la musica en españa en el siglo xx

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LA MUSICA EN ESPAÑA EN EL SIGLO XX.
0.- VISIÓN GENERAL DE LA MÚSICA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XX.
El ambiente musical español de principios de siglo, antes del traslado de Falla a París, se reducía a tres aspectos:
el operismo de influencia italiana que encontrará su templo en el teatro Real de Madrid, el zarzuelismo del siglo XIX
que sigue invadiendo casi todo el ambiente musical y, por fin, el sinfonismo de influencia wagneriana que compite
con el asfixiante teatro musical anteriormente citado. Los compositores españoles de paso del siglo que quieren
aprender y formarse se ven obligados a trasladarse a París: Albéniz, Granados, Turina, Falla… ellos verificarán el
cambio de mentalidad española a partir de la segunda década del siglo XX. Surge así una España que se interesa
más por lo sinfónico e instrumental y por los movimientos que se están produciendo más allá de nuestras fronteras,
especialmente por el impresionismo.
Música instrumental: durante el siglo XX la música española adquirirá personalidad propia. Con el segundo
nacionalismo, culminado por Falla, Turina y sus seguidores, España comienza a interesarse por el sinfonismo propio,
no por el wagneriano o poemático de R. Strauss. Prevalecerá el andalucismo que no quiere decir pintoresquismo o
copia literal de la temática folklórica. Por primera vez el nacionalismo español, aun partiendo de una raíz popular, se
desprende de los localismos para adquirir un rango universal.
Se crean al menos tres importantes orquestas. Aparecen numerosas sociedades filarmónicas que contribuyen de
forma muy importante a dinamizar la vida musical española estrenando numerosas obras de compositores
españoles y presentando en España lo más imòrtante del repertorio europeo.
Música teatral: los sueños por crear una ópera nacional no pasarán de simples intentos ya que los
compositores no supieron librarse de los procedimientos wagnerianos y veristas.
• En el teatro Real se siguieron estrenando óperas españolas. De todas ellas, la más importante sería
“Margarita la tornera”, última ópera de R. Chapí. Fue la producción lírica española que más expectación ha
levantado en la historia de Madrid. Aporta una serie de novedades interesantes como: ausencia de episodios
ajenos al argumento para distraer al espectador, ausencia de coros y bailes, etc. En Barcelona destacarán
Jaime Pahissa con óperas como “Gala Placidia” y “Marianela”. En Euskadi tenemos que citar a Jesús Guridi
con “Mirentxu” y “Amaya” y a José María Usandizaga con “Mendimendiyan”.
Con la llegada de la generación del 27 el tema de la ópera deja de interesar pues se la considera un resto del
pasado. Habrá que esperar unos años para que la ópera interese a los movimientos de vanguardia posteriores a
la segunda guerra mundial. Dos compositores merecen una atención especial: Luis de Pablo en Madrid con
obras como “el viajero indiscreto” y “la madre invita a comer” y José Soler en Barcelona, con obras como
“Agamenon”, “edipo y Yocasta”, etc. en las que emplea procedimientos musicales típicos de la segunda escuela
de Viena. En los últimos años destacan también las aportaciones de Tomás Marco (“Selene”).
• La zarzuela grande, que a finales de siglo había sido un tanto eclipsada por el castizo género chico, renacerá
con fuerza de la mano de compositores como el vasco Usandizaga (1887-1915. “las golondrinas”), Serrano
(1873-1941. “la dolorosa”, “alma de dios”, etc.) y Amadeo Vives (1871-1931. “Doña Francisquita”,
“Bohemios”). Este resurgir fue por breve tiempo ya que, a partir de los años 20, la zarzuela entraría en crisis
derivando hacia la opereta y hacia la revista. Fue vano el intento que, hacia los años 30, intentaron darle Pablo
Sorozábal (“Katiuska”, “la del manojo de rosas”, “la tabernera del puerto”) y Moreno Torroba (“Luisa
Fernanda”) pues desde entonces la zarzuela ha entrado en una crisis de la que aún no ha salido.
Música religiosa: en el primer cuarto de siglo se verifica también la restauración de la música religiosa española
del estado de postración en que había caído en el siglo XIX debido a la imitación del estilo operístico. Destaca el P.
Donosita (1886-1956) cuya atrevida armonía de tinte impresionista abre nuevos horizontes de seriedad y gracia a
la religioso.
Continúan en el siglo XX los estudios musicológicos y folkloristas inaugurados por Pedrell en el siglo
anterior. Destacan en este apartado Higinio Anglés (fundador del instituto de musicología, donde se irán publicando
con todo rigor muchas obras antiguas como cantigas, polifonistas del XVI, etc.), Manuel García Matos, Joaquín Nin,
etc. La sección femenina, las numerosas sociedades filarmónicas y corales que se van creando por todo el país
(escolanía de Montserrat, sociedad coral de Bilbao, Sociedad coral de San Sebastián, Orfeón Donostiarra, el coro de
la radiotelevisión española, el coro nacional de la escuela superior de canto, etc.) y la implantación en muchas
ciudades españolas de las juventudes musicales contribuirán a la recogida de canciones y danzas populares en
particular y al despertar musical español en general.
En cuanto a solistas instrumentales y vocales podemos destacar: los pianistas Alicia de Larocha y Rosa
Sabater, los cantantes Miguel Fleta, Alfredo Krauss, Victoria de los Ángeles, Montserrat Caballé, Pilar Lorengar,
Teresa Berganza, los guitarristas Andrés Segovia, Sainz de la Maza, Narciso Yepes, los arpistas Nicanor Zabaleta, los
vilonchelistas Pablo Casals, Cassado, etc.
Al estudiar la música española del siglo XX suelen distinguirse como tres generaciones de músicos que se
corresponden con las tres generaciones pictórico-literarias1:
A) 1ª GENERACIÓN: del segundo nacionalismo.
Esta 1ª generación es conocida también como generación de los maestros: por el magisterio tan
destacado que ejercieron sobre las siguientes generaciones y por su magnífica creación musical. Coincide en
literatura con la generación del 98. Los literatos de esta generación (Unamuno, Azorín, baroja, A. Machado, etc.)
se caracterizan por su patriotismo pesimista y por proponer un mejor conocimiento de la patria, de sus bellezas y
de sus valores pasados. Al mismo tiempo el modernismo de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y M. Machado
buscará una poesía basada en la musicalidad de las palabras; no resultará extraño que muchos compositores
españoles del siglo XX devoren este tipo de poesía tratando de llevarla al pentagrama. En pintura el principal
representante será Picasso. Las frecuentes relaciones entre todos ellos son de sobra conocidas. Entre los músicos
más importantes de esta generación citaremos tan solo a dos:
Manuel de Falla (Cádiz 1876-Argentina 1947).
Con Falla la música instrumental española adquirirá personalidad propia y culminará el nacionalismo
genuinamente español. Consigue por fin hacer realidad el sueño de Pedrell de una música española enraizada en lo
popular y folklórico, que sabe aspirar su savia, convirtiéndola en sangre propia para dar a la misma una dimensión
universal, por encima de todo localismo y pintoresquismo. Su maestría y conocimiento del ritmo hispánico es
asombrosa en todas sus múltiples combinaciones. Supo aprovechar los modos españoles antiguos, especialmente la
típica escala andaluza, para combinarlos con la austeridad contemporánea. Tentado por las corrientes europeas
(impresionismo de Debussy, refinamiento de Ravel, neoclasicismo de Stravinsky y expresionismo de Schönberg)
supo asimilarlas todas con un espíritu abierto, sin caer en el atonalismo.
Su vida, según confesión propia, puede ser organizada por periodos de siete años:
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Los dos primeros transcurren en su ciudad natal en donde aprenderá los primeros rudimentos de la música.
El tercero es el de sus estudios en Madrid. Aquí tuvo lugar su decisivo encuentro con Pedrell que le convencerá
de la necesidad de orientar sus composiciones hacia el verdadero camino del nacionalismo. Su primera obra de
importancia será “la vida breve”, de 1905.
El cuarto (1907-1914) lo pasa en París a donde viaja huyendo del para él asfixiante ambiente musical español
dominado por la zarzuela y el espíritu wagneriano. Allí se relacionará con Debussy y Ravel, quienes le mostrarán
los nuevos caminos el impresionismo, con Dukas, que le enseñará los secretos de la orquestación, con Albéniz,
que le empujará nuevamente hacia el nacionalismo español, y hasta con Stravinsky, del que conocerá sus
nuevos caminos de severidad, en los que se enfrascará a partir de 1920. En esta época publica: “cuatro
canciones españolas”, “siete canciones populares españolas”. Por fin ve estrenada “la vida breve”, obra que
entusiasma al público por la viveza rítmica de sus danzas populares, a pesar de la debilidad en el interés
dramático que le achacan los críticos.
El quinto septenario de su vida transcurre en Madrid, a donde ha tenido que emigrar debido a las dificultades de
derivadas de la I guerra mundial. Es uno e los periodos más fecundos para la música española. En él compone
las obras andalucistas que más fama le han dado: “noches en los jardines de España” (1916, para piano y
orquesta, fuertemente influenciada por el impresionismo de Debussy), “El amor brujo”, de 1915 y “el sombrero
de tres picos”, de 1919. Última obra de esta etapa andaluza será la “fantasía bética”, para piano.
A partir de la muerte de sus padres en 1919, se retirará a la soledad y el silencio en Granada, de la que saldrá
ocasionalmente para dar conciertos en París, Londres, etc. De esta época de reflexión y meditación surgirá un
nuevo estilo de austeridad y ascetismo castellano en el que se dejan notar influencias de Ravel y Stravinsky.
Obras importantes e este periodo son: “el retablo de maese Pedro”, estrenada en Sevilla en 1923, sobre un
episodio de la vida del Quijote y su descarnado e incisivo “concierto para clave y orquesta”, de 1926.
El resto de sus días en Granada estarán dedicados a su gigantesca cantata escénica para coros y orquesta
“Atlántida”, terminada por E. Halter en 1961.
En 1939 se traslada a Buenos Aires para dar varios conciertos. Ya no regresará. Allí, huyendo del mundanal
ruido, se retira a Alta Gracia, donde muere en 1947 el más grande de los músicos españoles. Sus restos
reposan en la cripta de la catedral de Cádiz.
Joaquín Turina (1882-1949).
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Aunque se pueda percibir un sentir común entre los miembros de una generación, forzosamente han de coexistir movimientos y tendencias
diferentes y dispares. Así, en las dos primeras generaciones podemos encontrar algunos zarzuelistas (Vives, Serrano), otros influidos por el
nacionalismo, neoclasicismo e impresionismo (Falla, Turina, Mompou…), no faltan los wagnerianos (Conreado del Campo, Esplá…) y, en fin,
otros más avanzados en los que se acusan influencias dodecafónicas (Homs, Gerhart…).
Nació en Sevilla. Deja la medicina por la música. Estudia en Madrid (allí conoce a Falla) y en la Schola cantorum
de París, donde vuelve a encontrarse con Falla. En esta oportunidad éste le convence para abandonar la línea del
franckismo y wagnerianismo que seguía en la schola para afiliarse a la tendencia andalucista de Falla, cuando éste
ya derivaba hacia la austeridad castellana.
Turina ha sabido aunar maravillosamente el pintoresquismo andaluz, más concretamente el sevillanismo, con un
colorismo, intimismo y lirismo personal que lo elevan por encina del folklorismo panderetero hasta llegar al
universalismo. Entre su producción podemos destacar: “canto a Sevilla”, “Sinfonía Sevillana”, “Danzas fantásticas”,
“Oración del torero”, etc.
Autores puente entre la generación del 98 y la del 27:
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Gombáu: en un principio abraza los principios del nacionalismo (“Rondalla de cantos charros”). En la
década de los 50 da un giro de 180º hasta convertirse en uno de los más destacados vanguardistas de
la generación del 51.
B) GENERACIÓN DEL 27 O DE LA REPÚBLICA.
La segunda, generación del 27 o de la república, coincide cronológicamente con la de escritores que
alcanzan su consagración entre 1927 y el estallido de la guerra española (García Lorca, Gerardo Diego, Aleixandre,
Cernuda, Alberti, Salinas, Guillén, Dámaso Alonso, Miguel Hernández, etc.). Muchos de los poetas citados estuvieron
muy ligados a la música.
Entre las características de los compositores de esta generación podemos citar:
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Todos comienzan en el nacionalismo progresista que ha impulsado Falla.
Más adelante serán influidos por la corriente impresionista y posteriormente por la neoclásica. A pesar de esto,
el carácter nacional siempre estará presente en su música. Cuando les alcanza la corriente neoclasicista se
inspirarán no en los clásicos europeos del XVIII, sino en los españoles.
Introducen en España las vanguardias musicales europeas como impresionismo, nacionalismo progresista,
neoclasicismo y dodecafonismo.
Entre los principales músicos de esta generación podemos destacar:
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Ernesto Halfter: discípulo predilecto de Falla, terminó su “Atlántida”. En obras como: “Sonatina”,
“Sinfonietta”, el ballet “el cojo enamorado”, “concierto para guitarra y orquesta”, etc.) muestra
influencias de Ravel, Falla y Stravinsky.
Robert Gerhart: discípulo de Schömberg en Viena, es el primer español que abraza de lleno el
dodecafonismo.
Federico Mompou: inspirado en ciertos temas folklóricos de su tierra e influenciado por el
impresionismo francés crea una música intimista y “callada” en forma de piezas breves preferentemente
para canto y piano.
Joaquín Rodrigo: su música está escrita siguiendo patrones tradicionales. Se apoya por un lado en el
folklorismo castellano con ciertas influencias levantinas y por otro en la música renacentista de los
cancioneros (Milán, Gaspar sanz, etc.). Su música ha sido bastante popular allende nuestras fronteras:
“concierto de Aranjuez”, “fantasía para un gentilhombre”, “Música para un códice Salmantino”, etc.
Autores puente entre la generación del 27 y la del 51:
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Javier Montsalvatge: evoluciona desde el antillismo de sus
indiano” con mezclas rítmicas indígenas y catalanas a través del
neoclasicismo en “partida y desintegración morfológica de la
atonalista en “sonata concertante” y “laberinto”.
Joaquín Homs: discípulo de Gerhart, será el único español
vanguardia a la generación del 51.
“cinco canciones negras” y “cuarteto
impresionismo hasta llegar a un cierto
chacona de Bach” y a un jugueteo
practicante del dodecafonismo en la
C) GENERACIÓN DEL 51.
La tercera generación, o del 51, comprende a los músicos nacidos en el decenio 1925-1935. Deriva no ya de
las letras, sino de las artes; en concreto de los grupos El paso, y Dau Alset (madrileño y catalán, respectivamente)
que por tal época se formaron. El final de la guerra civil marca un corte brusco tanto en la música como en el resto
de las artes. Los músicos de esta generación intentarán a toda prisa salir del aislamiento español y quemar las
etapas precedentes del arte europeo que España había ignorado: música concreta, electrónica, dodecafónica,
aleatoria, etc.
Como compositores más destacados de esta generación podemos citar:
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Juan Hidalgo: es uno de los más experimentalistas. Presenta En España las tendencias aleatorias defendidas
por J. Cage.
Cristóbal Halfter.
Luis de Pablo: a él se deben los primeros intentos en el campo de la electrónica.
Carmelo Bernaola.
Coincidentes cronológicamente con los anteriores que representan la vanguardia más avanzada de los años
50, se desarrolla paralelamente la obra de otros importantes músicos que tratan de potenciar un arte
personal y nuevo no cortando con la tradición sino exprimiendo al máximo los recursos de la tonalidad.
García Abril es uno de ellos.
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