INSTITUTO HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA fundado por san Juan Bosco y por santa. María Dominica Mazzarello N. 863 Queridas hermanas, con gozo os entrego el Comentario al Aguinaldo con el que el Rector Mayor nos ha obsequiado presentándolo personalmente en la Casa general el día de fin de año. Con ocasión del 40º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, don Pascual Chávez ha elegido como tema Rejuvenecer el rostro de la Iglesia, que es la Madre de nuestra fe y lo desarrolla con competencia y profundidad, con el amor a la Iglesia que ha caracterizado la vida de don Bosco y constituye una nota distintiva de la Familia salesiana. La Iglesia-misterio, la Iglesia-madre, la Iglesia-familia de los hijos e hijas de Dios, la Iglesiasierva del mundo es eternamente joven porque el Espíritu la anima, la sostiene, la conduce hacia caminos de comunión, de libertad, de futuro para la expansión del Reino de Dios: hacia una siempre mayor autoconciencia de su misterio de cuerpo de Cristo. La Iglesia es joven porque ha nacido del Espíritu y está invadida por El. Pero está constituida por personas humanas que, por su fragilidad, pueden desfigurar su belleza, disminuir el su atractivo, asimilarla a las instituciones sociales. Para que la Iglesia se presente sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada (cf Ef 5,25-27), hay que restituirle la belleza original que es la de Cristo crucificado y resucitado, reconocer sus carismas y ministerios para que la mantengan abierta y acogedora, animada por la pasión por la vida, la justicia, la solidaridad, la paz; una Iglesia donde los jóvenes se sientan en casa, como en familia. La Iglesia está llamada a reflejar el resplandor del rostro de Cristo, luz de las gentes, a responder al proyecto del Padre que ha querido que fuera sacramento de salvación. Creer en la Iglesia es acogerla y amarla como espacio de salvación, compartir su opción de solidaridad con las alegrías y las esperanzas de la humanidad, el compromiso a favor de la persona humana y de sus derechos inalienables. Se identifica por su opción por los pobres, por el mensaje de esperanza que vive y difunde; y por eso mismo no es señora, sino sierva del mundo, en diálogo con él para colaborar en la construcción de la civilización del amor. Todo esto invita a repensar el contenido y el estilo de nuestra misión: Cristo en el centro del anuncio; nuestra vida como testimonio de la nueva humanidad, comprometida en promover la dignidad de cada persona, abierta al respeto de la diversidad, libre de todo compromiso. Una Iglesia martirial, litúrgica, evangelizadora, diaconal es la imagen que se presenta en los Hechos de los Apóstoles. El frescor de la fe de los orígenes se convierte en ánimo para disociarse de la mentalidad común cuando ésta se opone al evangelio de Jesús; implica en algunos casos soportar persecución y martirio, y siempre dar testimonio en lo cotidiano. La acogida de la Palabra, la Eucaristía, el servicio a los pobres se alimentan recíprocamente dando juventud y vitalidad al anuncio explícito del Señor Jesús, creando disponibilidad en el acompañamiento de las personas hasta ver a Cristo formado en ellas. (cf Gal 4,19) y manteniendo la esperanza de los pobres en un futuro mejor. El Rector Mayor nos ayuda pues a profundizar el sensus ecclesiae de don Bosco. Evoca sus tres amores: Jesús, presente principalmente en la Eucaristía, María, su Madre, y el Papa, centro de unidad de la Iglesia. El amor por Cristo es en efecto inseparable del amor por su Iglesia y por María, camino que conduce a Jesús. Un fuerte sentido eclesial caracteriza la espiritualidad juvenil salesiana. Nuestro deber es vivirlo y transmitirlo a los jóvenes. No es fácil. Ellos prefieren a veces la relación exclusiva con Cristo, olvidando que la Iglesia es su cuerpo. ¿Cómo hacer? El Padre de la Familia salesiana da algunas pistas: el testimonio de una comunidad dispuesta a convertirse cada día al evangelio; el compromiso de facilitar a los jóvenes un camino de fe que lleve al encuentro personal con Cristo, a vivir con gozo la pertenencia eclesial. ¿De qué manera, queridas hermanas, alimentamos en las/los jóvenes el sentido de Iglesia, dedicamos tiempo y amor para enriquecer las expresiones de nuestra pertenencia eclesial? La iglesia nos ha dado vida en el Espíritu. Los jóvenes pueden descubrir en ella su vocación, elaborar el proyecto de vida. Ellos no tienen miedo de comprometerse, de entregarse gratuitamente para amar y servir. Descubren la necesidad de una espiritualidad profunda que motive su opción de vida, son sensibles a las grandes necesidades del mundo, que ellos sueñan más hermoso y limpio, más justo y en paz. El comentario, presenta, como conclusión, la historia de los colores del arco iris: se necesitan el uno al otro para resplandecer con su tonalidad específica y hacer más luminoso el conjunto. Así es en la Iglesia. El arco iris es un signo de esperanza en el mañana: los distintos colores pueden vivir en paz y en recíproca comunión. Y si, en algunos momentos, esto resulta difícil, sabemos que en la Iglesia, sacramento de salvación, podemos vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21), como recuerda Juan Pablo II en el mensaje para el Día Mundial de la paz. Confío a María, la madre de Jesús y madre nuestra, los proyectos y sueños para el nuevo año. Sobre todo el crecimiento en el amor a la Iglesia para que con nuestra misión educativa colaboremos al rejuvenecimiento de su rostro. Roma, 1 enero 2005