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LA CUESTIÓN ESCOCESA Y EL REFERÉNDUM SEPARATISTA DEL SNP Y LA
DIFÍCIL RELACIÓN DEL REINO UNIDO CON LA UNIÓN EUROPEA
Paul Gordon
Co-fundador y Ex-Secretario de Organización del Partido Conservador británico en Madrid.
Miembro del Scottish Conservative and Unionist Party, Conservative Friends of the Union y
Conservative Christian Fellowship.
Primero está la cuestión escocesa que amenaza la propia existencia de mi país. Soy escocés.
Nací en la ciudad de Glasgow, la tercera ciudad británica más poblada. Por esta razón empiezo
explicando y resumiéndoles qué está pasando con el referéndum separatista del Partido
Nacionalista Escocés.
Los escoceses somos un pueblo orgulloso de nuestra historia e identidad propia. Escocia fue
un reino independiente hasta la unión de las coronas de Escocia e Inglaterra en la persona del
hijo de la reina María Estuardo (el Rey Jacobo VI y I) en 1603. La unión política con Inglaterra
llegó unos cien años después cuando el Parlamento escocés en Edimburgo votó su propia
disolución aprobando el famoso Tratado de Unión en 1707 impulsado por otra reina de la casa
Estuardo, la reina Ana. La importancia de este hecho trascendental para Escocia se refleja en
varias de las novelas famosas de Sir Walter Scott como por ejemplo “Corazón de Midlothian”.
Escocia e Inglaterra llevan nada menos de tres cientos seis años unidas políticamente en el
Reino Unido.
Una cosa es nuestro orgullo de ser escoceses y otra cosa es lo que el actual líder del Partido
Nacionalista Escocés (SNP) está tratando de hacer. Alex Salmond es el actual Ministro Principal
del gobierno autónomo escocés. El Partido Laborista de Tony Blair impulsó un proceso de
devolución de poderes para Escocia que culminó con el establecimiento de un Parlamento
autonómico Escocés con poderes limitados en 1999. Tony Blair, nacido en Edimburgo e hijo
adoptivo de un astillero de Glasgow, decía que la razón de ser del proceso autonómico escocés
era matar suavemente y con ternura el nacionalismo político escocés para siempre. De hecho,
mucha razón tenía al afirmarlo. Después de un referéndum de 1997 en el cual el pueblo
escocés dio su apoyo a la constitución de un nuevo parlamento para Escocia (el 74,3%) se
celebraban las primeras elecciones en mayo de 1999. El Partido Laborista de Blair ganó las dos
primeras elecciones a este nuevo parlamento en 1999 y 2003, pero por un solo escaño perdió
las de 2007 al Partido Nacionalista Escocés. En las elecciones de mayo de 2011 el SNP ganó una
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mayoría absoluta histórica por primera vez. Esta sorprendente victoria del SNP se puede
explicar más como un voto de protesta contra los partidos políticos británicos mayoritarios por
la percepción colectiva de su falta de interés en temas y asuntos escoceses que como un apoyo
en favor de la independencia. Como el SNP se había presentado a esta elecciones con la
promesa de convocar un referéndum sobre la independencia de Escocia en su programa
electoral nada más constituido el nuevo gobierno autonómico pusieron los planes para
organizar tal consulta soberanista en marcha. La fecha elegida por el SNP es el 18 de
septiembre 2014, coincidiendo con el 700 aniversario de la famosa batalla medieval de
Bannockburn cuando los reyes ingleses decidieron definitivamente reconocer a Escocia como
país independiente después de su derrota militar legendaria.
Así estamos, pero tenemos muchas razones para no desesperarnos ante tal amenaza
separatista. Desde esa histórica victoria electoral del SNP al Parlamento Escocés hace dos años
ya, todos los sondeos hechos acerca del referéndum independentista han mostrado una y otra
vez que la mayoría de los escoceses están en contra de la independencia de Escocia como
propone Alex Salmond. El apoyo popular a la independencia no pasa del 32%. Dado estos
resultados en los sondeos, Alex Salmond y sus lugartenientes pensaron que una manera de
captar más votos favorables a su causa separatista sería dar el voto en su referéndum a los
jóvenes de 16 y 17 años pensando, equivocadamente, que estos jóvenes serían menos
británicos en mentalidad y más manejables para sus planes políticos. Pero, me alegro de decir
que la realidad no ha sido así. En los sondeos hechos a este grupo de adolescentes se ha visto
que están incluso menos favorables a la separación de Escocia que la población en general. En
una consulta hecha recientemente en La Universidad de Glasgow a los estudiantes de finales
de febrero de este mismo año, el 63% votaron No a la independencia de Escocia y solo el 37%
votó a favor. Y en un estudio de investigadores de La Universidad de Edimburgo hecho
recientemente en Escocia, el 60% de jóvenes entre los 14 y 17 años dijeron que están en
contra de la independencia. Solo el 21% votarían a favor de la separación y el 19% no tenía
opinión. El intento del SNP de manipular quien puede votar o no en su referéndum
independentista para ganar votos no ha funcionado. También han excluido a todos los
escoceses residentes fuera de Escocia, incluso en otras partes del Reino Unido y militares de
servicio fuera de Escocia, y a los escoceses residentes en el extranjero con derecho a votar en
Escocia para ver si, lo que los sondeos no les daban, podían conseguirlo por la puerta de atrás
y la manipulación.
Pueden estar pensando por qué el gobierno británico ha permitido tal poder al Partido
Nacionalista Escocés de decidir por su cuenta quien puede y no puede votar en un referéndum
tan importante. La razón básicamente es que en las negociaciones entre el gobierno de
Cameron y la administración autonómica escocesa se llegó a un acuerdo formal en octubre de
2012 por el cual las intenciones de Alex Salmond y el SNP de incluir varias preguntas en el
referéndum y así confundir al electorado sobre un asunto de suma importancia se queda en
una sola pregunta de dentro o fuera. La pregunta acordada es: “¿Debería Escocia ser un país
independiente?”.
Tengo plena confianza en el sentido común de mis compatriotas y creo que los apóstoles de
fomentar la división, el odio y la animosidad artificialmente entre los escoceses y los ingleses
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serán vencidos por las personas de buena fe que estamos a favor de mantener nuestro país
unido y fuerte donde la unión hace la fuerza.
La difícil relación del Reino Unido con La Unión Europea:
Al término de la Segunda Guerra Mundial el continente europeo estaba literalmente
destrozado en todos los sentidos de la palabra. La mayor parte del continente había
participado en dos guerras mundiales en el espacio de veinte años escasos. Millones de
personas habían muerto por tales conflictos a escala industrial. Ante este desolador panorama
surgieron voces a favor de unir los países europeos económicamente (sobre todo Francia y
Alemania) de tal forma que un nuevo conflicto bélico sería impensable. Así, más o menos,
empezó lo que hoy es La Unión Europea.
En los años inmediatos después de la Segunda Guerra Mundial y en la década de los
cincuenta los dirigentes de mi país, aunque estaban a favor de una unión de los países
europeos para prevenir otro devastador conflicto armado y para poner las bases de una
recuperación económica en el viejo continente, como Winston Churchill demostraba en su
famoso discurso en La Universidad de Zurich el 19 de septiembre de 1946, los británicos y sus
políticos pensaban que todavía Gran Bretaña tenía más intereses con el mundo de habla
inglesa que con los países vencidos y en ruina del continente europeo. Churchill hablaba de
unos Estados Unidos de Europa, pero sin Gran Bretaña. Creía que el destino británico recaía en
Los Estados Unidos de América (de donde era su madre), el imperio y La Commonwealth.
(...) Tenemos que construir una especie de Estados Unidos de Europa, y sólo de esta
manera cientos de millones de trabajadores serán capaces de recuperar las sencillas
alegrías y esperanzas que hacen que la vida merezca la pena. El proceso es sencillo.
Todo lo que se necesita es el propósito de cientos de millones de hombres y mujeres,
de hacer el bien en lugar de hacer el mal y obtener como recompensa bendiciones en
lugar de maldiciones (...)
Este importante discurso de Winston Churchill es frecuentemente relacionado con el comienzo
del proceso de construcción federalista europea que dio lugar a La Unión Europea que
conocemos hoy en día.
Aunque Churchill es considerado como uno de los líderes europeos que dio un fuerte
impulso al proyecto federalista europeo, Gran Bretaña no estaba entre los socios fundadores
de los Tratados de París de 1951 y de Roma de 1957. Pero, en los años sesenta con la
acelerada pérdida de colonias británicas, sucesivos gobiernos británicos solicitaron el ingreso
en las recién creadas comunidades europeas en 1961 y 1967, pero De Gaulle y Pompidou
vetaron la entrada de Gran Bretaña viéndola como una amenaza para la influencia francesa y
como una especie de caballo de Troya de Los Estados Unidos de América. A pesar de esta
desagradecida oposición francesa a la entrada de mi país en las comunidades europeas,
finalmente Gran Bretaña pudo entrar bajo el gobierno de Edward Heath en enero de 1973.
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Los británicos entraron en las comunidades europeas convencidos de la importancia del
mercado interior común y vieron a la Europa comunitaria como un club comercial más que
otra cosa. En junio de 1975 el gobierno laborista de Harold Wilson celebró un referéndum
popular nacional para dejar la ciudadanía decidir sobre la permanencia de Gran Bretaña en el
mercado común. Sorprendentemente el 65% del electorado apoyó seguir dentro de la Europa
comunitaria a pesar de los altos precios de comida debido a la política agraria común
comparado con los bajos precios de comida en los países de La Commonwealth y de la
imposición del impuesto del IVA odiado por los británicos porque subía el precio de todo en las
tiendas. Pero desde este momento, la visión de cómo debe progresar la Europa comunitaria ha
variado cada vez más entre la idea cada vez más política y federalista de los países
continentales y la idea puramente económica y comercial británica.
Las razones de base de esta divergencia residen en la manera de ver la realidad y en la
memoria colectiva. Mientras los europeos del continente tienen fronteras terrestres comunes
y no parece importarles demasiado perder el control sobre sus propios países y economías,
para el pueblo británico esto es simplemente inconcebible. El carácter insular, el todavía
importante papel de potencia mundial y el recuerdo de la segunda guerra mundial, sobre todo
entre la población mayor, hace de barrera a ceder más soberanía a la lejana Bruselas. Para la
cada vez más numerosa población mayor en Gran Bretaña la idea es que no lucharon contra la
pretensión alemana de dominar el continente en dos guerras mundiales que destrozaron
Europa para ahora entregársele a Alemania ahora el control casi completo sobre nuestro país y
economía. No es posible y no será posible en el futuro inmediato tampoco. Los casi continuos
problemas financieros y económicos en la zona euro y una estructura monetaria europea
dominada y controlada por los alemanes en su propio provecho donde los gobiernos del euro
(sobre todo los del sur) pierden la capacidad de imprimir dinero para tener que ir
obligatoriamente a pedir el dinero que necesiten a los especuladores en los mercados, por
cierto muchos de ellos bancos alemanes) a unos tipos de intereses exorbitantes y abusivos no
convence a los británicos. Sencillamente ante tal panorama de incertidumbre y caos nos da
miedo.
Además, Gran Bretaña sigue manteniendo una relación especial con Los Estados Unidos de
América. Para bien o para mal, somos el firme aliado fiel y permanente de Los Estados Unidos
para ir a la guerra en defensa de los intereses occidentales en varios países alrededor del
mundo como ha sido la intervención militar en Iraq y Afganistán y el apoyo decidido a los
rebeldes en Libia y Siria. Por lo tanto nuestra relación con Norteamérica y el resto de los países
de habla inglesa como son Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Sud África y de La
Commonwealth en general siguen siendo importantes. Hay muchos británicos que piensan
que tenemos mucho más en común con los países de Norteamérica y de La Commonwealth
que con nuestros vecinos más inmediatos los franceses, los belgas, los alemanes, etc. contra
quienes hemos luchado muchas veces a lo largo de la historia europea y que en consecuencia
debemos formar una especie de bloque comercial, cultural y político con estos países en lugar
de nuestros vecinos europeos y más hoy en día que la economía de la zona euro no termina de
salir de la recesión casi eterna, incluso Alemania se aproxima a entrar en recesión también por
el efecto de las duras políticas monetarias de recortes impuestas a muchos países.
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Por todas estas razones David Cameron, el actual primer ministro británico, ha declarado
formalmente a principios de este año que, si gana las siguientes elecciones generales en 2015,
quiere renegociar nuestra relación con la Unión Europea dado que no queremos entrar en el
euro o ceder más soberanía política a Bruselas. Cameron cree que así puede convencer a la
población británica, mayoritariamente euroescéptica y partidaria de salir de La Unión Europea
en estos momentos, de votar en un referéndum en 2017 a favor de permanecer dentro del
mercado interior único y de La Unión Europea como miembro de plenos derechos. La prensa
británica no ha dudado en mentalizar a la población británica de lo caro que es para Gran
Bretaña seguir dentro de La Unión. Según la prensa, Gran Bretaña envía más de 50 millones de
libras cada día a Bruselas en unos momentos de duros recortes en el estado de bienestar
británico. Muchos dicen que este dinero debería quedarse en casa y no mandarlo a no se sabe
muy bien qué países o a quién o para qué propósito dado que ha habido muchos casos de
corrupción con las ayudas europeas y con los enormes gastos asociados con mantener dos
sedes del Parlamento Europeo, uno en Estrasburgo y el otro en Bruselas. Un resumen un
verdadero circo extravagante pagado con nuestros impuestos. La relación de Gran Bretaña con
sus vecinos europeos no está todavía decidida o fijada y está por ver qué va a pasar si
Alemania o Francia se nieguen a entender la posición británica de renegociar su relación con La
UE.
Para mi partido a nivel interno, el peligro principal es que la cuestión de Europa, sigue
provocando muchas divisiones internas con el resultado de que corremos el riesgo, una vez
más, de dar una imagen pública de desunión y caos a los votantes y así perder el poder en las
próximas elecciones generales de 2015. No sería la primera vez que ocurriese. Pasó con el
gobierno de John Major en 1997. Personalmente coincido con la posición de David Cameron.
Creo que debemos permanecer en La Unión Europea, pero hay que renegociar nuestra
relación con Europa dado que la mayor parte de los demás socios quieren una unión bancaria,
fiscal y política a toda escala y la consiguiente creación de un súper estado europeo bajo
dominio alemán. No debemos intervenir en este deseo de los demás socios del euro de seguir
bajo la tutela germánica, pero creemos que tampoco debe haber un pensamiento único sobre
el futuro de nuestro continente, sobretodo en relación a los nueve países restantes que no
forman parte de la zona euro. Todos somos Europa y se debería reflejar esta diversidad de
intereses y necesidades en una Europa plural, abierta y libre.
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