Tesoro tenemos: ¿usarlo o guardarlo? Jeremías 13:1-11, Juan 8:47-59 Por: Rda. Zodet S. Zambrana Pérez Las frases más comunes que escuchamos, hacen referencia a las cosas que nos faltan. Se escucha decir que hay falta de liderato, que hay inseguridad económica, que el dinero no rinde para pagar y comprar todo lo necesario y deseado. Aun quienes tienen mayor cantidad de bienes, alegan que sus ganancias han mermado y que son tiempos difíciles para muchos negocios. Si nos movemos a escuchar las quejas en los núcleos religiosos escucharemos cosas como: decrecimiento de membresía, merma considerable de asistencia y éxodo de la juventud. Pero al referirnos a las dificultades: ¿lo hacemos por humildad o por soberbia? ¿Dónde está la responsabilidad humana en todo esto? ¿Dónde está la raíz de nuestros males? En el Antiguo Testamento el profeta Jeremías recibe de Dios un mensaje para su pueblo, (Jeremías 13:1-11), el cual estaba viviendo desenfrenadamente en busca de novedades y bienestar, porque se había alejado de los preceptos divinos. Cada cual andaba como quería y no buscaba la dirección en la sabia palabra de Dios y sí en dioses ajenos. El Creador muestra su descontento al dar al profeta una ilustración de lo que su pueblo había hecho con sus mandamientos y dirección. La lección enfoca en el deterioro de las cosas que se guardan en lugares inapropiados y pierden su valor y su uso. Me atrevo afirmar que padecemos de una soberbia muy grande, como la del pueblo en tiempos de Jeremías. Esta generación se cree que está llegando al pináculo de lo que puede realizarse y se ve como autosuficiente en todos los sentidos. Se piensa que no debemos dar cuentas a nadie sino a nuestro propio yo, porque se piensa que el ser humano es suficiente para arreglárselas sin necesidad de la intervención divina. Estamos en la era de la libertad de pensamiento y de acción sin restricciones, incluyendo hasta la desobediencia a las leyes, porque son reinterpretadas de forma individual para que se acomoden a la conveniencia propia. Estamos viviendo en una sociedad donde abunda el cinismo, se piensa que el yo está por encima de la norma social, de la ley, de la religión. Pero, ¿qué sucede cuando las cosas no salen como se espera o anhela? Las respuestas no son fáciles, porque es cuando el ser humano se da cuenta de que no tiene todas las respuestas y mejor aún, sabe que hay una herramienta poderosa que es la oración y es entonces cuando busca lo que trasciende, lo que es perdurable, lo que está escrito de Jesús. Mientras todo sale bien de alguna forma no se busca la verdadera respuesta. Por eso abunda la espiritualidad sin compromiso, individual, conveniente, sin esfuerzo, sin cambio. La raíz de los males es la separación del ser humano de su Creador y la desobediencia a las reglas y leyes que Dios ha dado a través de la historia para que nos vaya bien. Hoy no somos diferentes como pueblo, del pueblo a quien habló Jeremías; se anda desenfrenadamente y cada cual por su lado hace lo que quiere o le parece mejor. Nuestros estilos de vida propician las enfermedades, se come como otro placer más, vivimos en continua tensión y no se lee la palabra de Dios, porque no se quiere conocer lo que transformaría nuestra forma de vida. Se sigue la corriente de la economía de consumo y la vida se convierte en una competencia por tener más. El ideal de ser independientes, autónomos, libres, es la excusa para procurar alejarse de todo lo que en este tiempo se relaciona con valores absolutos o rendición de cuentas de lo que somos y poseemos en esta vida. Por eso se da el enterramiento de la conciencia y de la palabra de verdad que Dios nos ha dado, como el cinto que guardó el profeta en el lugar equivocado. En la actualidad no somos diferentes a la sociedad a la que Jesús habló y que registra el evangelio de Juan, porque hay resistencia a creer en los valores que reclaman permanencia y universalidad. En aquellos días la gente se resistía a creer en Jesucristo haciendo uso de la razón para negar lo que sus ojos y oídos vieron y escucharon. Ahora se niega no solo la deidad y el propósito del Mesías salvador sino que toda palabra que signifique rendición, fidelidad, amor incondicional, bien, vida eterna y paz es limitada o reinterpretada para que se acomode a lo que es conveniente en el momento o simplemente se niega por no ser posible. Reflexionemos cuando hay tiempo para encontrar la razón de nuestra existencia y lo que es la verdadera felicidad, no solo en esta vida sino para siempre. No hay forma, no hay atajos para llegar a Dios sino por el camino trazado por nuestro Creador y Redentor. Cristo es palabra, verdad y vida. Solo la aceptación humilde de nuestra pobre condición humana es el requisito para ser vencedores y vencedoras de nuestras vidas insatisfechas. No hay sustitutos para el Dios de nuestra salvación. Renunciemos a nuestros pequeños ídolos y sigamos a Jesucristo por medio de la acción de su palabra. Porque como escribió Ricardo Arjona: Jesús es verbo, no sustantivo.