Cumbre de la prosa modernista española, estas memorias eróticas, las SONATAS, supusieron a comienzos del siglo XX la introducción en España de preocupaciones, temas y formas artísticas que dominaban en Europa. Feo, católico y sentimental, además de carlista y presauntuosamente perverso, el Marqués de Bradomín resume en su personalidad todas las tensiones que en la crisis finisecular se mueven entre el amor y la muerte, la sensualidad y el misticismo, la estética y la vida. Es la historia de un niño, Quico, que va a cumplir cuatro años. A Quico le pasa algo importante, le ha nacido una hermanita, Cris, que lo ha relegado a un segundo plano. Ahora, ya no es el rey de la casa; ahora, es el príncipe destronado. A lo largo de un día, desde que se levanta dando gritos hasta que cae rendido por la noche, asistimos a sus andanzas, vislumbramos sus secretos y conocemos sus angustias. Detrás del niño, tan admirablemente recreado, vemos el mundo familiar, los otros hermanos, el padre y la madre, las criadas, la ciudad, la historia, el mundo. Cuando el libro acaba uno quisiera seguir con Quico y su familia al día siguiente porque, aunque no haya pasado nada extraordinario, todo ha sido fascinante. Como en todo el teatro de Mihura, son los personajes femeninos los que animan y argumentan las dos comedias: la monja Sor María, detective aficionada; Nuria, una chica de "vida alegre"; Doña Pilar, ama de casa atónita y charlatana, o Ninette, prototipo de mujer ideal, libre, alegre y desinhibida. Con Melocotón en Almíbar, parodia de las novelas policíacas, consigue Mihura una comedia de "suspense" pulida y trabajada; Ninette y un señor de Murcia, donde caricaturiza la vida española de la época, en su contraste con la parisina, es "sin duda, una de la mejores comedias de su autor. Y tal vez, desde el punto de vista de la mecánica teatral, la mejor" En la Barcelona de 1979, en vísperas de las elecciones municipales, el detective privado Pepe Carvalho tiene que investigar las causas de un misterioso crimen. Un importante hombre de negocios llamado Stuart Pedrell aparece muerto a navajazos en un barrio extremo de la ciudad cuando desde hacía un año todo el mundo le suponía haciendo un viaje por la polinesia. Carvalho averigua lo que hizo en el curso de este año, empieza a conocer la peculiar personalidad de la víctima -sus aficiones intelectuales y su obsesión por seguir los pasos de Gauguin e irse a los mares del Sur, que en la novela es un insistente símbolo de plenitud vital soñada e irrealizable- y va desenredando un complicado embrollo que tiene como fondo un sentimiento de frustración general. Desde la alta sociedad al inframundo de los suburbios, la novela traza un intenso cuadro de personajes y ambientes que refleja los conflictos personales y colectivos de la España de entonces.