Unidad 7 • Conducta en presencia de otras personas “El ser causa de que otros ‘queden mal’ y abrumados, el poner a otras personas en situación embarazosa, marca a la persona como corriente y ordinaria, aunque no sea completamente suya. Al sentirse en parte responsable del desconcierto de la víctima, el individuo, a su vez, se desconcierta.” 171 Conducta en presencia de otras personas Usualmente la gente es consciente de la presencia de los demás. La persona depende de las informaciones y de los signos de los demás para conocer la realidad social, y para afirmar su capacidad de hacer frente a la realidad. El autoconcepto, que incluye el sentido de la autoestima y la autoimagen, es usualmente un reflejo de lo que los otros piensan sobre la persona. Las decisiones de entregarse a servicios voluntarios, de hacer generosamente la caridad, de huir de una tempestad o de perderse una película están todas determinadas en un cierto grado, por lo que los otros piensan y dicen. La actitud que tomamos con respecto a una obra está afectada por el hecho de que el teatro está vacío en sus tres cuartas partes. Sólo en un ascensor vacío nos recostaremos en una pared o nos rascaremos una oreja. Aun frente a gente que nos es totalmente extraña, que probablemente no veamos nunca más, tratamos de dar una impresión "correcta". Que la gente presta atención a la demás gente y reacciona a lo que puedan decir o hacer, es hasta tal punto un hecho de la vida diaria que existe el peligro de darlo por confirmado. Vimos en el capítulo 3 que al individuo le interesa lo que los demás puedan pensar o hacer si desafía las presiones sociales ordenadas a la conformidad y a la obediencia. Vimos también en el capítulo 3 que la presencia de otros sujetos puede inhibir el acto de intervenir en una emergencia. Estos efectos estaban basados, en gran medida, en el poder que tiene el grupo de recompensar y sancionar. Este capítulo se ocupa de lo que podrían llamarse situaciones sociales "mínimas", ocasiones menos formales en las que la conducta del individuo es influenciada por la sola presencia de otras personas o por el conocimiento de que otras personas están presentes. Serán dados ejemplos de cómo la presencia de otras personas, aunque sean extraños, afecta el aprendizaje, la realización de una tarea, el despertar de la angustia y la reducción de ésta, el desconcierto, la tolerancia de tensiones y la interpretación de experiencias emocionales. Serán examinados los encuentros interpersonales, y el modo en que son regulados por las dimensiones de la distancia interpersonal y del contacto visual. El capítulo termina con una discusión de cómo la presencia de un gran número de personas, en las muchedumbres y en las colas de espera, afecta la conducta del individuo miembro. En este capítulo se acentúa especialmente la importancia de la presencia de la gente y de su influencia en la conducta de la persona. FACILITACIÓN SOCIAL El problema de la facilitación social es uno de los más viejos de la psicología social. ¿La ejecución de una tarea por parte de un individuo dentro de un grupo, difiere de la ejecución del individuo que trabaja independientemente? La facilitación social se ocupa de los efectos que tiene para el individuo el hecho de trabajar en una tarea en presencia de otros individuos, pero independientemente de ellos, por ejemplo, en una clase o en una fábrica. F. H. Allport (1924) ha sido quizás el primer científico social que se ha preocupado de este problema. Denominó grupo de coacción a un grupo de individuos enfrascados en la misma actividad, y predijo que la presencia de los otros haciendo la misma cosa aumentaría la calidad y el vigor del trabajo de cada individuo. Los resultados de los primeros estudios de Allport (1924) revelaron que la presencia de los otros sujetos parecía tener un efecto energético sobre el individuo, haciéndolo trabajar con más intensidad o con mayor motivación. Dicha presencia parecía también tender a disminuir su exactitud, posiblemente a causa de la distracción. A causa de estos resultados diferentes, concluyó Allport que "las respuestas abiertas tales como escribir, son las que se facilitan con el estímulo de los cotrabajadores. Las respuestas intelectuales o implícitas del pensamiento, más que facilitadas, son dificultadas". (1924, p. 274). La mayoría de las personas ha experimentado, al encontrarse ante la presencia de otras personas, un deseo de trabajar y competir más fuertemente, de producir más y demostrar sus talentos. Por otra parte, estas mismas personas a menudo sufren de una falta de concentración y experimentan una baja en su productividad en presencia de otras personas. Allport no pudo encontrar una explicación satisfactoria de esta contradicción aparente y el problema de la facilitacióndificultación social fue abandonado durante muchos años. Recientemente Zajonc (1966) reconsideró estas pruebas conflictivas a propósito de la facilitación social y ha sugerido una solución ingeniosa al problema. Postula Zajonc que la presencia de otros individuos, tanto en la situación en la que actúan juntos como frente a una auditorio, dificulta el aprendizaje de nuevas respuestas, pero facilita la ejecución de las respuestas previamente aprendidas. Zajonc ha reunido una impresionante cantidad de pruebas a favor de su hipótesis. Estas pruebas, algunas de ellas accidentales, han sido obtenidas en grupos de coacción de hormigas fabricando sus nidos, de cucarachas, peces y cotorras en experiencias de laberinto, de verderones, ratas blancas, de estudiantes de preparatoria, de graduados, de estudiantes de medicina y de soldados. Zajonc sostiene que la presencia de otros individuos tiene propiedades estimulantes, es decir, las demás personas motivan o estimulan al individuo. Un principio básico de psicología general es que la motivación aumenta la probabilidad de ocurrencia de las respuestas dominantes del repertorio conductual del individuo. Según esto, la activación de la motivación energética derivada de la presencia de otras personas aumentará la tendencia del individuo a actualizar la respuesta más probable. Durante el aprendizaje de una tarea compleja la respuesta más probable es de ordinario incorrecta; la sola presencia de otras personas en ese momento interfiere con el aprendizaje y generalmente conduce a que una respuesta incorrecta siga siendo la respuesta dominante. Pero una vez que el individuo ha aprendido la solución de una tarea, la respuesta dominante es, por supuesto, una respuesta correcta; por lo tanto, en condiciones de ejecución la presencia de los demás tiene un carácter de facilitación. Zajonc concluye con algunos consejos prácticos y medio en broma: "Estos resultados nos llevarían a desaconsejar el estudio en grupos y otras ayudas conjuntas en el aprendizaje, mientras que nos llevarían a aconsejar simultáneamente que se presenten los exámenes en grandes grupos y de preferencia ante auditorios considerables. Este último consejo es oportuno si el estudiante aprendió bien la materia. De otra manera, un auditorio presenciando el examen tendría efectos desastrosos (Zajonc, 1966, p. 27). La variable angustia de audiencia ("miedo escénico") es una razón por la que el "consejo" de Zajonc acerca de los efectos de facilitación de los auditorios numerosos sobre la ejecución de una tarea debe ser investigado. Aun el solo pensamiento de tener que hacer algo frente a un auditorio numeroso es suficiente para "poner los pelos de punta" a algunas personas. ANGUSTIA ANTE UN AUDITORIO La facilitación social parece ser el tipo más simple de efecto social derivado de la simple presencia de otros individuos. La presencia silenciosa y pasiva de un auditorio puede influenciar mucho la conducta, dificultando el aprendizaje pero facilitando la ejecución de la tarea aprendida. Un concurso de espectadores o de oyentes tiene otros efectos importantes sobre la conducta social, efectos que aparecen con la mayor claridad en los casos de presentarse en funciones de teatro-formales o en las situaciones de hablar en público. Algunas veces la reacción al público (o auditorio) toma la forma de un llamar la atención y de exhibicionismo; más a menudo la reacción es de "angustia ante el auditorio" y de autoconciencia. El auditorio funciona como una fuente de evaluación y de refuerzo o como castigo potencial de la conducta de un individuo. En función de la historia personal de refuerzos sociales en situaciones de auditorio (los discursos anteriores del individuo fueron bien o mal recibidos), la presencia del público puede adquirir, en general, propiedades positivas o negativas. Esto ayuda a explicar por qué ciertas personas que confían en una recepción favorable buscan los auditorios y son excitados por ellos. Otras personas, que han tenido experiencias menos favorables, sienten angustia en presencia de un auditorio y tratan de evitarlo o de salir de tales situaciones con el fin de reducir la angustia. Paivio (1965) ha estudiado este problema muy profundamente y ha resumido algunos de los resultados obtenidos en el estudio de la angustia de audiencia. "El miedo escénico", o tensión emocional, se observa, la mayoría de las veces, frente a auditorios numerosos, especialmente después de una estimación negativa de la parte y un abucheo de éstos. El hecho de que las reacciones de un auditorio de la vida real pueden tener consecuencias negativas, tanto en el aprendizaje como en la ejecución, es algo que va en contra del postulado de Zajonc sobre la presencia de otros individuos. Las reacciones del auditorio pueden tener efectos negativos en la ejecución, puesto que producen distracción y angustia, y tanto la una como la otra pueden interferir con la ejecución de la tarea. La excesiva proximidad física y un contacto visual excesivo pueden también tener efectos negativos. Argyle (1967) ha reportado una experiencia en la que se pedía a estudiantes norteamericanos que diesen una charla a un auditorio compuesto de veinticinco personas. Cuanto más cerca del auditorio se situaban los sujetos, más desagradables sensación tenían y cometían mayor número de errores. Los oradores se sintieron más a gusto y cometieron menos errores, cuando tuvieron puestos anteojos oscuros o hablaron desde un lugar que estaba detrás de los oyentes. Quizá la eliminación del contacto visual, gracias a los anteojos y la posición alejada del orador funcionaron para reducir su percepción de que el público estaba aburrido, inconforme o dormido. No obstante, la retroalimentación insuficiente por parte del auditorio puede resultar tan negativa como la excesiva. El orador necesita cierta información o retroalimentación sobre las expectaciones del auditorio y reacciones que le ayudan a decidir lo que dirá a continuación. Si falta esta información, manifiesta una tendencia a la duda y a la inhibición. Una experiencia de Wapner y Alper (1952) prueba que la falta de contacto visual puede ser negativa en las situaciones sociales; cuando se pedía a estudiantes que "actuaran" ante espectadores a los que no podían ver, titubeaban más que al estar en la escena frente al público. DESCONCIERTO Y AUTOESTIMA Piense un momento en la cosa más desconcertante que pudiera ocurrirle a usted. ¿Sería el hacer frente a un auditorio con un discurso preparado y darse cuenta de que las palabras no vienen a su mente? ¿Sería el derramar su plato de sopa en el vestido de la anfitriona en un banquete de etiqueta? Quizá sea estar leyendo en clase un trabajo y descubrir que olvidó usted cerrar la bragueta de su pantalón. En cada una de estas tres situaciones la persona siente desconcierto, un estado incómodo de autoconciencia, por haber actuado de un modo que parece ser loco ó impropio. Tres elementos contribuyen usualmente en la producción de un estado de desconcierto: a) la presencia de otra u otras personas; b) una situación en la que el individuo teme que se le esté prestando una atención negativa; c) el resultado de acciones inapropiadas que lo califican corno ordinario, inferior, deficiente o de bajo status en urbanidad y en buenas maneras. La naturaleza y el tamaño del auditorio son importantes, tanto para la exageración como para la reducción del desconcierto. Se trate de un discurso que se olvida, de un plato de sopa que se derrama o de una bragueta que no se cerró, el desconcierto es particularmente atormentador si un auditorio numeroso está presente, en especial si el auditorio es de status superior, compuesto de gente cuya alta consideración tiene mucho valor para el desafortunado trasgresor. De ordinario, el desconcierto no es tan grande en presencia de amigos como en presencia de extraños, porque la persona sabe que los amigos son suficientemente caritativos para perdonar el faux pas, considerándolo como una aberración temporal no-característica del individuo, salvando con ello algo de su reputación. Por otra parte, el individuo tiene miedo de que las personas relativamente extrañas hagan generalizaciones a partir de esa pieza de convicción y lo juzguen totalmente rústico e incompetente. En otras ocasiones, cuando el error social es suficientemente serio como para acabar con toda la reputación del individuo, por ejemplo si se le sorprende robándose la platería del hotel en que está, el sentimiento de vergüenza y desconcierto no será mayor por encontrarse delante de extraños; sería el mismo aunque se encontrase en presencia de amigos. Algunas veces, la presencia de otras personas puede realmente ayudar a evitar o a disipar el desconcierto. Esto ocurre cuando la incompetencia o conducta inapropiada de la persona amenazan con convertirlo en el centro de atención. Un huésped tranquilo y con tacto puede ayudar a la persona a salvar la situación tratando el acto desviado como si hubiese sido realizado intencionalmente, como broma, comportándose como si nunca hubiese ocurrido o dirigiendo la atención de la asamblea hacía alguna cosa sin importancia. Por esta razón, la presencia de una tercera persona en ciertas situaciones (por ejemplo, en el primer encuentro accidental de una pareja recién divorciada) puede ayudar a reducir los sentimientos de desconcierto provocados por lo embarazoso de la situación. El desconcierto es recíproco, o se alimenta a sí mismo, en las situaciones en las que el individuo, desconcierta a otra persona, como por ejemplo cuando un hombre entra en el baño en casa ajena y descubre que está ocupado por una mujer. El ser causa de que otros “queden mal” y abrumados, el poner a otras personas en situación embarazosa, marca a la persona como corriente y ordinaria, aunque no sea completamente culpa suya. Al sentirse en parte responsable del desconcierto de la víctima, el individuo, a su vez, se desconcierta. También ocurre el desconcierto recíproco cuando la persona se identifica con las molestias de la víctima, como al mirar la ejecución de un artista de tercer orden (y que sabe que loes). La naturaleza contagiosa del desconcierto se observa particularmente bien en las asambleas en las que un invitado hace un disparate. Los otros invitados, conscientes de que su presencia catalizó e intensificó el desconcierto, se desconciertan a su vez, echan a perder el ambiente de la reunión y con ello aumentan la turbación de la persona (cfr. Goffman, 1956). Lo mismo pasa, por supuesto, durante un discurso pronunciado por un orador tosco y consciente de ello. En esta situación, el desconcierto compartido se debe parcialmente a la devaluación de la ocasión a causa de la pobre ejecución del orador. PREOCUPACIÓN POR SU REPUTACIÓN SOCIAL ¿Qué pensarán los demás?, es una pregunta que motiva una gran cantidad de conductas. Lo que los vecinos puedan pensar limita el ruido en las riñas domésticas, reduce la duración de las fiestas y determina el estado del jardín delantero de la casa. La presencia real o implícita de los demás lleva a la persona a comportarse de un modo calculado para preservar su reputación. La presencia de otras personas, aunque sean sólo extraños, puede ayudar al individuo a hacer frente y a soportar el dolor y las tensiones. Un grupo de psicólogos al servicio de las fuerzas armadas norteamericanas (Seidman, Bensen, Miller y Meeland, 1957) estudiaron la capacidad de los individuos para soportar shocks eléctricos a) solos, y b) en presencia de otro sujeto al que también se administra un shock (impacto eléctrico). Los sujetos, 133 conscriptos que ya habían terminado los ejercicios básicos del servicio militar, recibieron el shock en ambas condiciones y su capacidad de tolerancia fue medida. En la primera condición, sólo el experimentador estaba presente. En la segunda condición, otro sujeto era introducido en el laboratorio y ostensiblemente colocado en el circuito del shock. Se decía a los conscriptos que "sus compañeros recibirían simultáneamente un shock de idéntica intensidad", aunque realmente el compañero no recibía shock alguno. Tanto en la primera como en la segunda condición el sujeto se administraba a sí mismo el shock por medio de una manecilla calibrada, aumentando la intensidad hasta el máximo que pudiese soportar. La intensidad máxima tolerada por los soldados en la situación social fue mayor, que la tolerada en la situación de aislamiento. Los autores concluyeron que la percepción de la tensión por parte de la comunidad contribuye mucho a la tolerancia de la misma. Para un soldado que acaba de terminar los ejercicios básicos del servicio militar es, probablemente, importante el aparecer ante sus camaradas como valiente. La bravura y el estoicismo frente al peligro o al sufrimiento son rasgos socialmente deseables y el individuo trata de aparecer más valiente cuando otros están viéndolo que cuando está solo, especialmente entre los soldados a quienes se ejercita para considerar esto como un valor importante. Pero, independientemente de los valores implicados, el ver a otros individuos en la situación de tensión facilita al individuo el tolerar su propia tensión. ALGUNAS CAUSAS DE AFILIACIÓN La presencia de otros individuos, ayuda a la persona a tolerar la tensión y a soportar su angustia. ¿Cuál es la razón de que una persona quiera estar con otras personas cuando siente angustia? Schachter (1959), al estudiar este problema, no estaba interesado en la conducta de afiliación en general, puesto que es obvio que la gente necesita la compañía de los demás por una multitud de razones sociales y no sociales (véase el capítulo 2), sino que se interesó en el problema del porqué las tendencias de afiliación se hacen más fuertes cuando la persona se encuentra en estado de angustia. Para hacerse una idea del clima de la investigación de Schachter, imagínese usted participando como sujeto en una de sus experiencias. Al llegar al laboratorio, se encuentra con el experimentador, quien se presenta a sí mismo como el "Dr. Gregor Zilstein". Es un hombre de mirada seria, porta impertinentes, está vestido con su bata blanca de laboratorio y de su bolsillo pende un estetoscopio. "Zilstein" señala hacia una formidable batería de aparatos de apariencia eléctrica. Explica que la experiencia se lleva a cabo para investigar los efectos del shock eléctrico y que usted recibirá una serie de shocks intensos después de lo cual se tomarán un cierto número de medidas fisiológicas. Se le anuncia que hay un lapso de diez minutos antes de comenzar la experiencia, tiempo necesario para poner en marcha el equipo del laboratorio. Se le pregunta a usted si prefiere pasar esos diez minutos solo o en compañía de otras personas. ¿Qué escogería usted? En la experiencia de Schachter, un 63 por ciento de los sujetos enfrentados a esta situación de mucha tensión prefirieron esperar en compañía de otras personas, el 9 por ciento prefirieron esperar solos y el 23 por ciento no prefirieron ninguna de las dos modalidades de espera. Podría elaborarse la hipótesis de que el sujeto estaría menos inclinado de afiliarse si creyese que los otros estarán presentes sólo para divertirse viendo o para inspeccionar el aparato. Por supuesto, en la experiencia de Schachter todos esperan su turno para pasar por la desagradable experiencia. No obstante, no hay duda de que la motivación proafiliativa que se desarrolla mientras se espera la ocurrencia de algo desagradable, sea influenciada por el conocimiento de que los otros se enfrentan a una situación similar. Schachter (1959) resume: "la miseria no quiere cualquier tipo de compañía, sólo quiere compañía miserable" (p. 24), probablemente porque la compañía no miserable puede ridiculizar o despreciar a la persona llena de miedo. Pero el rompecabezas básico -persiste. ¿Por qué desea la gente estar con otras personas que van a enfrentarse al mismo destino? Schachter sugiere dos razones: la necesidad de reducir la angustia y la necesidad de autoevaluación, La necesidad de reducir la angustia puede encontrar satisfacción en la presencia de otros. Del hecho de estar con los demás, la persona obtiene informaciones que pueden proporcionarle consuelo y protección; la persona puede examinar con los otros si piensan que los shocks van a ocurrir realmente y puede discutir con ellos las maneras de evitarlo, de sobreponerse a "Zilstein", etc. La necesidad de autoevaluación motiva también a la persona a asociarse con los otros. Esto sucede porque sólo comparándose con los otros que van a atravesar la misma situación, puede el individuo evaluar sus propias reacciones y determinar en qué medida su angustia es apropiada, es decir, puede el individuo ver si los otros sujetos están calmados o angustiados. Observando las reacciones de los otros, el individuo puede saber si su miedo es apropiado o inapropiado. La necesidad de autoevaluación (que funciona para reducir las dudas de la persona acerca de sus reacciones) puede funcionar también para reducir la angustia, especialmente cuando el individuo se da cuenta de que ninguna otra persona parece estar trastornada, lo cual lo tranquiliza. Pero las dos bases de la afiliación son psicológicamente separables. La explicación por reducción de la angustia requiere que el individuo sea capaz de hablar abiertamente con los demás; de otro modo no puede obtener la información tranquilizante. Por otra parte, la explicación por autoevaluación no depende de la comunicación verbal entre el individuo y las otras personas: la simple observación de las reacciones de los otros es suficiente para hacer una comparación. El problema de saber cuál de estas dos explicaciones es la correcta ha provocado muchas reflexiones acerca de la relación existente entre angustia y afiliación. Ambas bases se muestran muy poderosas y es difícil obtener conclusiones precisas de la comparación de una y otra explicación. Necesidad de reducir la angustia Algunas "pruebas" en favor del componente de reaseguramiento de la conducta de afiliación se derivan de un modo indirecto. Gerard y Rabbie (1961) informaron a sus sujetos acerca de la intensidad de sus reacciones y de las reacciones de los otros sujetos al shock esperado. ¿La posibilidad que tenían ahora de evaluar su reacción con respecto a la de los otros les proporcionaría satisfacción de tal modo que no necesitasen afiliarse? Los experimentadores encontraron que aunque los individuos tengan información acerca de las reacciones de los demás ante el shock, siguen queriendo pasar el tiempo de espera junto a los otros. Por lo tanto, parece que en la conducta de afiliación hay algo más que la autoevaluación, probablemente reducción de angustia. Es razonable esperar que la necesidad de reducción de la angustia sea más importante en los sujetos más angustiados, y que, si la necesidad de reducir la angustia es una base poderosa de afiliación, las tendencias hacia la afiliación sean más fuertes en estos sujetes. Las pruebas experimentales apoyan esta hipótesis. Schachter (1959) encontró que los sujetos muy atemorizados muestran una preferencia más marcada a esperar junto con otros individuos que se encuentran ante el mismo problema y prefieren pasar el tiempo de espera con una persona más calmada o al menos con alguien que sea sólo moderadamente sensible. Esto apoya la hipótesis de que el individuo necesita que los otros lo reaseguren. Una prueba más fuerte reposa en el hecho que el miedo en realidad disminuye cuando el individuo espera con otros. Wrightsman (1960) llevó a cabo una experiencia con sujetos que esperaban que se les administrasen inyecciones muy dolorosas que serían seguidas de efectos desagradables. Después de determinar su nivel de inquietud, se permitió a los sujetos esperar durante cinco minutos junto a otros tres. La experiencia concluyó con una segunda determinación de la angustia de los sujetos. Los resultados mostraron que la afiliación produce una reducción general en la autoclasificación del miedo de los sujetos. Necesidad de autoevaluación Aunque algunas de ellas son indirectas, también hay pruebas que apoyan la necesidad de autoevaluación. Aun en situaciones en las que no es posible reducir la angustia en un grado considerable, los individuos buscan la compañía de los demás. Schachter (1959) permitió a los sujetos esperar su turno para el shock junto con otros que esperaban también en la misma habitación, pero prohibiéndoles hablar unos con otros (de modo que, se supuso, la angustia no pudiese ser reducida). Aun bajo estas condiciones, en las que se supone que sólo podía satisfacerse la necesidad de autoevaluación, se manifestó una preferencia marcada a esperar junto con otros sujetos. Una prueba más adecuada de la importancia de la necesidad de autoevaluación es el hecho de que los sujetos usualmente prefieren unirse a otros que estén en las mismas condiciones emocionales; por supuesto; los sujetos extremadamente aterrorizados son una excepción a esta regla. Zimbardo y Formica (1963) encontraron que los sujetos que tienen miedo prefieren unirse a otros en condición emocional similar, probablemente porque tales individuos constituyen puntos de referencia más apropiados para la comparación de las reacciones de angustia del individuo; es decir, que al afiliarse a otros individuos en similar estado de emoción el sujeto podrá aprender la respuesta apropiada a la situación. Aunque no hay pruebas científicas que comparen directamente la fuerza de estas dos bases, parece plausible que la necesidad de reducir la angustia, sea la fuente más poderosa de la necesidad de afiliación. Es difícil creer que los sujetos que van a recibir un shock tengan mucha necesidad de información sobre el modo como los otros reaccionan y en consecuencia los busquen para establecer en qué medida su nivel propio de angustia es o no apropiado. En fin de cuentas, la respuesta emocional de miedo no es nueva y la amenaza del shock no es una amenaza ambigua. Puede comprenderse que en una situación totalmente ambigua, en la que la persona sienta que pueda dar una respuesta inapropiada y caer por ello en ridículo, busque a los otros para comprobar si su respuesta es adecuada. Pero el individuo no se expone a perder mucho en el proceso de comparación social si su nivel de angustia ante la amenaza de un shock eléctrico es inadecuadamente alta o baja. Haga lo que haga no es probable que se le considere ni inmaduro y débil, ni endurecido y sin emoción. Los trabajos recientes a propósito de este problema sugieren que otras motivaciones pueden entrar en línea de cuenta. Es posible que la persona prefiera a otras personas emocionalmente similares, no para propósitos de comparación, sino porque puedan tener personalidades parecidas a la suya. En consecuencia, el individuo puede estimar que una persona similar a él presenta atractivos para pasar el tiempo, mientras espera que algo suceda en el laboratorio. Miller y Zimbardo (1966) descubrieron que los sujetos que optaron por esperar acompañados una situación atemorizante, prefieren decididamente la compañía de individuos básicamente similares en personalidad (aunque diferentes en lo que respecta al estado emotivo), que de personas que participan de un estado emotivo similar, pero que tienen diferente personalidad. La tendencia a unirse a otros, mientras se espera que comience la experiencia, pudiera también basarse en un miedo de ser personalmente considerado como antisocial por los demás. El individuo puede tener miedo de que se le califique como "solitario" por los otros sujetos o aun por el experimentador; puede haber sentido que revelarse como un "solitario" es algo que no debe hacerse en una experiencia de psicología social. Desconcierto y pérdida de status Se encuentra a menudo que bajo la amenaza de una tensión algunas personas prefieren estar solas, aisladas y no quieren afiliarse. Un nueve por ciento de los sujetos, en las condiciones de gran ansiedad de la experiencia de Schachter, prefirieron esperar solos, y en la experiencia de Gerard y Rabbie (1961) los sujetos más emocionados prefirieron esperar solos y mostraron interés en una demostración pública de emociones. Si el individuo prevé que sus reacciones emotivas van a desconcertarlo, y que otros van a ridiculizar su miedo irracional, su deseo de autoevaluación puede ser ahogado por su necesidad de "salvar las apariencias" y esconderá su angustia en el aislamiento. De modo similar, los sujetos muy ansiosos y que están luchando para controlar sus emociones pueden temer que la presencia de otros sujetos también angustiados no alivie sus temores, sino que, al contrario, les recuerde constantemente la penosa experiencia por la que han de pasar. Orden de nacimiento Analizando más sus resultados, Schachter encontró que la relación entre angustia y tendencias afiliativas se da principalmente en sujetos primogénitos e hijos únicos. Los sujetos no primogénitos no mostraron tal tendencia afiliativa, fuerte, al ponérseles en situación de tensión. Schachter trató de explicar este efecto del orden de los nacimientos en términos de ejercicio de dependencia. Las madres dan más soporte afectivo, probablemente a su primer hijo que a los restantes y se esfuerzan, quizá más en disipar las angustias del primogénito que en disipar las de los demás hijos. Puesto que aprendió que la presencia de otras personas (específicamente la madre) disipa la angustia, los hijos primogénitos desarrollan una dependencia en general en lo que respecta a la reafirmación y al alivio cuando se encuentran angustiados. Schachter reunió a partir de estudios sobre alcoholismo, psicoterapia y eficiencia en el combate de pilotos de guerra, una serie de pruebas para afianzar su hipótesis, según la cual las experiencias de la primera infancia relativas a una dependencia determinan una conducta adulta afiliativa. Los primogénitos están más dispuestos a buscar ayuda psicoterapéutica y a continuar la terapia que los no-primogénitos, quienes prefieren resolver por sí solos sus problemas. Pocos pilotos de guerra primogénitos llegaron a ser ases (con cinco o más aviones enemigos destruidos) durante la guerra de Corea, quizá a causa de su mayor angustia. Pero los no primogénitos están desproporcionadamente superrepresentados entre los alcohólicos, posiblemente porque el acto solitario del alcohólico permite a la persona tomar en sus manos sus dificultades en la soledad, e independientemente de ayudas sociales, como la psicoterapia. Otros autores han reinterpretado los efectos del orden de nacimiento, puestos en evidencia por Schachter, en términos de autoestima en vez de dependencia. Zimbardo y Formica (1963) encontraron que el primogénito tiene una menor autoestima que el no-primogénito, pero, como lo señalan Walter y Parke (1964) –autores que prefieren la hipótesis de la dependencia- los hábitos muy fuertemente establecidos de dependencia con respecto a los demás conducen al desarrollo de una baja autoestima. Esto puede ser porque el primogénito tiene que identificarse más directamente con adultos poderosos y capaces que con sus hermanos y en consecuencia desarrolla un menor sentido de autoestima. ¿Qué relación tienen estas pruebas acerca de las tendencias afiliativas más fuertes de los primogénitos con el problema de la importancia relativa de la comparación social y la reafirmación social? Se podría argumentar que el primogénito, a causa de la falta de un grupo de hermanos que, desde el punto de vista de la evaluación, lo enseñasen sobre sí mismo, tiene más necesidad de autoevaluación que los no-primogénitos. Por otra parte, se ha encontrado que los primogénitos experimentan una reducción de angustia mucho mayor que los noprimogénitos cuando esperan juntos como sujetos (Wrightsman, 1960). Este hallazgo apoya la explicación por reafirmación. Es manifiesto que tanto la comparación social como la reafirmación social son fuentes importantes de conducta de afiliación. La hipótesis afiliación-angustia ha sido sometida a examen experimental, principalmente en condiciones que implican la anticipación de un dolor físico proveniente de un shock eléctrico o de inyecciones. El miedo que estas situaciones despiertan es legítimo y, salvo que sus reacciones sean extremas, el grupo está dispuesto a aceptar a la persona y sus reacciones. Pero hay otras fuentes de angustia provenientes de los propios impulsos del individuo que tienden a despertar sentimientos incontrolables en presencia de otros. En tales casos, el individuo preferirá estar aislado. El individuo que angustiosamente está tratando de controlar sus tendencias homosexuales, preferirá estar solo que afiliarse a un grupo de hombres. La persona que siente vergüenza y angustia por una ofensa que ha cometido, preferirá estar sola que arriesgarse a revelar su vergüenza. El estudiante que ha fracasado en un examen y está esperando una segunda prueba, quizá prefiera estar solo. Sea cual sea la fuente de la angustia, es probable que en ciertas situaciones públicas, por ejemplo en una cirugía dental o en un tratamiento clínico de una enfermedad venérea, ciertas personas prefieran esperar en un cubículo privado que compartir una sala de espera común. LA INTERPRETACIÓN DE LA EXPERIENCIA La teoría de la comparación social de Festinger (1954) postula que el ser humano posee una motivación para evaluar el carácter apropiado y el carácter correcto de sus opiniones y habilidades. Porque sólo mediante la comparación con otros seres humanos puede el individuo evaluarse y estar motivado a pertenecer a grupos y a asociarse con otros individuos. Existen otras razones para unirse a los grupos pero, como dice Festinger, "parece claro que la motivación autoevaluativa es un factor importante que contribuye a hacer gregario al ser humano" (pp. 136-6). Schachter ha generalizado la teoría de la comparación social postulando que la motivación incluye también la evaluación de las emociones. Cuando se carece de un medio objetivo para ello, la persona evaluará el carácter apropiado de sus estados emocionales mediante la comparación con la respuesta emocional de los demás. El estudio de Schachter (1959) sobre psicología de la afiliación, del que hemos tratado en la sección precedente, demostró que cuando el individuo se angustia se fortalece la tendencia a afiliarse con otras personas que están pasando por una experiencia similar. Una explicación consiste en decir que el individuo no está seguro de si su angustia es adecuada a la situación y quiere estar con otros que atraviesen por la misma experiencia, para comparar su propia reacción con la de ellos. En una extensión subsecuente de la teoría de la comparación social al área de las respuestas emocionales, Schachter (1964) postuló que el proceso de comparación social no sólo permite la evaluación del carácter apropiado de la emoción, sino que también influencia la experiencia y la interpretación de la emoción. Tomó el caso de una persona, a la que se ha inyectado adrenalina o una droga simpático-mimética sin que lo sepa. Pronto se encontrará y se sentirá la persona en un estado de excitación fisiológica, con palpitaciones, temblores y rubor facial, pero como ignora que ha sido drogado no podrá saber por qué se siente de tal manera. Schachter sugirió que el individuo que se encuentra en tal estado querrá comprender y encontrar alguna explicación a sus sensaciones, a las que usualmente calificaría en función de lo sucedido en la situación inmediata. Si estuviese con una hermosa mujer, en ese momento, quizá decidiese que estaba enamorado o sexualmente excitado. Si se encontrase en una fiesta, quizá decidiese, al compararse con los demás, que estaba eufórico. Si en ese momento se encontrase discutiendo con su esposa, quizá decidiese que había sido ofendido y se dejase llevar por la furia y el odio. O, si la situación no ofreciese signos plausibles con los qué justificar su estado (por ejemplo, el sujeto se encontraba en ese momento conduciendo su automóvil en dirección a su oficina), podría decidir que algo recientemente ocurrido lo había excitado o que se encontraba, simplemente, enfermo. La proposición básica de Schachter fue, pues, que el individuo que se encuentra en un estado de excitación fisiológica para la que no tiene explicación inmediata, "calificará" su estado e interpretará sus sensaciones en función de lo que están haciendo otros que se encuentran en la situación. Con anterioridad, Schachter y Singer (1962) planearon una curiosa experiencia para investigar la proposición de que la presencia de otras personas influencia la interpretación de las experiencias emocionales del individuo. La experiencia fue presentada a los sujetos (estudiantes de preparatoria de sexo masculino) como un estudio de los efectos de las vitaminas en los procesos de la visión. Se les dijo que iba a inyectárseles un derivado de la vitamina C, llamado "Suproxin". De hecho no se administró "Suproxin" a los sujetos, sino una pequeña inyección de adrenalina sintética, sin que el experimentador les dijese qué tipo de efectos debían esperar. Después de inyectado se decía al sujeto que seria necesario esperar veinte minutos para que el "Suproxin" hiciese efecto. Otra persona (en realidad un confederado) era entonces introducida en la habitación y presentada al sujeto que acababa de recibir la inyección de "Suproxin". Se dejaba al sujeto y al confederado juntos durante veinte minutos. En una de las condiciones experimentales, "la condición eufórica", el confederado se comportaba de un modo infantil y maníaco. Tan pronto como el experimentador abandonaba la habitación, el confederado ejecutaba un conjunto de rutinas. Comenzaba por romper en pequeñísimos trozos algunas hojas de papel y ensayar algunos tiros imaginarios de basketball. A continuación, fabricaba un avioncito de papel y lo hacia volar por toda la habitación. Enseguida comenzaba a dar golpes sobre una pila de documentos y a practicar con un "hula-hoo" que "casualmente" se encontraba en una esquina de la habitación. En la "condición colérica", se pedía al sujeto y al confederado que llenaran un cuestionario mientras esperaban a que el "Suproxin" hiciera efecto. El cuestionario comenzaba haciendo preguntas intrascendentes, pero se volvía progresivamente más personal y terminaba con una serie de preguntas acerca de las actividades sexuales del sujeto interrogado. Mientras trabajaba en el cuestionario y leía las preguntas en voz alta, el confederado comenzaba a simular molestias, y gradualmente se elevaba a una crisis de ira que terminaba cuando despedazaba el cuestionario; se arrojaba al suelo y finalmente salía de la habitación dando un tremendo portazo. ¿En qué medida tenía éxito el intento del confederado de influenciar el estado de ánimo del sujeto, en cada una de las dos condiciones? Se esperaba que, al no tener explicación apropiada para su estado de excitación fisiológica, los sujetos se apropiaran del estado de ánimo del confederado e interpretaran sus emociones de acuerdo con él. Los resultados de la experiencia se mostraron en gran acuerdo con las predicciones de Schachter y Singer. Cuando el sujeto no preveía sus síntomas y, por ende, carecía de explicación para ellos, tendía a comportarse de modo similar al confederado y también a reportar que estaba encolerizado- o contento, según la condición experimental en la que se le había puesto. Esta inducción de estado de ánimo no se debía a un contagio emocional o a la sugestionabilidad, sino más bien a la tendencia del individuo a calificar su estado fisiológico en función de la situación social en la que se encontraba. Esto aparece claramente en los resultados de un grupo al que se informó con anterioridad que la inyección de "Suproxin" podía causar ciertos efectos psicológicos. Estos sujetos, que poseían una explicación apropiada para sus palpitaciones y temblores, mostraron muy poco comportamiento eufórico o colérico y tuvieron mucha menor tendencia a reportar que se sintieran contentos o encolerizados. De modo similar, los sujetos a los que se administró un sedativo lo cual significa que no experimentaron la excitación fisiológica, mostraron muy poca euforia o cólera después de haber pasado veinte minutos en compañía del confederado. Esta experiencia sugiere que la presencia de otros individuos tiene una influencia considerable en la manera en la que se interpretan las sensaciones fisiológicas de excitación. Mientras que no se tiene una explicación objetiva para la sensación, la experiencia de "un vacío en el estómago" se interpreta como miedo, si los otros individuos presentes nos dan indicios de que sufren miedo; o se interpreta como alegría, si los demás demuestran alegría. Los individuos, por medio del proceso de comparación social, evalúan o interpretan sus propias experiencias ambiguas y confusas en función de lo que hacen sus compañeros y de cómo están actuando. DISTANCIA INTERPERSONAL Y CONTACTO VISUAL Aunque la gente quiere estar con otra gente, esperar junto con ella y obtener reafirmación de ella, quiere también guardar cierta distancia física entre sí. En los autobuses y trenes las personas manifiestan desagrado a que se les toque y tratan de conservar un asiento vacío entre ellas y los demás. En el cine, en los bancos de los parques y en las fiestas, las conversaciones se vuelven un poco tensas si alguien se acerca demasiado. La distancia que la persona establece usualmente entre ella y las demás, se denomina “espacio personal". El espacio personal varía en relación con la amistad de la gente implicada (los amigos se sientan, o se mantienen de pie, más cerca que los extraños); varía también, y depende, de si se está sosteniendo o no una conversación (cuando la gente está conversando tolera mayor proximidad física que cuando no lo está haciendo); y está, asimismo, en función del fondo cultural (los latinoamericanos y pueblos del medio oriente se acercan más que los norteamericanos o los australianos). Aunque el espacio personal no tiene fronteras claramente delimitadas, una intrusión por parte de alguien que se acerca demasiado provoca un conjunto de respuestas predecibles: sentimientos de incomodidad, irritación, salida y aun "huida", pero raramente la protesta: "Está usted demasiado cerca!" El antropólogo E. T. Hall (1959) dice "tratamos el espacio de un modo parecido a como tratamos el sexo. Está ahí, pero no hablamos de él" (p. 147). Esto sugiere que el espacio, como el sexo, es una materia extremadamente personal e íntima y que, por tanto, no se presta a negociación explícita. La falta de protesta por las intrusiones en el espacio personal puede atribuirse al hecho de que es una invasión que viola una norma no escrita y pobremente formulada y, por lo tanto, hay un riesgo ,de vergüenza y de aumento del desconcierto para la víctima, si el intruso niega haber contravenido los buenos modales. En un estudio reciente de los efectos de la invasión del espacio personal, Felipe y Sommer (1966) observaron las reacciones de estudiantes que encontraron un extraño sentado demasiado cerca de ellos en el pupitre de una biblioteca universitaria. El experimentador escogió como "víctima" una estudiante sentada sola en una mesa larga. Aunque había once sillas para escoger, el experimentador tomó la silla vacía inmediatamente al lado del sujeto y la acercó más aún, de modo que sólo quedaran tres centímetros entre ellos. La invasión espacial tuvo efectos trastornantes muy marcados en la víctima. Muchas de ellas parecieron encerrarse en sí mismas, encogiendo sus codos, brazos y cabeza, volteándose del otro lado para evitar el contacto visual y levantando barreras con los libros, bolsas, abrigos y sillas. Otras movieron sus sillas para restaurar una Figura 4.1. Porcentaje acumulado de víctimas que se levantan de: una mesa de biblioteca después de la intrusión espacial de un extraño. Los estudiantes controles son aquellos que se levantan de la mesa en circunstancias normales. (Según Nancy H. Felipe y R. Sommer, Invasions of personal space. En Social Problems, 1966, 14, 2, 206-214. Reimpreso por cortesía de The Society for the Study of Social Problems.) distancia confortable. Treinta minutos después de la invasión, la mayoría de las víctimas habían abandonado el pupitre, dejándoselo al intruso. Sólo una minoría de entre los componentes del grupo control -sujetos que se encontraban solos en un pupitre o lo compartían con otra personaabandonaron sus sillas durante la media hora (véase la figura 4.1). Las reacciones de "huida" pueden ser aún más frecuentes si el invasor es una persona dominante, de elevado status; si el lugar de la invasión es el banco de un parque después que ha anochecido; o si el invasor es un miembro del sexo opuesto. No obstante, habrá una tendencia a afirmarse y a pelear si la víctima está encajonada y no tiene espacio para replegarse. En otro estudio, Sommer (1965) observó el sitio en donde se sienta la gente en una mesa, cuando se requiere su participación en una discusión con otra persona ya sentada. Sólo una minoría (treinta y cuatro por ciento) tomó la silla opuesta a la otra persona, y había una preferencia por las sillas situadas a los costados o en posición de esquina. Estos arreglos espaciales preferidos permitían al sujeto una interacción libre con la otra persona, sin tener que hacerle frente directamente y bajo un constante contacto visual. Una de las adaptaciones principales que la gente lleva a cabo cuando sufre una invasión del espacio personal o cuando entra en una conversación, es tomar una posición angular o lado a lado, con el fin de minimizar el contacto visual directo con la otra persona. La cantidad de contacto visual que la gente tolera en una conversación está en estrecha relación con la distancia física existente entre ella. La reducción del contacto visual puede funcionar como un mecanismo de ajuste que regula el grado de intimidad de cualquier tipo en un encuentro interpersonal. Una reducción compensadora del contacto visual ha sido observada cuando el tema de conversación se vuelve demasiado íntimo o personal (Exline, 1963), cuando hay demasiadas sonrisas (Kendon, 1967) y cuando la proximidad física es demasiado grande (Argyle y Dean, 1965). En el estudio de Argyle y Dean, los sujetos tomaron parte en breves discusiones con confederados ejercitados para que se situaran a 2, 6 y 10 pies de distancia. Se midió la cantidad de contacto visual, y el tiempo que el sujeto miró al confederado. Sé encontró que la mayor proximidad física entre el sujeto y el confederado produjo una disminución del contacto visual (véase la figura 4.2). A cada una de las distancias señaladas, las mujeres desviaron la vista más que los hombres. De modo similar, las parejas de un mismo sexo desviaron la vista más que las parejas de sexos opuestos, fenómeno limitado, sin duda, a extraños que se encuentran por poco tiempo en un laboratorio de psicología social. Figura 4.2. Relación existente entre el contacto visual y la distancia física entre sujeto y confederado en sesiones de discusión sostenidas a 2, 6 y 10 pies de distancia. Cada discusión duraba tres minutos. (Según M Argyle y Janet Dean, Eye-contact, distance and affiliation. En Sociometry, 1965, 23, 289-304. Reimpreso por cortesía de The American Sociological Association.) Para explicar esta relación entre el contacto visual y la "intimidad" de la relación interpersonal, Argyle y Dean postulan una teoría del conflicto de afiliación. Existe un punto de equilibrio con relación a la intimidad aceptable en una conversación entre extraños. El punto de equilibrio es diferente para cada relación social y para las diferentes etapas de la relación. Si hay demasiada poca intimidad (contacto visual insuficiente, demasiada distancia física, poca sonrisa) ésta lleva a la insatisfacción, porque la necesidad de afiliación no queda satisfecha. Si hay demasiada intimidad ( contacto visual excesivo, demasiada proximidad física, demasiada sonrisa, intimidad en los temas) ésta induce angustia, porque los dos participantes pueden revelar prematuramente demasiadas cosas sobre sí mismos, arriesgándose al rechazo. Si el equilibrio de intimidad se perturba en una de las dimensiones (por ejemplo, contacto visual excesivo), entonces se darán intentos de restauración del equilibrio por medio del ajuste de otras dimensiones (por ejemplo, reducción de la proximidad física, menos sonrisa, cambio a un tema de conversación menos íntimo). Es de presumir que si dos extraños se ponen a hablar de un tema "íntimo" se alejan el uno del otro para reducir la tensión. Intuitivamente, la teoría del conflicto de afiliación no engloba muy bien todas las conductas posibles bajo el "punto de equilibrio" de la intimidad. La gente recién conocida que se encuentra no trata de compensar la deficiencia del encuentro en las dimensiones, cantidad de sonrisa o contacto visual, llevando la conversación a temas íntimos o acercándose el uno al otro. Esta conducta significaría el fin de la relación. Dos personas situadas demasiado lejos no intentan, usualmente, compensar la falta de proximidad física lanzándose intimidades a través de la pieza. El llamado punto de equilibrio pudiera concebirse más bien como un límite superior de emocionalidad tolerable, más allá del cual el individuo se siente amenazado, de tal modo que trata de resituar la relación en un nivel más confortable, reduciendo signos de intimidad tales como la proximidad física y el contacto visual. En las relaciones interpersonales, el contacto visual, junto con la expresión facial y la distancia personal, cumple otras funciones, además del control y la regulación de la intimidad. Por medio del contacto visual dos personas se comunican y reconocen en secreto la cualidad de su relación. Una mirada mutua prolongada (y el moverse en dirección de aproximarse el uno al otro en un banco de un parque) puede establecer el hecho de una atracción sexual. Una mirada vigorosa a un subordinado (que se interpreta como amenazadora o intimidante) fuerza a este último a apartar su vista y refuerza una relación de dominio-sumisión. Los individuos de "mirada escurridiza", que no sostienen la mirada, son considerados a menudo como que tienen "algo que ocultar". Exline y sus colaboradores (1961) encontraron que los sujetos que cometieron fraude en un examen miraban menos después de haber terminado que los que no cometieron fraude, posiblemente porque querían encubrir sus sentimientos de vergüenza y no ver las miradas desaprobadoras de los otros. La conducta típica de la gente avergonzada o desconcertada incluye intentos de evitar los ojos de otras gentes, de mantenerse fuera de la vista de éstas, y de pasar desapercibido. La ausencia de retroalimentación visual permite también a la persona "borrar" lo que hizo ("ojos que no ven, corazón que no siente"). Milgram (1965) ha reportado que, en estudios piloto, sujetos que creían estar administrando shocks eléctricos dolorosos a una víctima inocente, evitaban la vista de la persona a la que creían estaban administrando el shock, volteando a menudo la cabeza con un gesto de desagrado. Finalmente, el contacto visual cumple una función de monitor o de búsqueda de información en la interacción social. Permite a cada individuo conocer la reacción que está produciendo en otro y también si es conveniente que siga hablando o que termine de hablar (Kendon, 1967). En un restaurante, el cliente persigue la mirada del mesero para hacerle saber que ya está listo para pedir. En este caso el contacto visual funciona como un sistema de señales. Cuando dos extraños se cruzan en la calle, usualmente se miran el uno al otro hasta que se encuentran a una distancia aproximada de ocho pies para darse cuenta del lado del pavimento que debe tomar cada uno (Goffman, 1963). En lugares públicos, tales como autobuses, ascensores y aceras, los intentos de contacto visual superiores o inferiores a la cantidad necesaria para darse cuenta de las intenciones de los demás, representan un quebrantamiento de la norma no escrita de "distracción cívica". Esta violación despierta desconcierto y, al contrario de lo que sucede con la proximidad física, suscita fuertes comentarios por parte de la víctima. Aunque ninguno sepa la cantidad de contacto visual que es permitida, ni la distancia física que debe existir entre la gente en una conversación agradable, se llevan a cabo arreglos implícitos que permiten un compromiso más o menos satisfactorio para ambos. En caso de no ser así, pronto termina la interacción porque se despiertan sentimientos sexuales u hostiles. No se sabe cómo se aprenden estas normas sociales no escritas. Los padres enseñan a sus hijos a no mirar con fijeza a los individuos físicamente deformes o inválidos. Es también probable que los individuos aprendan por la experiencia que los intentos de excesiva familiaridad e intimidad en una relación social conducen a un rechazo, y que por un proceso autocorrectivo sutil se desarrolle la norma social apropiada. En la sociedad occidental estas normas pueden ser diferentes para cada sexo; las mujeres toleran una mayor proximidad física y más contacto visual que los hombres (Argyle y Dean, 1965; Sommer, 1965). No obstante, puede ser que en esto esté implicado algo más que las normas culturales. Un conjunto intrigante de pruebas científicas revela que las exigencias del espacio personal y el rechazo del excesivo contacto visual, son comunes a los animales inferiores y al hombre, por lo que la aversión a la mirada fija pudiera tener importancia biológica. Los etólogos han medido la "distancia de vuelo" y han observado la tendencia de los pájaros y otros animales a permanecer a una cierta distancia los unos de los otros, a atacara los individuos semejantes que invaden el espacio personal y a irse por un lado si el invasor es dominante. El pájaro dominante de la banda tiene un mayor espacio visual. El pájaro inferior reconoce la superioridad del otro mirando hacia diferente sitio, con lo cual inhibe la agresión por parte del otro. Cuando se-les confina juntos, las gallinas y los pavos se mantienen frente al enrejado de la jaula, mirando hacia fuera para evitar la tensión que generaría un contacto visual amplio. Entre los animales, la visión regula la división del espacio - y cumple una función en el mantenimiento del territorio y del status en el grupo. Hutt Ounsted (1966) han informado que el niño autístico evita mirar a otros niños. La aversión de la mirada en los humanos puede tener una función de señalamiento similar a la de las "posturas de pacificación" en ciertos animales, posturas de pacificación que sirven para inhibir la agresión por parte de otros individuos. El desvío de la mirada y de la cabeza son conductas que se encuentran en cualquier patio de colegio durante los recreos, y sirve para disuadir de invitaciones a la pelea. La incapacidad de los niños autísticos de participar en el contacto visual puede explicarse, también, en los términos de la teoría del equilibrio de Argyle y Dean. Puesto que el niño autístico se encuentra en un estado crónico de excitación viva, la aversión a la mirada puede proporcionar una cierta reducción en la cantidad de excitación. Esta explicación es plausible, puesto que los niños autísticos miran a otras personas sólo a condición de que la distancia que los separa de ellas sea muy grande. En esta sección hemos visto que el uso del espacio personal comunica significado y actitudes. El contacto visual, directamente relacionado can la distancia interpersonal funciona regulando el nivel de intimidad en la interacción social entre amigos y extraños. Las violaciones de las normas implícitas que gobiernan el contacto visual y el espacio personal producen tensión y dislocan la conducta social. EL HOMBRE COMO PARTE DE UNA MUCHEDUMBRE Un gentío se comporta a menudo de un modo que difiere de la conducta de los individuos cuando están solos. Una masa o muchedumbre puede hacer que el miedo se transforme en un pánico general. Por su ejemplo de pasividad, una muchedumbre puede redefinir la seriedad de un evento y forzar a sus miembros a la inacción. Su desaprobación puede hacer que un individuo se de cuenta, con desagrado, de lo loco y raro que pueda parecer. La masa puede influenciar al espectador para que ayude a golpear a un árbitro, para que grite acusando a la policía de abuso, para que incite a un suicida potencial a que salte o para que chille histéricamente durante un concierto. No se sabe todavía cómo influencia la conducta la agregación, la reunión, de un gran número de personas, unas junto a otras. Según la teoría del "contagio" (Blumer, 194-6), la interestimulación lleva a las masas a un estado de excitación, de difusión de emoción, de una persona a otra. El contagio social "atrae e infecta a los individuos, muchos de entre los cuales originalmente son simples espectadores y observadores indiferentes. En un principio, la gente puede sentir un mediano interés o simplemente curiosidad acerca de la conducta dada. Al contagiarse del ambiente de excitación y prestar mayor atención a la conducta, sienten más inclinación a comprometerse". (Blumer, 1946, p. 176). La exaltación de las emociones hace que cada persona sea extremadamente sugestionable y esté dispuesta a imitar las acciones de los demás. En la masa se, da también una disminución del sentido de responsabilidad y una pérdida de mecanismos de control normales. En un agregado numeroso, todos los individuos se encuentran en un relativo anonimato y, por lo tanto, no puede singularizárseles y hacérseles responsables si la masa se comporta de modo destructivo. Cada persona reacciona en la masa como si fuese absoluta ("la impresión de absoluto"), creyendo que todos los demás piensan igual y actuarán de modo uniforme. Por supuesto, no hay completa uniformidad en la masa. Muchos miembros son simplemente observadores, cuya presencia y pasividad da un soporte implícito a la minoría activa que se une al agregado para cometer escarnios y actuar violentamente. La actividad de unos cuantos miembros muy específicos y activos llega a ser percibida como la línea de acción dominante o normativa de la masa. Sea la ocasión un funeral, un mitin político o un juego de fútbol, el ejemplo de unos cuantos obliga a los otros a comportarse de acuerdo con la norma percibida o inhibe toda conducta contraria a ésta (Turner, 1964). Según este punto de vista, la excitación y la sugestión son sólo influencias secundarias en la conducta de masas. La persona actúa como actúa porque cree que esa es la manera apropiada u obligada de actuar. He aquí un ejemplo de cómo una minoría muy específica puede establecer y reforzar una norma de conducta en una masa que está al borde del pánico. "Cierta vez en París fuimos testigos, de una terrible situación: los alrededores del Velódromo d'Hiver estaban llenos de una inmensidad de gente que venía a presenciar una gran carrera. Sólo había dos pequeñas entradas y no se veía policía alguno. La masa empujaba hacia las entradas, y la presión amenazaba con sofocar muchas víctimas. Pero de pronto, algunos individuos en la masa comenzaron a gritar rítmicamente, ‘¡No empujen!’ ‘¡No empujen!’. El lema fue adoptado y toda la masa lo cantaba en coro. El resultado fue maravilloso: se restauró el orden, se redujo la presión; una inhibición colectiva se difundió a través de las mentes de toda la multitud." (Chakotin, 1941, pp. 43-4). Una minoría en la masa había expresado de modo simple y directo la norma apropiada a seguir y el resto de la gente respondió a la norma. Este ejemplo constituye, accidentalmente, un correctivo a la concepción popular, según la cual las masas son invariablemente desordenadas, desorganizadas e irracionales. Tanto la teoría del "contagio como la teoría de la emergencia de la norma" tropiezan con dificultades al explicar la conducta de la gente en la masa que no está infectada con la excitación emotiva de los demás y que no actúa según la norma que emerge de la minoría activa. Un renovado interés en el estudio de la, conducta de masa, que refleja la instauración de las masas y los gentíos como un signo de los tiempos, puede darnos la respuesta a este problema. El estado actual del conocimiento revela, no obstante, que la persona se comporta en la masa de modo muy diferente a su modo de actuar cuando está solo. Aun cuando se reúne temporalmente a un grupo de extraños, se desarrolla rápidamente un conjunto de normas con el fin de minimizar los conflictos interpersonales y maximizar la armonía y la satisfacción. Cualquiera que haya pasado un largo rato en una cola larga, de esas que duran toda 1a noche, para adquirir entradas en un recital de una cantante famosa o de una final de serie de fútbol, se dará cuenta rápidamente de esto. Un estudio de Mann (1969) describe el modo como emergen los modelos de conducta y actitudes que regulan la vida y la forma de una cola de espera de toda una noche. Las "colas" investigadas fueron las inmensas multitudes que se congregan en los alrededores del Melbourne Criket Ground, en agosto, para adquirir boletos de entrada para el partido final. A partir de sus entrevistas y observaciones, Mann encontró que, aunque informales, los arreglos llevados a cabo para controlar la conducta en las colas, eran claramente identificables. Por ejemplo las "salidas" o ausencias breves se llevaban a cabo mediante uno de dos procedimientos universalmente reconocidos. Una de las técnicas es el sistema de "substitución", en que la persona se une a la cola como parte de un pequeño grupo y por cada hora "de guardia" en la cola tiene derecho a tres horas "libres". Las personas que se unen a la cola individualmente y que, por varias razones, tienen que salirse de ella por poco tiempo, "dejan una señal" en su sitio, algo de su propiedad personal, como una caja con su nombre, una silla plegable o un saco de dormir. La regla vigente es que no debe uno ausentarse durante más de dos o tres horas. Si se falta a la norma, la persona no puede obtener su reingreso en la cola al regresar y quizá encuentre su "señal" hecha añicos o tirada fuera de la cola. El principio de pasar cierto tiempo en la cola para mantener la ocupación del puesto es un ejemplo de la regla de justicia distributiva de Homans (1961). Así, si una persona está dispuesta a invertir una cantidad considerable de tiempo y de molestias en una actividad, los otros, que creen que debe haber una relación apropiada entre el esfuerzo y la recompensa, respetarán su derecho. Diversas normas informales regulan los modos preferidos de hacer respetar el orden de la cola y de tratar a los que quieren introducirse fraudulentamente en un sitio que no les corresponde y a los que guardan sitio para otros. La emergencia de reglas para normar la conducta en las situaciones públicas en las que se reúne mucha gente, es una prueba de que el individuo es sensible a las necesidades y a los derechos de los demás, aunque sean extraños, y llevan a cabo arreglos simples, pero efectivos, para prevenir la desintegración y el conflicto. RESUMEN El efecto sobre el individuo de la presencia de otros individuos es uno de los problemas tradicionales de la, psicología social. G. W. Allpert (1954a) expresó esto de modo resumido en su definición de la psicología social como "el intento de comprender y explicar cómo los pensamientos, sentimientos y la conducta de los individuos son influenciados por la presencia real, imaginada o implícita, de otros seres humanos" (p. 5). Independientemente de que constituyan realmente un grupo organizado, la presencia de otras personas influencia la conducta del individuo. En su más simple nivel, la presencia de otras personas dota al individuo de un cuadro de referencia para entender el mundo y entenderse a sí mismo, lo dota de una "cinta métrica" que no tendría si estuviese solo. La presencia real o inminente de otras personas sensibiliza al individuo a la operación de las normas de grupo. Aun la anticipación, el prever que uno llevará a cabo una interacción con otra gente es suficiente, en algunos casos, para modificar las intenciones y la expresión de opiniones. El modo en que se interpretan las experiencias depende de los signos informativos que nos dan los demás; la sola presencia de otra gente permite ya una comparación social realista de las reacciones propias a situaciones extraordinarias, y de esta presencia de los otros puede derivarse, si la situación es angustiosa, una cierta medida de tranquilidad y de reafirmación; la presencia de otras personas es una fuente poderosa de motivación que puede ofrecer soporte moral, facilitar la ejecución de una tarea, despertar angustia y desconcierto, estimular una mayor tolerancia de tensiones o (como vimos en el capítulo 3) inducir al incumplimiento de la responsabilidad individual. La cantidad de distancia y de contacto visual entre las personas constituyen otros ajustes sutiles producidos directamente por la presencia de los demás. En las muchedumbres, la presencia de los demás despierta emociones en los participantes y produce conductas inhabituales en el individuo solo; en las "colas", la necesidad de respetar la prioridad de otros, conduce a la emergencia de una "cultura de cola" que protege los derechos de cada uno de los individuos que la forman. Estos son unos pocos ejemplos de los diversos efectos producidos por la participación en interacciones sociales simples, en las que los participantes no son necesariamente amigos o colegas, sino totalmente extraños.