17 de junio 1976. Asesinato de Francisco " Paco" Urondo

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17 de junio 1976.
Asesinato de Francisco " Paco" Urondo
Nació el 10 de enero de 1930. Poeta, escritor, periodista, guionista cinematográfico y militante político. Fue
director general de Cultura de la Provincia de Santa Fe, director del Departamento de Letras de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor de los guiones de los filmes "Pajarito Gómez" y
"Noche terrible". Asimismo, adaptó para televisión "Madame Bovary", "Los Maias" y "Rojo y Negro".
Colaborador de Primera Plana, Panorama, Crisis,
La Opinión y Noticias, fue autor de los poemarios
"Historia Antigua", "Breves", "Lugares", "Del otro
lado", "Larga distancia", los volúmenes de cuentos
"Todo eso" y "Al tacto", la pieza teatral
"Veraneando", la novela "Los pasos previos" y el
ensayo "La patria fusilada", volumen de entrevistas
a los sobrevivientes de la masacre de Trelew
publicado por la editorial Crisis en 1973.
Incorporado a la organización Montoneros, fue
asesinado el 17 de junio de 1976 al ser detenido por
la policía de la provincia de Mendoza.

Urondo en las letras de otros.
Palabras- JUAN GELMAN
Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más
que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura
militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la
noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas,
urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo
contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando
en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la
Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su
magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus
textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa",
dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de
corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la
gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro
del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco
su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a
la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. Él había escuchado el reclamo de Rimbaud:
"¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi
confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga
como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos
autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema
social
encarnizado en
crear
sufrimiento,
para
que
el
mundo
entero
entrara
en
la
historia de la
alegria. Las dos
luchas
fueron
una sola para él.
Ambas
lo
escribieron y en
ambas
quedó
escrito.
Carta muy abierta a Francisco Urondo - Julio Cortázar [Publicada en Liberation, 1973]
Parece, según noticias de buena fuente, que de un tiempo a esta parte, no es nada fácil dar con vos
personalmente. Siempre fuiste un poco jodón, pero en este caso estoy convencido de que no tenés la culpa de
que los amigos no puedan tomarse un vinito con vos, y como no soy rencoroso te escribo, Paco, con la
seguridad de que muy pronto has de cambiar de conducta y no solamente aceptar visitas sino incluso
devolverlas. A la espera de todo eso te voy a hacer rabiar un poco, porque si a vos no se te puede ver resulta que
a otros si, y a lo mejor te divierte que te cuente como me las arreglé en Quito hace apenas dos meses, para ir a
pegarle un abrazo a Jaime Galarza. Yo a este punto ya lo conocía de París, no personalmente pero allá, lo sabés
de sobra, somo muchos los latinoamericanos que se juntan y hablan y por ahí van saliendo algunas cosas,
pavaditas, claro, no vamos a exagerar. Y los ecuatorianos me habían contado cosas de Galarza, yo lo había leído
y de golpe zás, El festín del petróleo. Nada, doscientas páginas poniendo en claro lo que a mucha gente le
interesaba mantener oscuro, el invariable escamoteo de una riqueza casi increible, pactos y contratos y
consorcios y cualquier cosa menos petróleo del Ecuador para los ecuatoriños. Vos te imaginás las consecuencias
del libro: por un lado la edición que se agota antes de que haya tiempo de secuestrarla, y por otro una maquinita
bien montada, Jaime Galarza a la cárcel como”cómplice intelectual” de una operación más bien movida en un
supermercado. Todas estas cosas se repiten tanto que uno tiene la impresión de estar contando siempre lo
mismo, en todo caso si te aburrís chiflame. Lo fuí a ver, y resultó más fácil de lo que pensaban algunos. Fuí con
la rubia Mireya (como irrespetuosamente la llamaste vos alguna vez a mi compañera), porque esta lituana loca
no es de las que me deja ir solo a lugares de mala fama. Y como mala, es mala, algo sabés de eso, te sacan el
pasaporte a la entrada y vos pensás que por ahí se les pierde, esos descuidos penosos. A Jaime lo encontramos
con otros huéspedes del hotel y algunos amigos, entre ellos por extraña coincidencia un periodista que visitaba a
otro detenido y que al día siguiente dió la noticia a tres columnas, cosa que te probará la utilidad de esa clase de
circunstancias. Hablamos largo de Festín y de otros petróleos de este continente, yo aprendí algunas cosas que
acaso serán útiles cuando vuelva a Francia, y además, hubo todo eso que hoy no puede haber entre vos y yo, ese
quedarse callados, mirándose como nos miramos los amigos, con esa mirada que no tendrán nunca los que nos
separan. Me fuí, claro, pero me fuí sabiendo que de alguna manera no me iba, y que también Jaime se iba
conmigo en esa zona del corazón que está para siempre a salvo de los cercos, las rejas y el odio. Cambiamos un
par de libros y abrazos, la rubia Mireya organizó como sólo ella sabe hacerlo un sistema perfecto de postes
restantes, revistas, publicaciones y antibióticos para la muchachada de a bordo. A mi pasaporte no le faltaba ni
un sello a la salida, y más bien pienso que tenía uno de yapa. Ahora sé quién es de veras Jaime Galarza, ahora
me siento más fuerte porque su prisión, las cicatrices de la tortura en sus muñecas, serán como tantas otras
cosas, parte de mi fuerza. Y si te cuento esto, Paco viejo, es porque sé que te gustará leerlo y que para vos será
como si te hubiera visitado, como si también vos y yo hubiéramos fumado juntos un rato, mirándonos con
nuestra sorna de porteños. Y también porque otros leerán esta carta, cerca o lejos de vos, y comprenderán que
de alguna manera quise estar con todos, y que mi abrazo con Jaime es el que todos nos damos y nos daremos
siempre, hoy de lejos, mañana en esa calle abierta en que nos encontraremos para seguir el largo, necesario y
hermoso camino que lleva a nuestro sueño.
Julio.
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