Dios salve a Johnny Rotten

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30/5/2015
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MÚSICA Memorias
Dios salve a Johnny Rotten
Llega a España 'La ira es energía' (Malpaso), las memorias vitales de John Lydon, el hombre que creó el punk con los Sex Pistols para
luego cargárselo sin contemplaciones.
John Lydon anunciando... mantequilla
DARÍO PRIETO
Actualizado: 09/05/2015 04:51 horas
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"Vengo de la basura. Nací y crecí en un barrio muy pobre del norte de Londres, un lugar parecido a como te imaginas Rusia hoy en día. No
sólo era una sociedad extremadamente controlada sino que la sensación de estar vigilado era también enorme. La gente que nacía en este
sistema de mierda, 'shitstem', como lo llamaban los jamaicanos, estaba convencida de que había personas que tenían derecho a mandarte. A
la familia real le dije: 'Podéis pedir lealtad, pero no exigirla. No estoy para servir a nadie'".
La vida no ha sido fácil para John Lydon. Nacido en 1956 en una familia de inmigrantes irlandeses, pasó de ser un niño que casi muere de
meningitis a convertirse en el mayor azote al 'establishment' británico desde los tiempos anteriores a la Reina Victoria. Lo hizo, ya convertido en
Johnny Rotten, con los Sex Pistols, el grupo de efímera pero agitada vida que cambió para siempre la música después de consumirse a toda
velocidad, como mandaban los preceptos del punk. "Dios salve a la Reina y a su regimen fascista, que te convierten en gilipollas" era el alarido
con el que empezaba 'God save the queen', el himno de aquella generación que terminaba con aquel: "No hay futuro". El resultado de
aquello fue un monumental jaleo de censura, denuncias, sobredosis, narices arrugadas con gesto de asco, pelos teñidos y ropas chillonas.
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Bien, aquella historia es conocida. Y las imágenes de Rotten berreando como un chalado, con los ojos fuera de las órbitas pertenecen ya al
álbum fotográfico del siglo XX. Pero el propio Rotten/Lydon ha querido contarlo él mismo. 'La ira es energía' (publicada ahora en España por la
editorial Malpaso) es el título de las memorias del cantante a punto de convertirse en un sesentón. Una embarullada colección de recuerdos,
anécdotas y juicios de valor con la que pretende mostrar los motivos que empujaron su revolución personal. El título corresponde a un verso
que compuso para Public Image Ltd (PiL), el grupo con el que dinamitó el punk tras el final de los Sex Pistols. "Era una declaración de
intenciones para que la gente deje de ver la ira como algo negativo y empiece a usarla de forma creativa", dice en el libro sobre la frase,
perteneciente a la canción 'Rise' (1986).
'La ira es energía' oscila entre la pedorreta burlona y la exaltación de uno mismo que practica Rotten a lo largo de los capítulos. "Hay que decir
que he transformado la música dos veces en mi vida: una con Sex Pistols y otra con PiL", dice en un momento del prólogo, para luego
asegurar: "Nadie puede escribir algo negativo sobre mí sin que yo lo haya pensado antes; la mitad de las veces, cuando la gente se mete
conmigo a saco, me siento aliviado porque creo que no se han pasado conmigo todo lo que podrían (...) Soy un verdadero tirano conmigo
mismo. Este libro responde al autoanálisis que he practicado toda la vida y que sigue en curso".
Pero, volviendo al tema de la ira, Lydon dispara lo siguiente en otro momento: "La farsa que se montó alrededor de mí y de los Sex Pistols
despertó al puñetero hijo de puta que llevo dentro. Me di cuenta de que, en efecto, las palabras podían ser armas y que así eran percibidas
por el 'establishment'... Menudo subidón. Sentí que de alguna forma todo eso me legitimaba. Era un asunto realmente comprometido, serio, no
un motivo de risa banal". Pero los problemas no tardaron en aparecer por burlarse de su majestad: "Diputados y concejales hablaban de mí e
invocaban, furiosos, la ley de traidores y traiciones, la cual era letal; una ley muy antigua que, según mi abogado, todavía podía suponer la
pena de muerte. ¡Dios mío!, pero, ¿por qué? ¿Por unas palabras? Que el gobierno pueda dictar lo que la población debe o no debe hacer es
absurdo. Si somos nosotros los que elegimos, ¿encima van a poder decirnos lo que hacemos mal? Al contrario, deberían visibilizar las
cosas que hacemos bien (...) No juzguéis y no seréis juzgados". Fiel a su espíritu ácrata, Lydon asegura: "Me disgustan todos los gobiernos
Éste al menos me estaba diciendo que me prohibían decir ciertas cosas o, en otras palabras, tener una opinión propia. Descubrí que yo era
tóxico para los poderes fácticos".
Y con ello, la reivindicación del papel de mosca cojonera en un mundo como el actual: "He abierto camino y he hecho que éste sea más
seguro para los que me han seguido. Soy el elefante en la cacharrería, el que siempre dice lo que piensa y se queda hasta el final".
La meningitis hizo que Lydon se olvidase de quién era, de dónde vivía y de quiénes eran sus padres. Pero dice que le salvaron los libros, la
lectura voraz en aquella cabeza desorientada. Y, con ella, vino la toma de conciencia, el poder de las palabras. "Me gustaría dar las gracias al
sistema británico de bibliotecas, pues fueron mi campo de pruebas, allí es donde aprendí a lanzar granadas verbales. Porque yo no arrojaba
ladrillos a los escaparates en nombre de la rebelión sino palabras allí donde importaba. Las palabras cuentan".
El cantante, que actualmente vive en Los Ángeles con su pareja de casi toda la vida, Nora, proclama orgulloso en las páginas del libro que él
solito se cargó una forma de componer y de escuchar. "En aquel momento", recuerda en estas páginas, "el negocio de la música era un
monopolio, como lo era todo, donde parecía que los grupos a favor del amor libre de los 60 se habían adueñado de los mejores sitios del
autobús, como quien dice, y ni locos pensaban dejarlos libres. En un año o dos, sin embargo, dos de mis primeras canciones, 'Anarchy in the
UK' y 'God save the queen', dieron en la diana". Para él, "no existía nada parecido hasta que llegamos nosotros. Antes de los Sex Pistols,
¿qué significaba el que una canción tuviera trascendencia social? A lo mejor un cantante folk deprimente canturreando con su guitarra
acústica. Un horror".
"Yo pensaba que eran preguntas que necesitaban hacerse", argumenta en otro momento, "una investigación pública en todos los sentidos,
poner sobre la mesa cuestiones como '¿qué es lo que se puede y no se puede decir?', '¿por qué "cojones" es una palabra que no puedes
ni tocar?' o '¿quién decide estas cosas?'. Eso es lo que me dirigió en la senda en la que estoy desde entonces: cuento las cosas como son y
nunca doy marcha atrás".
"Nadie puede esperar gustar a todo el mundo", es otra de sus 'enseñanzas', "y os diré que a veces es mejor no gustar. En cualquier caso, una
vez has tenido la cara dura de subirte a un escenario, te pertenece. No huyas, no te escondas. Yo no huyo. Nunca me he dado palmaditas en
la espalda por lo que he conseguido, aunque he salido de la nada. Siempre he tenido problemas y, cuando terminaba uno, empezaba el
siguiente. Para mí, la música no ha sido una forma de ganar trofeos. Simplemente sentía que había cosas que era necesario decir". Y
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siguiente. Para mí, la música no ha sido una forma de ganar trofeos. Simplemente sentía que había cosas que era necesario decir". Y
remata: "Ya he hecho mi parte, como por ejemplo poner sobre la mesa los corsés y los estereotipos de los británicos".
Pero quien busque reflexiones menos elevadas, encontrará también un catálogo de insultos contra todos aquellos que, según sus palabras, le
han intentado "joder la vida" de algún modo u otro. El primero es Malcolm McLaren (1946­2010), mánager de los Sex Pistols y autoerigido en
creador e ideólogo del grupo. De él dice: "Si hay una persona que en realidad no había hecho nada en la vida, ése era Malcolm". O también:
"No creo que a Malcolm le gustara la música. Sólo era ruido para acompañar el futuro­de­ropas­exóticas que imaginaba". O incluso: "Malcolm y
su grupito no eran más que unos capullos medio hippies que iban de artistas. Ni más ni menos. Su ropa podía ser diferente, pero su
mentalidad seguía siendo igual de banal y mezquina. Era una pandilla que se chupaba el culo y no hacía nada, no generaba nada ni ofrecía
nada. Estaban tan ensimismados y fascinados con ellos mismos que habían perdido el contacto con la realidad. Una realidad en la que yo
estaba firmemente anclado".
Lydon dice que Mclaren era un "cobarde" y que intentaba manufacturarlos "como si fuéramos una puta camiseta. Era un tipo muy controlador.
¿Qué te has creído que soy? ¿Un hámster que te has comprado y al que le puedes poner un collar de lentejuelas? Qué imbécil de mierda,
atreverse a decirme cuáles tenían que ser mis gustos. ¡Vete a tomar por culo!". Pero, sobre todo, para el cantante "era muy destructivo, se
destruía a sí mismo y a los demás, y le decía a la gente cómo tenía que vivir cuando él ni siquiera sabía manejar su propia existencia. Un
desastre. Pobre cabrón".
No queda mejor parada la ex pareja de aquél, la diseñadora Vivienne Westwood, que desde su tienda SEX propagó la estética punk en
Londres. "Una auténtica arpía", "una típica tendera a lo Margaret Thatcher", "una dictadora absoluta", "una persona ridícula, pero
increíblemente creativa". Y para rematar, una dedicatoria: "Mil gracias, zorra, te dedicas a vender la ropa que diseñaste basándote en mis
ideas y todavía tienes la osadía de hablar así. Lo terrible es que mucha gente se lo tragó, se lo querían creer, y yo sigo condenado al
ostracismo en lo que podríamos llamar la buena sociedad por un tipo de actitud que en esa época procedía directamente de Malcolm y de
Vivienne. Te jodes, cariño. Aún sigo dando guerra". Leyendo frases como ésta, nadie podrá negárselo a John Lydon.
@dprietoelmundo [https://twitter.com/dprietoelmundo]
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