Véante mis ojos, dulce Jesús bueno; véante mis ojos, muérame yo luego. Vea quien quisiere rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, muérame yo luego. Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad Dominicas Contemplativas Palencia [email protected] No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente; sólo me sustente tu amor y deseo; véante mis ojos, muérame yo luego. II Domingo de Cuaresma 24 Febrero VÉANTE MIS OJOS Gén 15, 5-12. 17-18 l Dios hace alianza con el fiel Abrahán. Sal 26 l El Señor es mi luz y mi salvación. Flp 3, 17-4, 1 l Cristo nos transformará, según el modelo de su cuerpo glorioso. Lc 9, 28b-36 l Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. (Santa Teresa de Jesús) www.diocesispalencia.org [email protected] Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió T omó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. Lucas 9, 28b-36 E l acontecimiento de la Transfiguración de Jesús, que siempre es el Evangelio del Segundo domingo de Cuaresma tuvo lugar cuando «Jesús se llevó a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar», poco después de su primer anuncio de la pasión, muerte y resurrección. En el versículo 22 de este mismo capítulo, dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». El conocimiento de lo que iba a ser su destino ocupa la mente y el corazón de Jesús, y estos pensamientos le conducen a la montaña, su lugar habitual de oración. peranza y expectación para alcanzar el destino deseado. Fue una ocasión de gozo desde el punto de vista de Pedro y los otros discípulos, que no querían perderlo, sino mantenerla para siempre. Y, finalmente, se oye una voz que reconoce a Jesús como Hijo, como maestro cuyas palabras deben escucharse. E ntre Jesús y Moisés y Elías hubo una conversación, y después entre Jesús y sus discípulos y la voz del cielo. Y el centro de esta conversación es la misión de Jesús. Y esta misión comienza con su profunda comunión con Dios en la oración. Nuestra experiencia en la cima de la montaña debe enseñarnos cómo equilibrar trabajo y oración, desolación y esperanza, dudas y fe, sufrimientos y alegrías, debilidad y fortaleza, odio y amor. Jesús ha aprendido todo esto porque está siempre en profunda comunión con Su Padre. A partir de su gloriosa transfiguración en la montaña baja a retomar su misión con gran amor, que le conduce a la muerte para salvarnos. Jesús es el auténtico evangelizador, un verdadero predicador a quien debemos escuchar. Es, por así decirlo, nuestro transformador, el único que puede transformar nuestra vida, nuestra fe, nuestro amor y nuestra esperanza en la existencia de Dios y de su voluntad divina para nosotros. A hora bien, ¿cuál es el significado del mensaje de la transfiguración de Jesús? Decimos que proporciona la confirmación celestial de la declaración de Jesús sobre su sufrimiento, que culminará en gloria, la gloria propia de Dios. Fue un viaje como el del Éxodo, desde Egipto a la Tierra Prometida, lleno de privaciones y dudas, pero también es- La Transfiguración del Señor nos recuerda nuestra pequeña experiencia de estar en la cumbre de nuestras alegrías, éxitos, riqueza, fama y santidad. ¿Somos capaces de equilibrar estas experiencias con la presencia de las diferentes formas de sufrimiento y muerte que nos encontramos en nuestro mundo de hoy? l l En la Eucaristía encontramos el cuerpo transfigurado del Señor. Cuando lo recibimos, ¿le pedimos que transforme nuestras vidas, nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, para que podamos ser auténticos anunciadores del Evangelio?