Lo eficaz no es lo justo. - Jueces para la Democracia

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EL PAIS ANÁLISIS
Lo eficaz no es lo justo
PABLO SURROCA CASAS 03/07/2008
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define eficacia
como la "capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera". Si nos
centramos por un momento en la definición, podemos advertir cómo la misma
está desprovista de cualquier connotación moral o ética. A pesar de la asepsia
del término, o quizá precisamente por eso, cada vez se utiliza más para
justificar cualquier actuación administrativa o una determinada medida
legislativa. Poniendo el acento en el efecto que se desea o se espera, que sin
duda puede ser razonable y justo, se soslaya el verdadero dilema, que no es
otro que la capacidad para lograrlo. La capacidad, entendida como disposición
de medios de todo tipo, idóneos para lograr un fin determinado o, de forma más
precisa, el ejercicio de esa capacidad, su realización material, puede convertir
cualquier fin u objetivo justo y razonable en algo injusto e irracional, en la
medida en que capacidad y efecto están indisolublemente unidos, de manera
que el efecto no legitima la capacidad, sino que es el ejercicio de esa
capacidad, la forma de realizarla, la que legitima el efecto.En días pasados, la
Unión Europea ha aprobado la llamada Directiva de Retorno, que permite
ampliar en casos excepcionales el plazo máximo de internamiento de los
extranjeros indocumentados, como paso previo a su expulsión, desde los seis
hasta los 18 meses. En España, actualmente, el plazo máximo es de 40 días.
Arguyen los defensores de la medida su necesidad y eficacia -el principio de
eficacia aparece en prácticamente todas las intervenciones públicas sobre la
medida, tanto a favor como en contra, dejando de lado la cuestión fundamental
de la justificación moral y ética de la misma- para luchar contra el tráfico ilícito
de personas que, de hecho, se ha convertido en un negocio muy lucrativo a
nivel internacional, más incluso que el tráfico de armas o de drogas. Cualquier
privación de libertad, y más si es preventiva -el internamiento en un centro de
extranjeros tiene tal naturaleza, ya que su finalidad es garantizar la eficacia de
la orden de expulsión, si llegado el día el inmigrante no pudiera ser localizadono debe prolongarse más allá del tiempo estrictamente necesario para
conseguir sus fines. No creo que los plazos máximos aprobados, de
considerable
duración,
cumplan
los
criterios
de
razonabilidad
y
proporcionalidad exigibles. En una sociedad moderna y desarrollada, como
pretende ser la europea, una orden de expulsión debería poder ejecutarse en
menos tiempo, y aunque no fuera así, resultaría desproporcionado y
éticamente reprobable privar de libertad durante tan largo plazo a quien, sin
dañar a los bienes ni a las personas, tiene por único afán la supervivencia, algo
consustancial al hombre y motor de todas las migraciones que en el mundo han
existido. El derecho a sobrevivir, no de cualquier forma, sino de una manera
digna, es el primer derecho del hombre, pues es el soporte de todos los demás.
Del derecho a vivir mejor, además, conocen bien en Andalucía, tierra
tradicionalmente de emigrantes y que, afortunadamente, merced al desarrollo
económico y al cambio político, se ha convertido en territorio de inmigración,
que aspira también a serlo de integración.
Si ya la propia situación de "ilegalidad" coloca o sitúa al inmigrante en la
marginalidad y en la exclusión social, la amenaza de una reclusión tan larga,
comparable en su duración con la que se puede imponer como castigo de
muchos delitos, la agrava aún mas. Una legislación tan dura con el inmigrante
lo aboca, a modo de fatal destino, a una vida de clandestinidad, de continuo
temor y de desconfianza hacia todo aquello que suponga autoridad o gobierno.
La delincuencia es el siguiente paso, dando así argumentos a quienes
demandan un endurecimiento de las políticas de inmigración con medidas de
carácter meramente policial o represivo; eficaces, dirán algunos, entrando así
en una peligrosa deriva muy difícil de detener pues lo eficaz no tiene más límite
que el propio fin pretendido, quedando así lejos de lo que es justo.
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Pablo Surroca Casas es juez y miembro del secretariado de Jueces para la Democracia
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