Transferencia y Contratransferencia en psicosomática Diane L’Heureux-Le Beuf Traducción: Mikel Zubiri y Javier Alarcón La transferencia y la contratransferencia son conceptos fundamentales del psicoanálisis. La neurosis de transferencia es un movimiento entre la neurosis presente y la neurosis infantil, movimiento entre sí y el otro, el presente y el pasado, lo recompuesto y lo repetido. Pero, como sabemos, el punto esencial de la transferencia es su naturaleza paradójica, que constituye a la vez un formidable motor y un obstáculo para la rememoración, para la elaboración de las pulsiones, para el análisis mismo. La neurosis infantil se reactualiza y se descentra habitualmente y felizmente, pero ¡cuidado con la repetición! La naturaleza misma de la transferencia es la de romper la repetición sobre lo actual que, si no se interpreta, puede repetirse sin fin. En efecto, la reactualización en la transferencia y su interpretación permite salir de esta repetición. Es con el análisis de Dora (1905) cuando comienza para Freud la elaboración de una verdadera teoría de la transferencia. Había habido ciertas cuestiones antes. Los numerosos escritos sobre la transferencia hablan de la transferencia de Freud hacia Fliess, del Proyecto, los Estudios sobre la histeria, la Ciencia de los sueños… En sus escritos, la transferencia es un desplazamiento, una resistencia; y, de repente, considerada como frecuente “la encontraremos en todo análisis”. En “Dora” (1905) Freud habla de la transferencia y de las transferencias. “La transferencia destinada a ser el mayor obstáculo al psicoanálisis, se convierte en su mayor auxiliar.. si se tiene éxito al traducir su sentido al enfermo…” Estudio de la transferencia que continúa en el Hombre de las ratas y después en el Hombre de los lobos… Freud habla de transferencia positiva y negativa. La extensión de la noción de transferencia, que hace de ello un proceso estructurante de la cura, desemboca en el deslindamiento por parte de Freud de una noción nueva: la neurosis de transferencia. La dinámica de la transferencia (1912) en “Escritos técnicos” 1904-18, permite a Freud explicar su teoría actual de la transferencia “(…) como en los sueños, el paciente atribuye a sus mociones inconscientes despertadas un carácter de actualidad y de realidad. Quiere poner en acto (…) Además el médico busca constreñir e integrar estas mociones en la historia de su vida (…) Esta lucha entre el médico y el paciente, entre el intelecto y las fuerzas instintivas, entre el discernimiento y la necesidad de descarga se juega casi exclusivamente en el fenómeno de la transferencia”. La transferencia ya no es una repetición simple en Recuerdo, repetición y elaboración: la transferencia actualiza el pasado en un presente interpretado. Pocos textos recuperan la cuestión de la transferencia después de 1920, sino Más allá del principio del placer, Psicología de las masas y análisis del yo, Análisis terminable e interminable, Construcciones en análisis. ¿Podríamos concluir que Freud no modificó estas perspectivas esenciales de la transferencia? Hablar de la transferencia de Dora es hablar también de la contratransferencia de Freud. Se ve cómo las dos nociones están ligadas. La “transferencia”, o más bien las transferencias que se desarrollan en la neurosis clásica, son diferentes de las que se encuentran en las patologías narcisistas en ciertos enfermos somáticos, cuando están, se dice, “mal mentalizadas”, en los estados límites y en los psicóticos. Cuanto más se aleja del modelo de la neurosis clásica, más problemática se vuelve la puesta en marcha de una neurosis de transferencia, y su interpretación es siempre tributaria de la puesta en marcha del trabajo de la contratransferencia. El analista tiene necesidad, al interpretar, de tomar distancia del “aquí y ahora” en el que el paciente puede encerrarle. En fin, la noción de transferencia no varía únicamente según las patologías, sino también según las posiciones teóricas del analista. ¿Qué es la transferencia? La definición varía: Freud, Klein, Bion… (por solo citar algunos) tienen concepciones diferentes. ¿Sigue siendo necesario interpretarla pronto? Entre los analistas, incluso en el IPSO, hay desacuerdo sobre la pertinencia de interpretar la transferencia en el enfermo somático grave. Interpretar en la transferencia teniendo en cuenta la relación manifiesta de transferencia no es necesariamente una interpretación de la transferencia (desplazamiento) ni de transferencia (error e ilusión del sujeto). Tener en cuenta la transferencia no significa interpretarla. Transferencia y relación transferencial Los psicosomatólogos insisten en la distinción que se debe hacer entre la neurosis de transferencia clásica (que comprende el juego transferencia/contratransferencia) y la relación transfero/contratransferencial. Las particularidades de la clínica psicosomática y la colaboración con Pierre Marty han llevado a Catherine Parat a distinguir entre “neurosis de transferencia” y “relación transferencial”, en los tratamientos “en los que el manejo de la transferencia no está en primer plano, y en los que la relación transferencias el mucho más evidente y utilizable” (C. Parat, L’affect partagé, PUF, 1995). En su trabajo, el analista da preponderancia sea al análisis estricto de la transferencia, sea a la relación, lo más frecuentemente a los dos. Con frecuencia, las psicoterapias de pacientes somáticos se inscriben entre aquellas en que la relación transferencial ocupa un lugar primordial. La transferencia de base La transferencia de base había sido ya subrayada por Freud. Catherine Parat conceptualiza así la relación o transferencia de base: “Se trata de una transferencia relacional, positiva, diferente del juego transferencia/contratransferencia; corresponde a la investidura por parte del paciente de la persona del analista, teñida de confianza. En las psicoterapias difíciles, me parece que esta relación positiva permite que las interpretaciones puedan ser aceptadas, sentidas como no hirientes narcisistamente. La relación o transferencia de base, concierne a los dos componentes de la pareja analítica”. Por lo demás, es gracias a la atención que Catherine Parat ha dedicado a su contratransferencia, que desarrolló la relación o la transferencia de base. Añade: “Circula ente los sujetos de cada pareja analítica una doble corriente transferencial y contratransferencial. Duplicando la neurosis de transferencia, precediendo con frecuencia su instalación y los contramovimientos que guían la elección del manejo técnico, se establece a un nivel de organización diferente, lo que se podría designar con el término de “transferencia de base o relación de base” que encuentra una correspondencia en el analista, que utilizará para guiar su técnica. “Quizás esta corriente constituya la base indispensable para que el análisis pueda desarrollarse a través de los momentos críticos de la neurosis de transferencia, humus donde se enraíza lo esencial de lo que ha sido designado como alianza terapéutica”. Podemos decir que, por parte del paciente, la transferencia de base es una investidura regresiva en la que los intercambios afectivos y preverbales ocupan el primer plano. La contratransferencia, paralela a la transferencia de base, sería una actitud receptiva, no exigente, que juega el papel de una especie de paraexcitación (barrera antiestímulos). Esta relación transferencial se emparenta con la relación dual, mientras que la neurosis de transferencia se inscribe en un registro triangular. Las investiduras que se movilizan en la relación son sobre todo, de orden narcisista, mientras que las de la transferencia/contratransferencia conciernen a la libido objetal dice C. Parat. En la Monografía de la SPP sobre la Transferencia (1999) C. Parat añade: “Lo que he aportado de original, cuando he hablado de la relación de transferencia de base, consiste en considerar la investidura tierna del paciente por el analista. Se inscribe en una forma de amor deserotizado por parte de los dos integrantes de la pareja analítica. Este doble movimiento constituye una tela de fondo sobre la que se inscriben los movimientos de la transferencia y la contratransferencia”. André Green subraya en el prefacio de L’affet partagé que “la distinción entre transferencia y relación aspira a identificar el desdoblamiento entre el azar de las investiduras coyunturales de tal o cual momento de la cura con el fondo estable que se descubre, más allá de las variaciones de las vicisitudes de la transferencia, porque caracteriza la naturaleza misma de la capacidad del sujeto para transferir”. El establecimiento de una transferencia de base se funda sobre la "función materna” tal como es descrita por Pierre Marty. Éste último hace una analogía entre trabajo terapéutico y función materna. En los dos casos, es necesario un personaje exterior vigilante frente a los movimientos evolutivos del paciente, personaje que sabe suscitar el aporte de excitaciones y paraexcitaciones. Las intervenciones del analista necesitan atención y reserva, cuya calidad está ligada a la función materna. Es diferente, según él, de los valores requeridos para la práctica del análisis. Contratransferencia Transferencia y contratransferencia están inseparablemente ligadas en una relación dialéctica. La contratransferencia es, clásicamente, la respuesta inconsciente del analista a la transferencia del analizado. Freud ve en ello el resultado de “la influencia del enfermo sobre los sentimientos inconscientes del médico (…) ningún analista va más lejos que lo que sus propios complejos y resistencia internos le permiten”. (en Técnica psicoanalítica: Perspectiva…) O “cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el que puede interpretar las expresiones del inconsciente en los otros”. Lo que indica la necesidad de un análisis personal. Según Michel Neyrault, la contratransferencia no es siempre una respuesta a la transferencia, con frecuencia, le precede. Aquí la respuesta precedería a la pregunta. En un sentido más amplio, la contratransferencia también puede comprender las reacciones conscientes o preconscientes del analista. Se habla entonces de relación contratransferencial. La implicación contratransferencial del analista en la cura de pacientes con afecciones somáticas se sitúa con frecuencia en las fronteras de lo corporal y del psiquismo, de lo fecundo y lo peligroso, de lo correcto y lo inapropiado. Con ciertos enfermos somáticos, el abordaje técnico es tanto más difícil cuanto que la contratransferencia está sometida a una ruda prueba. Se sabe que el analista cuestiona antes su contratransferencia en las curas llamadas difíciles. Cuando más se aleja de la neurosis clásica (si tal término es apropiado) la cuestión de la transferencia y su interpretación dependerían más del trabajo de la contratransferencia. Veremos, con el ejemplo clínico, que los enunciados de mi paciente, “usted es la imagen de la muerte”, “usted no es usted,” solicitaron mi contratransferencia al entrar en resonancia con puntos sensibles en mí. Aunque no sea mi propósito ser más precisa. El manejo de las nociones de transferencia y contratransferencia varía según la organización psíquica del sujeto con afecciones somáticas. Se puede observar la aparición de una enfermedad somática en organizaciones psíquicas variadas y no creo en una explicación única, válida en todos los casos. Si podemos reconocer que existe un vínculo entre la dificultad, incluso momentánea, para elaborar un conflicto psíquico y la aparición de un desorden somático, sabemos, sin embargo, que una organización psíquica conveniente no protege de las afecciones somáticas. La enfermedad nos acecha un día u otro y, dolorosamente, es “el vacío en nosotros”, “el silencio interior”, la muerte. Las dificultades contratransferenciales comprenden también la relación que el analista tiene con su ideal psicoanalítico y con sus referencias teóricas a veces demasiado idealizadas. El análisis de la contratransferencia, más allá de la “herida analítica” que representa la somatización, debería impedir una solicitud demasiado grande así como un odio mortífero, “¿por qué me ha hecho esto a mí psicosomátóloga?” Irregularidad del funcionamiento psíquico El funcionamiento mental, en todos, es irregular y variable. La clínica muestra formas de somatización con coexistencia o pasajes de varias sintomatologías o modalidades de organización mental. Freud, desde 1895, había destacado frecuentes concomitancias, o alternancias, entre síntomas psiconeuróticos y síntomas actuales, así como entre síntomas psíquicos de diferentes psiconeurosis. Llamó a estas nuevas formas “neurosis mixtas”. Pierre Marty ha puesto el acento en la irregularidad del funcionamiento mental, es decir, sobre la irregularidad de la permeabilidad del preconsciente. Por el hecho de esta irregularidad, una afección somática puede sobrevenir en un neurótico para el que el psicoanálisis clásico está perfectamente indicado. Todos tenemos en mente a pacientes neuróticos en los que aparece una enfermedad, a imagen de un niño que corre libremente por el campo y de repente cae. Desde luego que no se cae porque sí, pero no olvidemos que si la enfermedad, llamada psicosomática, puede ser una banal expresión somática, puede también poner en peligro la vida. Así el paciente cuyo funcionamiento psíquico está cortocircuitado regularmente acarreando oscilaciones en lo somático, o aquel en el que una desorganización progresiva, si no es detenida, conduce hacia la muerte. Entre estas formas, algunas de las cuales son positivas, hay todos los intermedios posibles. No hay que descuidar ya en la aparición de una enfermedad los factores hereditarios, genéticos, epidemiológicos, la edad, etc. La interpretación Hablar de transferencia y de contratransferencia conduce a la cuestión de la interpretación. En el modelo del psicoanálisis clásico, se trata, para resumir (a riesgo de simplificar demasiado), de dar un sentido a la neurosis infantil apoyándose sobre el desarrollo de la transferencia y de favorecer la libre asociación del analizado. El psicoanalista se apoya sobre las capacidades regresivas del analizado. ¿Se puede conservar la misma práctica cuando el paciente se halla en estado de desorden somático y pudiendo hacer temer una desorganización somática? ¿Cuando justamente sus dificultades asociativas son notables? ¿Cuando no se trata de romper una construcción neurótica, una defensa, sino más bien de sostenerla? La interpretación ¿es diferente con los pacientes que padecen desordenes somáticos de la que se formula en las curas llamadas clásicas? Yo no creo en la existencia de una estructura psicosomática, sino más bien en diferentes modalidades de organización psíquica. La cuestión de la interpretación no se plantea de la misma manera frente a un funcionamiento llamado operatorio, sobre todo si es permanente, o en un neurótico con una afección somática. Con el primero, el analista quizás está en los límites de lo interpretable. Entonces es difícil formular una interpretación susceptible de ser entendida. Con el paciente neurótico, con una afección somática, la interpretación tendrá en cuenta la desorganización momentánea (regresión) y la reorganización más o menos rápida. En todo caso, más allá de la queja somática real, el analista intenta poner palabras, suscitar vínculos, es decir llevar al paciente a crear vínculos entre diversos elementos de su discurso, entre el presente y el pasado, entre lo que cuenta y el afecto que está asociado a ello. Se puede esperar de la interpretación, como subraya de M’Uzan, que aportará un cambio de funcionamiento mental, una conmoción económica, que con frecuencia es tan importante como el conocimiento de un contenido latente, de la transferencia, o como el levantamiento de una resistencia. Évelyne Séchaud escribe en la Monografía sobre la transferencia, que “la interpretación hace un trabajo de ligadura, que refuerza al yo en su función de contención, de paraexcitación, de transformación. La interpretación hace brotar sentido, la construcción da a comprender. La interpretación está al servicio de lo sexual, la construcción al servicio de la pulsión de vida, de la ligadura”. Se dice de la interpretación de transferencia que es más excitante, quizás demasiado para un paciente que gestiona mal el exceso de excitación. He aquí por qué es necesario ser prudente, lo que no quiere decir timorato. Según los diferentes momentos de la cura, y teniendo en cuenta la irregularidad psíquica, más notable en algunos que en otros, intentamos favorecer el paso del cuerpo enfermo al cuerpo erótico. ¡Con más o menos éxito! Si el síntoma puede tener cierto valor expresivo, lo estrictamente somático me resulta opaco. Por el contrario, todo lo que me dice el paciente, o lo que dice de su afección tiene un sentido y puede representar un deseo, un conflicto; sus palabras remiten a su pasado, a su historia. Este sentido secundario es importante y el analistapsicosomatólogo intenta sostener la historia que su paciente sabe imaginar, incluso y sobre todo si le parece inverosímil. Ya sea clásica, de relanzamiento o más narcisizante, la formulación es importante. A veces toma una forma alusiva, quizás muy breve, o al contrario puede parecer un poco más larga, o sea explicativa. Con frecuencia mis interpretaciones retoman las palabras del paciente en su polisemia, y proponen otro sentido, un doble sentido. Mi formulación toma a veces una vía interrogativa, no plantear una pregunta, sino para invitar a la curiosidad, al placer de la sorpresa, en una forma de pensamiento que permite la incertidumbre. Una forma condensada de decir “a mí, eso me hace pensar que…” indicando una duda, la del analista que no sabe todo, permitiendo así al paciente pensar que el psicoanalista tiene ideas graciosas, que es una persona rara. Cuando hablo de la intervención de relanzamiento, más que de interpretación, no opongo intervención e interpretación. Esto significa que comprendo la distinción que hace Catherine Parat. Creo, igualmente, que ciertas intervenciones tienen un verdadero valor interpretativo. La intervención no se opone a la interpretación sino al silencio. Al silencio necesario, que no es mutismo. Se dice a un paciente: Usted me ha dicho esto, después esto, y me lo dice a mí, mostrando entonces el movimiento de la sesión y la historia que me cuenta. Todas estas interpretaciones son para mí animadoras, en el sentido de que relanza el trabajo psíquico. Una intervención demasiado excitante se puede convertir en traumática, y en consecuencia acarrear una desorganización. Esta sería una interpretación de transferencia demasiado precoz, por ejemplo. Exposición clínica He elegido algunos momentos de un tratamiento de un paciente con afección somática. Las interpretaciones y las intervenciones conciernen a la transferencia y a la contratransferencia. Sr. B., primeras entrevistas B. se siente “triste”, corrige “ni triste ni deprimido, más bien he perdido el deseo”, duda: “más exactamente, la vida no tiene ya ni color, ni sabor”. Atribuye su estado a su jubilación próxima. Sr. B. tiene 58 años. B. me impacta por su apariencia tranquila, la precisión en la elección de sus palabras, las rectificaciones que hace frecuentemente. Se jubila a causa de la pérdida de su reconocimiento profesional, pero también por una arrogancia interior: “¡En fin, el poder, vaya!” Le digo: ¿Su potencia? “Usted ha metido el dedo en mi otro problema: desde hace algún tiempo, soy impotente sexualmente…, en fin, casi. Quizás desde que sé que me jubilaría”. Después de varias consultas médicas, B. va a un psicoanalista. Este le anima a hacer un período de análisis, y le habría dicho: “No ha sido analizado un problema con su padre”. Me entero entonces que B. ha hecho dos psicoanálisis. El primero con P. Mâle le ha enseñado una forma de pensar que le ha sido beneficiosa, pero que parece actualmente “inoperante”. Su segundo análisis habría carecido de interés: “Este analista, poco inteligente, entró en rivalidad conmigo… o con Mâle”, añade. Continúa: “Porque es necesario decirlo todo, parece que es la regla, al verla pálida y vestida de negro, he pensado en la muerte. He pensado: esta mujer me va a ayudar a morir. Usted es la imagen de la muerte”. ¡Por así decir, me anunciaba el color! Experimenté como una brisa glacial: ser de entrada así, la imagen de la muerte, es perturbador, extrañamente inquietante (siniestro) y desagradable de escuchar. Una vez que pasó este momento de irritación, me pregunté el porqué de esta expresión de agresividad, o sea odio, durante una primera entrevista, sobre la investidura inmediata de lo perceptivo subtendido por una fantasía y también sobre mi reacción contratransferencial. Solamente, más tarde, me di cuenta de qué de lo que el paciente había dicho entraba en resonancia con puntos sensibles míos. Escuchando, imaginé que la imagen de la muerte que yo representaba, era la de su madre. Tuve también el sentimiento de que él tuvo una especie de alucinación. En el curso de la segunda entrevista, B. expresa su deseo de volver a encontrar el gusto por la vida y también de descubrir en qué está ligado a su padre su problema de erección. Solo parece interesarle la relación ambivalente con él. Habla de recuerdos de una infancia bastante feliz, entre padres que le amaban, un hermano menor cómplice de sus juegos y una joven hermana tierna. De niño, B. era obeso y con frecuencia enfermo (afecciones respiratorias, tuberculosis). Para conformarse a los deseos de su padre, estudió en la escuela de comercio. Hubiera preferido ser abogado como él. Las preguntas sobre su madre permanecen sin otra respuesta que “es una mujer cargante”. B. habla de su mujer, con la que se entiende perfectamente, y de su hijo con quien las relaciones son difíciles: “Su madre se ocupa demasiado de él”. Asocia la rivalidad con su hijo a la rivalidad con su padre. B. se queja también de no poder expresar el enfado, por miedo a una gran agresividad que no podría dominar. B. está de acuerdo en pensar que su ausencia de deseo sexual es descenso de deseo general. Teme una depresión grave, un suicidio o un cáncer. He aquí por qué considera urgente el comenzar un trabajo analítico antes de su prevista jubilación dentro de un año. Recuerdo sus frecuentes enfermedades somáticas. Al releer mis notas, me extraña encontrar “anotado” su miedo al cáncer. La indicación, algunos elementos de discusión Me preguntaba, entonces, sobre las posibilidades de elaboración por parte de B. de una problemática en la que el conflicto edípico y la angustia de castración estaban ciertamente presentes, pero obliterados por el síntoma actual y la pasividad de la depresión subyacente. Me pregunto cual es el valor económico del síntoma de impotencia sexual, síntoma límite entre lo psíquico y lo somático. ¿Es un tope protector contra unas demasiado violentas inmersiones depresivas, o regresivas, contra un desbordamiento de la excitación? ¿Una desaparición del síntoma sería traumática? Incluso si la jubilación estimula su angustia de castración, su impotencia, como su pérdida de poder, me parece suscitar un sentimiento de vergüenza más que de culpabilidad, mostrando así una problemática narcisista. Noto sus mecanismos de negación, aislamiento, escisión, idealización. No sé nada de su primer análisis. Sin embargo, plantearía la hipótesis de una transferencia positiva idealizada; los sentimientos negativos, de odio y violentos ¿han sido abordados? Su relación con el segundo analista estaba impregnada de satisfacciones sadomasoquistas, pero también de decepción. Cuando me ve, represento, inconscientemente, sus dos analistas. Sus dos analistas precedentes no tienen aspectos buenos y malos, sino que el uno es bueno y el otro es malo. ¿Se trata de una especie de escisión, ambivalencia escindida, de delegar así a un analista todo lo bueno y al otro todo lo malo? Estoy intrigada por la separación entre su vida, “guiada por lo racional”, y su confianza en el psicoanálisis, del que parece que no puede prescindir. En el movimiento de la entrevista, muestra una capacidad asociativa: jubilaciónsuicidio-impotencia sexual, después una rivalidad con su padre y con su hijo, así como entre sus dos analistas. En el “ya ahí” del análisis, la pregunta sobre los duelos será importante y difícil: el de su padre, elaborado, pienso, en su primer análisis, pero reactivado por la muerte de Mâle, con el que debería haber reanudado el trabajo. También el de su madre, cuya muerte anunciada yo ignoro aún. La problemática anal es importante con la necesidad de dominio y de expresión sadomasoquista. Su modalidad de expresión será de tipo obsesivo. B. parece funcionar con dos registros: la cabeza y sus éxitos profesionales muy investidos y su sexo inactivo. La componente histérica está presente, como la de frecuentes desorganizaciones somáticas. La depresión es imponente. Para B. la existencia ha perdido su sabor, ya no tiene deseo lo que iría en el sentido de una depresión esencial. Habla de suicidio y de cáncer. Tomo en serio su miedo al suicidio y el riesgo más importante de una descompensación somática. ¿Cómo soportará el análisis del duelo y de sus relaciones con el resto transferencial, con la articulación amor-odio? Contratransferencialmente, B. me irritó hasta el punto de pensar en derivarlo a algún otro. También fui sensible a una discreta seducción. Estaré atenta al análisis de mi contratransferencia a fin de que esta “imagen de la muerte” no deje un núcleo mortífero en mi trabajo con él. “La imagen de la muerte” es transferencialmente la del Dr. Mâle, muerto poco tiempo después de que B. le hubiera vuelto a ver y también la del “silencio” en él, de el no-análisis supuesto con X. La imagen de la muerte es, sobre todo, la de su madre. Me pregunto también si la enfermedad no está ya presente y en qué su funcionamiento actual se debe a la animación de la relación conmigo. Ahora sé que estaba presente. En fin, soy sensible a la solicitud de ayuda de B. que va en el sentido de la vida. Incluso si tengo en cuenta los niveles traumáticos y narcisistas que pueden implicar estados posibles de desligadura pulsional, no creo en la destructividad predominante en su funcionamiento psíquico. Sentí la esperanza sobre la que el analista basa con frecuencia la indicación de tratamiento. Así pues decidí aceptar su deseo expresado, un psicoanálisis, con tres sesiones por semana. Se puede preguntar: ¿La indicación de análisis estaba ajustada, el encuadre era el adecuado? Un inicio de análisis B. asocia, establece vínculos. Sobre todo habla de su padre, de sus deseos de muerte de su padre, de su culpabilidad edípica reactivada en la adolescencia, en el momento de su muerte. Sin embargo, tengo el sentimiento de que el proceso analítico no se pone en movimiento, que B. repite lo que aprendió. Nunca cuenta sueños, dice que no los recuerda. Pienso a menudo en su madre, punto oscuro de nuestro trabajo. Algunas semanas más después del inicio de su análisis B. me informa de que su madre padece un cáncer de hígado. El anuncio de este cáncer había coincidido con el de su jubilación. Hasta entonces, no me había dicho nada. B. no puede comprender “este olvido”. No establece vínculos entre su “perdida de deseo”, su impotencia sexual y la enfermedad mortal de su madre. Nunca me habla de su inquietud. Un día, excepcionalmente, B. no viene. En la sesión siguiente se excusa por no haberme avisado de su ausencia, diciendo simplemente: “Estaba en el cementerio, mi madre ha muerto”. Su tristeza, no expresada, es probablemente no expresable, ¿se dará cuenta? ¿Ligera? Esta sesión me parece un momento importante. La interpretación de la transferencia ha contribuido en la modificación de la organización psíquica del paciente. B. dice: “Usted, usted no tiene problemas de peso. La miro cuando llego o marcho”. Habla de su régimen y luego se para y dice: “Y mis problemas de impotencia, señora, ¿qué hace con ellos? ¿Cómo es que usted, una mujer, y perdone, pero… cómo quiere que le diga, usted no tiene pene… cómo una mujer puede comprender y ocuparse de los problemas sexuales de un hombre… en fin de los míos? Le digo, en forma interrogativa: “Una mujer ligera como yo, ¿para ocuparse de los problemas sexuales?” Repite pensativo: “ligera…” Pregunta: “ligera”, ¿es por el peso? Y añade: “Mi madre era cualquier cosa menos ligera, ni en un sentido ni en el otro”. Sus asociaciones le llevan finalmente a hablar de su madre, muerta desde hacía unas semanas. Su relación con ella es más compleja de lo que él creía: “para mí era una esposa abnegada para con su marido y una madre sacrificada para con su hijo. Ahora usted aporta una idea nueva: ¡era también una mujer!” Su madre podría pues tener un rol en su impotencia sexual… Al igual que después de la primera entrevista, B. pone primero el acento sobre la percepción, que sirve de soporte a mi intervención. Si el contenido manifiesto parece seductor (usted es delgada, deseable) sin embargo lo recubre de una agresividad, un sadismo (usted es delgada, enferma). Mi interpretación ha hecho circular varios significantes al jugar con la polisemia de la palabra “ligera”, incluido su aspecto seductor (yo podría ser ligera, fácil). La mujer ligera y erótica, la que el quiere borrar es la madre deseante y excitante de su infancia; es también la madre demasiado gruesa por el hecho de sus embarazos. La interpretación traducía la liberación de una percepción traumática, la de la delgadez que conecta con el adelgazamiento de su madre enferma. Su madre pierde peso de forma regular hasta su muerte, mientras que él pierde su potencia sexual. Entonces, pudo hacer este acercamiento, finalmente B. pudo llorar su muerte. Con esta interpretación, el sadismo del paciente es conducido a la delgadezseducción y relanza la vida pulsional. La representación sexual que le doy, permite un vínculo entre excitación y representación, y sostiene las investiduras libidinales. Mi interpretación transferencial habría permitido un desplazamiento y una separación simbólica, un juego psíquico inhabitual hasta entonces. Estaba en resonancia contratransferencial con lo que acababa de decir el paciente, pero también con lo que me había intrigado e inquietado en la primera entrevista “usted es la imagen de la muerte”. Algún tiempo después, el paciente me recuerda esta sesión que califica, sonriendo, de “ligera”. Y entonces me informa que ha reencontrado su deseo sexual. Un incidente fuera del encuadre Me encuentro en una exposición con un amigo. En la sesión siguiente B. dice: “El domingo he visto su doble. Una mujer que tiene su silueta, el mismo color de pelo y las mismas gafas redondas. Sin embargo, algo diferente; además esta mujer llevaba vaqueros. No me la puedo imaginar así vestida. Fui a ver al director de la galería y le dije: He visto antes a esa mujer, y no me puedo acordar de quién es, ¿lo sabe usted?” El director le respondió: “viene a menudo, es una mujer de Quebec” Entonces el paciente me dice: “así tuve la confirmación de que no era usted. Un no sé yo qué diferente, los vaqueros… y además usted no es de Quebec”. Sus “usted es usted” o “usted no es usted”, bastantes despersonalizantes, me inquietan. Me acuerdo de que me había contado que su madre le decía: “eres demasiado joven” antes de llamar a un tío para cualquier decisión importante. Se lo recuerdo, añadiendo que no puede confiar en lo que ha visto y que prefiere tener la opinión de un adulto-director. Me dice: “¡Hacía este “ligero” comentario para decirle que tiene una doble, con las mismas gafas!” Continúa, citando a Verlaine: ”Una mujer que no es completamente la misma ni totalmente otra”. Yo añadiría, como nuestros objetos de transferencia, extraños y familiares. Esta negación de la percepción era una defensa contra una percepción traumatizante, demasiado excitante (acompañada de un hombre) que volvería a la imagen de una madre viva y deseable. Pero si B. había entendido la interpretación sobre la “ligereza”, el trastorno a la exposición traduciría un cierto rechazo de esta intervención, y con ella la de la feminidad materna, la de una madre deseada y deseante. Prefiere mantener separadas estas dos imágenes, la mía y la de su madre. Son difícilmente conciliables la mujer en vaqueros, la mujer sexuada y la imagen que él se hace de la analista. Habría una continuidad entre las secuencias “usted es la imagen de la muerte”, “usted está delgada”, “usted no es usted”. Bajo estos enunciados, el odio es importante. En ese momento, no he sabido o podido volverlo consciente. Entonces anoté que B. estaba entre dos, entre una transferencia de prevalencia paterna y una transferencia materna, la que parecía que B. había evitado hasta entonces. Al de poco del inicio de su análisis, después de una operación del cáncer tan temido, B. se queja de una impotencia sexual, que el cirujano, según mi paciente, trata con descaro. “Creo que es demasiado joven para comprender”. “¿Demasiado ligero?” le digo. B. no contesta. Por ahora no puede expresar sentimientos negativos hacia mí. No insisto. Un poco después, se pregunta con desánimo: “¿Quién podría hacer algo por mí?” Le digo: “¿Un doctor Mâle ?” Esta vez podemos asociar: “doctor Masculino”, “macho”, “enfermedad (mal)”, “muerte”, jugando con la polisemia de la palabra mâle, como yo lo había hecho con “ligera”. Puede poner en palabras su sufrimiento y finalmente hablar de la muerte de Mâle y de su gran pena. Por primera vez le critica: “hablaba demasiado, sin duda era autoritario, pero era un hombre respetable, bueno, le apreciaba”. Y añade: “en cierta manera usted es del mismo estilo”. “Buena, respetable, pero ¿también autoritaria y muerta?”, le pude decir. ¿Cuál es su relación transferencial conmigo? Mi hipótesis es la de su dificultad, en parte superada, para instaurar una transferencia positiva y negativa… una transferencia viva. La impotencia sexual reapareció sin que B. hablase de suicidio. Más bien tenía el sentimiento de frío blanco, de un estado traumático. Su impotencia se resolvió rápidamente. No creo que el registro de la castración baste para dar cuenta de sus dificultades. Entonces pensé, como lo ha señalado Gérard Szwec, que la función sexual no existía “físicamente”, porque había cesado de existir “psíquicamente”. Pudimos trabajar las satisfacciones sadomasoquistas que su síntoma sexual le proporcionaba, la desaparición de su impotencia al principio del análisis y su reaparición después de su operación, como un reproche que no podía formular de otra manera. En verdad, yo no sé si él quiso decirme a mí, mujer y analista, que debía recurrir a un tercero, hombre, para que él reencuentre su potencia sexual. Después abordaremos la pérdida de su analista, su temor-deseo de que yo muera también, y finalmente la desinvestidura de su madre, cuando ella estaba embarazada de su hermano, poco después de su nacimiento. Solamente es entonces cuando me informa que su madre tuvo un aborto espontáneo antes del embarazo de su hermana. B. cuenta con emoción un recuerdo traumático de la infancia: Su padre le lleva a donde un amigo cirujano - dentista, con el pretexto de cuidar su afección pulmonar. Según entra en la consulta, le agarran, le duermen y al despertar siente un dolor en la boca: le habían quitado los dientes sin avisarle. En su primer análisis, la interpretación de esta escena de castración fue la del enorme enfado sentido para con su padre, de sus deseos de muerte y de su culpa cuando éste cayó gravemente enfermo y murió algunos años después. Deduzco la idea de que, si sintió dolorosamente esta traición de su padre, la decepción y el enfado se dirigían también a su madre, que no le había advertido, ni protegido. En un primer momento, B. rechaza el pensamiento, que él también me habría odiado por no haberle protegido contra su enfermedad (operación), tan grande es su necesidad de idealizar a su analista. Finalmente, podrá reconocer sus sentimientos hostiles hacia mí. Sueños Ahora B. cuenta sus sueños. Brevemente traigo uno: “Vuelo (fr. vole), no soy un pájaro, pero vuelo”. Volar era su sueño de niño. Viaja a menudo en avión. Robar (fr. voler) en otro sentido, le hace pensar también que su conciencia moral le impide un acto así. Se acuerda de otro sueño: se hacía detener como consecuencia de un pequeño robo (vol) en el escaparate. Entonces, podrá volver a hablar de sus celos hacia su hermano y su hermana, del aborto de su madre, de su sentimiento de abandono, del enfado y de su culpabilidad de un asesinato posible. En otras palabras, de la pérdida narcisista ante lo que él ha vivido como desinvestidura materna en el momento del embarazo y del traumatismo del aborto. Se puede pensar que el paciente vivió la imposibilidad del análisis como una desinvestidura del analista Mâle, reactivando los traumatismos de la primera infancia. El sentido sexual de su sueño le sorprende. Se dice de un sexo “el pequeño pájaro”, su hermana podría habérselo robado, un sexo que vuela es el placer. Vuelve a pensar en el sueño del asesinato: “el esperma deja huellas que traicionan sobre las sábanas blancas”. Asocia huella con trabajo analítico. Continúa con un recuerdo: se prepara para salir, su madre ve una mancha en su pantalón a la altura de su sexo. Su madre la (la mancha) (le) limpia vigorosamente. ¿Pensará ella que él se ha masturbado? Otro recuerdo: para enseñarle la limpieza, su padre le limpia el ano con una varilla envuelta en algodón. Es ahora cuando comprende la intervención vigorosa del doctor Mâle cuando B. le contó que él hacía la misma cosa con su hijo. Quiso hacerme comprender que esto podría ser una excitación homosexual, incluso para un niño. Me pregunta: “¿Esto deja huellas?” El análisis del sadismo anal permitió hacer circular libidinalmente una agresividad vivida por él mismo como mortífera, y que le atrapaba en los síntomas obsesivos. Se había acordado de una frase de Pierre Mâle: “usted tiene la analidad blanca, limpia”. Este análisis continúa. La analidad se ennegrece, se puede decir. La afectación somática No hablaré del cáncer de próstata desde un punto de vista médico. Legítimamente se pueden plantear varias preguntas: ¿Es puramente orgánico? ¿Estaba presente ya antes del inicio del análisis? Parece que sí. También es difícil pronunciarse sobre su elección de la cirugía como deseo de la castración. En el contexto de este análisis, esta enfermedad, bien grave, testimoniará una “regresión somática” que permitirá una reorganización, según la teoría de Marty. Pienso que una depresión larvada está ya parcialmente presente en el momento de la entrevista. Esta modificaba el funcionamiento psíquico habitual de este hombre, disminuyendo la actividad representativa, que ya existía antes, y que nuestro trabajo permitió un retorno rápido. Esquemáticamente, se podría decir que las excitaciones no pudieron tomar las vías psíquicas, pero se descargaron por vías somáticas. Consecuencia posible de los restos transferenciales y del estado en el que se encontró ante la noticia de la enfermedad mortal de su madre, que reactivaba recuerdos traumáticos anteriores, como la muerte de su padre. Por otro lado, ¿qué fue del levantamiento del síntoma al principio del análisis conmigo? Aunque el síntoma, como dice M’Uzan, no tiene un valor significante primario, estoy intrigada por la localización del cáncer, que golpea una zona de fragilidad del cuerpo erótico. Esta localización de la afectación somática es inquietante. ¿Quizás el cuerpo sabe que está enfermo? Si los símbolos mnésicos corporales existen en el histérico, ¿podemos pensar que también existen huellas mnésicas somáticas? Nada lo prueba con certeza. Recordemos cómo ciertos temores largamente esperados y temidos son acompañados del “lo sabía…” etc. A pesar de los presentimientos funestos, ¡no caen todos los aviones¡, ¡no todas las enfermedades son ciertas! Sin embargo, no podemos desdeñar, o rechazar con un golpe de mano, estas vivencias intuitivas de señal o de saber del cuerpo. De todas maneras, no creo en este caso que sea una conversión histérica. Pero, para mí, son muy enigmáticas las cuestiones del simbolismo y del sentido de lo que se juega en la escena somática. Es necesario hacer entrar a la enfermedad en el proceso terapéutico, no como una parada, sino como una posible bisagra. El impacto de esta expresión somática me preocupaba tanto como el interés de favorecer un sentido secundario. La enfermedad somática puede transformarse en un “objeto mental” susceptible de ser trabajada, elaborada, y contribuir a la reorganización, remplazando más o menos al objeto perdido, que podría ser la fuente de la desorganización somática. A manera de conclusión Se ha visto la importancia de la problemática amor - odio en este trabajo con el señor B. Y el de la implicación transfero/contratransferencial. ¿Entendí siempre bien a B.? Él trataba de comunicarme un pesar, hacerme entender una dificultad de su actividad psíquica, un trastorno de la “mentalización”, en el sentido de Marty. La sobreinvestidura de lo perceptivo testimoniaría un estado traumático, que a veces deja poco sitio a las representaciones. Contratransferncialmente no están en mi mente de manera precisa los enunciados del paciente “usted es la imagen de la muerte”, “usted no tiene problemas de peso”, “usted no es usted”, han podido entrar en resonancia con puntos sensibles míos. Digamos, simplemente, que recuerdo haber pensado en la primera entrevista: “imagen de la muerte”, “imagen de la madre”… estamos en el corazón del problema. Con los pacientes somáticos construimos hipótesis teóricas, nos preguntamos por la relación transfero/contratransferencial, adaptamos nuestra práctica. A veces con dificultad, pero siempre buscando experimentar el placer de descubrir lo nuevo en uno mismo y en el otro, para restablecer el placer psíquico.