el arte de la conversación como transfiguración ética de la cultura

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EL ARTE DE LA CONVERSACIÓN COMO
TRANSFIGURACIÓN ÉTICA DE LA CULTURA
The art of conversation as an ethical transfiguration of culture
Dr. Rafael García Pavón
Profesor Investigador
Universidad Anáhuac México Norte
Contacto: [email protected]
Recibido: 08/02/2016
Aceptado: 12/05/2016
RESUMEN
ABSTRACT
En el presente trabajo se hace un ensayo reflexivo
sobre la dinámica de la conversación como el proceso
que transfigura la cultura de una cosmovisión heredada
del mundo a una sabiduría sobre la condición humana y
sus relaciones de sentido consigo misma, el mundo y los
otros. Transfiguración de un carácter normativo inconsciente a uno donde se va revelando paulatinamente en el
acontecimiento del encuentro que genera lazos de valor
superiores a la inmediatez de lo heredado y ya definido.
De tal forma que la conversación es un arte por el cual la
cultura cobra el sentido ético, no del deber formal, sino del
ámbito de un porvenir existencial que pone al sujeto en
situación de una tarea a realizar y con un sentido de humildad que le requiere estar a la escucha y a la espera del
sentido que se revela y que nunca termina por definirse,
impidiendo a la cultura convertirse en una ideología de
poder.
Palabras clave: conversación, diálogo, ética, encuentro, silencio.
The aim of this work is to present a reflexive essay
about the dynamics of conversation as a process that
transforms culture from an inherited view of the world to
a wisdom about human condition and its proper relations
with itself, the world and the others. A transformation
from an unconcious normative character to one that will
reveal gradually on the event of encounter that generates
higher qualitative bonds to what is immediately inherited
and defined. In a way that conversation is the art which
by the culture acquires an ethical sense, not of the formal
duty, but of the field of an existential future becoming that
makes the subject to be in a continous task to realize with
a sense of humility that demands him to be a listener and
to be at the expectancy of the meaning that could be revealed. One that never finishes to be definitive, avoiding
that culture transforms itself in a power ideology.
Keywords: conversation, dialogue, ethics, encounter,
silence.
El arte de la conversación como transfiguración ética de la cultura
pp. 67-73 ISSN: 2007-9575
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Ciencia desde el Occidente | Vol. 3 | Núm. 2 | Septiembre 16 de 2016 - Marzo 15 de 2017
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“La filosofía no puede hablar con los poderes, no tiene nada que decirles,
nada que comunicar; únicamente mantiene conversaciones o negociaciones.
Y como los poderes no se conforman con ser exteriores, sino que se introducen en cada uno de nosotros, gracias a la filosofía todos nos encontramos
constantemente en conversaciones o negociaciones y en guerra de guerrillas
con nosotros mismos.”
Gilles Deleuze, 2014
INTRODUCCIÓN
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Cuando Sócrates se encontraba en los umbrales de la
muerte, a la espera de que su sentencia fuera cobrada por
el verdugo abstracto de la voz popular y la democracia
ateniense, sus amigos lo visitaron para darle la noticia de
que se le ofrecía el perdón a cambio de que públicamente
declarara falsas las pretensiones de su forma de vida ¿Cuál
era esta? La de provocar el diálogo con todo aquél que lo
convocara en los encuentros de sus caminatas en el ágora
griega ¿Para qué? Para que cada uno pudiera, mediante el
arte del diálogo, discernir, descubrir y disponerse a encontrarse con el destino, el sentido y la naturaleza de su propia alma (Platón, 1997a, p. 180 / 38a) (Platón, 1997b, pp.
196-198 /45a-47a) ¿Accedió Sócrates? ¿Es suficiente valor
de intercambio conservar la vida y morir a la forma de vida
que tiene el diálogo como norma?
Para Sócrates no había precio, morir no era razón suficiente para renunciar al valor eterno de la integridad de
su alma. Uno de sus argumentos fue que si las historias y
creencias de la cultura en la que había nacido eran verdaderas, la muerte no podría ser sino el más feliz acontecimiento porque se encontraría con los grandes sabios de
la humanidad con los cuales podría entablar una conversación. ¿Tal es el valor de la conversación que sería la actividad eterna más feliz? ¿Ese arte por el cual en el mundo
finito lo condenaban? Tremenda paradoja, ser condenado
en este mundo por dialogar y tener como anhelo de vida
feliz la conversación, como dice Sócrates en La apología
de Sócrates: “Dialogar allí con ellos, estar en su compañía
y examinarlos sería el colmo de la felicidad. En todo caso
los de allí no condenan a muerte por esto.” (Platón, 1997a,
p. 185 / 41c).
Pero Sócrates no ha sido el único en proponer el arte
de la conversación como la actividad y tarea más feliz del
hombre, en la tradición judeo-cristiana; desde el Antiguo
Testamento al Evangelio, se nos va revelando, con un cierto énfasis, que la relación más feliz del hombre con Dios
es la conversación. La visión beatífica, el místico, y quienes
creyeron en Cristo como Dios encarnado en el tiempo, lo
creyeron para estar dispuestos a comprender el sentido
de sus acciones, símbolos y parábolas; en otras palabras
hacerse contemporáneo con Él. Por ello la enseñanza del
Evangelio es la de abrir, como diría San Agustín, el diálogo interior con Dios que me invoca silenciosamente con
su amor por toda la eternidad en el horizonte del tiempo
(Barrett, 2013, p. 17). ¿No es este el clamor de Nietzsche
cuando habla de la muerte de Dios? La muerte de Dios sería aniquilar, violentar e impedir el diálogo con el Dios que
ha venido a nuestro encuentro en el propio tiempo. No
parece por eso extraño que Cristo y Sócrates hayan sido
un tema de comparación constante a través de la historia
del pensamiento, la literatura y la poesía (Gómez, 1988).
Hasta en el cine y la literatura, como en la fantasía de
Hemingway hecha realidad en el filme Medianoche en París de Woody Allen (2011), los momentos más felices del
personaje principal son gracias a que la ficción fílmica
puede, como cenicienta a la medianoche, encontrarse con
sus ídolos culturales y de la literatura para dialogar con
ellos en carne y hueso. Diálogo que traspasa las fronteras
del tiempo, que le quita su mortalidad a los textos y los
convierte en formas de vida. Curiosos casos son los de Sócrates, a quien lo matan; Cristo, que va a ser crucificado; o
el personaje de Woody Allen, que es marginado, por tener
como forma de vida la conversación.
¿No es ésta la consigna de todo sistema totalitario
y fascista? La de impedir el tiempo y el espacio para las
reuniones, las conversaciones libres sin censura, el flujo
natural del devenir del ansia humana de comprender la
verdad. Efectivamente, el enemigo de la conversación es
el poder en cualquiera de sus formas: democracia, instituciones, política o en nuestros tiempos, paradójicamente, la tecnología para la conversación, la cual simulando
este anhelo de felicidad humana y de vitalidad existencial
que vence la muerte, por interacciones efímeras que no
dan el tiempo necesario para ese devenir. Como nos dice
Maturana, todas estas formas de sociedad, son sistemas
que pretenden conservar su propia estabilidad aniquilando la conversación mediante “…la rigidez conductual,
por una parte, mediante la restricción de las circunstancias reflexivas, al limitar los encuentros fuera del sistema
social y reducir la conversación y la crítica, y, por otra parte,
mediante la negación del amor, al reemplazar la ética (la
aceptación del otro) por la jerarquía y la moralidad (la imposición de normas conductuales), al institucionalizar las
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El valor del arte de la conversación
¿Qué quiero decir con todos estos ejemplos? Que la
conversación es el arte por el cual el silencio del ser, la
fuente del amor, lo que fluye, motiva y lucha por emerger
en el lenguaje, va deviniendo, revelándose en el horizonte del tiempo y condensándose en relaciones creativas de
sentido en formas simbólicas o icónicas. Como diría Gilles
Deleuze, es el ámbito donde las ideas no son justas, sino
justamente ideas, porque “implican un devenir presente,
un tartamudeo de las ideas que no puede expresarse sino
a modo de preguntas que cierran el paso a toda respuesta. O bien mostrar algo simple, que quiebra todas las demostraciones.” (Deleuze, 2014: 64).
La conversación es como el murmullo de un río, del ser
que fluye, y que se expresa en diferentes formas simbólicas, signos reveladores de una presencia universal, que nos
llaman a la interpretación, a la acción o repetición viva de
los mismos. Por los cuales el horizonte temporal se mueve
y se actualiza de tal forma que el pasado nunca es necesariamente pasado y el futuro nunca es necesariamente
futuro, sino que siempre son vectores que acontecen en
el futuro como un comenzar de nuevo lo ya recorrido, lo
ya convencido e identificado; creando y recreando el lenguaje, como bien lo había expuesto Tolkien. Este modo de
comprender, mediante la conversación, es un recrear los
mitos que son signos que pretenden ponernos en situación de comprender el tiempo original de todo lo que es
(Birzer, 2003).
Pero el arte de la conversación no se trata de decir
algo, de entablar algo; es decir, de establecer un discurso
que dictamina órdenes, sino de ser un ámbito donde pueda emerger y revelarse la verdad de las cosas no porque
hacemos decir a la realidad cosas, sino porque el mismo
proceso de búsqueda, de diálogo, hace que la realidad se
muestre en su fluir y devenir. En ese sentido la cultura se
consagra por la conversación y la conversación evita que
la cultura se convierta en ideología, esto es en un lenguaje
que impone órdenes e impide el habla del otro que calla
cuando escucha.
La conversación invita, convoca y provoca a entrar en
relación a todo el que se acerca con disposición a él, es en
este sentido que conversar como diálogo, como encuentro, como juego creador, dirían Sócrates (Platón, 1997a),
Alfonso López Quintás (2014) y Hans-Georg Gadamer
(1997), respectivamente, es una transfiguración de la cultura que se establece como cosmovisión y como forma de
ser, en un devenir del ser que fluye detrás de sus signos
y símbolos. Por ello es una transfiguración ética, porque
no impone órdenes, sino sólo el orden del devenir de lo
real, que es fundamento del bien como situación de libertad e invocación poética del lenguaje; y por ello la cultura
es el devenir de la sabiduría que encuentra su expresión
más inspiradora en las artes y sobre todo en el arte de la
conversación, como diálogo de la expresión que pone en
relación al otro, al afuera, a aquello que consideramos ya
idéntico, con lo que no lo es. Por lo cual no es que nos presente mundos hipotéticos, sino precisamente las relaciones posibles que se convierten en tarea de la libertad en
los seres humanos.
Así, hoy vivimos, como dice Rob Riemen (2015) en un
equívoco del término cultura, porque lo aplicamos a toda
forma de hábitos de diversos grupos, aunque esa forma
de ser no permita el devenir del ser, de la realidad y de
los seres humanos, en este sentido no hay transfiguración.
Por ello un régimen no es una cultura, es una ideología; no
son sino ideas que pretenden ser precisas y por lo mismo
pervierten su propio sentido de ser símbolos e íconos de
las relaciones con lo real.
El arte de la conversación podría comprenderse desde
la idea de diálogo en Sócrates a la de encuentro en Buber,
el creador de la filosofía dialógica en el siglo XX, o en Alfonso López Quintás, pasando por la idea de juego creador
en Gadamer o de comunicación indirecta de Kierkegaard,
en donde la característica común de todos ellos es que no
hay censura, no se ejerce el poder de un sujeto sobre otro,
no se fuerza a la realidad a ajustarse a las propias potencias, no se comunica con autoridad. Al contrario, lo que se
comunica es un modo de ser en el que los participantes de
la conversación se encuentran cada uno ya inmerso, desde
una perspectiva, corporal y cultural, lo que no es lo mismo
que el relativismo, y en todos es un proceso que anhela,
desea y está convencido de que hay un modo de unidad
en las diferencias, sin aniquilar las mismas.
Por eso la conversación es un proceso de madurez
amoroso del espíritu humano, por el cual el silencio de su
fundamento va adquiriendo los sonidos que trascienden
las formas del poder, como nos dice Catalina Elena Dobre:
“el silencio es el elemento esencial para cumplir el sentido del lenguaje como el ámbito donde ocurren las vinculaciones de sentido entre la persona, el otro y el mundo.
(…) Pienso el silencio como una tercera persona en una
conversación, como el ámbito necesario para ésta, como
el fundamento del lenguaje que comunica” (Dobre, 2009,
pp. 28-29).
El arte de la conversación es el ámbito en el que las
culturas se pueden recrear y enriquecer. La primera condición para conversar es estar dispuesto a hablar como un
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relaciones contingentes de subordinación humana.” (Maturana, 1995, p. 14).
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extranjero en la propia lengua, nos dice Deleuze, es decir,
sin la intención de imponer nuestros prejuicios y conceptos, sino dejarlos abrirse, para que acontezca la relación
entre eso que hemos captado y lo que falta por captar, devolviéndole de esta manera a los sonidos un valor de lucha
contra el poder (Deleuze, 2014, p. 68).
En lugar del poder, la conversación establece un ámbito de generosidad, un círculo virtuoso, que permite no
sólo el desarrollo pleno de los participantes, sino la revelación de sus propios fundamentos inesperados, las voces
del propio silencio, pues como dice Alfonso López Quintás
“cuando se transfigura una realidad, no se le anula ni deja
de lado; se conserva su significación básica y, al elevarla
a un nivel superior, se le otorga un sentido más relevante
y se la eleva de rango. (…) transfigurar es una actividad
analéctica, integradora de niveles diversos y complementarios. (…) este tipo de transformación que eleva una
realidad por encima de sí misma pero, lejos de anularla,
la perfecciona, constituye un modo analéctico de transfiguración” (López Quintás, 2014, p. 8).
De tal modo que la cultura deja de tener un sentido
reducido a ser una cosmovisión internalizada en una forma de vivir y se convierte en un horizonte de posibilidades
de creación de sentidos, que elevan al ser humano, a un
sentido propio de trascendencia en la inmanencia de su
condición.
Es en este sentido que Humberto Maturana (1995, pp.
15, 28-29) ha expuesto en su “Ontología de la conversación” que en una perspectiva biológica y sistémica, lo
humano surge en el lenguaje, y éste se mantiene por la
conversación; es decir, lo que nos hace humanos se realiza
propiamente en el ámbito de la conversación.
Lo humano es, para Maturana, propiamente aquello
por lo cual se da el placer de la convivencia y aceptación
legítima de otro junto a uno mismo, es decir el amor como
emoción fundamental que hace posible un sistema social
permitiéndole su propia dinámica autopoiética. Pero este
amor, como emoción primordial de relación con otro, se va
desarrollando plenamente por medio del conversar que le
da su dinámica propia al lenguaje, en el cual lo humano
mismo surge como una serie de coordinaciones conductuales consensuales, nos dice Maturana (1995, p. 20).
En una primera instancia, los seres humanos adquirimos un modo de comportarnos por las emociones como
modos de actuar congruentes en relación a nuestra convivencia con otros en nuestras actitudes corporales. Ésta
va provocando que se dé un flujo de coordinaciones conductuales consensuales entre los miembros de un sistema social y con aquello que no es humano, definiendo las
propias estructuras del modo de existir de cada uno en
sus múltiples dimensiones y de forma contingente, siendo ello el lenguaje como realidad vinculatoria, creativa y
expansiva. Así, el razonar será un ámbito que expresa las
coherencias operacionales de este lenguaje (Maturana,
1995, p. 22). En otras palabras, lo que Maturana nos dice es
que en nuestro ser racional hay una integridad con el acto
del lenguaje que proviene como la vinculación de nuestras conductas emocionales, con lo cual no habría una separación entre emociones y razones, sino un vínculo que
produce la conversación.
La conversación, como ese “dar vueltas con otro” (Maturana, 1995, p. 20) es el enlace modular entre lenguaje
y emociones como resultado de la convivencia con otros
que permite ampliar nuestras emociones, nuestros dominios de acciones y cambia así nuestro propio lenguaje
(Maturana, 1995, p. 25). La conversación es entonces el flujo por el cual el lenguaje se realiza como vínculo creativo
y expansivo entre los seres humanos y lo no humano a la
vez, es decir, es el ámbito mismo del amor. Como nos dice
Maturana: “lo humano surge en la historia evolutiva a que
pertenecemos al surgir el lenguaje (…) en el conversar, y
en el placer de vivir en el conversar. Por eso todo quehacer humano se da en el lenguaje, y lo que en el vivir de
los seres humanos no se da en el lenguaje no es quehacer
humano; al mismo tiempo, como todo quehacer humano
se da desde una emoción, nada humano ocurre fuera del
entrelazamiento del lenguajear con el emocionar, y por lo
tanto, lo humano se vive siempre en un conversar. (…) El
que el amor sea la emoción que funda en el origen de lo
humano el goce del conversar que nos caracteriza, hace
que tanto nuestro bienestar como nuestro sufrimiento dependan de nuestro conversar” (1995, pp. 28-29).
Las implicaciones del arte de la conversación
¿Qué implica este arte de la conversación? Implica una
pasión por la generosidad y el amor al otro, darle crédito al otro como nos dice Mounier (2002, pp. 701-702) o
como nos dice Riemen (2008, pp. 59-65) a la verdad que
no podemos poseer; a saber que el arte de conversar es
arte porque no objetiva o conceptualiza en su actividad,
sino que permite que lo que es emerja, que lo que puede ser se desarrolle y que lo fundamenta de sentido. Es
un arte de configuración del tiempo como si éste fuera el
hogar para expresar su eternidad, por eso para Heidegger
el hombre debía ser el pastor del ser. ¿Cómo? ¡Conversando! ¿Con quién? Con quien se pueda tener una relación de
amistad, por la cual lo que se busca es una reciprocidad
creativa entre uno y otro. Esto significa invitarlo a salir de
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cual la intimidad propia se transfigure en un haz de luces
de relaciones multicolores, por los cuales no somos una
identidad, sino un ser con múltiples identidades, porque
cada una de ellas aporta un sentido amplio al ser mismo
que somos, como decía el gran director de orquesta y pianista Daniel Barenboim (2010) somos uno pero con muchas identidades.
Pues en la conversación se da siempre una relación bidireccional que hace del tiempo pasado y futuro una convergencia en el presente que lo restituye como un eterno
comenzar. Y eso es lo que queda consagrado en una obra
cultural, una pintura, una buena película, una obra musical; queda consagrada una eterna conversación, que nos
pone en relación presente de nuevo con su horizonte pasado y su horizonte futuro, dando un nuevo futuro a quien
se pone en relación.
Pero la conversación no es una charla; es decir, un devenir banal de las palabras para hacer pasar el tiempo y
distraer nuestra falta de responsabilidad y de sentido existencial, para distraer nuestro íntimo temor a la muerte y
por ello a la vida. La charla pide callar al otro, la conversación me invita al silencio, la charla exige la redundancia
del ruido, la conversación el lujo paciente de la disolución
de las palabras por el silencio, al final del día la mejor conversación es el recíproco silencio creativo, o como decía
Gadamer a sus casi 102 años, cuando Jean Grondin le preguntó, en qué consistía la universalidad de la hermenéutica y Gadamer contestó “en el verbum interius (…) en el
lenguaje interior, en el hecho de que no se pueda decir
todo” (Grondin, 1999, p. 15).
Por eso la conversación requiere formas para romper y
hacer tartamudear al lenguaje, como son la ironía, la paradoja y el humor. Imaginemos una conversación donde
todo el lenguaje se da sin contradicciones, sin perturbaciones: plano y continuo. Además de aburrirnos, no nos
pondría en relación con nada más que con uno mismo, y
su sí mismo; como no sale al encuentro de lo que quiere
decir, es vacío y la existencia se desfonda. En cambio una
conversación requiere giros, contradicciones, conflictos,
constantes aperturas a las falsas pretensiones de dominación y posesión de la verdad.
Por ejemplo, en Sócrates, el diálogo tiene la forma de
la ironía, éste inicia con el reconocimiento de la ignorancia
del sentido de aquello que ya se es, y por tanto invita a
salir de sí mismo para encontrarse con ese no-saber, ese
no-ser, que está por venir. Cuando sale al encuentro de
aquello que se dice ser lo que uno no sabe ser, la ironía es
el recurso por el cual quien lo dice termina por cuestionarse si es verdad que lo sabe y lo pone en relación de movi-
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sí y en ese salir, uno mismo salir al encuentro. Acontecimiento por el cual el regreso de cada uno a sí mismo, ya no
es en una soledad aislada, sino es un devenir enriquecido
por el otro. La amistad no rompe este flujo y por ello no
pide nada, no exige, no pone condiciones, sino que invita, convoca, acoge y enriquece. Como nos dice Rob Riemen, “la esencia de toda sociedad civilizada es el arte de
la conversación, pero por desgracia nos hemos deslizado
hacia una sociedad donde sólo hay gritos e insultos: basta
encender la televisión para constatarlo. Cada vez hay menos lugares en el ámbito intelectual donde la gente puede
tener un desacuerdo profundo y a la vez respetuoso” (Riemen, 2009). Es decir, la civilización, como transfiguración
ética de la cultura por medio del arte de la conversación,
consiste en lograr desacuerdos profundos y amistades
perdurables, y que atestigua, como ejemplo de ello, la
relación entre el escritor G.K. Chesterton (converso católico, de una visión económica distributista) y Bernard Shaw
(judío, ateo, socialista) en sus eternas conversaciones en
las cuales Chesterton termino diciendo: “Mi experiencia,
desde el principio hasta el final, ha sido discutir con él. Y
merece la pena observar que he llegado a sentir por él una
admiración y un afecto mucho mayores merced a estas
discusiones que el que la gente suele obtener por medio
del acuerdo” (Chesterton, 2005).
¿Qué quiere decir esto? Que el desacuerdo implica el
reconocimiento de la riqueza de la realidad, de la humildad y deseo de saber la verdad. Y por ello la amistad dura,
porque es hermana de la verdad, del amor a la verdad y de
saber que en el rostro del otro fluyen las posibilidades del
misterio de lo que somos y que nos invitan a comprenderlo. De ahí que la conversación genera un ámbito creado
por la generosidad entre unos y otros. Un ámbito por la
virtud de la amistad, por eso en una conversación puede
haber conflicto, pero no violencia, se motiva la hospitalidad y por tanto el poner en juego la propia creación de
lazos valiosos mediante el lenguaje en el silencio, como lo
son las grandes artes, así nos dice Maturana que “cuando
estamos en un desacuerdo también decimos, aun en el
fragor del enojo, que debemos resolver nuestras diferencias conversando, y , de hecho, si lo logramos conversar,
las emociones cambian y el desacuerdo, o se desvanece, o
se transforma con o sin lucha en una discrepancia respetable” (Maturana, 1995, p. 19).
Como decía Buber, una relación de Yo a Tú (1995), o
como diría Kierkegaard de Tú a Tú (2007) en la que puede ser conmigo mismo, con otro que no soy yo, y ese otro
puede ser vida, puede ser persona, puede ser espíritu.
Toda conversación busca una relación de sentido en la
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miento con lo que dice ser, pero en realidad no lo sabía, lo
pone en el camino de la verdad.
La ironía como diría Kierkegaard (2000), es un recurso para conversar cuando nos encontramos con otros en
la ilusión del saber, por eso es en apariencia un acuerdo
pero en el fondo una broma, ¿cuál broma? La de creer que
se sabe lo que es. Es como aquél que habla en abstracto de cuestiones existenciales como la muerte de un ser
querido, y se las da del muy sereno y sabio que pone en
perspectiva cuasi budista la tragedia, o el que para darse
importancia a sí mismo se eleva al rango de lo incomprensible, por eso dice Kierkegaard que la ironía y la auto-ironía
son formas de tener una salud mental. Parte del arte es
saber cuándo una ironía es adecuada y ésta lo es siempre
que aparece una falsa conciencia motivada por una falsa
pretensión, que siempre se denota como un saber total,
completo y certero.
En Kierkegaard, uno de los tonos centrales de sus libros, que son grandes conversaciones, es el humor, que a
diferencia de Sócrates, él ve como carácter necesario para
vislumbrar la vida religiosa del cristianismo a diferencia de
Sócrates (Kierkegaard, 1992, p. 597/ SV VII 520). El humor
como inverso de la ironía, pues el humor es una apariencia
de ser una broma y en realidad es algo muy serio; como
cuando Woody Allen dice, en una de sus películas: “¿quieres que Dios se ría de ti? Cuéntale tus planes futuros…”. En
otras palabras, el humor hace posible que veamos más allá
de lo que ya consideramos importante, lo relativicemos y
entremos en una aguda mirada a lo profundo. Para relativizar lo que es relativo y poner en su lugar lo absoluto,
como en la docencia, cuando un alumno se empeña y obsesiona con una calificación como si fuera el único objetivo en el mundo, se necesita un poco de humor, para que
mire lo que es realmente importante. Como nos ha dicho
Amos Oz, lo contrario a la conversación es el fanatismo,
y éste no tiene sentido del humor, porque “tener sentido
del humor implica habilidad para reírse de sí mismo. (…)
es habilidad de verse a sí mismo como los otros te ven, de
caer en la cuenta de que, por muy cargado de razón que
uno se sienta y por muy terriblemente equivocados que
estén los demás sobre uno, hay cierto aspecto del asunto
que siempre tiene su pizca de gracia” (Oz, 2015, p. 33).
La clave y viveza de una conversación es la combinación de ironía y humor, como formas de nunca estatizar el
devenir presente que ella representa, y dejar espacio para
que la verdad, tartamudee en nuestro propio lenguaje, en
nuestros propios signos y pueda fluir a través de ellos a
una relación de intimidad que nos pueda transfigurar. Esto
es lo que Alfonso López Quintás llama encuentro (2014, p.
109), de ahí que el famoso encuentro de culturas o el ecumenismo religioso sólo se puede dar en una conversación
en donde ironía y humor den la pauta para quitarle poder
a los sujetos que participen en ella y dejen fluir la realidad,
pues un encuentro se da cuando entre dos realidades se
ven como ámbitos de posibilidades que pueden ser recibidas y las que podemos ofrecer, para potenciarse mutuamente, subiendo a un nivel de realidad o de relación
con mayor sentido que el simplemente estar unos frente a
otros, en una dinámica lúdica y creativa.
CONCLUSIONES
La conversación es generadora de encuentros que
transfiguran las propias culturas en ámbitos de creación,
y por tanto, de complementariedad superior que destruye
con la ironía y el humor sus reducciones a un tiempo histórico, a un pueblo o a un espacio, haciendo de la cultura en
general un patrimonio de la humanidad, lo cual fomenta
la verdadera amistad entre las personas de los pueblos. En
una conversación como diálogo creativo, como comunicación indirecta, hay conflicto pero no violencia, pues esta
impide la participación del otro, en cambio el conflicto
abre las convicciones, abre los prejuicios y las identidades,
y como diría López Quintás (2014, p. 737) les quita su carácter fetiche de ser objetos o instrumentos de poder, y los
convierte en ámbitos o campos de juego de creación de
lazos valiosos, es decir de entreveramiento de horizontes.
La conversación es un modo de ejercer el amor al prójimo porque en ella no caben las categorías y las objetivaciones sino sólo las reglas del juego, la potencia de la
libertad, y del poner en acto las propias posibilidades. Un
ámbito de conocimiento de sí y de elección de sí al mismo
tiempo, pero eso no quiere decir que la conversación sea
democrática en el sentido del voto, sino que más bien respeta el orden mismo de las relaciones bidireccionales de
las que habla Alfonso López Quintás (2014, p. 630).
El encuentro, mediante la ironía y el humor, que rompen las esferas de dominio y de objetivación, hacen que el
tiempo sea un verdadero devenir y no un mero pasar de
las horas disponibles. Pues el devenir quiere decir que genera vínculos nuevos que entusiasman al silencio, no cierra o censura espacios u horizontes, transforma corazones,
pero sobre todo da posibilidades reales de un comenzar
de nuevo, de que el pasado se vea de otro modo, o más
bien de que las posibilidades no realizadas del pasado se
recobren como futuro posible, dándonos una nueva relación con el pasado y una conversión a un nivel superior de
relación de sentido con ello.
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la verdad o no se cree en un sentido de trascendencia y,
por otro, es el mayor anhelo, porque la conversación es
la continuidad en el sinsentido de la tragedia del mundo, porque su ruptura no se hace total, sino radicalmente
abierta motivando la pasión de creer que es posible, de
nuevo, una nueva relación; esto es estar en una activa disposición a escuchar el silencio íntimo de la conversación
original, como nos dice Catalina Elena Dobre: “el silencio
es también la intimidad de una conversación porque él,
este silencio, tiene el poder de sacar a la luz la fuerza de las
palabras, expresar el amor que debe estar en cada palabra
cuando se comunica. Pero en la comunicación con Dios
–la oración- el silencio disuelve las palabras hasta que el
lenguaje se pierde, se desvanece, hasta que se queda sólo
el escuchar” (Dobre, 2009, pp. 111-112).
REFERENCIAS
nés de la primera edición.
López Quintás, Alfonso (2014) La ética o es transfiguración
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El arte de la conversación como transfiguración ética de la cultura
pp. 67-73 ISSN: 2007-9575
Rafael García Pavón
Ciencia desde el Occidente | Vol. 3 | Núm. 2 | Septiembre 16 de 2016 - Marzo 15 de 2017
Esto se puede ver en la película de Spike Jonze, Ella
(2013) en donde el personaje principal anhela una conversación perdida y cree poderla sustituir con un sistema
operativo, pero todo ello se rompe porque ni el amor ni la
muerte se dejan objetivar en las interacciones eléctricas
y se convierten en una ironía o escenas ridículas, cuando
pretende relacionarse con un avatar de su matrimonio
perdido. En ese sentido, la ironía y el humor como elementos del encuentro de la conversación nos refieren siempre
a un tú real de carne y hueso, a otra persona, por ello la
conversación es un ámbito que permite el flujo de lo divino en el interior; no extraña entonces que la oración misma es también un acto de conversación.
Por ello podríamos decir, regresando al comienzo de
esta breve reflexión, que en el mundo se castiga la conversación, en el fondo, porque por un lado no se pretende
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