Niña Blanca, Niña Negra Por Aura Liliana López López1 Hay un sabio dicho entre los adultos que reza “los niños y los borrachos no se callan la verdad”. Pues bien, me he tropezado por estos días con la prueba fehaciente que indica que tal expresión está hoy más que nunca vigente: una niña contando una incómoda verdad. En una de esas tantas conversaciones en las que me gusta indagar por la percepción de realidad de los niños y niñas (solo para reafirmarme en que ellos están más ubicados en el tiempo y el espacio que los adultos) me encontré con la hija de una amiga cercana, Juanita*2 , una niña vivaz de esas que siempre tienen algo que decir y con lo cual sorprender y “entretener” a los adultos; quien apenas me ve llegar me recibe emocionada con una noticia: “hay una niña negra en mi casa”. Tratando de estar a la altura de la afirmación le respondo ¡ah, qué bueno, tienes una nueva amiguita! y muestro interés en su entusiasmo invitándola a continuar con su historia, ansiosa por saber a dónde iba. Lo que sobrevino fue nada más y nada menos que el pasado, presente y futuro de nuestra sociedad, transcrito en el mundo de una niña de 9 años. Juanita continuó diciendo: “Pues que te dijera, no es mi amiga, hay muchas cosas de ella que no me gustan”. Acto seguido se despachó con una lista punto por punto de todas las cosas que no le gustaban de esta “niña negra”, que iban desde su manera de hablar hasta la de comer, para finalmente decir que lo más molesto era que “lloraba por todo”. ¿Cómo así que por todo, dame un ejemplo?, le pregunté. Y me respondió con un dejo de enojo: “Llora todo el tiempo porque no quiere ser negra”. María* llora porque no quiere ser negra. Pero, ¿Quién es María?, me pregunté. De la bolsa de los lugares comunes que visito a diario en este tema, salieron poco a poco todas las razones. María es la hija de Teresa*, a quien sus empleadores llaman “Nannys”. Una mujer negra en sus veintitantos, quien hace más de 6 años dejó sus hijos (María y Juan*) al cuidado de sus abuelos en su natal Corozal, para viajar a la fría Bogotá a cuidar los hijos de otros (Juanita y Pedro*). Luego de años de ausencia forzada, un mal día llaman a Teresa para contarle que su hija ha sido víctima de abuso sexual (me enteré hace unos meses por mi amiga). Teresa viaja inmediatamente, llena de tristeza y de culpa por no haber estado allí. Por haber tenido que escoger entre la supervivencia y el cuidado de sus hijos. Luego de un par de meses decide quedarse al lado de María y Juan permanentemente, tras enfrentar la impotencia de no haber podido denunciar al atacante de María quien es cercano al entorno social de 1 Consultora para el desarrollo local y la creación de políticas públicas con enfoque étnico diferencial. Asesora de Cooperación de la Embajada de Japón. 2 *Nombres cambiados. la niña. Bueno, lo de la denuncia es otra historia (¿o la misma?), cuándo Teresa fue a instaurarla, el “funcionario” le sugirió no hacerlo, puesto que el ICBF podría quitarle la custodia alegando abandono ya que ella había estado ausente por largos periodos de tiempo. Seamos honestos, ¿Teresa; mujer, mujer negra, mujer negra, pobre y madre soltera, contra el Sistema? Nada que hacer; pelea de tigre con burro amarrado. En fin, la realidad le gana al deseo. Teresa se ve sin trabajo, por ende sin dinero y señalada por una sociedad temeraria que la culpa de la desgracia de su hija. Ante esto, se ve obligada a regresar a Bogotá, esta vez con María. Atrás queda Juan, pues en una situación de éstas siempre hay decisiones que tomar y sacrificios que hacer. He ahí la historia de porqué María llora. María llora y llora porque al llegar a Bogotá se ha estrellado de frente con una realidad que no le gusta y que para ella empieza a relacionarse con la marcada diferencia entre la “niña blanca” y la “niña negra”. La brecha sociocultural que separa a Corozal de Bogotá (empezando con que en Corozal la gente sonríe y saluda), se exacerba cuando se le añade la vida de Juanita, para quien Teresa reserva todas las atenciones propias de una madre como parte de su contrato. Entretanto, la pequeña María, extraña entre extraños, asimila la información. Se inicia el proceso de construcción de la negritud identitaria de María, marcado desde ya por la negación del ser negra, por la baja autoestima y por la perpetuación del estereotipo racial. Paralelo a esto, se construye la “blancura social” de Juanita. Se construye su percepción del otro, de sus diferencias, de sus anhelos y de cómo se supone se desarrolla esa relación entre “los otros” y ella. Sí, hay una niña negra en la casa de Juanita. Eso le genera confusión, porque no la hay en su colegio, ni en su barrio, ni en su edificio, ni en el centro comercial, ni en los Bancos, ni en Mac Donalds, donde se supone convergen niños y niñas “como ella”. Es que la invalidación es a tal punto, que Juanita piensa que María se ha “venido a vivir a Colombia”. O sea, 100 % segura que Juanita sabe que Colombia es nuestro país, debo entender que para ella María representa una otredad no solo desconocida sino completamente foránea. María y Juanita, son las dos caras de un escenario desalentador con miras al futuro. Ambas, desde su futuro predecible podrían tristemente ser quienes en representación de nuestra siguiente generación reproduzcan todo aquello que está mal en la estructura del Estado- Nación. El mito de la democracia racial, la subvaloración de la diversidad humana y cultural, la negación soterrada de la discriminación y por supuesto, los factores socio-económicos que perpetúan la desigualdad entre blanco-mestizos y negros. Es obvio que a ninguna de las dos se le puede culpar por pensar lo que piensan y sentir lo que sienten. Arrastramos esta historia de tantos siglos atrás, que borrar de nuestro imaginario de sociedad el signo trágico de anulación de la diferencia racial y lo que ésta implica, no será tarea fácil. El Año Internacional de los Afro descendientes, declarado por la ONU ha entrado con fuerza. Se siente en el ambiente un auge mediático y público, a voces más fuertes, de lo que implica ser negro y descendiente de África en la contemporaneidad y desde la diáspora. No puedo negar que me emociono cuando abro un periódico de circulación nacional y veo hablar de “afro descendientes” y “afrocolombianos” a página entera. Me emociona igualmente leer los debates planteados por reconocidos intelectuales colombianos que se oponen a las acciones afirmativas, cuestionando si se deben o no reconocer derechos diferenciados a aquellos históricamente excluidos hasta del lenguaje. Difiero por supuesto, pero me emociono con el solo hecho que este tema ocupe sus prestigiosas columnas y alienten su discusión seria. Ni que decir de campañas de medios masivos apoyadas por agencias como PNUD y del anuncio de programas de muchos ceros de la Cooperación enteramente dedicados a los grupos étnicos afrocolombianos e indígenas. Por mencionar solo algunos ejemplos. Todo esto está muy bien, porque sin importar que tan acertado o desacertado sea, nos está obligando a pensar, expresar y conceptuar lo que hemos callado por años. Pero, mientras nos ponemos de acuerdo, nos organizamos y damos las grandes peleas que habrá que dar para cambiar un Sistema que parece estar cómodo en su mentira, me pregunto ¿Qué pasará con Juanita y María? ¿Quién les enseñará lo que a grandes niveles se está debatiendo? ¿Quién les contará que ni la blancura de Juanita la hace mejor, ni la negrura de María la hace menos? ¿Quién les enseñará lo que resume la Declaración del Año Internacional? ¿O lo que guarda las memorias de los foros de la cooperación y los encuentros de intelectuales? ¿Quién le dirá a Juanita que María VIVE en Colombia? Me atrevo a decir que nadie. Ni sus madres lo harán, ni sus abuelos, ni sus maestras, ni Discovery Kids, ni Hannah Montana. Me temo lo peor. Me temo a Juanita de grande con su niñera negra vestida de impecable blanco (¿como enfermera?) para que cuide sus retoños. Me temo a María trayendo al mundo los hijos de su exclusión, de su negación de sí misma, de su asimilación que es casi resignación frente a una realidad que para ella podría estar escrita así, sin derecho a cambio ni réplica. Cada una desde su esquina, cumpliendo roles heredados. Me temo que aún no estamos listos para responder con la responsabilidad que nos compete como adultos desde nuestras orillas, a los cuestionamientos existenciales de las ciudadanas en formación… Juanita y María.