organización psíquica.
En otros trabajos he
tratado expresamente este tema (Hanly y Masson, 1976; Hanly, 1982).
No hace mucho, Weinshel (1979) ha comunicado observaciones que
establecen el nexo entre fracasos en satisfacer
los requerimientos
de los ideales del Yo (honestidad) en la neurosis de transferencia
y
los conflictos edípicos y el trauma de la escena primaria.
Desde luego que en lugar de utilizar el concepto de Yo idealizado, se puede recurrir al expediente de emplear calificaciones
descriptivas especiales del Ideal del Yo. Es posible que desde un punto
de vista funcional y para fines clínicos, sea lo mismo considerar las
cosas por referencia a un Ideal del Yo hipercatectizado
de manera
202
Charles M. T. Hanly
narcisista, que considerarlas
por referencia a un Yo Ideal. Sin embargo, utilizar el Yo Ideal como concepto distinto tiene cuatro ventajas. De manera clara e inequívoca identifica un grado funcionalmente
diferenciado dentro del Superyó. En particular, a la función prohibidora del Superyó, y a la función de fijación de metas del Ideal del Yo, se
agrega la función de compensación, defensiva, protectora, del Yo Ideal
(Renik, 1981). Por esta vía se pone de manifiesto, además, que las dos
primeras funciones del Superyó se pueden cumplir de manera satisfactoria en ausencia de la tercera o, para formularlo de otro modo, que
el Yo Ideal es un resultado particular del desarrollo de la libido yoica.
y que la ausencia de ese resultado no importa por sí misma menoscabo
para las funciones prohibidoras y fijadoras de metas, del Superyó. (El
equivalente a esto en el campo sociocultural
es que no se necesita
profesar una religión para tener una conducta ética [Freud, 1927]). Por
último, el Yo Ideal es una estructura específica dentro de la organización de observación del sí del Yo; ella permite al Yo hacer una desmentida de su ser o de algún aspecto de su ser. Es una estructura a la
que corresponden representaciones específicas en la consciencia, por
ejemplo, el amante aristócrata, el yo nouménico, la conciencia cósmica,
etcétera. Aunque con el avance hacia la maduración el Yo Ideal normalmente pierde su función y adquiere la condición de recuerdo de un
esplendor que existió antaño, se conserva como una estructura latente
dentro del Yo, que ciertas peripecias pueden reactivar. En este sentido
y de esta manera conserva el carácter de un ángel de la guarda del
Yo. Como los dioses domésticos de los antiguos, cuyo culto ha ido
desapareciendo con el avance de la civilización, el destino del Yo Ideal
es resignar algunas de sus pretensiones a medida que el Yo madura.
(Traducción
de José Luis Etcheverry)
Bibliografía
Sobre el alma.
Aristóteles,
Arlow,
J. (1982), "Scientific
cosmogony,
mythology
and immortality",
Psychoanal. O.,
51: 177-195.
Chasseguet-Smirgel.
Fenichel,
J. (1975), L'ldee! du Moi, Tchou, París.
R. (1641), Meditaciones
Descartes,
metafísicas, Aguilar, Buenos Aires.
Theory of Neuroses, Norton, Nueva York. [Teo-
O. (1945), The Psychoanalytic
ría psicoanalítica
de las neurosis,
Freud, S. (1914), Introducción
--
(1917), Conferencias
--
(1921), Psicología
Nova-APA,
1957.]
del narcisismo, S. E., 14; A. E., 14; B. N., (1972), 2.
de introducción
al psicoanálisis,
de las masas y análisis
--
(1923), El yo y el el/o, S. E., 19; A. E., 19; B. N., 3.
--
(1927), El futuro
Grunberger,
de una ilusión,
B. (1975), Le Narcissisme,
S. E, 16; A. E., 16; B. N., 2.
del yo, S. E., 18; A. E., 18; B. N., 3.
S. E., 21; A. E., 21; B. N., 3.
París, Payot. [Trieb,
Buenos Aires.]
Ideal del Yo y Yo Ideal
203
Hanly, C. (1982). "Narclsslsrn, defence and the positive transference", IJPA [International Journal of Psycho-Analysis]. en prensa.
-y Masson, J. (1976), "A critical examination of the new narclsslsm", IJPA, 57,
49-66.
Hebbes, T. (1651), El Leviatán.
Kant, 1. (1781), CrItica de la razón pura.
Kanzer, M. (1964), "Freud's uses of the terms 'autoeroticlsm' and 'narclssism' ", JAPA
[Journal of American Psychoanalytical Assocíatíon], 12: 529-539.
Leibniz, G. W. F. (1714). Monadología. Aguilar, Buenos Aires.
Leibniz, G. W. F. (1974). Monadologia.
Orgel, S. (1965), "On time and timelessness", JAPA, 13: 102-121.
Platón, Fedón.
Renik, O. (1981), "Typical examination dreams, 'superego dreams', and traurnatic
dreams", Psychoanal. O., 50: 159-189.
Sartre, J. -P. (1943), El ser y la nada. Losada, Buenos Aires.
Schiffer, 1. (1978), The Trauma of Time, IUP, Nueva York.
Stern, E. M. (1977). "Narcissism and the defiance of time", en M. C. Nelson (cornp.l.
The Narcissistic Condition, Human Sciences Press, Nueva York.
Van Spruiell, M. D. (1979), "Freud's concept of idealization", JAPA, 27: 777-791.
Weinshel, E. M. (1979), "Sorne observations on not telling the truth'', JAPA, 27: 503-531.
Descargar