MEDIDAS DE LA PRODUCTIVIDAD: UNA APROXIMACIÓN SRAFFIANA Oscar DE JUAN AREA DE FUNDAMENTOS DEL ANÁLISIS ECONÓMICO FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS Y EMPRESARIALES DE ALBACETE UNIVERSIDAD DE CASTILLA - LA MANCHA Plaza de la Universidad, n. 1 02071 ALBACETE Tel. (967)599200. Fax: (967)599220 (Enero 1996) MEDIDAS DE LA PRODUCTIVIDAD. UN ANÁLISIS SRAFFIANO ÓSCAR DE JUAN ASENJO Universidad de Castilla-La Mancha R E S U M E N Existe una pluralidad de fórmulas para medir la productividad. La valoración que nos merezca cada una de ellas dependerá de su adecuación con el fin que trata de cumplir. Desde el punto de vista de la competitividad --que en la mayoría de los estudios figura como el fin prioritario-- la medida más correcta sería el inverso del trabajo total incorporado por unidad de producto final. Esta medida se obtiene fácilmente cuando se opera con sectores verticalmente metodología introducida por Sraffa (1960) y integrados, Pasinetti (1971). La media ponderada de la productividad integral de los sectores, calculada por el procedimiento anterior, nos lleva a un índice agregado de la productividad. Esta medida es útil para el análisis del bienestar, que es el segundo fin con el que los economistas suelen relacionar la productividad. Advertiremos, no obstante, de los matices que hay que introducir para que el índice agregado de productividad no se vea afectado por los cambios en la composición del producto social. Son pocos los autores que definen la productividad en estos términos. Y quienes lo hacen (p.e. Petterson, 1979, Wolff, 1985) apenas se molestan en advertir de las diferencias fundamentales que existen con las medidas habituales de productividad. Una preocupación básica del presente trabajo será repasar críticamente los índices convencionales del tipo: productividad directa y aparente del trabajo, "total factor productivity", etc. La conclusión a la que llegamos es que son indicadores inadecuados de la competitividad y el bienestar. Por el hecho de adoptar un enfoque puramente sectorial, se incapacitan para captar la difusión intersectorial de la productividad. 1 1. INTRODUCCIÓN1 En los últimos años, el tema de la productividad ha ocupado a buena parte de los estudiosos de la economía teórica y aplicada. Se comprende que sea así. Por una parte, las mejoras de la productividad se relacionan con los avances en la competitividad y el bienestar social, objetivos compartidos por todos los partidos políticos. Por otra, los cambios en la productividad se utilizan como pauta para resolver cuestiones tan importantes y delicadas como la fijación de los incrementos salariales. Los estudiosos no han llegado a un acuerdo sobre la manera correcta de medir la productividad y lo que hoy tenemos es un abanico de fórmulas. Se acepta que toda medida de la productividad ha de relacionar output e inputs, pero no hay consenso sobre qué deben incluirse en el output y en los inputs. Este es el problema básico y prioritario que ha de abordarse y sobre él versará nuestro ensayo. Haremos abstracción de otros problemas más concretos, relacionados con la forma de medición, como podrían ser: la selección de los deflactores más apropiados, la homogeneización del output cuando se hayan producido cambios cualitativos en los bienes, o la eliminación del componente cíclico cuando incida en el grado de utilización de los factores productivos. El hecho del que existan diferentes indicadores de la productividad, es algo normal y deseable. Pero, lógicamente, para que una medida pueda ser evaluada positivamente ha de cumplir ciertos requisitos. El primero es la adecuación con los fines para los que se va a utilizar. La competitividad y el bienestar social son los referentes prioritarios de los estudios de productividad y en ellos vamos a centrar nuestro análisis. Una segunda restricción que cabe imponer a los índices es que relacionen las mejoras de la productividad con el progreso técnico. Aquí adoptaremos un concepto amplio de cambio tecnológico, de manera que tengan cabida tanto las mejoras en los procesos productivos, como el avance en la cualificación del trabajo, el aprendizaje por la experiencia o las mejoras organizativas. Pero hemos de rechazar aquellas fórmulas que registran aumentos de productividad cuando lo único que se ha producido ha sido un cambio en la distribución de la renta o en la composición del producto social. 1 Entre las personas que se han molestado en leer y comentar este trabajo, mencionaré a Emilio Fontela (Universidad de Ginebra y Universidad Autónoma de Madrid) y Eladio Febrero (Universidad de Castilla-La Mancha). 1 2. LA PRODUCTIVIDAD INTEGRAL DEL TRABAJO EN TÉRMINOS DE SECTORES VERTICALMENTE INTEGRADOS En esta sección vamos a tratar de desarrollar una medida de la productividad a partir del concepto de sectores verticalmente El término lo desarrolló integrados (en adelante, SVI). Pasinetti en 1971, si bien sus raíces están en el concepto de subsistemas, introducido por Sraffa. (1960, Apéndice A). El análisis input-output tradicional realiza una clasificación por ramas productivas de manera que cada una agrupe a todas las empresas que producen un output homogéneo. Dentro de cada rama se incluirá (o debiera incluirse si se contara con la información necesaria) el trabajo, el capital circulante y el capital fijo directamente empleados por las empresas integradas en la industria respectiva. El análisis en términos de SVI ofrece una ordenación diferente de la economía, encaminada a diseñar unos subsistemas técnicamente autárquicos, esto es, un conjunto de unidades productivas capaces de proporcionarse a sí mismas todos los inputs que necesitan para la obtención del output final. Existirá un SVI para cada una de las mercancías que comprenden el producto neto, esto es, el output destinado a usos finales. A cada SVI se le asignan las empresas (mejor dicho, fracciones de empresas) que producen los inputs utilizados, directa o indirectamente, en el bien final. Por la misma lógica, el trabajo total asignado a cada SVI, no sólo comprenderá el empleado directamente por las empresas que producen el bien final, sino también el empleado por las empresas que producen los inputs y los inputs de los inputs. La obtención de cualquier dato referente a los SVI a partir de los sectores reales de la economía, se realiza multiplicando estos últimos por el operador matemático [I-A+]-1. La similitud de este operador con la matriz inversa de Leontief es evidente. La diferencia radica en que la matriz de requerimientos totales por unidad de producto (A+) no sólo contiene el consumo unitario de bienes intermedios (típica matriz A), sino también el consumo unitario de capital fijo. Uno y otro son requerimientos necesarios del proceso productivo y resulta indispensable incluirlos para la construcción de esos subsistemas técnicamente autárquicos en que consisten los SVI. El hecho de que existan dificultades para obtener la matriz de consumo de capital fijo, no puede ser excusa para que en los estudios teóricos se incluyan los requerimientos de capital fijo en la matriz A+, y para que en los estudios empíricos se busque alguna forma de calcularlo. O, por lo menos, para que se advierta del error en el que se está incurriendo al omitirlo. Los coeficientes de trabajo total (l') se obtendrán multiplicando el vector de coeficientes de trabajo directo (l) 1 por el operador anterior. l ′ = l[I - A+ ] -1 1 Premultiplicando l' por el vector diagonalizado de la demanda final o producto neto (^) obtendremos el trabajo total (L'i) empleado en cada SVI . Esta cifra será diferente de los trabajadores directamente empleados (Li) en la producción del output total (q) de los sectores reales de la economía 2. Sea cual sea la forma de cálculo, la suma del empleo sectorial ha de coincidir con el empleo total de la economía (L). Li′ = l ′ • 2 Llegados a este punto, el cálculo de la productividad integral o productividad total del trabajo es inmediata. Basta con dividir el output del SVI que corresponda (yi, que por definición aparece siempre en términos netos) por el trabajo total empleado en dicho SVI (L'i). Este cociente no es otra cosa que el inverso del coeficiente laboral del correspondiente SVI. π i′ = yi Li′ = 1 l i′ 3 De la comparación entre los coeficientes de trabajo directos (li) y totales (l'i) podemos extraer otras lecciones de interés. Consideremos el cociente, ωi = l i′ - l i li 4 El numerador contiene el trabajo indirecto del sector i que equivale al valor-trabajo de los bienes de capital empleados en el SVI i. El denominador contiene el trabajo directo. El cociente entre ambos reflejará, pues, el grado de mecanización y puede utilizarse como una forma de conceptuar el progreso 2 El producto total de los sectores (q) y el producto neto (y) pueden venir expresados en términos físicos o en términos nominales. En el último caso, sería necesario deflactar para todo tipo de comparaciones intertemporales. 1 técnico. Hablaremos de cambio técnico ahorrador de trabajo, ahorrador de capital o neutral según que3 el cociente anterior aumente, disminuya o se mantenga constante . Pero volvamos al tema central de este ensayo: la valoración de las medidas de la productividad. Una fórmula como la (3) cumple --creemos-- todos los requisitos exigibles a una buena medida de la productividad. Una primera nota a resaltar es la simplicidad. Sólo aparece en ella el input más significativo del proceso de producción: el trabajo4. Pero esta simplicidad no va en detrimento de la generalidad y coherencia. De hecho, todos los restantes inputs están incluídos en aquél a modo de "trabajo indirecto". Se capta, así, la dependencia intersectorial y gracias a ella podemos medir la difusión de la productividad de unos sectores a otros. La fórmula propuesta permite una valoración clara del cambio técnico, incluso en aquellos casos donde se produce la disminución de algún input (digamos, el trabajo directo en el sector i) y el aumento de otros (digamos, el capital fijo y circulante). Habrá progreso técnico si se registran incrementos de productividad y ésta quedará reflejada en la disminución de los coeficientes de trabajo total. La disminución será especialmente fuerte en el sector donde se originó el cambio técnico, pero repercutirá en todos los sectores que (directa o indirectamente) utilizan su output como bienes intermedios. A su vez, la disminución de los requerimientos de trabajo en estos sectores, tendrá un feed back positivo en el primer sector. Lo que acabamos de comentar tiene un reflejo claro en la frontera de posibilidades de la producción, cuando ésta se construye a partir de concepto de SVI (véase figura 1). Consideremos una economía con sólo dos bienes finales: y1 e y2. Si todo el trabajo de la economía se ubica en el SVI 1 el producto neto será: max.y1 = Lð'1 . Por la misma lógica, si todo el trabajo se ubica en el SVI 2, tendremos: max.y2 = Lð'2. Con estos dos puntos, y bajo el supuesto de rendimientos 3 El lector familiarizado en la literatura económica del cambio técnico, agradecerá la simplicidad de la fórmula que nosotros presentamos. De las tres clasificaciones usuales (asociadas a los nombres de Harrod, Hicks y Solow), la nuestra se acerca más a la de Harrod por cuanto examina la relación "trabajo/capital" definida como "trabajo directo/trabajo indirecto". La ventaja de la definición que proponemos es que presenta unas connotaciones puramente técnicas y puede analizarse sea cual sea la relación "capital/producto" y pase lo que pase con la distribución de la renta. 4 Lo que hemos hecho con el trabajo podría haber sido hecho con cualquier otro bien básico, esto es, con todos los que intervienen directa o indirectamente en la producción de los restantes bienes. El que se haya escogido el trabajo obedece a tres razones: (1) el trabajo es un input no producido en el sistema económico; (2) es el input más generalizado; (3) es un input con un componente social muy singular que le hace apropiado para el análisis del bienestar social. 1 constantes de escala, podemos representar la frontera de posibilidades de producción típica, con max.y1 en el corte de ordenadas y max.y2 en el corte de abcisas. O podemos dividir ambas expresiones por L y entonces el corte en ordenadas nos indicaría la productividad integral del sector 1; y el corte en abcisas, la productividad integral del sector 2. Todo cambio tecnológico que origine una caída de los coeficientes de trabajo total, se manifestará en un desplazamiento hacia arriba de la frontera de posibilidades de la producción. En el caso representado en la figura 1 el mayor desplazamiento se registra en el eje vertical por suponer que el cambio técnico se originó en el sector 1. Pero las ganancias de productividad también alcanzan al sector 2 y originan un desplazamiento a la derecha de ð'2 (los números entre paréntesis se refieren al periodo de tiempo considerado). El cambio técnico encontrará también su reflejo en las fronteras tecnológicas de la distribución y el crecimiento. Para una tecnología dada existe una relación inversa entre el salario real por trabajador (w) y el tipo de beneficio (r), por una parte; y entre el consumo por trabajador (c) y la tasa de crecimiento (g), por otra. Si dividimos a la economía en un sector básico y un sector no básico, y si tomamos como numerario el bien básico (y1), entonces las dos fronteras serán lineales y simétricas. Si, para simplificar, adoptamos la hipótesis clásica a tenor de la cual todos los salarios son consumidos y todos los beneficios ahorrados, se dará la coincidencia entre los valores de w y c, por una parte, y r y g, por otra. El corte en ordenadas se corresponde con el máximo salario o consumo por trabajador, valorado en términos del numerario escogido (w^). También --y este es el punto en que queremos insistir-- con la productividad integral en el sector básico (ð1). wˆ = Y y1 = π 1′ = L L1′ 5 La ventaja de la división sectorial propuesta, es que a los efectos de productividad y rentabilidad, el único sector que cuenta es el que produce bienes básicos. Si adoptamos otra clasificación, el corte de la frontera tecnológica con el eje vertical dependerá de la mercancía escogida como numerario. La conclusión fundamental se mantiene en todo caso: cualquier cambio tecnológico que reduzca el trabajo directo en alguno de los sectores originará un desplazamiento hacia arriba del corte con el eje de ordenadas, que es tanto como decir, un incremento de la productividad integral del trabajo. El cambio tecnológico del que estamos hablando no implica, necesariamente, un desplazamiento paralelo hacia afuera de la frontera tecnológica. Si la reducción de los requerimientos de 1 trabajo directo se ha logrado a base de utilizar más capital fijo y circulante es posible que la nueva frontera tecnológica corte a la primitiva y que el origen en abcisas se produzca más a la izquierda (a este supuesto responde la figura 2). Este punto es indicativo de la "productividad del capital". En nuestro modelo bisectorial, la productividad integral del capital (ã) coincide con el inverso del coeficiente de capital del sector básico (1/k'1). En modelos más generales la productividad nos la da el inverso del máximo valor característico (ë) correspondiente a la matriz k'. k ′ = k[I - A+ ] γ ′ = 1/λ = 1/ k 1′ 6 No faltan motivos para proponer este resultado como una medida de la productividad (cfr. Sánchez Choliz (1990). La ventaja más aparente es que se trata de un índice puramente tecnológico capaz de ofrecer una visión agregada de la productividad inmune a los cambios en la composición del producto. Pero hemos de ser conscientes de lo que se está midiendo. El inverso del máximo valor característico de la matriz k' nos indica la máxima tasa de rentabilidad y crecimiento asociada a una economía con una tecnología dada bajo el supuesto que de que toda la renta va a los capitalistas y es sistemáticamente reinvertida (el salario y el consumo estarían fijados al nivel de subsistencia, incluyéndose en la matriz de capital circulante, A+). No nos indica, la tasa de beneficio y crecimiento real que dependen de cómo sean el salario y el consumo por trabajador. No guarda tampoco relación con los precios efectivos, ni puede servir para el estudio de las variables tradicionalmente relacionadas con la productividad: la competitividad y el bienestar social. Tras este paréntesis volveremos a la medida propuesta de productividad (la productividad integral del trabajo) y nos preguntaremos si es útil como un indicador de la competitividad. ¿Las mejoras de la productividad calculadas por la fórmula (3), ¿indican mejoras en la competitividad de las empresas del sector donde ocurre el cambio tecnológico? La pregunta ha de contestarse afirmativamente. El referente inmediato de la competitividad son los precios de mercado. El análisis de raigambre clásica supone que los precios de mercado se ven influenciados por los desajustes entre oferta y demanda, pero gravitan en torno a los precios de producción. Cuando trabajamos en términos de SVI, los precios de producción pueden descomponerse dos componentes: salarios y beneficios. p = w′l + r ′pk 1 7 Si el tipo de beneficio es bajo o la relación capital/producto (medida por el vector k') no difiere mucho de unos sectores a otros, los precios tenderán a ser proporcionales a los coeficientes de trabajo total (vector l'). De no darse estos requisitos habrá ciertas desviaciones entre precios y trabajo incorporado. Pero dada la profunda interdependencia de los sectores, estas diferencias no pueden ser muy grandes5. Un segundo elemento de distorsión lo introducen los salarios. Si el salario evoluciona de diferente manera entre las diferentes regiones y países, los cambios en la productividad pueden ser neutralizados o amplificados. En cualquier caso, es lícito afirmar que ceteris paribus el incremento de la productividad integral del trabajo en el sector i del país A, ofrecerá a las empresas pertenecientes a él ventajas competitivas. David Ricardo, en su defensa de la teoría del valor trabajo, afirmó que con ella se creía capaz de explicar hasta el 93% de los precios. Los estudios empíricos realizados para la economía norteamericana (Ochoa, 1986 y 1989), parecen confirmar la hipótesis de Ricardo. Si estos resultados son generalizables, tendríamos que las variaciones en la productividad integral medida en (3) nos suministran un indicador apropiado de la competitividad sectorial. 3. REPASO CRITICO DE LAS MEDIDAS TRADICIONALES DE LA PRODUCTIVIDAD SECTORIAL 3.1. PRODUCTIVIDAD DIRECTA DEL TRABAJO. Hasta fechas recientes la medida más usual de la productividad consistía en relacionar la producción efectiva o output total de un bien (qi) con el número de trabajadores directamente empleados en el sector que produce dicho bien (Li). Obtenemos así lo que se ha denominado productividad directa del trabajo que viene a coincidir con el inverso del coeficiente laboral (li): π (d )i = qi Li = 1/ l i (8) La simplicidad (tanto a nivel conceptual como de cálculo) 5 Aunque la industria i sea claramente intensiva en capital, es probable que algunas de las industrias que le suministran sus inputs sean intensivas en trabajo. En este caso la relación capital/trabajo del SVI i (que es el que cuenta en materia de precios) sería más similar a la media. 1 de este índice de productividad explica su gran predicamento. Pero los errores a los que lleva también son obvios. Como botón de muestra nos referiremos a un episodio que se ha repetido en muchos países europeo. Durante algún tiempo los ministros de agricultura europeos se vanagloriaron de los importantes avances de productividad conseguidos por el sector agrícola. A base de construir pantanos y sistemas de regadío, a base de mecanizar las tareas del campo y de generalizar los abonos, se había conseguido multiplicar las toneladas producidas por agricultor. Sin embargo, cuando llegó la hora de la verdad se comprobó que los productos agrícolas europeos habían perdido competitividad respecto a los americanos. ¿Cómo explicar este error? Muy sencillo, los constructores del índice se fijaron en un sólo sector (la agricultura) y en un sólo input (el trabajo directo). Olvidaron la difusión de la productividad a los restantes sectores, consecuencia de la interdependencia sectorial, así como la colaboración de los restantes inputs (capital fijo y capital circulante). La consecuencia de estos olvido fueron la sobrevaloración del progreso técnico y la incapacidad para explicar la difusión de la productividad. 3.2. PRODUCTIVIDAD APARENTE DEL TRABAJO. Conscientes de este problema de sobrevaloración, las oficinas estadísticas idearon una medida sustitutiva que suele conocerse como productividad aparente. π (a )i = VAi Li (9) El output total o producción efectiva que figuraba en el numerador de (8), ha dejado paso al valor añadido que, por definición, es inferior al output total. Como los denominadores coinciden, el cómputo de la productividad aparente será inferior al de la productividad directa. Se evita así el problema de sobrevaloración al que acabamos de referirnos. Un aumento de la producción efectiva, utilizando el mismo trabajo directo pero mayores dosis de bienes intermedios y de capital fijo, afectará en menor medida al valor añadido del sector (VAi), y tal vez no se manifieste en ganancias de productividad. Pero, ¿es suficiente esta nueva formulación? ¿Lograremos una medida de la productividad correcta dividiendo el valor añadido sectorial por el trabajo directo? ¿Y será un buen indicador con relación a la competitividad o el bienestar social? La respuesta es negativa. La fórmula sigue siendo insuficiente por adoptar un enfoque puramente sectorial, cuando lo que se necesita es uno intersectorial, esto es un enfoque que dé debida cuenta de la interdependencia del sistema. Esto lo conseguimos en el calculo de la productividad integral (ð'), 1 dividiendo por el trabajo total, que incluye a los trabajadores directos que producen el output final, como a los trabajadores indirectos que producen los inputs y los inputs de los inputs6. La fórmula de la productividad aparente olvida el trabajo indirecto y, a consecuencia de este olvido, no puede dar cuenta de la difusión intersectorial de la productividad. El mismo error le incapacita para ser un indicador correcto de la competitividad. 3.3. COSTE LABORAL UNITARIO. De hecho, el indicador de competitividad utilizado en la literatura convencional no es la productividad aparente sino el coste laboral unitario (en adelante, clu) calculado por el cociente entre el salario y la productividad (directa o aparente) del sector. Un incremento del clu, esto es, una elevación salario medio pagado en el sector i por encima de las ganancias sectoriales en productividad implicaría, según este planteamiento, una pérdida de la competitividad de las empresas del sector respecto a las de otros países donde el clu del sector i se hubiera mantenido constante. La conclusión que se sigue de aquí es inmediata: si se quiere librar con éxito la batalla de la competitividad, las empresas no debieran tolerar aumentos salariales superiores a los avances en la productividad del sector. En nuestra opinión, esta conclusión carece de fundamento cuando el indicador recogido en el denominador es el de la productividad aparente o la productividad directa. Imaginemos un sector donde no ocurre ningún tipo de cambio tecnológico de manera que para producir una unidad de output o de valor añadido las empresas precisan de los mismos requerimientos de capital y trabajo. ¿Podrán tolerar incrementos salariales sin merma de su competitividad internacional? La respuesta podría ser positiva cuando dicho sector se ha beneficiado de los incrementos de productividad habidos en otros sectores. De ahí, nuestra primera observación al concepto de clu como indicador de la competitividad: para ser correcto debe ir referido a la productividad integral, no a la productividad aparente. La expresión correcta sería: 6 El numerador de la productividad integral captaba también la interdependencia sectorial en la medida que se incluía el producto neto del sector, calculado como diferencia entre el output total y la porción de la misma que era absorbida por otros sectores. En el numerador de la productividad aparente no aparece el producto neto sino el valor añadido neto. Aunque a nivel macroeconómico ambas magnitudes son idénticas, a nivel sectorial no tienen por qué serlo. 1 clu i′ = wl i′ = w π i′ 10 Cuando el clu se refiere a la productividad aparente se convierte en una simple medida de la distribución: participación de los salarios en el valor añadido del sector. clu i = w = wL i π (a )i vani 11 Lo único que se puede concluir de este planteamiento es que todo aumento de la participación de los salarios en el valor añadido implica una disminución proporcional de la participación de los beneficios. La conclusión no deja de ser una "perogrullada". Lo que nos interesa a nosotros es comprender los efectos sobre el precio de un aumento del salario real mayor a los avances en la productividad sectorial. En principio, habremos de esperar un incremento del precio y, por tanto, una pérdida de competitividad respecto a las empresas de otros países donde el clu se mantiene constante. Pero no siempre ha de ser así. Del análisis de los precios de producción definidos en (7) se desprende que el incremento del salario real (w) puede ser compensado por una caída del beneficio. En este caso cambiarían todos los precios relativos de una forma imprevisible y moderada. No habría un perjuicio serio sobre la competitividad, si bien los efectos de una caída fuerte del beneficio podrían ser desastrosos si forzaran una fuga del ahorro nacional7. Soy consciente de que cuando los economistas se refieren a un incremento del clu no están pensando en la elevación del salario real sino del nominal. Si los empresarios fijan habitualmente los precios cargando un margen de beneficio a los costes primarios, es evidente que todas las alzas salariales se trasladarán automáticamente a los precios. El resultado no será un cambio en los precios relativos sino una elevación del nivel general de precios. Si la inflación resultante es mayor a la vigente en otros países, y si no hay posibilidad de compensarla mediante una devaluación, asistiremos a una pérdida en la competitividad de las empresas nacionales. Nada tenemos que objetar a este planteamiento. Tan sólo advertir que el problema 7 Teóricamente cabe incluso la posibilidad de que el aumento del clu sea compatible con la constancia o elevación de la tasa de beneficio; este sería el resultado de un cambio tecnológico que conllevara una disminución significativa de los requerimientos totales de capital por unidad de producto (el vector k' de (7)). 1 acaba desplazándose al régimen cambiario: la pérdida de competitividad se solucionaría con un régimen de cambios flotantes o con una devaluación discrecional suficientemente rápida. 3.4. "TOTAL FACTOR PRODUCTIVITY" A NIVEL SECTORIAL. El defecto común a las fórmulas anteriores es que relacionan los incrementos en la producción con uno sólo de los factores productivos: el trabajo directo. En 1957 Solow insistió en la necesidad de medir la productividad total o productividad del conjunto de los factores (total factor Aunque el planteamiento de Solow se formuló en productivity). el plano macroeconómico, pronto encontró eco entre los economistas que trabajaban a nivel sectorial. Kendrick (1961) examinó la relación entre el output del sector y el total de inputs que contribuyen a su producción. A nivel unitario, esta relación se expresaría por el cociente 1/Σibij, incluyendo en bij no sólo los inputs intermedios (esto es, los coeficientes técnicos tradicionalmente representados por aij) sino también los inputs primarios (trabajo y capital), los cuales vendrían representados por la participación de los salarios y beneficios en el output sectorial. Supongamos que se produce un cambio técnico que reduce los requerimientos de uno o varios inputs. Si los nuevos inputs intermedios y primarios son valorados a sus precios corrientes el cociente será siempre la unidad pues por definición Σibij =1. Ahora bien, si los inputs son valorados a los precios del año base (que designaremos por el superíndice "o"), tendremos que Σi(bij)o > 1, y su inverso es inferior a uno. La diferencia de este resultado respecto a la unidad reflejaría la ganancia sectorial de productividad: ∆π (t ) j = 1 - 1 o ∑ ( bij ) (11) i Lamentablemente, la mayor complejidad de la fórmula (12), respecto a (8) u (9) no se ve compensada por su mayor capacidad explicativa. Se ha conseguido referir el output a un conjunto de inputs mayor, evitando el problema de sobrevaloración al que propendía la productividad directa del trabajo. Pero todavía queda sin resolver el tema de la interdependencia sectorial. Seguimos en un enfoque restrictivamente sectorial que impide dar cuenta de la difusión de los incrementos de productividad entre sectores. 1 4. REPASO CRITICO DE LAS MEDIDAS AGREGADAS DE PRODUCTIVIDAD 4.1. EL COCIENTE "PIN/TRABAJO". Hasta el momento nuestra atención se ha centrado en la productividad sectorial, convencidos como estamos que este es el nivel donde el tema de las ventajas competitivas adquiere sentido. Hecha esta advertencia, no debe haber reparos para aceptar medidas agregadas de la productividad como un indicador sintético útil para ciertos propósitos. Lo que hay que asegurar es que esté bien construido, que se tenga conciencia de sus límites y que se aplique para los fines apropiados. Si los indicadores de la productividad integral derivados de (3) son correctos, podemos obtener, tras una ponderación adecuada de los mismos, una medida de la productividad agregada igualmente correcta. El criterio de ponderación ha de ser la proporción del trabajo total que se encuentra incorporado en cada SVI (L'i/L). Aplicando este criterio, y recordando que ði=1/l'i, llegamos al siguiente resultado. Π = ∑ π i′ • i yi = ∑π • l • = ∑ y = Y L L L L Li ′ i′ i i i′ (11) i El resultado no deja de ser sorprendente. En la sección 2 derivamos una medida sectorial de productividad a partir de la metodología de los sectores verticalmente integrados, enfatizando las fuertes diferencias que mediaban con el concepto tradicional de la "productividad aparente". Ahora hemos llegado a una definición de la productividad agregada (Y/L = PIN/L) que coincide con la productividad aparente a nivel agregado (VAN/L)8. La paradoja se explica porque, de hecho, la macroeconomía keynesiana opera implícitamente en términos de sectores verticalmente integrados. La economía nacional se concibe como un gran SVI que produce una única cesta de bienes finales denominada "producto neto". Para su producción precisa de L trabajadores, magnitud que comprende no sólo los obreros empleados directamente en la producción de los bienes finales integrados en el PIN, sino también los obreros empleados indirectamente en la producción de los bienes intermedios y bienes de capital fijo para la reposición. 8 A decir verdad, la medida agregada de la productividad aparente suele definirse por el cociente PIB/L. A nuestro entender, toda medida de la productividad que quiera servir como indicador del bienestar y/o crecimiento debe referirse al producto final neto o renta neta (Y), en vez del PIB o VAB. 1 La primera objeción que cabe hacer a las medidas agregadas de productividad es que se ven afectadas por los cambios en la composición del producto, supuestamente relacionados con los cambios en la demanda agregada. El problema se advierte claramente en la expresión (13). Las variaciones en Ð pueden deberse a cambios tecnológicos que afectan a la productividad sectorial (ði) o a cambios en la composición del producto neto (yi). Para comprender la relevancia del problema basta con imaginar dos economías nacionales que en el año t producen los mismos bienes con las mismas tecnologías. n años más tarde en todos los procesos productivos se continúan aplicando las mismas técnicas, pero el primer país se ha especializado en la producción de servicios (intensivos en trabajo), mientras que el segundo se ha especializado en la producción de manufacturas (intensivas en capital), intercambiándose sus respectivos excedentes. El cociente Y/L habrá disminuido en el primer país y aumentado en el segundo. Sin embargo, es evidente que la alteración de la productividad ha sido ficticia; nada tiene que ver con el cambio técnico, que hemos descartado ex hipotesi9. Posiblemente, la pretendida caída de la productividad en los países avanzados (USA, especialmente) tiene mucho que ver con este fenómeno. ¿Para qué fines puede ser de utilidad una medida agregada de la productividad? Está claro que no es utilizable como indicador de competitividad por la sencilla razón de que quienes compiten no son las naciones, sino las empresas de cada una de las industrias. Sí es útil, en cambio, como indicador del bienestar social, siempre que éste se haga depender de la "renta per capita" y el "consumo per capita" 10. En términos de la figura 2, la renta por trabajador vendría expresada por el corte en ordenadas de la frontera tecnológica de la distribución. Si queremos que el cociente Y/L sea un indicador adecuado del bienestar social y no se vea influido por los cambios en a composición del producto social, habría que redefinir el vector representativo del producto neto. Nuestra propuesta es que incluya sólo bienes de consumo en la mismas proporciones que se presentan en la realidad, esto es, según la cesta habitual de consumo obtenida a partir de la encuesta de presupuestos familiares. Cuando se quisiera comparar la productividad agregada de dos periodos, para verificar si ha habido avances en 9 Como el lector habrá advertido, el ejemplo es cercano a nuestra realidad. Nos suministra una de las claves para entender un hecho que ha preocupado sobremanera a los economistas y políticos de la mayoría de países de la OCDE, y de manera especial a los norteamericanos: la desaceleración de la productividad en las dos últimas décadas. 10 Aquí estamos hablando de la "renta por trabajador" y el "consumo por trabajador", pero la conexión entre ambos pares de conceptos es evidente. 1 el bienestar social, habría que examinar la renta por trabajador medida por la siguiente expresión: Π = ∑[ π i ′ ( i * l i′ y i )] * L 14 ði' indica la productividad integral del sector i; li', los requerimientos totales de trabajo en el sector i, yi*, el producto neto del bien de consumo i cuando el PIN adopta las proporciones estándar definidas en el párrafo anterior;, L*, el trabajo total que resultaría de la producción de y*. Bajo estos supuestos, es posible afirmar que todo incremento de la productividad agregada se reflejará en un desplazamiento hacia arriba del corte de la frontera tecnológica con el eje de ordenadas. Será sintomático de un aumento del bienestar social, identificado éste con el máximo consumo por trabajador que podría conseguirse si toda la capacidad productiva se dedicara a producir bienes de consumo en las proporciones habituales. 4.2. "TOTAL FACTOR PRODUCTIVITY" A NIVEL AGREGADO. Como hemos indicado, el estudio sistemático de la productividad total a nivel agregado (total factor productivity) arranca de un artículo de Solow de 1957. Su impacto en la literatura teórica y aplicada fue y sigue siendo importante. Casi todos estos estudios parten de una función Cobb-Douglas del siguiente tipo: Y = eλt K α L β 15 Y es la renta neta en el periodo de referencia; K, el valor del stock agregado de capital; L, el trabajo total. á es la elasticidad del producto respecto al capital que en equilibrio se corresponde con la productividad marginal del capital y con la participación de los beneficios en la renta nacional. â es la elasticidad del producto respecto al trabajo que en equilibrio se corresponde con la productividad marginal del trabajo y con la participación de los salarios en la renta nacional. Si la función de producción exhibe rendimientos constantes de escala (hipótesis habitual) tendremos que á+â=1. Por último eët es un índice que refleja la productividad conjunta de los factores productivos, índice que va aumentando con el paso del tiempo al ritmo de cambio tecnológico (ë). Si reformulamos la ecuación en tasas de variación (tomando logaritmos y derivando respecto al tiempo) tendremos: 1 ~ ~ ~ Y = λ +αK + βL ~ ~ ~ λ = Y - αK - βL 16 La peculiaridad de la presentación neoclásica es que descompone el incremento de la producción en tres partes. Una parte se debería al aumento del factor trabajo y guardaría relación con su productividad marginal (â). Otra se debería al aumento del stock de capital y guardaría relación con su productividad marginal (á). El residuo (que en algunos estudios llegó a superar el 50%), se suponía fruto del cambio técnico, el cual se encuentra representado por el parámetro ë. La problemática de la función neoclásica de producción que acabamos de examinar es densa y se proyecta tanto en el nivel de los hechos como en el de la teoría. Para empezar conviene recordar que el mismo concepto de productividad marginal exige unas funciones de producción "maleables", donde un stock de capital dado puede combinarse con cualquier cantidad de trabajo, y viceversa. Este tipo de representación parecería inverosímil a cualquier empresario o ingeniero. Sólo los economistas lo han asumido como una hipótesis normal. Todavía más inverosímil resulta la referencia a una función de producción agregada, dotándole además de una forma precisa (la función Cobb-Douglas). La polémica del capital de los años sesenta demostró la incongruencia teórica de las funciones de producción agregadas (cfr. Harcourt, 1973). Ajenos a dicha polémica, algunos economistas empíricos han mostrado su satisfacción con la función agregada por cuanto los resultados obtenidos sobre elasticidades, productividad, etc. sintonizaban con lo cabría esperar según la teoría neoclásica. Shaikh (1974) demostró, no obstante, que estos resultados no podían atribuirse a ninguna función Cobb-Douglas subyacente a la economía real. Se trataba de meras identidades que se verificarán siempre que la participación de los beneficios y salarios en la renta se mantenga relativamente constante, como ha sido el caso de las economías occidentales de la postguerra. Todas estas críticas son complejas pero conocidas. La crítica que resulta de nuestro propio análisis es mucho más simple y -espero- más fácil de aceptar. El concepto de "total factor productivity", en su versión macroeconómica, es redundante. Con el cociente PIN/L ya se capta la productividad total, pues L representa tanto el trabajo directo empleado en la producción de los bienes destinados a usos finales, como el trabajo indirecto incorporado en la producción de los bienes intermedios y bienes de capital fijo para la reposición. Todos los inputs que intervienen en el proceso productivo se encuentran representados en el factor trabajo. Añadirlos sería redundante y, por ende, equivocado. 1 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS HARCOURT, G.C. (1973): Some Cambridge controversies in theory of capital, Cambridge, Cambridge University Press. the KENDRICK, YL (1961): Productivity trends in the United States, Princeton, Princeton University Press. OCHOA, E. (1986): "An input-output study of labor productivity in the U.S. economy, 1947-72", Journal of Post-Keynesian Economics, n. 9, p. 111-137 OCHOA, E. (1989): "Value, prices, and wage-profit curves in the US economy", Cambridge Journal of Economics, n. 13, p. 413-429. PASINETTI, L. (1973): "The notion of vertical integration in economic analysis", Metroeconomica, v. XXV, p. 1-29 PRESCOTT, W. (1979): "Total factor productivity in the UK: a disaggregated analysis", en PATTERSON & SCHOTT (eds.): The measurement of capital, London, Macmillan. SANCHEZ CHOLIZ, J. 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