¿qué significa «hacer memoria»?

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GUY PAIEMENT
¿QUÉ SIGNIFICA «HACER MEMORIA»?
Que signifie «Faire mémoire»?, Prêtre et pasteur, 84 (1981) 94-102
El recuerdo o la memoria sugieren espontáneamente una mirada hacia atrás. La "fiesta
del recuerdo" hace presente, por ejemplo, a los canadienses la segunda guerra mundial y
los compatriotas que en ella ofrecieron sus vidas.
Desde esa perspectiva, que es evidentemente lícita, "hacer memoria" de Jesús nos
traslada a la última cena y da razón de las raíces históricas de la Eucaristía como
resultado de la iniciativa de Jesús y de sus discípulos.
Sin embargo, para los contemporáneos de Jesús la memoria no enviaba hacia atrás, sino
hacia adelante, y era un sentido más decisivo y digno de atención. Hacer memoria es
tener ante sí a la persona objeto de recuerdo y decidir lo que se quiere hacer por ella.
No olvidarse de alguien significa comprometerse a hacer algo por él o con él. Ese
sentido se ha conservado en la expresión coloquial: ¿no me olvidarás, verdad?
Hacer memoria de Jesús es, en esa línea, decidirse a hacer algo por El y es lo que
vamos a concretar inmediatamente.
Primer sentido: Hacer memoria de una comida de compartir
Hacer memoria, refiriéndose a la Eucaristía, es recordar el compartir el pan de la
última cena de Jesús. Consiste en procurar, a semejanza de Jesús, situar el compartir en
el corazón de la propia vida, imaginando nuevas formas de entrega. Hacer memoria es
descubrir que la vida es un don que se puede compartir como se comparte el pan con los
amigos.
La celebración eucarística significa de muchas maneras ese compartir. La oración de los
fieles supera -el individualismo y recoge las preocupaciones de los creyentes de todo el
mundo. La colecta es otra forma de compartir los gastos de mantenimiento (dada la
escasa entidad de la contribución pienso que no puede convertirse en símbolo de la
plena ofrenda de la persona a Dios). El rito de la paz quiere simbolizar el compartir el
perdón antes de la comunión. La "comunión", orillando una recepción individualista,
debería significar el compartir el mismo pan y la misma vida.
En resumen, en la Eucaristía, los creyentes aprenden a compartir con la convicción de
que un día deberán hacerlo de veras. Es anticipar de alguna manera lo que se quiere
vivir. Hacer memoria de la cena de Jesús significa no sólo compartir en la Eucaristía,
sino ser enviados a compartir en toda la amplitud de la vida cotidiana.
Segundo sentido: Hacer memoria de un proyecto compartido
Aceptar a alguien en la propia mesa tenía en tiempos de Jesús un sentido muy hondo.
Importaba una comunión de ideas, de mentalidad, de forma de obrar, de sentimientos
sobre las cosas y las personas. Por tanto cabe preguntarse por el objeto y el sentido de lo
que los apóstoles compartieron al comer con Jesús. Estaban básica, oscuramente quizá,
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de acuerdo con Jesús y querían compartir su forma de pensar y de actuar; de otro modo
no hubieran comido con El. El gesto sobrepasaba evidentemente el hecho de sentarse a
una misma mesa y llegaba hasta una comunión con lo más precioso que Jesús tenía en
su corazón y su espíritu, con sus planes y sus proyectos.
Eso nos lleva a preguntarnos por los proyectos de Jesús que, después de su muerte,
siguieron congregando a los apóstoles. Pues la reunión no consistía sólo en compartir el
pan y el vino, sino recordar lo que Jesús hizo y comprometerse a llevar sus proyectos a
plenitud.
Qué hacía y qué quería hacer Jesús
Hay un texto de Juan que nos da la clave de respuesta a esa cuestión. El c. 13 habla
ampliamente de la última cena, pero cuando se esperaría hallar el relato de la institución
de la Eucaristía como en los otros evangelios, encontramos el lavatorio de los pies. La
razón de esa sustitución es obvia: la única forma de comprender la Eucaristía es
entender el lavatorio de los pies.
¿Qué significa el lavatorio de los pies?
Los discípulos se reunieron para la cena pascual con Jesús y como querían vivirla con
plenitud e intimidad se agenciaron quien la sirviera. De pronto Jesús se levanta, toma el
delantal del sirviente, que ocupaba un lugar ínfimo en la escala social y no participa en
la comida, y le reemplaza en la tarea. Y habría continuado sirviendo la primera copa de
vino, las hierbas amargas, el cordero, la segunda copa y el pan sin levadura como
correspondía al sirviente, si Pedro no le hubiera interrogado con la pregunta sobre la
propia pureza y el sentido del lavatorio de los pies.
Entonces Jesús se explica...
Expone a los apóstoles un nuevo ángulo de ver las cosas: no desde el lugar del
comensal, sino desde la perspectiva de quien no está sentado a la mesa.
Supongamos que ocupo el lugar de la persona que no participa en la comida, ¿qué
novedad se percibe desde este lugar?
Lo primero es que falta un sitio, ...precisamente el mío. Supongamos que los
comensales me admiten y me hacen sitio. Automáticamente se plantea un problema de
redistribución de espacio, de alimentos, etc. Desde luego, mirar la comida desde el
ángulo de quien no participa cambia totalmente las perspectivas.
Esa situación se puede trasladar a cualquier otra realidad, por ejemplo, al poder.
Podemos contemplar la mesa donde se toman las decisiones, desde el punto de vista de
la persona que jamás ha podido participar en ellas. Salta inmediatamente a la vista que
falta una silla y si un día se la incluye habrá que apretarse y distribuir de otra forma la
cuota de poder. Es increíble la novedad que esto acarrearía.
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Hacer memoria de los que no están en la mesa significa tener presentes a quienes están
en desventaja frente a nosotros, porque no comparten la fe, o el nivel social, nuestra
formación religiosa o los medios de vivir como los demás. Se hace memoria de Jesús
cuando desde esa perspectiva nos preguntamos qué se debería hacer de creador por
ellos.
Pensemos en quienes no tienen lugar en nuestras asambleas y se lo hacemos sentir.
¿Cómo se puede hacer memoria del deseo tan intenso de Jesús de sentar a todos como
hermanos alrededor de la mesa sin hacer lo necesario para que esas gentes puedan
sentirse como en casa? La comida "compartida" debería ser el fiscal permanente de
nuestra traición a los ideales de Jesús.
Si queremos imitar a Jesús no deberíamos ya hablar más de marginados. Pues ese
lenguaje indica que nos situamos en el centro, cerca de Dios y colocamos a los demás
distantes de nosotros y lejos de Dios.
Nos pareceríamos a los fariseos que preguntaban a Jesús quién era su prójimo y el
"distante" al que había que ayudar. Jesús les dio a entender que la cuestión estaba mal
planteada. Que no se trata de buscar al prójimo entre los marginados sino de desplazarse
uno mismo al margen y poner a los otros en el centro. Sólo de esta forma es posible
mirar y acercarse al prójimo. La auténtica cuestión es a quién quieres acercarte.
Se trata de la misma tentación que veíamos en la cena: colocarse en el centro. Jesús
advierte que no se puede entender su voluntad de que los excluidos participen en la cena
si las cosas se miran como un comensal y no como un excluido.
Recordar a los exceptuados de la comida permite recuperar el sentido hondo de lo que
se llama el "sacrificio de la misa".
Cuando Jesús ordenó hacer memoria de lo que hizo, pudo muy bien expresarlo de otra
manera: invitando a sacrificar y a dar la vida tal como El hizo. Así queda muy claro que
no es normal que haya personas excluidas de la comida, cuando todos hemos sido
creados para sentimos como hermanos en la misma mesa del Padre. Mientras haya
excluidos no será el banquete que quiso Jesús, y por tanto es necesario darse cuenta de
la exigencia de cambio para que todos ellos puedan participar. Se mata, desde luego, de
compartir, pero también de transformar las cosas para que todos puedan hacerlo.
Sacrificar significa transformar alguna cosa como signo de reconocimiento a Dios. El
sacrificio de un cordero se transformaba en ofrenda del pueblo. El holocausto
simbolizaba la donación completa y la destrucción de todos los pecados. Con ello el
pueblo se transformaba. Nuestro sacrificio de hoy nos debe colocar en actitud de poder
transformar la situación de los que no tienen poder ni amigos, de los "distantes", los que
"no son como nosotros", o no piensan igual, los "marginados".
La cólera de Pablo
Una carta de Pablo a los Corintios nos mostrará que ambos sentidos de hacer memoria
están íntimamente unidos.
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Corinto era un puerto de mar con descargadores de muelle y propietarios de bancos y
las diferencias sociales eran obvias. En la comunidad cristiana había gentes de ambos
grupos. Los cristianos de Corinto acostumbraban, antes de la Eucaristía, compartir
juntos lo que cada uno traía para comer. Pero a pesar de formar una comunidad los
propietarios de buques comían con otros propietarios y los descargadores con los de su
clase; de manera que se establecían diferencias escandalosas que desdecían de la
hermandad eucarística bajo un mismo Señor, de una misma fe, de un solo bautismo, un
solo pan y un solo Dios y Padre.
Ante ese estado de cosas, Pablo monta en "santa" cólera. Les echa en cara que mientras
unos están saciados, otros pasan hambre. Actúan los primeros como si sus hermanos no
estuvieran allí o no les vieran. En esta situación es una hipocresía decir que se va a
reconocer el cuerpo del Señor. No es posible reconocer el cuerpo del Señor presente
en la Eucaristía si no se reconoce el cuerpo del Señor en la comunidad en donde
algunos pasan necesidad. La cólera de Pablo recoge ambos aspectos. No es lícito
reunirse para la Eucaristía y para decir que se comparte el pan y que el Señor está con
nosotros y luego separarse como si tal cosa. Pues si se cierran los ojos a las divisiones y
a las desigualdades se miente al decir que Cristo está presente en esta Eucaristía.
Sin esa voluntad de hacer real el cuerpo de Cristo no se puede entender la Eucaristía. Es
conocida la bella comparación paulina del cuerpo humano, en que ningún miembro
puede desentenderse de la suerte de los demás, con el cuerpo de Cristo. Y todavía hoy
existen muchos miembros del cuerpo de Cristo que son olvidados. Entonces no se puede
decir: el cuerpo del Señor está con nosotros. Si lo afirmamos es preciso cambiar nuestra
sociedad para que el cuerpo de Cristo sea real.
Hemos de confesar con dolor que nuestras celebraciones litúrgicas son muy "discretas"
en la exigencia de transformación social. Incluso muchos cristianos parecen servirse de
la Eucaristía para huir de los imperativos de los tiempos. Opinamos que una catequesis
seria, que podría incluso sustituir las lecturas habituales, sería muy necesaria. Quizás
testimonios comprometidos o proyectos conjuntos con parroquias del tercer mundo
podrían educar esa conciencia eucarística.
Resumen
Hacer memoria de Jesús es, desde luego, recordar el compartir que se nos pide, el hacer
de la vida un don, que se reparte con los hermanos como un pan. Pero hay que ir más a
fondo y hacer memoria de lo que Jesús tenía más en el corazón: reunir a todos los
hombres alrededor de una mesa, sin exclusiones ni marginaciones. Sólo haciéndonos
solidarios de la promoción y liberación de los que no se sientan a la comida común.
podremos realizar con verdad la práctica del sacrificio de Cristo. Mientras no acertemos
a cambiar nuestra sociedad de manera que más gente acepte la alegría de compartir el
pan y la vida, faltará algo a nuestra Eucaristía. Esa herida el creyente debe siempre
tenerla muy viva.
Tradujo y extractó: JOSE M.ª ROCAFIGUERA
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