Chuck Berry olvida letras y acordes de sus hits en

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LATERCERA Miércoles 17 de abril de 2013
RR El guitarrista en
Cultura&Entretención
Movistar Arena, en su
primera visita desde
1980. FOTO: ANDRES DIAZ
RR El artista, ayer en Pudahuel, luego de una trifulca
entre su mánager y un camarógrafo. FOTO: AGENCIAUNO
Chuck Berry olvida letras y
acordes de sus hits en triste y
desprolijo show en Chile
R El músico tocó ante 5 mil personas
en Movistar Arena, en un recital que
apenas superó los 60 minutos.
Claudio Vergara
Finalmente, Chuck Berry (86),
el primer guitar hero de la historia, el embrión de todo lo que
puede ser agrupado bajo ese
sonido llamado rock and roll y
el faro de nombres como John
Lennon y Keith Richards, quedó
anoche reducido a dos sensaciones. La primera es la misma
que se manifiesta cuando el
abuelo de la familia se sacude
de achaques y bastones, y desenfunda alguna gracia en un asado
de fin de semana: todos le regalan
un aplauso cargado de una lastimera ternura.
La segunda se asemeja a esas
noches del Festival de Viña en
que el público decide echar pie
atrás con las pifias y salva a la
víctima de turno para no carbonizar de manera pública su
carrera: un perdonazo que
busca compasión con el trabajo
de quien se tiene enfrente.
Esas fueron las dos impresiones que cruzaron el concierto del guitarrista en Movistar
Arena, ante cerca de cinco mil
personas -el escenario estaba
situado en la mitad- y en uno
de los espectáculos más pobres
y desprolijos reportados por la
historia de los megaeventos
locales.
Un diagnóstico categórico
que apareció desde un principio: luego de una introducción
donde mezcló frases en español,
el músico se lanzó con uno de
sus mayores himnos, Roll over
Beethoven, pero ya antes de
CRITICA DE CONCIERTO
EL CHISTE
DEL ABUELO
Marcelo Contreras
Crítico de música
E
R En la tarde, Berry defendió su
actual performance y dijo: “Me he
sentido muy bien en este tour”.
FRASES
“Para mí es
muy cómodo tocar
en cualquier país
en que me
presente”.
Chuck Berry
Cantante y guitarrista.
“Él toca en el orden que
quiere. No se puede
juzgar a Dios. Es el Dios
del rock ‘n’ roll. Fue un
orgullo tenerlo”.
Claudio Castro
Productor del espectáculo.
S UN MOMENTO extraño. Flota el morbo y,
cuando comienza el
concierto, la sensación
de estar en una especie de precipicio de la historia musical
crece. Por una hora Chuck Berry, un genio de la música que
cambió el curso de la cultura
popular, pionero en leer la
mentalidad de los adolescentes,
se sienta sobre su legado, su
trayectoria, y hace algo parecido a lanzar un sonoro eructo y
reírse. La mayoría del tiempo,
el público celebró la gracia del
abuelo sabiendo, en el fondo,
que no es tan divertido interpretar tamañas canciones como
la mitad empezó a naufragar en
una letra que simplemente
terminó balbuceando. Casi
como una revancha inconsciente, interpretó el mismo hit
hacia el final del concierto.
Luego, en School days y Rock
and roll music su guitarra apareció fuera de tono, dejando el
lucimiento -y el estrés y la
columna vertebral de su presentación- no sólo a su banda
de cuatro músicos: por lejos,
los más angustiados de la velada
fueron sus tres representantes
y su hija, la armoniquista Ingrid
Darlin Berry-Clay, ubicados a
un costado del escenario y
siempre atentos para sortear
las lagunas del gran jefe. Las
mismas que arreciaron sobre
el comienzo de My ding-a-ling:
si no importara. Porque esa es
una de varias excentricidades
de Berry, un tipo que no ahora,
sino desde los 70 le da lo mismo
su espectáculo. El, quien entendió además que en el rock la
guitarra punteando y la gestualidad extravagante la llevaba un adelantado-, ahora luce
atrás, muy atrás.
Toda la escena es de una desprolijidad que ni el más ocurrente de los punks imaginaría
por el desparpajo. Entra gente
al escenario, hay una toalla colgando del micrófono del protagonista. En el primer tema, el
hijo de Chuck, a cargo de la segunda guitarra, prácticamente
“Olvidé el acorde”, se disculpó
el músico, mientras intentaba
rasguear su guitarra. Como casi
toda la noche, su hija apareció
con su armónica atronadora
para maquillar el bochorno (y
con una cartera de la que nunca
se despegó, la que, según los
organizadores de la cita, sirve
para guardar las armónicas).
Ya sobre el cierre, minutos
después de Johnny B. Goode,
su mánager lo intentó bajar de
escena, pero el norteamericano
porfiaba en seguir tocando. Lo
hizo durante un puñado de
minutos, con su representante
al lado, casi como una presencia que lo obligaba a dejar
luego el micrófono, en una de
las escenas más insólitas asestadas por la cartelera local de
los últimos años.
La misma que durante este
fin de semana fue advertida
desde Argentina, donde el
cuadro fue idéntico. Aunque,
condicionado quizás por esas
crónicas brutales, el público
dejó el Movistar Arena con la
tercera gran sensación de la
jornada: “Es Chuck Berry, da lo
mismo en qué condiciones esté.
Y hasta pudo ser peor”.
El pionero del rock and roll
arribó ayer, a las 14.10 horas, y
en un vuelo comercial desde
Montevideo. Fue recibido por
una sola cámara de TV, detonando el nerviosismo de su
séquito de representantes,
quienes empezaron a forcejear
se lanzó sobre su padre para
que no desafinara aún más el
instrumento. En algunos lapsos, como si fuera una vieja victrola que de pronto coge el ritmo preciso, Berry animó ciertos
pasajes haciendo gala de su fraseo elegante, como pasó en Hail
hail rock ‘n’ roll. Pero generalmente costaba una enormidad
descifrar qué diablos tocaba y
cantaba.
La banda era apenas mediocre
y tampoco tenía gran radar
para saber qué venía. Les costó,
por ejemplo, una enormidad
dar con Sweet little sixteen.
Rock and roll music quedó destrozada, hecha jirones. Logra-
con el profesional. De hecho,
su mánager intercambió golpes,
empujones y palabrotas de
grueso calibre con el camarógrafo, lo que provocó que el
propio guitarrista apurara el
tranco y corriera al Mercedes
Benz negro que lo aguardaba.
“Igual, me siento muy bien
de estar de nuevo acá”, lanzó
el hombre de Maybellene a La
Tercera. Consultado por sus
erráticas escalas previas, el estadounidense, hoy con ciertos
problemas de audición y ya
arribado al hotel Intercontinental, se limitó a decir: “Me he
sentido muy bien en todo el
tour, porque para mí es cómodo
tocar en cualquier país”. Un
poco más elocuente es su hijo,
el guitarrista Charles Edward
Berry Jr., también parte de su
grupo: “Siempre será un orgullo
estar con él y lo veo muy bien”.
Pero hay algo que le preocupó
mucho más en sus primeras
horas en el país: los cobros realizados en la cuenta del hotel.
De hecho, durante la tarde de
ayer, él mismo bajó tres veces
hasta la recepción del Intercontinental para exigir los
puntos que aparecían en el
recibo arrojado por el checkin. Además, muchas veces le
costaba coordinar con los movimientos de su tropa. Mientras
ellos enfilaban hacia la izquierda
del hotel, el cantante lo hacía
por su cuenta hacia la derecha,
con la mirada a ratos perdida.b
ron quitarle la Gibson de siempre y le pasaron un modelo Telecaster que parecía darle alergia. No le sacó un acorde cuerdo. Hubo otros instantes en que
los tiempos calzaban, y el convertible de su rock primitivo
agarraba vuelo y todos sonreían. Aún más cuando comenzó a subir gente al escenario, y
Chuck Berry se confundía plácido y se quedaba mirando con
expresión divertida a una chica
que bailaba como un twist un
viejo rock & roll, al igual que un
abuelo en medio de su cumpleaños que no recuerda exactamente cuántos años celebra,
sólo que lo quieren mucho.
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