El peligro de la guerra y el proceso constituyente

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El peligro de
constituyente
la
guerra
y
el
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proceso
Una Constituyente convocada de inmediato bajo las reglas de
la democracia representativa sólo les serviría a las clases
dominantes para legitimar su “nuevo” Frente Nacional. La
correlación de fuerzas no nos da. Lo comprobó el Plebiscito. Hay
que diseñar otra estrategia. Tensionar al movimiento social
para “salvar” el proceso de paz es la tarea urgente y del
momento.
Fernando Dorado
Activista social
El triunfo del NO en el plebiscito trajo un momento especial a Colombia.
Paradójicamente antes del Plebiscito el movimiento social estaba “acomodado”,
desganado, sin convicción. El peligro de que la guerra continúe o que las cúpulas
dominantes se coaliguen contra el pueblo, ha puesto en alerta a mucha gente.
Las expresiones juveniles y estudiantiles de esta semana, son parte de ese
fenómeno. La movilización social es la única herramienta que queda para darle
continuidad al “proceso de paz” y reconducirlo por caminos realmente
“constituyentes” de hegemonía popular.
Realismo mágico y “nuevo” Frente Nacional
El 2 de octubre apareció en Colombia –una vez más– el rostro del realismo
mágico Lo inconcebible se hizo realidad. Los acuerdos para el fin del conflicto
armado firmados con bombos y platillos en Cartagena el pasado 26 de
septiembre entre el gobierno y las Farc, no consiguieron la aprobación
mayoritaria en el plebiscito refrendatario. Un NO precario y minoritario (18,7%)
se impuso sobre el SI por escasos 54 mil votos. La abstención fue del 63%. La
desinformación, el miedo y la indiferencia, ahogaron el anhelo de paz. El
triunfalismo le cobró factura al gobierno y a las Farc. Un Gabo triste sonrió
socarronamente desde el más allá.
Nadie –ni siquiera el adivino más osado– hubiera previsto ese resultado. El
asombro en el país y el mundo fue general. Los mismos promotores del NO
fueron los más sorprendidos. El gobierno y sus aliados no lo podían creer. Las
Farc, como un náufrago, se aferraron a los acuerdos como a un flotador.
Enfrentan un limbo político y jurídico. Su sometimiento a la institucionalidad y su
paso a la legalidad, aprobada en la X Conferencia de esa organización, sólo
aguantó 6 días. Los acuerdos y procedimientos para implementarlos quedaron
sin piso jurídico (http://bit.ly/2cT96Oz).
El gobierno no se cae porque a nadie le conviene. No existe una fuerza política
que pueda y quiera forzarlo, aunque su debilidad es enorme. Además, los
buenos modales se imponen en el ambiente cortesano de la clase política
colombiana. De inmediato, el gobierno de los EEUU envió a Bernard Aronson a
Cuba para tranquilizar a los dirigentes farianos y reforzar el apoyo al gobierno de
la comunidad internacional. Uribe, asumió de inmediato la imprevista
responsabilidad que le otorgó la nueva situación y pasó a la ofensiva diplomática
con mucha decencia pero pensando en 2018. El presidente Santos reconoció su
derrota y abrió el diálogo directo con su antecesor y opositores.
Todo el mundo propuso crear un Gran Pacto Nacional para salvar el proceso de
paz. Era lógico. La oposición uribista había ajustado su mensaje en la campaña
plebiscitaria promoviendo la “paz sin impunidad” y su convicción de “corregir” el
proceso. Esa misma noche planteó su disposición al diálogo. El gobierno, que
sabe lo difícil que es negociar con las Farc (llevan más de 4,5 años) y que tiene
el mandato del capital internacional y de la mayoría de empresarios nacionales
para terminar la guerra, no se iba a echar para atrás. Saben que la paz neoliberal
está “de un cacho” y que esa oportunidad no se podía desaprovechar. El premio
Nobel llegó de Estocolmo como “mandado a hacer” para contrarrestar el
pesimismo y “¡quedar divinamente!”.
Así, intentan construir en forma taimada –“songosorongo” como dicen los
indígenas caucanos– un nuevo “frente nacional”. El leitmotiv del anterior fue la
dictadura del general Rojas, el de ahora, la del fin de la guerra que el anterior
frente nacional incubó hace 60 años. ¡Pero no lo lograrán!
Las reacciones políticas y jurídicas
Las reacciones de los sectores políticos y sociales, a pesar del consenso sobre
la necesidad del gran pacto nacional, tienen sus peculiaridades. La totalidad de
sectores dicen poner el interés general por encima de intereses particulares pero
–en la intimidad– todos están pensando en la campaña electoral de 2018. Esa
causa estuvo incrustada en la agenda de la campaña del plebiscito pero no era
reconocida por ninguno. Nadie lo acepta pero todos lo saben. Gajes de la política
colombiana. Sin embargo, es importante reconocer que existen variadas
posiciones porque detrás de ellas se pueden identificar las diferentes
concepciones políticas y las diversas miradas sobre la situación.
Las Farc, las organizaciones políticas y sociales de su entorno, y los sectores
políticos que se entusiasmaron con la posibilidad de lograr en forma inmediata
una “paz pura y simple”, se aferran a los acuerdos firmados. Acusan al “uribismo”
de manipular fraudulentamente a los electores, lo cual fue reconocido por Juan
Carlos Vélez, jefe de la campaña del NO (http://bit.ly/2dfRybt). En la práctica, no
reconocen los resultados del plebiscito y aspiran a mantener las cosas como
están. Lo mismo ocurre con políticos del círculo gubernamental y otros sectores
que proponen repetir el plebiscito, aprobar los acuerdos mediante cabildos
abiertos, “tutelatones” o demandas jurídicas.
Otras fracciones políticas proponen al gobierno reabrir las negociaciones con las
Farc e integrar a la delegación gubernamental a delegados de los promotores
del NO. Argumentan que el “uribismo” debe asumir su responsabilidad, enfrentar
la negociación con la insurgencia y “sufrir el desgaste”. Sin embargo, dicha
posición no tiene en cuenta que las pretensiones del ex presidente Uribe y la
mayoría de los promotores del NO van mucho más allá de unas simples
“correcciones”. Por el contrario, cuestionan la médula del proceso como es la
justicia transicional, el bloque de constitucionalidad y el tribunal especial para la
paz. Su agenda es doble y de saboteo.
Existen otras posiciones pero no se expresan con claridad o no tienen fuerza. La
propuesta de convocar una Asamblea Nacional Constituyente está en la mente
de unos y otros. Siempre aparece como la fórmula salvadora. Si las cúpulas de
la casta dominante se ponen de acuerdo, nada tiene de extraño que vuelvan a
usarla para aprobar otra “histórica” Constitución para que todo siga igual o peor.
Por ahora, la correlación de fuerzas los favorece totalmente.
La desconexión entre el proceso de paz y el movimiento social
José Antonio Gutiérrez en su artículo “El NO se impuso, ¿qué sigue?” publicado
en Rebelion.org, plantea: “El triunfo del NO vuelve a demostrar que el proceso
fue visto como un asunto distante para la mayoría de la población, como algo
ajeno”. Sin embargo, no explica las causas de ese hecho.
No hay que olvidar que paralelo a la realización de los diálogos entre el gobierno
y las Farc, el movimiento social colombiano –con el impulso que dejaron las
jornadas de 2008 como la Minga social, el Paro de los corteros y la huelga
judicial– desarrolló en los últimos 5 años importantes luchas contra las políticas
neoliberales. El paro universitario estudiantil de 2011, el paro agrario, campesino
y minero de 2013, las protestas contra los megaproyectos minero-energéticos en
numerosas regiones del país, las mingas indígenas, la huelga magisterial de
2015, y muchas otras expresiones populares de resistencia, son pruebas
fehacientes de lucha social permanente.
El problema es la desconexión existente entre la dinámica impuesta por el
gobierno neoliberal de Santos en la mesa de negociaciones de La Habana y las
necesidades y aspiraciones del movimiento social. El Estado aprovechó la
debilidad política de la insurgencia y su necesidad de terminar el conflicto para
imponer unos límites precisos que plantean que el modelo económico y la
estructura del Estado no están en discusión ni son parte de la negociación. Pero
además, la criminalización de la lucha social con el argumento represivo de la
infiltración guerrillera de las organizaciones sociales y las diversas concepciones
existentes en la izquierda sobre la lucha armada, impedían que el “proceso de
paz” pudiera compenetrarse con el movimiento social y viceversa.
Tal situación se fue agudizando porque de una u otra forma la izquierda y gran
parte del movimiento social se fue dejando permear de la política del gobierno
sobre el llamado post-conflicto. Casi todas las organizaciones dejaron de pensar
en las grandes transformaciones estructurales y entraron en la dinámica del
diseño institucional neoliberal que el Estado empezó a diseñar en sus
documentos CONPES, el Fondo de la Paz y demás entidades que ya vienen
imponiendo la cultura de los proyectos que ya habían dejado trazadas las
numerosas ONG que se incrustaron en el movimiento social y que están a la
expectativa de los supuestos “ríos de leche y miel” de dólares y euros que traerá
el post-conflicto a Colombia.
El peligro del acuerdo entre cúpulas dominantes
Hasta el 2 de octubre el conjunto del movimiento social en Colombia no había
percibido la importancia de terminar en forma negociada el conflicto armado. La
ofensiva guerrerista de Uribe y la actitud complaciente (y hasta cómplice) de
amplios sectores de los partidos tradicionales que hacen parte de la Unidad
Nacional, puso en alerta a muchos sectores, militantes y activistas sociales que
pensaban que la “lucha por la paz” era una tarea sencilla, limitada a organizar un
evento o máximo una marcha, sin comprometerse a ir de casa en casa, de barrio
en barrio, convenciendo a la gente para que votara por el SI. Todo se lo dejamos
a la propaganda del gobierno.
Y sucede que la propaganda del gobierno y la actitud de la insurgencia no eran
de lo mejor. En la última semana el “uribismo” aprovechó el triunfalismo de
Santos y las Farc, que estaban festejando el triunfo antes de ganar el Plebiscito.
En los Llanos del Yarí y en Cartagena la gente del SI celebraba mientras los
promotores del NO penetraban las redes sociales, las emisoras populares y las
sedes de las iglesias católicas y evangélicas de mensajes de odio, resentimiento,
miedo y mentiras, basadas en algunos hechos reales pero presentados como si
estuviéramos al borde del apocalipsis. Y les dio resultado. Ganó el NO, así
hubiera sido un triunfo pírrico.
Ver el martes pasado a Uribe, Pastrana, el ex procurador Ordóñez, Martha Lucia
Ramírez y demás promotores del NO reunidos varias horas y, “a manteles”, con
el presidente Santos, quienes eran supuestos enemigos a muerte, provocó en
muchos dirigentes de izquierda y del movimiento social una gran sorpresa.
Entendieron –y la gente sólo aprende por experiencia propia– que cuando la
institucionalidad oligárquica está en peligro o en crisis, ellos se reúnen y
fácilmente se ponen de acuerdo. Lo que muchos dirigentes habían alertado
sobre la identidad de intereses entre Santos y Uribe quedó a la vista. La
diferencia es de forma, o sea, el método para derrotar a la insurgencia: el uno,
con decencia, ofreciendo espacios de gobernabilidad y algunos planes de
inversión en zonas de colonización, y el otro, queriéndolos exterminar
físicamente. Sólo son dos maneras diferentes para el mismo objetivo. Cómo
sería el nerviosismo que había que la prórroga parcial del cese de fuegos hasta
el 31 de octubre fue interpretada como un ultimátum. Pero… no, ¡era falsa
alarma!
Pero no es falsa alarma. La oligarquía colombiana ya ha jugado muchas veces
al Frente Nacional. Para desmontar el peligro popular que se estaba alimentando
en medio y al calor de la “dictadura” de Rojas Pinilla se montó el plebiscito de
1957 que le dio vida al Frente Nacional, con el comodín del MRL. Pero esa figura
ya había sido utilizada a principios de siglo XX. En los últimos 25 años ya hemos
vivido con un frente nacional “no-reconocido”, desde 1991. Se turnaron el
gobierno entre neoliberales puros y neoliberales vergonzantes (Gaviria-Samper).
Siguió la transición de Pastrana en 1998 que le abrió el espacio para la
alternación Uribe-Santos, todo ello con el comodín de la izquierda legal. Ahora
preparan el “nuevo” con el comodín de las Farc reinsertadas.
Asamblea Nacional Constituyente o Proceso Constituyente
La crisis del Estado colombiano es profunda, sistémica, estructural. La gran
burguesía y el imperio lo saben. Las finanzas públicas están en quiebra y la olla
está raspada. Uribe también lo sabe pero necesita tensar la cuerda al máximo
para negociar su propia impunidad. Es una lucha de vida o muerte, de
sobrevivencia, y por eso la toma en serio. Si no logra negociar “por arriba”, su
apuesta es recuperar el gobierno y no le importa regresar a la guerra. Su lucha
tiene que presentarla como un “sacrificio por la patria” para que algunos militares
despistados, muchos mafiosos que se apropiaron ilegalmente de tierras
campesinas, uno que otro terrateniente y empresario realmente asustado por la
“amenaza castro-chavista”, lo apoyen para engañar a millones de colombianos
que tienen una fuerte tradición conservadora y clerical o que fueron –en verdad–
fuertemente agredidos por la guerrilla en su época de “fiebre insurreccional” en
medio de la guerra degradada.
Sin embargo, hoy no existe la fuerza social o política organizada que represente
nítidamente los intereses populares que sea capaz de aprovechar la polarización
entre dos sectores de las clases dominantes para derrotarlas políticamente y
acceder al poder. Pero, igualmente, la lucha por la terminación del conflicto
apoyándose en el sector “progresista” de la gran burguesía para derrotar al
sector “guerrerista”, ha empezado a perder base teórica, política y social. La
militancia social más consecuente está empezando a buscar una salida y
pretende encontrarla en la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente. Por ello el llamado a la movilización social.
Y en verdad, sólo podemos confiar en nuestras propias fuerzas. Pero no
podemos caer en ilusiones. Una Constituyente convocada de inmediato bajo las
reglas de la democracia representativa sólo les serviría a las clases dominantes
para legitimar su “nuevo” Frente Nacional. La correlación de fuerzas no nos da.
Lo comprobó el Plebiscito. Hay que diseñar otra estrategia. Tensionar al
movimiento social para “salvar” el proceso de paz es la tarea urgente y del
momento. Iniciar un Proceso Constituyente de nuevo tipo, impulsando la
creación de Cabildos Ciudadanos permanentes en todos los municipios,
acumular fuerza unitaria para ganar el gobierno en 2018 apoyándonos en la
“burguesía emergente decente”, y acumular fuerza para construir la República
Social, es la tarea pensada a mediano plazo pero empezando YA.
Así podremos derrotar la polarización entre los dos sectores de las clases
dominantes (Santos-Uribe) que se ha venido expresando como confrontación
pero que fácilmente se puede convertir en acuerdo (frente nacional). Ha llegado
el momento de la Unidad Popular. ¡Hay que construirla!
Edición 515 – Semana del 7 al 13 de Octubre de 2016
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