José de Calasanz y las Escuelas Pías

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José de Calasanz y las Escuelas Pías
ASUNCIÓN URGEL MASIP
«José de la Madre de Dios, natural de Peralta de la Sal, Diócesis de Urgel y Reino
de Aragón». Así expresaba su procedencia José de Calasanz, fundador de las Escuelas
Pías, en 1623, en un memorial sobre el origen de la Orden. Una orden de clérigos
regulares, como otras de la época, pero cuya originalidad radica en tener la enseñanza como voto específico, algo inédito hasta entonces en la historia de la Iglesia
católica.
Pocos años después Calasanz se declaraba «aragonés de nación» y «romano de sentimientos y costumbres». No hay mejor síntesis para un hombre que pasó más de la
mitad de sus noventa y un años, desde 1592 hasta su muerte en 1648, en Roma, ciudad, opulenta y mísera a un tiempo, que marcó decisivamente su vocación y trayectoria vital, pero que siempre recordó con profundo sentimiento de orgullo y afecto su tierra natal.
José Calasanz Gastón, el benjamín de ocho hermanos, nació en Peralta de la Sal en
1557. Allí pasó su infancia y aprendió las primeras letras. Era entonces Peralta una
pequeña población de apenas trescientos cincuenta habitantes, capital de la baronía de igual nombre, perteneciente a la Casa de Castro, con algunas casonas de portada blasonada en su calle principal y una iglesia parroquial más modesta que la actual, erigida a finales del siglo
XVII con espléndidas yeserías. De
aquella, de la que conoció Calasanz, solo quedan algunos muros
y la pila bautismal donde fue bautizado.
El padre de José, Pedro Calasanz,
herrero de profesión y de familia
infanzona, desempeñó durante
algunos años los cargos de baile
de la villa y baile general de la baronía al servicio de los señores de
Castro. La familia Calasanz-Gastón
disfrutaba, por tanto, de cierto reconocimiento social y una posición económica desahogada, propietaria además de algunas casas
y tierras y de una salina, es decir,
de una de las más de trescientas
balsas o eras que conforman el salinar de la villa. La explotación de
las salinas no solo era una activi-
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Comarca de La Litera
José de Calasanz
dad económica de gran importancia para la población, de lo que da fe el apelativo
‘de la Sal’ de su topónimo, sino que, indudablemente, debía de ser una fuente de
ingresos segura para un herrero ya que todo el transporte de la sal se realizaba a
lomo de caballerías.
No es difícil evocar en la actualidad los paisajes que conoció Calasanz. El terreno
áspero, salpicado de cerros pelados y carrascas, los paisajes de sal entre barrancos,
en la propia Peralta o en la cercana Calasanz, los olivos…, como aquél al que trepó
de niño con un pequeño puñal para matar al demonio «porque es enemigo de Dios»
y que aún se recuerda en Peralta con un monumento conmemorativo. Un episodio
adornado por la tradición hagiográfica escolapia, pero muy expresivo de la profunda
formación religiosa que recibió en el hogar familiar y de su carácter piadoso. El santet, ‘el santito’, le llamaban sus compañeros de estudios del convento de trinitarios
descalzos de Estadilla, adonde marchó a los trece años a estudiar Gramática y Retórica, paso previo para iniciar la carrera sacerdotal, entonces uno de los destinos
habituales para los hijos varones no primogénitos, y para la que, además, tenía facultades intelectuales y vocación.
Tras culminar sus estudios en la Universidad de Lérida y ser ordenado sacerdote en
1583, fue requerido por su sólida formación humanística por el obispo de Barbastro, donde permanecería unos años, intercalando temporadas en Peralta para cuidar
Plano del oratorio primitivo dedicado a San José de Calasanz (1799)
La huella de sus gentes
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de su padre enfermo. Muerto este, en 1587 se incorpora a la diócesis de Urgel y allí
es nombrado secretario del cabildo y maestro de ceremonias de la catedral, al tiempo que comienza su labor pastoral en varias parroquias, todo ello en un momento
particularmente delicado, con la sede vacante y teniendo que hacer frente, incluso
con las armas, a violentos desórdenes causados por salteadores y por los hugonotes franceses que traspasaban la frontera.
De esta época procede una de las mejores descripciones físicas que tenemos de Calasanz: «hombre alto, de venerable presencia, barba de color castaño, cara alargada
y blanca». Siempre se negó a ser retratado. En vida solo le hicieron dos retratos, siendo ya muy anciano y tomados a escondidas. Los demás son posteriores a su muerte, reproducidos a menudo a partir de la mascarilla mortuoria, y se multiplican con
su beatificación en 1748 y su canonización en 1767, siendo imágenes muy divulgadas mediante grabados y estampas devocionales.
Calasanz es fruto de su tiempo, un sacerdote forjado en el espíritu de Trento. Tanto
su formación como primeros años de ejercicio sacerdotal coinciden con el momento
de máximo desarrollo doctrinal y normativo de los decretos conciliares para reafirmar la ortodoxia católica y renovar todos los ámbitos de la vida religiosa. Calasanz
participó, de hecho, en la comisión de reforma de los agustinos de la Corona de Aragón en las Cortes de Monzón de 1585 y tuvo también ocasión de conocer a la Compañía de Jesús, la más característica de las nuevas órdenes de clérigos regulares, creación genuina de la Contrarreforma, a la que pertenecen también las Escuelas Pías.
Son órdenes de acción, que sustituyen la regla monacal por unas Constituciones y
el rezo en el coro por la actividad apostólica.
Pero hasta ese momento, nada parecía conducir a Calasanz hacia la vida conventual;
por el contrario, toda su trayectoria auguraba una brillante carrera en la jerarquía eclesiástica. Cuando viaja en 1592 a Roma lo hace para solicitar la provisión de un canonicato, pero los años de demora le permiten conocer la realidad romana. Una carta
dirigida al párroco de Peralta transmite muy vívidamente la impresión que le causa
la pobreza de la ciudad, donde «padece mucho la gente común», la carencia y carestía de los alimentos, y, sobre todo, la «grande universal ignorancia» de la multitud de niños que pululaban por las calles, harapientos y desatendidos, sin acudir a
la escuela. A partir de este momento se compromete íntimamente en la tarea de procurarles la instrucción elemental y es en 1597, año realmente decisivo en su vida,
cuando consigue ponerlo en práctica en la escuelita de la parroquia de Santa Dorotea, en el humilde barrio del Trastévere. Es aquí donde Calasanz ensaya el que será
el rasgo más innovador del modelo escolapio, la enseñanza gratuita, y con ella la
garantía del derecho universal a la educación, es decir, del acceso de toda la población con independencia de su extracción social y medios económicos.
En 1600 traslada la escuela al centro de Roma y la acogida popular es fulminante.
El proyecto de las Escuelas Pías comienza así una andadura que culminará el 18 de
noviembre de 1621 con su elevación a la categoría de Orden de votos solemnes con
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Conjunto escolapio en Peralta de la Sal
el nombre de Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
En pocos años se extiende por toda Italia y Centroeuropa una red de colegios escolapios donde se aplica la enseñanza gratuita, obligatoria y universal desde la escuela elemental, lo que exigirá de la Orden una capacidad organizativa muy alta y
traerá a su vez numerosas dificultades, que pondrán a prueba la tenacidad de Calasanz y su espíritu práctico, rasgo muy acusado de su personalidad, que no pudo
evitar, sin embargo, las críticas de los últimos años, especialmente de los jesuitas, que
veían en ellos una dura competencia, y finalmente la reducción de la orden en 1646
a congregación secular sin votos.
Calasanz no pudo ver el restablecimiento de la Orden (1669) ni tampoco la extraordinaria expansión de las Escuelas Pías por España, que vivió su siglo de oro en
el siglo XVIII. El ayuntamiento de Peralta de la Sal, que siempre mostró interés por
tener casa escolapia (con una primera petición en 1614 imposible de asumir en fecha
tan temprana), logró su objetivo a finales de la centuria. En las capitulaciones de fundación firmadas en 1695, el ayuntamiento se comprometía a adquirir un solar amplio para construir a los religiosos iglesia, colegio y casa, convenientemente provistos
del ajuar y las jocalías necesarias, además de una huerta cómoda y una dotación de
125 pesos anuales, de acuerdo a los requisitos fijados por el propio Calasanz en las
Constituciones de la Orden. Con el tiempo, la dificultad del concejo para abonar la
cantidad estipulada llevó a sustituir esta por la propiedad de algunas salinas que, junto
La huella de sus gentes
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con otras que fue adquiriendo el colegio a lo largo de los siglos XVIII y XIX, constituyeron un sustento económico importante.
Después de unos años instalados provisionalmente en la calle Monzón, los escolapios se trasladaron al nuevo edificio en 1715. La fisonomía del conjunto original ha
variado con el tiempo, principalmente porque la iglesia ya no existe. Construida hacia
1757 por el maestro de obras Joseph Burría, era una iglesia de planta de cruz griega inscrita en un cuadrado; el retablo mayor, dedicado a san José Esposo, era una
obra del escultor Francisco de Mesa, de 1777. Calificada de oscura, estrecha y lóbrega,
la iglesia fue derribada en 1944 a causa de los daños sufridos en la guerra civil.
El sueño siempre anhelado por los escolapios de adquirir la casa natal del fundador se logró en 1760. Hacia 1797, previo derribo de esta casa y otras colindantes,
se levantó, según planos del maestro Francisco Puch, un pequeño oratorio en honor
del santo fundador, cuyo altar mayor se ubicó en el lugar que ocupaba la alcoba en
la que nació. Esta característica se mantiene en la actual capilla, edificada sobre un
solar más amplio en 1872.
En cuanto al colegio hace ya casi un par de décadas que no hay niños en sus aulas
y algo más que dejó de ser noviciado de la Provincia escolapia de Aragón. Desde
mediados del siglo XX
funciona la hospedería,
hoy muy renovada, y se
puede visitar también el
museo, que atesora algunos objetos personales
de Calasanz (jarra y
plato, toalla, abanico, bonete) y otras piezas valiosas, entre ellas un manuscrito de su puño y
letra dedicado a Zaragoza o el cáliz de oro que
regaló en 1593 a la parroquia de Peralta en recuerdo de la celebración
de su primera misa.
Santuario de San José de Calasanz en Peralta
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Comarca de La Litera
La imagen del fundador,
una estatua réplica de la
original de Carlos Palao,
preside desde el siglo
XIX la plazuela y la casasantuario de San José de
Calasanz.
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