La naranja, guisante, rosa.rtf

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Del libro El arte como oficio – Bruno Munari
La naranja, el guisante y la rosa
¿Puede establecerse un paralelo entre los objetos proyectados por el
diseñador y los producidos por la naturaleza? Algunos objetos naturales
tienen elementos en común con los objetos proyectados: ¿Qué es la cáscara
de una fruta sino el «embalaje» de dicha fruta? Hay varios tipos de
embalaje para cada tipo de fruta, desde los cocos a los plátanos. Además,
podría razonarse sobre algunos objetos naturales en el idioma del diseño y
descubrir cosas interesantes.
Naranja
El objeto está formado por una serie de continentes modulados en forma de
tajada, dispuestos circularmente en torno a un eje central vertical, al cual
cada elemento apoya su lado rectilíneo mientras que todos los lados curvos,
vueltos hacia el exterior producen, en el conjunto, una suerte de esfera.
El conjunto de estas tajadas o gajos está envuelto en un embalaje bien
caracterizado, tanto desde el punto de vista de la materia como del color:
bastante duro en la superficie externa y revestido con un acolchado mórbido
interior, de protección entre el exterior y el conjunto de los continentes.
Todo el material es de una misma naturaleza en su origen, pero se
diferencia oportunamente en cuanto a la función.
Cada continente, a su vez, está formado por una película plástica, suficiente
para contener el jugo pero bastante maniobrable en la descomposición de la
forma total. Cada gajo se mantiene unido por un adhesivo muy débil. El
embalaje, cual hoy se hace, no ha de devolverse al fabricante, sino que se
puede tirar.
Cada gajo tiene exactamente la forma de la disposición de los dientes en la
boca humana, por lo cual, una vez extraído del embalaje, puede apoyarse
entre los dientes y, con una ligera presión, romperlo y extraer su jugo. Los
gajos contienen, además del jugo, pequeñas semillas de la misma planta
que engendró el fruto: un pequeño homenaje que la producción ofrece al
consumidor en el caso de que éste quisiera tener una producción personal
de tales objetos. Obsérvese el desinterés económico de semejante idea, y,
por el contrario, la ligazón psicológica que se forma entre consumo y
producción: nadie, o muy pocos, se pondrán a sembrar naranjas, pero el
ofrecimiento de esta concesión, altamente altruista, la idea de poderlo
hacer, libera al consumidor del complejo de castración y establece una
relación de confianza autónoma recíproca.
La naranja, por esto, es un objeto casi perfecto en el que se encuentra la
absoluta coherencia entre forma, función y consumo. También el color es
exacto; azul sería enteramente equivocado.
La única concesión decorativa, .si así puede decirse, es la búsqueda
«matérica» de la superficie del embalaje, tratada como «piel de naranja».
Acaso para recordar la pulpa interna de los gajos. A veces, un mínimo de
decoración, perfectamente justificado, puede ser admitido.
Guisantes
Píldoras alimenticias de diversos tamaños, confeccionados con estuches
bivalvos muy elegantes en forma, color, materia, semitransparencia, y cuya
apertura es notablemente sencilla.
Tanto el mismo producto, como el estuche y el adhesivo derivan todos ellos
de un único origen de producción. No hay aquí elaboración de materiales
diversos, que hayan de ser montados luego en una fase final de acabado,
sino una programación del trabajo exacta, ciertamente fruto de un trabajo
de equipo.
El objeto es monocromo, pero con sensibles variaciones de tono. Esto le da
un aspecto apenas sofisticado, pero que afronta también el gusto de los
consumidores más alejados de una: cultura actual. El color es un verde,
cierto verde conocido con la denominación popular de «verde guisante»,
color bastante bien calculado desde el inicio de la producción y que no ha
sido cambiado hasta hoy. Este color ha determinado influencias cromáticas
incluso en la moda y en el equipo, en torno a los años veinte y treinta de
este siglo.
La forma de las píldoras es bastante normal aunque parezca haber habido
preocupación por variar su diámetro; lo que más resalta por su originalidad,
ya la vez por la simplicidad de construcción, es el estuche. Se compone de
dos elementos iguales y simétricos (como es usual al proyectar en la
actualidad por razones de economía productiva), cóncavos en la medida
necesaria para contener las píldoras de las cuales tienen la impronta, tanto
de la forma como del número y situación. Los dos elementos quedan unidos
de un modo perfecto (hay que tener en cuenta que están expuestos
frecuentemente a la lluvia) por un adhesivo que desarrolla doble función;
como bisagra blanda del lado más corto y como simple adhesivo en el lado
más largo. Manteniendo el estuche entre los dedos índice y pulgar y
haciendo una ligera presión con ellos, el estuche se abre de arriba abajo
dejando ver todas las píldoras bien alineadas por orden de tamaño.
Una característica típica de esta producción es la variación en la serie.
Problema muy discutido en varios congresos mundiales de proyectistas:
cada variación posible aumenta las posibilidades de venta, a condición de
que las condiciones del producto sean siempre las mismas. En el caso de la
producción de guisantes se halla una excesiva variación: se pueden hallar en
el comercio continentes de docenas de píldora, , de diez, ocho, siete, etc.
hasta dos ya veces de un solo guisante. excesiva variación, en definitiva, es
cierto desperdicio. ¿Quién comprará un solo guisante y lo exigirá en su
continente? Es obvio. Con todo, desde hace miles de años este producto
sigue siendo producido de este modo; el consumidor no hace caso de este
detalle. Sea como fuere, es posible que esta excesiva variación sea el
resultado de un error en la búsqueda de mercado, hecha ciertamente antes
de decidir tan gran producción, y en uso hoy todavía por negligencia
burocrática.
Rosa
Una concepción racional de la función social del diseño industrial no puede
sino renegar de la producción, por otro lado muy difundida, de objetos en
absoluto inútiles para el hombre.
Objetos nacidos no se sabe cómo, con fines ligados sólo al más trivial sentido
de la decoración, gratuitos e injustificados, si bien, en ciertos casos,
formalmente coherentes. Sábese, con todo, que la coherencia formal por sí
misma no basta para justificar objetos producidos sin un análisis previo de
las posibilidades del mercado. Uno de estos objetos es la rosa.
Objeto de inmensa producción (verdaderamente caótica y desordenada, en
la cual la economía productiva no se toma en consideración para nada),
formalmente coherente y agradable en el color, de matices vivos, cálidos
todos ellos, con los canales de distribución de la linfa bien calculados y
distribuidos con precisión excesiva también en zonas que están ocultas a la
vista, pétalos de elegante curvatura (piénsese en un Pininfarina, mientras
su cáliz recuerda la línea Venini 1935), la clara disposición alternada de las
hojas dentadas con nervaduras visibles; no son elementos suficientes para
justificar un objeto de uso tan difundido.
¿Cómo puede un consumidor, con intereses aún no diferenciados, apreciar
semejante objeto? ¿Y por qué las espinas? ¿Para crear cierto suspense o
para crear un contraste entre la suavidad del perfume y la agresividad de
esos artilugios? Grosero contraste en absoluto apreciado por los
consumidores de artículos de precios mínimos.
Por ello, es un objeto absolutamente inútil para el hombre. Un objeto que
sólo sirve para ser mirado, o, al máximo, para olerlo, parece ser, de otro
lado, que hoy la producción ha lanzado al mercado rosas sin perfume),
objeto sin justificación, objeto que invita al trabajador a pensamientos
fútiles. Objeto incluso inmoral.
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