Nuevas identidades y formas de lucha: reivindicaciones

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NUEVAS IDENTIDADES Y FORMAS DE LUCHA. Reivindicaciones
identitarias en la articulación de la acción colectiva.
Javier Fernández Galeano.
Resumen
El objetivo de la presente comunicación es realizar un somero análisis del papel de la
identidad en las acciones colectivas que más recientemente han puesto en escena una
identidad social específica. Para ello pondremos en relación las aportaciones de
Wallerstein en torno a la importancia de los conceptos de raza, nación y etnia, y su
confirmación en contextos políticos concretos, con los movimientos sociales que
cuestionan el papel del género en los procesos productivos y de asignación de roles, y
con las acciones de oposición y denuncia frente a la globalización de las políticas
neoliberales.
Palabras Clave: Acción antisistémica, identidades, raza, nación, etnia, género,
movimientos antiglobalización.
1
Enfrentamiento entre policías y manifestantes 'anti-bolonia' el día 19 de marzo de 2009
Fotografía de VNEWS.
2
Acción colectiva, identidad social y capital simbólico
En esta comunicación pretendemos analizar el componente identitario de las
acciones colectivas más actuales, para poner de manifiesto en que medida responde a
intereses compartidos que se expresan de forma articulada en identidades que reclaman
tomar parte o adquirir un mayor control sobre el capital económico y el capital
simbólico. Este último concepto lo tomamos de Pierre Bourdieu, que lo define como
“cualquier propiedad (cualquier especie de capital: físico, económico, cultural, social)
mientras sea percibido por los agentes sociales cuyas categorías de percepción son tales
que están en condiciones de conocerlo (de percibirlo) y de reconocerlo, de darle valor”
(Bourdieu, 1993). Es un concepto que nos permite acercarnos a los movimientos
sociales más conscientes de que la imagen de sí mismos que proporcionen en los
medios de comunicación, la presencia que consigan adquirir en el ámbito público, es
fundamental para impulsar sus reivindicaciones. Estos movimientos pondrán por tanto
mucha atención en que la fundamentación de tales reivindicaciones sea adecuadamente
formulada, y ello irá acompañado de la configuración de una identidad social derivada
de una consciencia común de tal formulación. También tendremos en cuenta las
formulaciones identitarias impulsadas desde el Estado para poner de manifiesto como
responden del mismo modo a la necesidad de generar una percepción determinada en
los agentes sociales (capital simbólico). Pretendemos asimismo prestar atención en los
siguientes
epígrafes
al
componente
ritual
de
las
manifestaciones
públicas
reivindicativas, su finalidad de revitalización de la identidad social que sirve de base a
una determinada protesta social.
Para todo lo anterior intentaremos tener presente un enfoque que considere como
interactúan las identidades sociales y la identidad personal. La distinción entre identidad
personal e identidades sociales aparece ya en los orígenes del pensamiento
psicosociológico y destaca que la identidad es personal en la medida en que está
localizada en una persona y social en cuanto que los procesos de su formación son
sociales. La identidad social se vincula con el hecho de que el individuo se percibe a un
tiempo como semejante a otros con los que comparte pertenencia y como distinto de los
miembros de otros grupos, hay por tanto un doble movimiento que enlaza la similitud
intragrupal y la diferenciación entre grupos (Deschamps y Devos, 1996: 39-41). Las
identidades sociales son también útiles herramientas de identificación y clasificación
que un individuo aprende en su proceso de socialización y que le proporcionan criterios
3
básicos para la conformación de una representación específica de las diferencias y las
similitudes de una población humana. Por ello son utilizadas por los actores sociales
para clasificar, agrupar o identificar a los individuos, es decir: para definir el perfil de
aquellos que pueden ser miembros de su colectividad y para decidir qué roles asignan a
cada miembro (Villalón, 2008:4). Dentro de las identidades sociales nos interesa
especialmente la identidad política, que Charles Tilly define como la experiencia que
tiene un actor de una relación social compartida en la que al menos una de las partes es
un individuo u organización que controla los medios de coerción (Tilly, 1998:34).
1. Identidad racial, nacional y étnica en la respuesta colectiva a las políticas
públicas y empresariales
En primer lugar pondremos en claro cómo podemos definir las categorías de raza,
nación y etnia a través de las aportaciones de Immanuel Wallerstein en el artículo “La
construcción del pueblo: racismo, nacionalismo, etnicidad”. Para este autor son ante
todo categorías que apelan al pasado frente a los procesos del presente, que utilizan el
pasado como instrumento fundamental para “socializar a los individuos, mantener la
solidaridad de grupo y establecer o cuestionar a legitimidad social”. Ligado a lo anterior
en el artículo mencionado se destaca que ese pasado debemos entenderlo como un
producto contemporáneo, que se adapta a las necesidades políticas del momento
presente. Partiendo de estas ideas debemos observar la vigencia de las identidades
sociales construidas sobre los conceptos de raza, nación y grupo étnico. Parecería que
de los tres el primero es el que ha perdido más fuerza como categoría definitoria del
comportamiento; el fin del apartheid, la legitimación por parte del establishment
político internacional de la lucha por los derechos civiles (Wallerstein, 2004a:
470)…han hecho que la clasificación legal basada en definiciones genéticas vaya
desapareciendo. Sin embargo sigue muy presente la relación entre los supuestamente
superados criterios de raza y “la división axial del trabajo” (Wallerstein, 2004b: 282),
aunque no se reconozca formalmente pervive, tanto a nivel interestatal como dentro de
un mismo Estado, la identificación de determinados nichos laborales y situaciones
socio-económicos con ésta categoría teóricamente extinguida.
Para manifestar hasta que punto se siguen aplicando las categorías raciales nos basta
con exponer cómo se posicionan al respecto las legislaciones de países como EE.UU.,
4
Reino Unido, Italia o Francia. En los Estados Unidos el Instituto Demográfico nacional
contabiliza la presencia de las distintas razas en la población total (según las últimas
estimaciones los ciudadanos negros supondrían el 12, 4% de la misma, los asiáticos el
4,3% y los hispanos el 14,7%) y en el Reino Unido el Instituto Estadístico Nacional
también contabiliza la población según este criterio (en el último censo general de 2001
los blancos representaban el 92% de los habitantes, los asiáticos más del 4% y los
negros un 1%). En Italia el gobierno de Silvio Berlusconi impulsó el año pasado un
censo de la población gitana que, tras algunos ajustes procedimentales, recibió el visto
bueno de la UE. Por último el caso de Francia es especialmente ilustrativo, ya que el
proyecto de crear un “censo étnico” acaba de ser planteado desde el gobierno Sarkozy.
Los partidarios del mismo aseguran que su confección permite “ver” a los inmigrantes,
“descubrirles” en la sociedad, como paso previo indispensable para poder luchar contra
la discriminación (El País, 25 de marzo de 2009).
Manifestación de inmigrantes indocumentados en París en agosto de 2007
Fotografía de REUTERS publicada en El País el 25 de marzo de 2009
5
En tales declaraciones se reconoce que determinados grupos étnicos (que se
corresponden con categorías raciales formalmente no reconocidas) son especialmente
vulnerables a sufrir situaciones de discriminación. Podemos en este sentido señalar una
correlación entre estas situaciones y el fortalecimiento de identidades sociales
alternativas a la de la ciudadanía nacional, y explicar a que mecanismos responde. Sami
Naïr ha afirmado que los suburbios de la región de París son territorios en los que la
República, la ciudadanía, ha desaparecido como consecuencia del rechazo por parte del
Estado a afrontar la cuestión de la integración social, y de la actuación de las fuerzas de
seguridad que representan ese Estado. La política económica de Sarkozy, basada en la
desregularización sistemática del vínculo social, en la privatización del espacio público,
en el ascenso de la precariedad en el empleo…no permite afrontar la difícil situación de
los suburbios, que necesitan, en primer lugar, una estrategia de apoyo por parte de los
poderes públicos, fuertes inversiones en vivienda, educación, formación continua y
empleo. Como resultado de estas políticas estatales se ponen en entredicho la cohesión
nacional, la convivencia y la identidad común, desde el momento en que la exclusión
del interés general fortalece el ascenso de los integrismos comunitarios y de las
solidaridades étnicas en una sociedad que por tradición profesa la integración y la
asimilación republicanas. Los conflictos sociales desembocan por tanto en
reivindicaciones que mezclan lo social con el discurso identitario (Naïr, 2009). Para
explicar este proceso podemos referirnos a los mecanismos identitarios señalados por
Juan José Villalón en el artículo “Identidades sociales y exclusión”. Este autor destaca
que un grupo social siempre genera una identidad colectiva con la que los miembros se
reconocen entre sí, que se representa simbólicamente a través de signos externos que
permiten reconocer a los demás miembros de tal grupo, pero que en todo caso la
formación de ese grupo viene del hecho de tener unos mismos intereses personales. Y
dado que los intereses personales que podemos compartir con otros a los que
consideramos nuestros iguales se forman en la experiencia social de la desigualdad,
existe una asociación entre las tendencias de cambio de las formas de exclusión social y
las formas de identificación social, que explica que la creciente discriminación que
sufren los individuos con un origen étnico común desemboque en un fortalecimiento de
su identidad colectiva (Villalón, 2008: 4-6).
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Ya hemos hecho referencia a la problemática en torno al binomio etnicidadnacionalidad, y ahora intentaremos insertarla en un marco teórico explicativo amplio.
Ambas categorías (nación y etnia) llevan aparejada una problemática cada vez más
compleja derivada de la relación que mantienen entre sí y con la implantación de
entidades e identidades supranacionales. Puesto que el concepto de nación aparece
asociado al Estado, cabe pensar que la crisis de las atribuciones estatales en un contexto
en el que el neoliberalismo se impone por encima de las fronteras gubernamentales
llevará aparejada un cuestionamiento de la idea de nación. Y es aquí donde entran en
juego las entidades étnicas (de las anteriormente denominadas “minorías”); es lógico
suponer que éstas se reforzarán en la situación que acabamos de mencionar como
elemento sustitutivo de la identidad nacional, o renovaran su presencia en caso de que
hubiesen sido perseguidas anteriormente por un Estado homogeneizador. Así lo ha
constatado Juan Pablo Fusi 1 para el caso de Europa en las últimas décadas del siglo XX,
en particular en Irlanda del Norte, Escocia y Gales, Bélgica, Córcega y España (Fusi,
2006), y también podemos encontrar elementos identitarios alternativos al del Estadonación en las reivindicaciones de grupos indígenas de América del Sur (“Nosotros
venimos de una raza de indígenas guerreros. De los antiguos mayas es la sangre que nos
corre. Es ella quien nos vive y arma”, palabras del ejercito zapatista de liberación
nacional (EZLN) en Nurio, Michoacán, el 3 de marzo de 2001).
En este sentido es especialmente destacable el modelo de la reforma constitucional
de Bolivia. La nueva Constitución, aprobada por el 61% de los bolivianos en enero de
este año, reconoce explícitamente los derechos de los indígenas, incorpora una
articulación del Estado en autonomías, tomadas en términos generales del modelo
español, y sustituye la idea de Estado-nación por la de un Estado plurinacional (se
reconocen 36 lenguas oficiales, y el mismo número de naciones). Las consecuencias de
la aplicación de estos principios constitucionales suponen una transformación radical en
la forma en que el Estado convivía con las formas jurídicas y económicas propias de los
indígenas; se hace oficial la justicia comunitaria con el mismo rango que la republicana
y se crea un nuevo concepto, el de economía comunitaria, que entre otras medidas
implica la negación del arbitraje internacional y la obligación a las empresas de la
reinversión de sus utilidades en el país (Mesa Gisbert, 2009).
1
Este autor usa las denominaciones de etno-nacionalismo, término acuñado por Walker Connor
en 1967, o nacionalismos de minorías.
7
Marcha por la Refundación de Bolivia
Cientos de seguidores de Morales en manifestación a La Paz para exigir la convocatoria
del referéndum constitucional- EFE - 20-10-2008
En “Visiones de la etnicidad”, de Manuel Ángel Río Ruiz, se señala que “la
activación política de las solidaridades étnicas es más probable en los momentos de
cambio dentro de un sistema de distribución interétnica de los recursos y de las
oportunidades políticas que en las fases de estabilidad en un sistema de estratificación
articulado sobre líneas étnicas o raciales” (Rio Ruíz, 2002: 101). Así debemos entender
los profundos cambios que está experimentando Bolivia, y este mismo planteamiento
nos permite explicar las reacciones xenófobas de aquellos que pretenden reconducir en
su favor la distribución de recursos tales como puestos de trabajo, el derecho a la
utilización de los servicios y prestaciones del Estado… Beverly J. Silver ha señalado
dos proposiciones que, como podremos observar, están presentes en la base de las
reclamaciones de muchos de estos movimientos xenófobos: Una primera sería la
vinculación entre el mantenimiento del nivel de vida de los trabajadores del Primer
Mundo y la competencia con los trabajadores del Tercer Mundo mediante restricciones
a las importaciones y la integración. Y en segundo lugar destacaría la insistencia en
8
límites y fronteras no clasistas como forma de justificar reivindicaciones de una
protección privilegiada en una situación de inseguridad (Silver, 2005:198-199).
Como ejemplo del tipo de reacciones xenófobas que acabamos de explicar, podemos
citar la reciente oleada de huelgas contra el empleo de extranjeros en el Reino Unido. El
origen de estas huelgas son las movilizaciones en la refinería de Lindsey el 26 de enero
de este año a raíz del contrato para la construcción de una planta de desulfurización que
la empresa Total suscribió con el grupo italiano IREM. Los participantes en tales
movilizaciones alegaron que los más de quinientos trabajadores contratados por esta
última firma eran italianos y portugueses venidos expresamente para acometer el
proyecto, y denunciaban por tanto la exclusión de la mano de obra local de las
contrataciones. Como medida de precaución, los responsables de Total recomendaron a
los contratados extranjeros de su planta de Lindsey que permanecieran en sus viviendas,
mientras un millar de trabajadores británicos se manifestaban frente a la sede de la
compañía, reclamando al ejecutivo la protección de sus empleos. A esa consigna
acabaron sumándose otros mil huelguistas en la proveedora de gas Milford Haven, al
oeste de Gales, y centenares de empleados de seis grandes compañías energéticas
escocesas, de una segunda refinería del nordeste de Inglaterra y de una estación eléctrica
galesa. Después de estos incidentes miles de empleados de varias plantas energéticas del
Reino Unido reclamaron el día uno de febrero de este año al Gobierno laborista la
adopción de medidas proteccionistas para detener la proliferación de contratos con
compañías foráneas. El núcleo de la protesta se basó en la promesa de Gordon Brown,
al poco de asumir el cargo de primer ministro (junio 2007), asegurando que velaría por
procurar "empleos británicos a los trabajadores británicos". Ese compromiso era
incumplible ya que el Gobierno británico no puede frenar el libre tránsito de
trabajadores entre los países de la UE, pero el mensaje ultraproteccionista que lo
acompañaba es explotado ahora más que nunca por la ultraderecha del Partido Nacional
Británico (El País, 31 de enero de 2009).
9
Nuevos trabajadores se suman a las huelgas contra el empleo de extranjeros en
Reino Unido
Un huelguista muestra una pancarta a favor del trabajo para los británicos en la refinería
de Lindsey.- AFP - 02-02-2009
2. Identidad sexual o de género; debates y luchas feministas
En este epígrafe pretendemos prestar una especial atención a las estrategias de
construcción del discurso político feminista, poniendo en evidencia como éste es
resultado de debates teóricos muy conscientes de las consecuencias que conlleva para la
fijación de los objetivos del movimiento feminista la defensa de una determinada
postura teórica. Si observamos a través del artículo de Donna Haraway “‘Género’ para
un diccionario marxista: La política sexual de una palabra.”, el modo en que la
distinción entre sexo y género se fue integrando en las primeras formulaciones teóricas
feministas, para luego ser cuestionada desde posturas críticas que tienen en cuenta
factores adicionales en el posicionamiento estructural de la mujer, podremos ver
claramente la incidencia recíproca entre discurso y lucha política.
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La distinción sexo/género suele definir cada uno de estos términos oponiéndolos en
cuanto a sus significados; el sexo aludiría así exclusivamente a una realidad biológica,
serían las diferencias biológicas con las que nacemos. Son diferencias permanentes y
que no elegimos, mientras que el género alude a una realidad cultural mucho más
amplia. No se refiere a las diferencias biológicas que existen entre mujeres y hombres,
sino a las diferencias sociales. Tal distinción apareció muy ligada al paradigma de la
identidad de género, versión funcionalista y esencializante de la frase de Simone de
Beauvoir “una no nace mujer”, el axioma que señala el inicio de la lucha feminista
posterior a la segunda guerra mundial. Se enmarca en un contexto general de
reformulación liberal de la vida y de las ciencias sociales, que conlleva el despojamiento
de las interpretaciones del racismo biológico anterior a la guerra. Lo que aportaba este
paradigma era una postura construccionista respecto al sexo y el género, que legitimaba
el esfuerzo para sacar a las mujeres de la categoría naturaleza y colocarlas en la cultura
como objetos sociales que se autoconstruyen. La distinción derivativa de sexo/género
era pues demasiado valiosa para combatir los determinismos biológicos desplegados
contra las feministas en la lucha política y las críticas feministas no se centraron en un
primer momento en revitalizar las
categorías pasivas de sexo y de naturaleza.
Posteriormente las categorías binarias de sexo y género fueron criticadas por literaturas
liberatorias que denunciaban la dominación de aquellos que habitan categorías
“naturales” o en los límites binarios (mujeres, gente de color, animales…). Se produce
entonces una afirmación de las categorías de naturaleza y cuerpo como sitios de
resistencia contra las dominaciones de la historia. Por otro lado Judith Butler denunció
que el discurso de la identidad genérica se había configurado como intrínseco a las
ficciones de coherencia heterosexual y al racismo feminista (que afirma y se basa en la
relación antagónica entre hombres y mujeres coherentes). Su propuesta era por tanto
“descalificar” las categorías analíticas como naturaleza y sexo, y el concepto del yo
interior coherente como ficción reguladora innecesaria derivada de una idea
produccionista de la identidad genérica como posesión.
Las últimas aportaciones a la teoría crítica feminista señalan ante todo que una
teoría feminista sobre el género adecuada debe ser simultáneamente una teoría de la
diferencia racial en condiciones históricas específicas de producción y reproducción.
Situándonos por ejemplo en el contexto de la reclamación de la mujer a la posesión
sobre sí misma dentro del sistema esclavista estadounidense, vemos que el concepto de
11
propiedad de sí misma para la mujer blanca giraba en torno a la elección definitoria
entre tener hijos o no, mientas que el problema de la madre negra no era únicamente su
posición como sujeto, sino también la de sus hijos, que heredaban su condición de no
humano. La teoría y la práctica política feministas no pueden por tanto basarse en el
antagonismo estructural intercultural entre las categorías coherentes hombre y mujer sin
tener en cuenta como éstas se insertan en contextos en los que la raza, la etnia o la
posición estructural en el sistema productivo condicionan el significado de estas
categorías (Haraway, 1995: 213-251).
Dejando de lado el debate teórico a nivel internacional sobre cómo se construye o
debe construirse la identidad de género, podemos realizar un breve repaso histórico a la
forma en que se han ido articulando en España las reclamaciones feministas, para
observar la relación que guardan con esta identidad en un caso al que podemos
acercarnos desde la proximidad y que por tanto puede servirnos para poner de
manifiesto los patrones que sigue tal relación en un contexto determinado. Elena Casado
Aparicio, partiendo de que las componendas identitarias de las mujeres son productos
contingentes de luchas que pueden historizarse, ha hecho un esfuerzo por delimitar los
diferentes momentos significativos de ese proceso, estableciendo de ese modo una
periodización de las luchas feministas y de la construcción socio–cognitiva de las
identidades de género.
Un primer periodo de esa construcción abarcaría hasta aproximadamente principios
de 1970. Es un momento marcado por la reestructuración de las posiciones y
capacidades sociales de las mujeres, el concepto de Mujer propio del tradicionalismo
empieza a manifestar sus tensiones con las estrategias cotidianas de las mujeres, más
aún con el despegue del desarrollo económico en los años sesenta y con las muestras
diversas de acción colectiva que se suceden desde finales de esa década. En este periodo
la significación tradicional de la identidad femenina está en cuestión en la medida en
que se empieza a desnaturalizar la relación diferencial entre los sexos y a reconstruirse
como distinción jerárquica, como relación de poder.
El segundo período abarca desde los primeros años setenta hasta 1978, en el centro
de este período emerge el hito histórico representado por 1975, fecha en la que
convergen la muerte del dictador, el Año Internacional de la Mujer, las primeras
jornadas “por la liberación de la mujer” celebradas en España, una nueva reforma del
12
Código Civil que supone la eliminación de la licencia marital…El hito de 1975 marca el
tránsito hacia la segunda parte de este período que culmina en 1978 con la aprobación
de la Constitución y de una serie de reformas legales como la despenalización de la
venta, divulgación y propaganda de los métodos anticonceptivos (Ley 45/1978) o la
derogación de los delitos de adulterio y amancebamiento (Ley 22/1978). Es el momento
de eclosión del movimiento feminista, que ahora ya empieza a identificarse bajo esa
etiqueta; se multiplican los grupos, las publicaciones, las jornadas y encuentros…
En el tercer período, entre 1979 y 1983, se fijan las bases para la institucionalización
y encarnación de la Mujer liberada que empieza a ser hegemónica en tanto que
representación alternativa a la Mujer del discurso tradicional de épocas anteriores. Los
hitos que marcan el inicio de este período son la aprobación de la Constitución, las
reformas legales de finales de 1978 y la primera fractura interna en el movimiento
feminista español, síntoma de la diversificación teórica y práctica del movimiento que
ni siquiera la centralidad de las campañas por el divorcio y la despenalización del aborto
ni las alianzas que en torno a ellas se articulan pueden contener. Los hitos que lo cierran
son la creación del Instituto de la Mujer (Ley de 24 de octubre de 1983) –y con ello, el
inicio de contactos institucionales con el movimiento feminista–y la aprobación de la
Ley
de
despenalización
parcial
del
aborto.
Es
un
momento,
pues,
de
institucionalización e incorporación de la resignificación social de las identidades
femeninas, y también de tímida reintroducción de los cuerpos, de lo que se había
englobado dentro de la categoría de naturaleza. El cuerpo había quedado silenciado,
reducido a mero recurso, a superficie por inscribir, siguiendo el discurso
construccionista de la bipolaridad sexo/género que ya hemos explicado anteriormente;
un silenciamiento reforzado por la centralidad en las etapas anteriores de la retórica de
los derechos, cuyo sujeto se presenta como sujeto racional, ciudadano descorporeizado.
Aunque en el caso español el proceso fue un tanto particular en la medida en que la
irrupción en la escena social del feminismo se funde en principio con la reivindicación
de la sexualidad y de la anticoncepción, frenando de este modo la tendencia al
silenciamiento de los cuerpos, marcada como profundamente conservadora.
Paralelamente, en un momento también de crisis económica, se produce una crisis
de la militancia de los años anteriores y de desilusión con la instrumentalización
partidista de las reivindicaciones feministas para la captación de votos, aunque
simultáneamente se estén creando secciones y secretarías específicas en sindicatos y se
13
aprueban la ley de divorcio (Ley 30/1981 de 7 de julio) y la ley sobre filiación, patria
potestad y régimen económico del matrimonio (Ley 11/1981 de 13 de mayo). Además,
empiezan a fraguarse iniciativas culturales (desde Casas de la Mujer a librerías
especializadas) que coinciden con la aparición de los primeros seminarios universitarios
específicos, síntoma del inicio de la estructuración e integración de la temática en las
actividades académicas.
Llegamos
así
al
cuarto
período
(1984-1988),
caracterizado
por
la
institucionalización e incorporación de un modelo de mujer que se implica más
decididamente en las componendas identitarias femeninas. En este periodo los cuerpos
se convierten en lugar de expresión privilegiada del principio de autonomía y libertad;
pero han de enfrentarse a partir de este período a la aparición del SIDA y a los discursos
a él vinculados: la sexualidad de nuevo como fuente de peligro, la estigmatización de
ciertas prácticas y entre ellas de la homosexualidad y el lesbianismo… Mientras tanto,
en el movimiento social se asiste a la emergencia de la diferencia y se buscan nuevos
ámbitos de actuación, nuevos ejes sobre los que rearticular la acción colectiva y las
alianzas. Es éste el momento de consolidación de grupos y plataformas en torno al
lesbianismo y a la resignificación de la sexualidad, y de aparición de grupos del
movimiento feminista conectados a su vez con otros movimientos sociales –movimiento
anti-OTAN,
movimiento
ecologista,
movimiento
estudiantil,
movimientos
juveniles…Un último período, que Elena Casado Aparicio sitúa entre 1989 y 1995 y
cuyos rasgos definitorios se prolongan hasta el día de hoy, está marcado por una
institucionalización que ya no se cuestiona y por la irrupción radical tanto de la
diversidad de las mujeres como de la incorporación de la igualdad formal (Casado
Aparicio, 2002:273-280).
14
Las mujeres salen a la calle para conmemorar su día
EFE - 08-03-2009
3. Acción e
identidad colectivas frente a la globalización de las políticas
neoliberales
Charles Tilly es uno de los autores que han destacado lo que conlleva la
globalización de amenaza a los derechos de los trabajadores, al contribuir a crear un
mundo cada vez más desigual y proletarizado; "Un número cada vez mayor de personas
obtiene su sustento de salarios que reciben por un trabajo realizado para el capital de
otros. La globalización incentiva la proletarización y la creciente desigualdad a escala
mundial, y puede hacer lo mismo dentro de la jurisdicción de Estados nacionales. Si el
trabajo no encuentra los medios para organizarse efectivamente a la misma escala que lo
hace el capital internacional, una conquista de nuestra era -la democratización
incompleta (empero, muchas veces sustancial)- corre el riesgo de verse atropellada por
las nuevas oligarquías del capital" (Tilly, 1995: 22).
También David Harvey ha señalado que cómo resultado de la duplicación del
trabajo asalariado en el mundo en los últimos veinte años las condiciones de explotación
se han recrudecido enormemente. El proletariado mundial es ahora mucho mayor que
15
nunca, debido a la inclusión en el mismo de una parte cada vez más considerable de la
población (especialmente de las mujeres) de zonas como Bangladesh, Corea del Sur,
Taiwán, África, China y la antigua Unión Soviética. Por otra parte cuando Harvey habla
de “democratización geopolítica” (Harvey, 2003: 85), de cómo se ha facilitado que
Estados periféricos “se inserten en el juego competitivo capitalista”, destaca que para
obtener buenos resultados en la competencia planetaria ha sido necesario que éstos
Estados ofrezcan bajos salarios, impongan una fuerte disciplina laboral…Convirtiendo
el control de la fuerza de trabajo en una cuestión ideológica vital (Harvey, 2003: 71-92).
Las estrategias económicas que promueven esta proletarización configuran los
fundamentos de las políticas neoliberales. Un momento esencial para el impulso de
estas políticas fue el estancamiento mundial de ganancias que vino tras el largo periodo
de expansión global posterior a 1945. Como explica David Harvey desde la década de
los setenta se abandonó el oro como base material del valor de las monedas y se impuso
un sistema monetario desmaterializado. Los flujos de capital monetario quedaron
entonces totalmente libres de controles estatales y esta coyuntura se aprovechó para
desencadenar un ataque frontal contra los trabajadores (se uso el capital financiero para
disciplinar al movimiento obrero) (Harvey, 2004: 62-63). Al mismo tiempo se impuso
una mayor flexibilidad en el mercado de trabajo, con crecientes desregulaciones y
alteraciones en los contratos, facilitando la contratación y el despido de trabajadores. En
la década de los 80, la flexibilidad fue asociada, generalmente, a la feminización de la
fuerza de trabajo industrial, tanto en países desarrollados como en desarrollo. En este
sentido son muchos los estudios que han vinculado la expansión del trabajo femenino a
los procesos de globalización, llamando la atención sobre las relaciones entre el modelo
de industrialización orientado al mercado externo, la instalación de empresas
transnacionales y la feminización de la fuerza de trabajo (Rangel de Paiva Abreu, 1995.
4-6).
A finales de la década de los setenta y durante la de los ochenta se acentúo la
conflictividad obrera en el mundo capitalista avanzado, tratando de preservar las
mejoras conseguidas durante la década de los sesenta y a principios de los setenta. Fue
una lucha defensiva que fracasó en gran medida; a la perdida de poder de los
trabajadores y la continua degradación de las condiciones de vida de la clase obrera en
los países capitalistas avanzados se sumó la formación de un proletariado enorme y
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desorganizado en los países “en vías de desarrollo”, que ejerció una importante presión
a la baja sobre los salarios y las condiciones laborales. Por otra parte el endeudamiento
de los Estados impulsó las actividades especulativas en este campo, lo que a su vez hizo
más dependientes a los poderes públicos frente a las influencias financieras (Harvey,
2004: 62-63). Como señala Wallerstein el problema fue que el éxito político de los que
pretendieron e impulsaron estas políticas no se tradujo en un avance económico.
Cuando pareció que volvía a producirse un momento expansivo (alza en los mercados
bursátiles), en verdad éste no se basaba en ganancias de la producción sino en las
manipulaciones especulativas financieras, que producen situaciones de crecimiento
económico frágil y pasajero. Además se acentuó la asimetría en la distribución del
ingreso a escala mundial, es un panorama de debilitamiento de las bases económicas y
empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores que coincide con el que
describe Harvey (Wallerstein, 2008). Así pues estos dos autores (Wallerstein y Harvey)
coinciden en señalar que las debilidades y fallos estructurales sobre los que se mantuvo
la expansión capitalista de la década de los noventa eran tan fuertes que ese desarrollo
no podía sino desembocar en la situación actual de crisis sistémica.
Lo que nos interesa ahora es poner de relieve cuáles son las protestas sociales
que se muestran más conscientes de las causas y el carácter que definen la crisis actual.
Las altas tasas de paro 2 , especialmente entre los jóvenes, han originado protestas en
Letonia, Chile, Grecia, Bulgaria e Islandia, y han contribuido a que se convoquen
huelgas en Reino Unido y Francia. En enero cayó el gobierno de Islandia y el primer
ministro adelantó las elecciones nacionales tras semanas de protestas de los islandeses,
indignados por el aumento del paro y las subidas de precios (El País, 26 de febrero de
2009). Sin embargo ha sido en Grecia donde se han registrado las protestas más
virulentas y las movilizaciones más masivas desde diciembre, en este caso se trata de
una protesta protagonizada por jóvenes que deberían estar próximos a integrarse en el
mercado de trabajo y ven muy limitadas sus posibilidades de conseguirlo, y por los que
lo han hecho en condiciones muy precarias, y se sienten profundamente insatisfechos
por ello. En Europa Central y del Este el peligro de revueltas es potencialmente mayor,
2
Las pérdidas de puestos de trabajo en todo el mundo debidas a la recesión que se inició en
diciembre de 2007 en Estados Unidos podrían alcanzar la cifra de 50 millones a finales de 2009,
según la Organización Internacional del Trabajo, un organismo de Naciones Unidas. La crisis ya
se ha cobrado 3,6 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos (El País, jueves 26 de
febrero de 2009).
17
los Estados siguen luchando por combatir elevados déficits públicos y afrontar la deuda
externa y no hay un gran margen para elevar el gasto o las inversiones y contrarrestar
los efectos de la crisis (El País, 2 de febrero de 2009). La situación es tal que el nuevo
director del servicio secreto nacional de Estados Unidos, Dennis C. Blair, afirmó
recientemente ante el Congreso que la inestabilidad provocada por la crisis económica
mundial se había convertido en el mayor problema de seguridad al que se enfrentaba
Estados Unidos, por encima del terrorismo (El País, 26 de febrero de 2009).
Huelga en Grecia
Miles de griegos salen a las calles para protestar por el manejo de la crisis económica
por parte del Gobierno- AP - 02-04-2009
Vamos por último a referirnos al denominado “movimiento antiglobalización”, que
ha vuelto a aparecer en escena los primeros días de abril de este año para protestar
contra la reunión del G-20 en Londres. La particularidad en el proceso de construcción
identitaria del movimiento global reside en el intento de articular un compromiso y una
identidad comunes - y de ámbito global - a partir de intereses e identidades diversas
18
asociadas a muy diferentes movimientos sociales (sindicalismo, ecologismo, feminismo,
antimilitarismo, tercermundismo,...) y de los diferentes grupos sociales que los
componen (según la clase, el género, la etnia, la edad,...), evitando eliminar o subordinar
las identidades particulares. La configuración de esta frágil identidad colectiva, que
busca ser ante todo plural y global, viene condicionada por la confluencia de
organizaciones dispares (tanto por sus objetivos concretos como por los sujetos e
ideologías que las conforman) en determinadas acciones colectivas, en un contexto
definido por una serie de factores favorables a esa convergencia (tales como el nuevo
impulso a la globalización capitalista, la creación de la OMC, o la expansión de
Internet). En ese contexto y a partir de la convergencia en acciones comunes se generan
redes de coordinación y una memoria colectiva compartida (Bartolomé Martín, 2009:34).
Protestas en Londres contra la cumbre del G20
Miles de manifestantes protestan en la City londinense, la zona de negocios de la capital
británica, contra la cumbre del G20 -AP - 01-04-2009
19
La articulación identitaria de las acciones colectivas
Siguiendo a Rafael Cruz hemos considerado acción colectiva “el proceso por el
cual las personas realizan esfuerzos conjuntos dirigidos a influir en la distribución
existente de poder”. La acción colectiva es una de las posibles iniciativas que pueden
emprender los distintos grupos sociales para responder a los conflictos planteados entre
ellos. El mismo Rafael Cruz señala que el despliegue de la acción colectiva requiere con
cierta regularidad que se produzcan cuatro grandes circunstancias, y ahora intentaremos
ver que papel juega entre ellas la configuración de una identidad común.
1. En primer lugar, la acción colectiva está protagonizada por individuos
que se comunican por medio de redes sociales de carácter formal o informal.
2. En segundo lugar, esta clase de acción necesita que los potenciales
participantes compartan su definición de la situación. Cuanta más variedad de
grupos participen en la acción, más difícil será conseguir la unanimidad en este
punto.
3. En tercer lugar, la acción colectiva precisa de momentos y circunstancias
favorables, denominadas oportunidades (las crisis políticas, la explosión de ciclos de
protesta…).
4. Por último, la acción colectiva se manifiesta a través de una variedad de
formas escogidas por los participantes entre un limitado repertorio que se encuentra
a su disposición. En el ámbito institucional, por ejemplo, los gobiernos o los
partidos
políticos
promueven
movilizaciones
(concentraciones,
mítines,
manifestaciones…) centradas en el número y en el movimiento de sus seguidores
para adquirir y demostrar poder (Cruz, 2001:177).
No es complicado percibir cómo los mecanismos y políticas identitarias particulares
que hemos ido desarrollando hasta el momento contribuyen a que se den estas cuatro
precondiciones. Como ya explicamos al definir el concepto de identidad social, ésta
cumple la función de posicionar al individuo en categorías intragrupales e intergrupales,
de manera que permite que la acción colectiva se produzca a partir de una definición de
la situación que cada sujeto ocupa con respecto a los demás. En cuanto a las redes
sociales y las oportunidades, habría que distinguir en cada caso si la identidad sería un
precedente o una consecuencia de la configuración de las mismas. En aquellos grupos
que se han ido formando históricamente (caso de las identidades nacionales o étnicas),
20
podemos suponer que las redes sociales y la identidad son productos de procesos
históricos que han tenido lugar paralela o simultáneamente. Por otro lado, tenemos el
caso de identidades que sólo recientemente han venido reclamando una mayor presencia
en el ámbito público (feminismo, movimientos antiglobalización…), y en estas
movilizaciones podríamos afirmar que oportunidades e identidad han sido esenciales en
la trayectoria de formación de las redes sociales. Es decir, el feminismo adquiere fuerza
como paradigma teórico y fuerza política tras la segunda guerra mundial, en un contexto
propicio por la incorporación progresiva de la mujer a la esfera pública, que pone en
cuestión su rol tradicional, y a partir de este contexto la nueva identidad de la mujer da
lugar a redes sociales asociativas que impulsan el cuestionamiento de todos los roles
socialmente asumidos para el hombre y la mujer. En cuanto a los movimientos
antiglobalización, es evidente que es la suma de identidades asociadas previamente a
redes sociales diversas que se van interconectando la que produce estas movilizaciones
en un contexto de oportunidades favorables a dicha convergencia de intereses. Por
último, en cuanto a la elección de un repertorio determinado de acción, es un punto que
debemos desarrollar más extensamente para prestar atención a cuáles son los mayores
cambios que están teniendo lugar en las movilizaciones actuales.
Como ha señalado Luís Enrique Otero Carvajal el espacio del conflicto se ha ido
desplazando desde el centro de trabajo a los medios de comunicación y el papel de la
calle se ha transformado radicalmente, de la conquista del espacio público simbolizado
por la ocupación de la calle por las masas se ha pasado a la escaparatización de la
protesta social. La calle se ha convertido en el escenario en el que representar la protesta
para que sea acogida por los mass-media. Esta transformación de la protesta social está
estrechamente vinculada al carácter global de las reivindicaciones, las acciones e
identidades colectivas que hemos ido analizando hasta el momento son un claro
exponente de cómo se articula la lucha en el ámbito de los valores socioculturales, que
recorren todo el espacio de la representación desde la esfera personal a la global
pasando por la estatal; es el caso de las problemáticas sacadas a la luz por el
movimiento feminista, o por el movimiento contra la deriva exclusivamente
economicista y productivista de la globalización, cuyos escenarios rebasan los estrechos
límites de los Estados nación, dado que para provocar transformaciones significativas
deben combinar las dimensiones locales, estatales, regionales y globales de la protesta,
aprovechando las transformaciones socioculturales asociadas al papel dominante de los
21
mass-media (Otero Carvajal, 2003: 348). Pablo Iglesias Turrión ha argumentado a este
respecto que las formas de acción colectiva propias del “repertorio postnacional”
responden a las transformaciones del Capitalismo hacia modalidades productivas
flexibles y a la tendencia decadente del Estado como agencia detentadora de la
soberanía en favor de instituciones de gestión global (Iglesias, 2008).
Una vez que hemos expuesto el contexto al que deben responder las
articulaciones identitarias en las que nos hemos centrado, debemos observar ahora en
que medida esta respuesta está en consonancia con ese contexto. Cómo ya hemos dicho
la identidad social condiciona la forma en que se enfrenta una determinada situación, y
dado que el contexto en el que se configura la misma está marcado por la necesidad de
situar la acción colectiva en la esfera global, debemos ver qué identidades son más
consecuentes con ese contexto. Para ello debemos tener en cuenta que la acción
colectiva en sí misma; la convocatoria y desarrollo de una huelga, o el
desencadenamiento de un movimiento social, en numerosas ocasiones explican más a
los participantes y observadores de los conflictos, de los adversarios y aliados y de la
identidad de los propios protagonistas, que cualquier recurso o herramienta dentro del
marco de las ideas. Acompañando a éstas o en su lugar, las características de la propia
movilización constituyen símbolos preferentes de los conflictos planteados (Cruz,
2001:180).Así por ejemplo en el caso de las huelgas xenófobas del Reino Unido, en la
convocatoria de las mismas se pretendía dejar en claro que la situación a la que se
oponían era resultante de iniciativas desarrolladas tanto en el marco europeo como en el
estatal. Sin embargo se apeló únicamente a la identidad nacional para enfrentar estas
iniciativas, y la acción quedó limitada a la consecución de metas muy específicas a
través del recurso instrumental a esta identidad; una vez se consiguió asegurar unas
cuotas de empleo para trabajadores autóctonos la movilización se fue diluyendo. Algo
similar ocurre con las protestas que denuncian las consecuencias de una crisis originada
en las estructuras económicas y sociales insostenibles que ha ido imponiendo el modelo
neoliberal. Esa denuncia no ha dado lugar todavía a un movimiento social articulado a
nivel global que se corresponda con la gravedad de la situación. El movimiento social
supondría un esfuerzo sostenido de acción colectiva, un despliegue de variadas formas
de acción agrupadas en campañas. Es una articulación de la acción colectiva que, al no
depender necesariamente de la consecución directa e inmediata de las reivindicaciones
planteadas por sus protagonistas, constituye una forma idónea, aunque complicada, de
22
llamar la atención, de obtener poder y negociar (Cruz, 2001:177-178). Rafael Cruz ha
indicado la importancia del discurso político en la organización de los movimientos
sociales, en la medida en qué sirve para construir la identidad colectiva que los soporta.
El discurso político da sentido a los acontecimientos primordiales, organiza la
experiencia y guía la acción, y para ser eficaz y concitar adhesión necesita
ser
congruente con la cultura de aquellos a quienes se dirige. Las argumentaciones
propuestas en el discurso político tienen que conectar con las creencias y formas de
pensar del individuo, con su cultura política. En este sentido es de destacar la aportación
que supone el discurso político integrador del movimiento antiglobalización; al no
subsumir las identidades previas que en él han confluido permite que su mensaje
movilizador sea válido en distintos contextos culturales. Otro ejemplo de adecuación del
discurso político a las necesidades de la movilización lo tenemos en las iniciativas
políticas que en América Latina integran reclamaciones que no tienen porque
corresponderse con el marco tradicional del Estado-nación; así los casos de las últimas
reformas políticas en Bolivia o de los discursos públicos del EZLN.
En todas las luchas identitarias que hemos ido tratando podemos encontrar un
elemento común que Rafael Cruz define como “conflicto simbólico”, que implica una
lucha por definirse y no ser definido “con el fin primordial de posibilitar y dar sentido a
la movilización de los adherentes potenciales” (Cruz, 1997: 32). Este concepto nos
remite al enfrentamiento en torno al “capital simbólico” al que hicimos alusión al inicio
del texto, y ambos se refieren en definitiva al hecho de que la forma más directa con la
que cuentan los individuos para entender lo que sucede a su alrededor es su propia
acción y la de otros, de forma que la acción se configura como vía esencial para activar
y hacer relevantes las ideas, los programas y los discursos políticos. Por ello los
movimientos sociales que pretenden generar y reforzar adhesiones deben tomar en
cuenta el componente revitalizador de la identidad que tienen las acciones colectivas.
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