Capullos Susana Fortes El País, Comunidad Valenciana, 27/11/09 5 10 15 20 25 30 No me interesan demasiado las naciones ni sus atributos, ya sean himnos o banderas. Si nuestro paso por la tierra tuviera algún fin más o menos razonable, ¿a quién se le iba a ocurrir ser un patriota catalán, sueco o de la Vall d'Uixó? Sin embargo, el mundo está lleno de nacionalidades. Unas ya construidas y otras que viven en estado perpetuo de obras, lo que todavía resulta más latoso. Conozco a un tipo que nunca se movió de su casa y ha pertenecido a más de diez países distintos, lo cual no le ha ayudado mucho a sobrellevar la existencia. Hay gente que sólo encuentra sentido a la vida bajo una bandera. Otros, más sensatos, apuestan por el ajedrez, la guitarra española o la poesía de la experiencia, pero están en minoría. El nacionalismo es una forma de depresión más o menos profunda, nace de una carencia. Está claro que todos echamos de menos algo: una casa, la calle donde jugamos de críos, una bicicleta vieja, el libro en el que aprendimos a leer, una voz regañándonos en la cocina para que nos acabemos la merienda... Pero la patria no existe. Es un invento. Lo que existe es el lugar donde alguna vez fuimos felices. Personalmente me fastidia un rato que el Estado, la policía o María Santísima venga a meter las narices en ese lugar. A Nicolás Sarkozy, sin embargo, le apetece profundizar en la materia. La semana pasada lanzó un debate sobre la identidad nacional de Francia. Vaya por delante que una república es una cosa muy seria, un equilibrio de derechos y obligaciones, derivados de aquella revolución ilustrada de hace un par de siglos y que además tienen el mejor himno del planeta, capaz de poner firmes hasta al enemigo, como demostró Víctor Làzslo en Casablanca. Si hay un país en el que no parece necesario reavivar el sentimiento de pertenencia es Francia, donde en la fachada de cada liceo ondea con toda naturalidad la bandera de la República. Sin embargo, el solo planteamiento de la encuesta, mosquea. Con tanto amor a La France, a cualquiera le dan ganas de proclamarse finlandés o hacerse el sueco. De patriota, no tengo mucho futuro. Como gallega soy un desastre, como valenciana no doy el pego, como española dejo bastante que desear y como europea, tira que te va. Pese a todo, me pasa lo que a muchos de ustedes: a veces escucho a un capullo hablar de la España indivisible, y me salta en el cerebro la vena gala de Asterix; otras, escucho a un capullo hablar de la nación catalana mancillada por los castellanos, y me sale la vena españolista. En general procuro que esos incidentes no me afecten demasiado. Pero sobre todo deseo que nunca me obliguen a elegir entre unos capullos y otros. En clase ya hemos trabajado con el texto: hemos resumido su contenido, hemos establecido y analizado su estructura y argumentación e incluso hemos señalado algún rasgo relevante de su estilo. De todo eso hay dos detalles en los que vale la pena insistir: 1.- El modelo de estructura.- Expliqué en clase que por lo común nos encontramos dos modelos de estructura (de tres partes: introducción, desarrollo y conclusión; de dos partes: encabezamiento y cuerpo), y me incliné por considerar que este texto de Susana Fortes correspondía al segundo modelo, pues el último párrafo no es tanto una conclusión como la aportación de un nuevo argumento, el tercero: según la autora, en España la presión nacionalista resulta particularmente agobiante. Culmina así la progresión de la argumentación (1, crítica al nacionalismo en general, 2, el caso francés, 3, el desquiciante caso español) y acaba de defender, con un nuevo argumento, la tesis que ya había formulado en la introducción. En ese sentido es un texto deductivo: primero la tesis y luego los argumentos. Y también podemos hablar del famoso procedimiento argumentativo que consiste en ir de lo general a lo particular, convirtiendo el último argumento en el más importante, en el decisivo. Ya comentamos, a este respecto, el uso del coloquialismo insultante –o por lo menos provocador– “capullos” en esa reafirmación de la tesis que supone el final del último argumento. 2.- La importancia relativa de los párrafos.- Bueno, ya he dicho en clase que eso de que cada párrafo aporta una idea es lo que teorizan los manuales, pero que en la práctica no siempre ocurre así. Sería incluso lo lógico, pero no siempre ocurre así. En este texto, por ejemplo, resultaría bastante estrafalario que consideráramos introducción el primer párrafo, que ocupa 16 de las 34 líneas, prácticamente la mitad. Forzosamente, a la hora de estructurar, hay que “partirlo” (ya vimos que el momento adecuado se encontraba al final de la lín 5, donde la autora pasa de la formulación general de la tesis a la argumentación de la misma, mediante un ejemplo). ¿Por qué ocurren estas cosas?, ¿por qué estas pequeñas trampas? En algunas ocasiones puede tratarse de un descuido del autor, pero a menudo se debe a intervenciones que nada tienen que ver con el contenido del texto. La vida está llena de imponderables: puede que la aparición o desaparición de un punto y aparte –lo que genera o no la existencia de un párrafo– se deba al maquetista del periódico, porque necesitaba que la columna fuera una línea más larga o una línea más corta. También pasa en ocasiones que el mismo texto, de formato papel a formato digital, altera su estilo de presentación. Pero lo peor es lo que han venido haciendo nuestros armonizadores de Selectividad, que mutilan los textos a su aire. Fíate relativamente de la distribución de los párrafos de un texto original, e incluso de los que te pasemos en clase, pero no te fíes del aspecto del texto que te encuentres el día de la prueba de acceso, a mitad de junio, en una histérica mañana de primavera en la que nada es perfecto. Hay pasión, incluso cierta vehemencia, en el gesto de Susana Fortes. Fue el pasado día 29 de enero, en la biblioteca del edificio viejo.