Dios y los cinco reyes de Judá

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Dios y los cinco reyes de Judá
unca fue la intención de Dios poner un rey sobre su pueblo. La petición de un rey por parte de la nación fue un rechazo tajante a la
teocracia: el gobierno directo de Dios sobre ella (1 Samuel 8:6, 7;
12:12). Más de cien años antes de Samuel, el anhelo del pueblo por un
gobernante terrenal supremo ya se había hecho evidente, en el período de los
jueces, cuando le pidieron a Gedeón que gobernara sobre ellos y él rehusó, argumentando que Dios sería su Rey (Jueces 8:22, 23). Ahora bien, al exigir un rey,
queriendo así imitar el sistema de gobierno de las demás naciones, el pueblo
rechazó a Dios mismo como su Rey (1 Samuel 10:19) y, al hacerlo, incurrió en
pecado y cometió un gran error (1 Samuel 12:17, 19).
La palabra hebrea para rey, mélek, era el cargo usualmente hereditario que
designaba a un gobernante masculino de una ciudad, tribu, o nación; también
podía significar «posesor», enfatizando el poderío físico; o «consejero», aquel que
puede orientar en determinado asunto; o «el que decide», enfatizando superioridad intelectual. Haciendo uso —y frecuentemente abuso— de su poder,
los reyes reclutaban y aun arrebataban a los hijos de las familias de sus súbditos
para que les sirvieran como encargados de sus carros militares y de la caballería,
y formaran parte de la servidumbre real cumpliendo con múltiples tareas. Estas
incluían cocinar, limpiar, construir, labrar, cosechar, vigilar, escoltar, transportar,
fabricar armamentos y pertrechos, servir como eunucos, concubinas, o soldados,
y comandar a grupos de otros siervos, entre otras asignaciones. 1
Aunque no se pueden negar las buenas intenciones y las loables acciones de
algunos reyes, era común que el rey se apoderara de los mejores campos, viñedos y olivares de su pueblo para sí mismo o para dárselos a sus ministros; y que
impusiera tributos o demandara impuestos sobre la propiedad, las ventas, las
vendimias y cosechas, no solo para mantener los lujos de la corte sino también
para el enriquecimiento de los funcionarios. Por lo general el rey exigía de sus
N
32  EL DIOS DE JEREMÍAS
súbditos un porcentaje de sus rebaños; les quitaba sus criados y criadas de modo
que trabajaran para él y frecuentemente entraban en alianzas militares sin consultar con su pueblo. 2
Los últimos cinco reyes que gobernaron a Judá antes de su destrucción, con
excepción de Josías, no dieron ninguna señal de arrepentimiento de sus malas
acciones. Sin embargo, una y otra vez, las súplicas del Dios de Jeremías a estos
monarcas y a su pueblo nos revelan su amor y su carácter paciente y misericordioso (Jeremías 21:11, 12).
El reinado de Josías
Josías tenía apenas ocho años cuando comenzó a reinar. Judá era para entonces vasallo 3 de Asiria, el gran Imperio del momento. Sin embargo, Asiria se
debilitaba cada vez más bajo los ataques de un nuevo poder emergente, Babilonia, y varios estados vasallos se veían tentados a sacar ventaja de esa debilidad.
Bajo el consejo de los tutores de su infancia, y más tarde por su propia voluntad,
Josías sabiamente escogió no unirse a la rebelión y seguir siendo vasallo de los
asirios. Un ataque contra ellos hubiera generado graves represalias de parte de
los asirios. Josías concentró su atención en eliminar la idolatría de su reino 4
destruyendo los altares paganos y centralizando en Jerusalén los cultos que requerían el ofrecimiento de sacrificios. Sus esfuerzos se extendieron incluso hasta
el antiguo reino del norte. Quizás intentaba reunir a todo Israel dentro de las
fronteras una vez gobernadas por el rey David. 5
Es posible que Josías, cuando apenas era muy pequeño, no le prestara a los
asuntos religiosos más atención que la mayoría de los niños, diciendo y haciendo lo que se le dijera. Sin embargo, a los dieciséis años de edad, ocho después de haber comenzado a reinar, pasó por una experiencia de conversión que
lo llevó a buscar al Dios de sus antepasados. Y a sus veinte años comenzó a limpiar a Judá de santuarios paganos e imágenes de Asera, esculturas e imágenes
fundidas (2 Crónicas 34:3). 6 Así emprendió un programa de reforma que consistió en dos partes: desterrar la idolatría y comprometerse a obedecer los mandamientos de Dios.
Cuando tenía veintiséis años, Josías inició la limpieza y reconstrucción del
templo bajo la dirección del sumo sacerdote Hilcías. 7 Entonces ocurrió un evento extraordinario: al limpiar los escombros de un sector averiado de la casa de
Dios, Hilcías encontró un antiguo libro de la ley. Se cree que era el libro de Deuteronomio («la segunda ley»). Su lectura, y el propósito de Josías juntamente con
su pueblo de vivir de acuerdo con sus estipulaciones, fueron elementos motivadores durante el resto de su reinado.
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Josías se mantuvo fiel a Dios a pesar de la pésima influencia recibida de la infidelidad y maldad de su padre Amón y de su abuelo Manasés, y caminó más
bien en las huellas de dos de sus ancestros más distantes, los reyes Ezequías y
Uzías. Su fidelidad a Dios y al pueblo de Judá le hicieron merecedor de honor y
alabanzas superados solamente por reyes como Josafat y el mismo David. 8
Joacaz y Joacim
Joacaz, el menor de los cuatro hijos de Josías, ascendió al trono en el año 609
a. C., cuando tenía veintitrés años. Su nombre era Salum, pero tomó el nombre
de Joacaz para reinar. No se nos dan detalles de por qué, siendo el más joven,
llegó a ser el rey aunque, según 2 Reyes 23:30, parece haber sido por aclamación
popular. Puede ser que el pueblo estaba al tanto de la tendencia de su hermano
mayor, Joaquín, a colaborar con los egipcios. Joacaz había reinado por tan solo
tres meses cuando el faraón Necao regresó de sus guerras en la Mesopotamia e
inmediatamente ordenó su deposición y arresto. Necao puso como rey a Eliaquim, hijo de Josías, y le cambió el nombre por el de Joacim. A Joacaz se lo llevó
como prisionero a Egipto, donde murió (versículo 34). 9
Como rey vasallo Joacim sirvió de buena voluntad a los egipcios y, con su
apoyo, cargó a Judá con pesados impuestos. A fin de edificar un lujoso palacio
esclavizó a muchos de sus compatriotas sirviéndose de ellos sin pagarles ningún
salario por su trabajo (Jeremías 22:13) e incurrió en muchos otros males. Siempre
se negó a escucha la voz de Dios (versículo 21).
Jeremías profetizó que, debido a los pecados del rey y del pueblo, los babilonios descenderían sobre Jerusalén y la destruirían. En el año 605 a. C. el profeta
hizo que su secretario, Baruc, escribiera en detalles su acusación contra los pecados de Joacim y los anuncios de las retribuciones de Dios por ellos. Joacim escuchó acerca del rollo escrito y lo confiscó, e hizo que se lo leyeran mientras él
permanecía sentado frente a un brasero. A medida que cada denuncia le era leída, Joacim la cortaba del rollo y la quemaba, repitiendo el proceso hasta que
todo el rollo fue quemado (Jeremías 36). 10 Por los muchos delitos de los que fue
acusado, incluyendo asesinatos, el rey fue confrontado por las firmes denuncias
de Jeremías, quien dijo de él: «Mas tus ojos y tu corazón no son sino para tu avaricia, para derramar sangre inocente y para oprimir y hacer agravio» (22:17). 11
Debido a todas las injusticias mencionadas, la suerte final del rey Joacim fue
deprimente (versículos 18, 19). El Dios de Jeremías es, por contraste, un Dios amante del derecho y la justicia. Así se lo había revelado a Joacim al recordarle las razones por las cuales a su padre Josías le había ido bien (versículo 15). Esas razones
nos muestran que el Dios de Jeremías es un Dios interesado en defender la causa
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34  EL DIOS DE JEREMÍAS
del afligido y del necesitado y está dispuesto a bendecir y prosperar a quienes teniendo el poder en sus manos actúan con equidad y misericordia para con ellos. Y
aún más, Dios declara que actuar de esa manera es conocerlo a él (versículo 16) y
que este es el único conocimiento digno de alguna alabanza (Jeremías 9:23, 24).
Dios libera la vida del pobre de manos de los malignos y por ello es merecedor de nuestros cantos y alabanzas (Jeremías 20:13). Él espera que nosotros,
especialmente los que profesamos su nombre, le imitemos librando al oprimido
de mano del opresor y así evitemos que su ira —la justa reacción de su carácter
ante el pecado y la iniquidad— se encienda como fuego consumidor (21:12). El
Dios de Jeremías, y nuestro, tiene un cuidado especial, muy tierno, por los huérfanos, las viudas y los extranjeros, quienes son generalmente vulnerables y frecuentemente víctimas de explotación y de toda suerte de injusticias. Exhorta a
los hijos de su pueblo a actuar como instrumentos suyos haciendo lo que esté a
su alcance para aliviar a las víctimas de estos males (22:3). Al hacerlo, recibirán
su bendición (22:4). El Dios de Jeremías está atento a sus hijos menesterosos,
ciegos y cojos, y vigila a la mujer que está encinta y a la que da a luz. Los trata
con misericordia y provee para sus necesidades (31:8, 9).
El corto reinado de Joaquín
Tras la muerte de su padre y con apenas dieciocho años, Joaquín ascendió al
trono de Judá 12 en diciembre del 598 a. C. Su corto reinado duró solo tres meses
(2 Reyes 24:8). Cuando llegó al trono había gran turbulencia política en Judá,
especialmente por la rebelión contra Nabucodonosor, rey de Babilonia, a quien
le habían estado pagando tributos por años. El padre de Joaquín había apoyado
el vasallaje de su nación, lo cual había airado a los patriotas que anhelaban la
independencia; por eso se conjetura que pudo haber sido asesinado. Nabucodonosor marchó contra Jerusalén la cual cayó casi inmediatamente. Capturó a
Joaquín y su familia y se los llevó al exilio, poniendo a su tío Sedequías en el
trono como gobernante monigote.
Años después, mientras Joaquín se encontraba en el exilio, Evil-Merodac, hijo
de Nabucodonosor, al convertirse en el rey de Babilonia, le concedió como regalo la libertad y le permitió despojarse de sus vestiduras de exiliado judío; también
le permitió comer en la mesa real y lo trató como invitado de honor. Se afirma
que durante su exilio Joaquín incluso edificó en Babilonia un mausoleo en la
tumba del profeta Ezequiel 13 en honor a su memoria. Después del exilio, fue un
nieto de Joaquín, Zorobabel, el que dirigió la reedificación del templo de Jerusalén. 14
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Final de finales
El último rey de Judá, puesto en el trono por Nabucodonosor, fue el tío y sucesor de Joaquín, Sedequías. Este fue el nuevo nombre que Nabucodonosor le
puso a Matanías (2 Reyes 24:17), como también se le conoce. Cuando los reyes
ascendían al poder a menudo asumían nuevos nombres. Pero cuando un nuevo
nombre les era impuesto por otro rey, se hacía evidente el poder del otro gobernante sobre él. Como último rey en la historia de Judá, Sedequías no aprendió la
lección de lo sucedido a sus predecesores. Tampoco había aprendido de la historia, es decir, de lo ocurrido a sus hermanos del reino del norte, Israel, quienes
habían caído ante los asirios dos siglos antes. Al igual que Israel, Judá se había
entregado a la idolatría y había confiado su futuro al poder de las armas antes
que a Dios. El resultado para Israel había sido desastroso.
Cuando Sedequías ascendió al trono, Judá se encontraba al borde del desastre nacional. La mayoría de la nobleza había sido deportada a Babilonia y ya no
quedaba mucha gente con la sabiduría y experiencia necesarias para ayudarle a
tomar buenas decisiones. Y a aquellos que fueron dejados en Jerusalén, Jeremías
los compara con higos descompuestos, no buenos para comer (Jeremías 24).
Dadas estas circunstancias, Sedequías, en su condición de rey, necesitaba apoyarse en Dios como ninguno de sus antecesores; pero no lo hizo. Aparentemente,
él era visto por judíos y babilonios como un rey provisional hasta que los babilonios consideraran apropiado reinstalar a Joaquín. Pero Jeremías creía que el
exilio de Joaquín era permanente y que nunca volvería a gobernar en Judá. Y así
ocurrió.
Sedequías, quien gobernó por once años, era el rey cuando en el año 587 a.
C. Jerusalén fue sitiada por última vez. Cuando una ciudad amurallada era sitiada, el ejército enemigo se apostaba en las afueras, rodeándola, en espera de
que se le agotaran sus provisiones y sus habitantes se rindieran. Entre tanto, cegaban las fuentes exteriores de agua, cortaban los árboles frutales y talaban todo
otro árbol que les fuera útil para construir pertrechos de combate y edificar terraplenes que les permitieran alcanzar las murallas y acceder a su interior. Todo
esto hicieron los soldados del ejército caldeo hasta que, finalmente, los mismos
habitantes de Jerusalén, bajo el acoso del hambre, abrieron un boquete en la
muralla e intentaron escapar durante la noche. Los soldados salieron pero los
babilonios no solamente los detuvieron sino que también pudieron entrar a la
ciudad.
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36  EL DIOS DE JEREMÍAS
Triste desenlace
El rey Sedequías fue capturado y llevado ante Nabucodonosor quien se encontraba en Ribla, en tierra de Hamat, una ciudad estratégicamente ubicada en
las cercanías de Jerusalén. Allí dictaron sentencia contra él. Mataron a todos los
nobles que quedaban en Judá incluyendo a los hijos de Sedequías, quienes fueron degollados en su presencia y a él le sacaron los ojos, lo ataron con cadenas y
se lo llevaron prisionero a Babilonia (versículos 6, 7). Poco después los babilonios saquearon y destruyeron el templo, se llevaron el resto de la población
que pudiera serles de alguna utilidad, quemaron la ciudad y derribaron los muros de Jerusalén dejándola desolada. Tan solo quedaron escombros, unos cuantos granjeros y algunos ocupantes advenedizos.
Notemos el epílogo bíblico de esta historia. Nos dice el por qué de su triste final: Sedequías «hizo lo que ofende al Señor su Dios. No se humilló ante el profeta
Jeremías, que hablaba en nombre del Señor, y además se reveló contra el rey
Nabucodonosor, a quien había jurado lealtad. Sedequías fue terco y, en su obstinación, no quiso volverse al Señor, Dios de Israel. También los jefes de los sacerdotes y el pueblo aumentaron su maldad, pues siguieron las prácticas detestables
de los países vecinos y contaminaron el templo que el Señor había consagrado
para sí en Jerusalén. Por amor a su pueblo y al lugar donde habita, el Señor, Dios
de sus antepasados, con frecuencia les enviaba advertencias por medio de sus
mensajeros. Pero ellos se burlaban de los mensajeros de Dios, y se mofaban de
sus profetas. Por fin, el Señor desató su ira contra el pueblo, y ya no hubo remedio» (2 Crónicas 36:12-16, NVI).
Vislumbres adicionales del Dios de Jeremías
En el desarrollo de estos eventos podemos captar varias vislumbres del Dios
todopoderoso de Jeremías.
Primera: Dios determina el futuro y no quiere que, en vez de arrepentimos cuando necesitamos hacerlo y poner toda nuestra confianza en él, nos autoengañemos albergando falsas esperanzas. «No os engañéis a vosotros mismos», nos
amonesta, como lo hizo con el pueblo de Judá (ver Jeremías 37:9).
Segunda: En su gran misericordia, el Dios de Jeremías es paciente para con nosotros aun cuando nos descarriamos y no le somos fieles. Nos ruega insistentemente porque no quiere que perezcamos. Sin embargo, si persistimos en
rechazar sus mensajes de amor y desdeñamos a sus mensajeros, no le queda más
remedio que dejamos cosechar las tristes consecuencias de nuestra deswww.escuela-sabatica.com
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obediencia.
Tercera: El Dios de Jeremías es fiel a sus promesas. No faltó a la promesa que
hiciera al rey Sedequías, de que moriría en paz, no a espada, y que sería honrado
después de su muerte (Jeremías 34:4, 5), a pesar de la infidelidad del rey y su
terquedad hacia él hasta el mismo final de su reinado. Tenía razón el apóstol
Pablo al escribir de Dios que «si somos infieles, él permanece fiel, porque no
puede negarse a sí mismo» (2 Timoteo 2:13).
Cuarta: El Dios de Jeremías es el Juez de toda la tierra. Si bien su juicio comienza
con su pueblo (1 Pedro 4:17, 18), se extenderá a todas las naciones porque su
gobierno es universal. Él «es el Juez de todo mortal» (Jeremías 25:15-26, 31).
Es muy interesante notar que Nabucodonosor, un rey pagano, y sus capitanes,
entendieron lo que los últimos reyes de Judá no quisieron entender, que la voluntad de Dios es suprema y se estaba cumpliendo en todos esos acontecimientos desencadenados por la desobediencia de Judá. Notemos: «Tomó, pues,
el capitán de la guardia a Jeremías y le dijo: "Jehová, tu Dios, anunció este mal
contra este lugar; y lo ha traído y hecho Jehová según lo había dicho, porque
pecasteis contra Jehová y no escuchasteis su voz. Por eso os ha venido esto"»
(Jeremías 40:2, 3). El mismo jefe militar de los caldeos reconoció que la victoria
de su imperio, Babilonia, era un acto del Dios de Jeremías.
El amor y la misericordia del Dios de Jeremías son invariables y los manifestó
a su pueblo aun en el cautiverio. En la tierra de Babilonia, a donde fueron deportados, Dios procuró su paz, los animó a edificar casas y habitarlas, a formar hogares y engendrar hijos (Jeremías 29:4-7), y les mostró su buena voluntad de restaurarlos. Les aseguró que «cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os
visitaré y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este
lugar» (versículo 10). Les dice con ternura paternal: «Seré hallado por vosotros» y
los reafirma con la reconfortante seguridad de que «haré volver a vuestros cautivos y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares a donde os arrojé,
dice Jehová. Y os haré volver al lugar de donde os hice llevar» (versículo 14). Ese
Dios no cambia. Es el mismo ayer, hoy, y lo será por los siglos (Hebreos 13: 8).
El remanente
En todas las épocas de la historia del pueblo de Dios él ha tenido un remanente preservado por su providencia. En la Biblia, la palabra «remanente» designa «lo que queda», «el resto» y, por tanto, «lo que aún permanece». En el Antiguo Testamento el concepto de «remanente» era generalmente usado con referencia a israelitas que sobrevivían calamidades tales como la guerra, el hambre,
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38  EL DIOS DE JEREMÍAS
la pestilencia, o la cautividad, y a quienes Dios en su misericordia salvaba para
garantizar la supervivencia de su pueblo escogido (Génesis 45:7; 2 Reyes 19:31).
Aunque debido a sus repetidas apostasías el pueblo de Israel a lo largo de su
historia tuvo que enfrentar situaciones catastróficas que lo pusieron al borde de
la extinción, una y otra vez se hacía cierto el clamor, «de muchos que éramos
hemos quedado unos pocos» (Jeremías 42:2); y esto debido a que, una y otra
vez, Dios se reservaba un remanente.
En representación del remanente que regresó a Jerusalén después del cautiverio babilónico, Esdras como su líder y vocero hizo el siguiente reconocimiento:
«Después de todo lo que nos ha acontecido por causa de nuestras maldades y
de nuestra grave culpa, reconocemos que tú, Dios nuestro, no nos has dado el
castigo que merecemos, sino que nos has dejado un remanente. ¿Cómo es posible que volvamos a quebrantar tus mandamientos contrayendo matrimonio con
las mujeres de estos pueblos que tienen prácticas abominables? ¿Acaso no sería
justo que te enojaras con nosotros y nos destruyeras hasta no dejar remanente ni
que nadie escape? ¡Señor, Dios de Israel, tú eres justo! Tú has permitido que hasta
hoy sobrevivamos como remanente. Culpables como somos, estamos en tu presencia, aunque no lo merecemos» (Esdras 9:13-15, NV1).
Estas sentidas palabras revelan al Dios de Jeremías como un Dios de justicia,
puesto que el mismo pueblo reconoce el cautiverio como una retribución merecida por sus maldades. También revelan que es un Dios de misericordia que, a
pesar de la culpabilidad del pueblo, les había preservado un remanente; y que
Dios es un Dios de gracia, ya que, debido a la desobediencia de los repatriados,
aun ese remanente podría sobrevivir únicamente si mediante el arrepentimiento
se volvían de todo corazón a Aquél a quien habían ofendido.
Así, no solo reclamando los privilegios del pacto eterno sino aceptando de
nuevo sus responsabilidades, podrían establecerse de tal modo que otra vez,
echando raíces abajo y dando frutos arriba, el remanente de Judá pudiera ir
siempre adelante, declarando la gloria de Dios ante las naciones de la tierra (2
Reyes 19:30; Isaías 66:19). Y una vez más se cumplirían las palabras: «Porque de
Jerusalén saldrá un remanente, y del monte Sion sobrevivientes. El celo del Señor
de los ejércitos hará esto» (2 Reyes 19: 31, BA). Después de cada apostasía de la
mayoría, hubo un remanente fiel, heredero exclusivo de las promesas sagradas,
privilegios, y responsabilidades del pacto hecho originalmente con Abraham y
confirmado en el Sinaí. Así, el «remanente» en los tiempos del Antiguo Testamento conformó el pueblo escogido de Dios en generaciones sucesivas. 15
En el Nuevo Testamento (Romanos 9-11), Pablo presenta a la iglesia cristiana
como los herederos de las promesas, privilegios y responsabilidades del pacto
eterno, sucediendo al judaísmo como depositaría del tesoro de la verdad reve-
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3. Dios y los cinco reyes de Judá  39
lada de Dios, como la representación corporativa de su voluntad en la tierra, y
como su instrumento escogido para la proclamación del evangelio en favor de la
salvación de la humanidad. Y aunque en Romanos 9:27 el apóstol se está refiriendo primariamente al Israel literal al usar el término «remanente», una referencia a los judíos de sus días que aceptaban a Cristo como el Mesías, ahora eran los
miembros de la iglesia como cristianos, ya no como judíos, quienes tenían derecho a ese título.
En los días de Jeremías, el remanente representaba la esperanza dada por
Dios a su pueblo por medio de los profetas. Dios les aseguró que su supervivencia como pueblo después del cautiverio babilónico sería un referente histórico aún más estimado que el acontecimiento más significativo en la historia
previa de Israel como pueblo: su éxodo de Egipto. «Por tanto, vienen días, dice
Jehová, en los que no dirán más: "¡Vive Jehová, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto!", sino: "¡Vive Jehová, que hizo subir y trajo la descendencia de la casa de Israel de tierra del norte [Babilonia] y de todas las tierras adonde yo los había echado!". Y habitarán en su tierra» (Jeremías 23:7, 8).
¿Qué aplicación de estos hechos podríamos hacer para nuestros días? Somos
el pueblo remanente de Dios, el remanente escatológico anunciado por las profecías bíblicas, el objeto de la ira del gran dragón apocalíptico. Ante nuestros
ojos se están cumpliendo las palabras: «Entonces el dragón se llenó de ira contra
la mujer, y se fue a hacer la guerra contra el resto [remanente] de la descendencia de ella, contra los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (Apocalipsis 12:17).
En su lucha contra el remanente de Dios de estos últimos días, el dragón no
está solo, tiene como aliados a dos poderes representados por las dos bestias de
Apocalipsis 13, que surgen del mar y de la tierra, respectivamente, y juntos forman una falsificación de la Trinidad. El dragón es la cabeza del trío, tal como el
Padre es cabeza de la Trinidad. Tal como John Paulien nos hace notar: la bestia
que sale del mar es una falsificación de Cristo. Como Cristo es la imagen del Padre, esa primera bestia es una imagen del dragón (compare Apocalipsis 12:3 con
13:1), y así como Jesús, sufre una «muerte» y una «resurrección», y tiene un «ministerio» de tres años y medio. 16
La obra de la segunda bestia, la que surge de la tierra, es una falsificación de
la obra del Espíritu Santo. Habla en nombre de la primera bestia, como el Espíritu Santo en nombre de Cristo; hace descender fuego del cielo, como el Espíritu
Santo en Pentecostés; y da aliento y revive la imagen de la segunda bestia en una
obra similar a la del Santo Espíritu de Dios, la de renovar y revivir para el cumplimiento de una misión. Juntos, estos poderes confunden al mundo falsificando
la verdad de Dios con tal efectividad que «toda la tierra se maravilló en pos de la
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40  EL DIOS DE JEREMÍAS
bestia, y adoraron al dragón que había dado autoridad a la bestia» (Apocalipsis
13:3, 4). 17 El mundo no sabe dónde se encuentra en el cronograma profètico de
Dios, ni mucho menos para dónde va. Pero tú y yo, como miembros del remanente de Dios, lo sabemos. Sabemos lo que nos espera.
Por lo tanto, recordemos, como anotamos arriba, que en la historia bíblica la
única esperanza para el remanente era la que fue dada por medio de los profetas
de Dios, y aprendamos la lección. Hemos sido bendecidos con una comprensión
especial de la Biblia, la palabra profètica más segura (2 Pedro 1:19) y, en el plan
de Dios, con una manifestación especial del don profètico en el ministerio y los
escritos de Elena G. de White a fin de ayudarnos a estar preparados para lo que
nos aguarda en los últimos días. ¿Cómo reaccionaremos ante sus mensajes?
¿Aprenderemos de Israel? Tengamos en cuenta que «todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales» (1 Corintios 10:11).
Referencias
1
New International Version Compact Dictionary of the Bible, «King».
Ibíd.
3 Un reino (o rey) vasallo era uno conquistado o vencido por otro más poderoso que, en consecuencia, le imponía sus políticas de gobierno y, entre otras exigencias, le demandaba el pago
regular de tributos.
4 Richard R. Losch, All the People in the Bible (Grand Rapids, Michigan: Eerdmans, 2008), p.
240.
5 Archaelogical Study Bible (NVI), p. 569.
6 Muchas de ellas consistían en ídolos fálicos de divinidades paganas de la fertilidad (Ibíd.).
7 Losch, p. 240.
8 Ibíd.
9 Ibíd., pp. 189, 190.
10 Ibíd., p. 191.
11 Ibíd.
12 Según 2 Crónicas 36: 9, él tenía ocho años y reinó por tres meses y diez días. Sin embargo, la
mención de sus mujeres en 2 Reyes 24:15 y las referencias a él en registros babilónicos, indican
claramente que él tenía los dieciocho años. Ibíd.
13 Losch, p. 190.
14 Ibíd.
15 Ibíd.
16 Jon Paulien, Las siete claves del Apocalipsis (México DF: GEMA, 2014), pp. 93-95.
17 Ibíd.
2
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