II Domingo del Tiempo de Cuaresma

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II Domingo del Tiempo de Cuaresma
Su rostro resplandeció como un sol
(Mt 17,1-9)
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 26, 8-9)
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.» Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro.
o bien (Sal24,6.3.22)
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, pues los que esperan en ti no quedan
defraudados, mientras que el fracaso malogra a los traidores. Salva oh Dios, a Israel de todos sus
peligros.
No se dice «Gloria»
ORACIÓN COLECTA
Señor, Padre santo, tú que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu
palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de
tu gloria.
PRIMERA LECTURA (Gn 12,1-4a)
Vocación de Abrahán, padre del pueblo de Dios
Lectura del libro del Génesis
En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que
te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán
todas las familias del mundo. Abraham marchó, como le había dicho el Señor.
SALMO RESPONSORIAL (Sal32,
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
La palabra del Señor es sincera
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
SEGUNDA LECTURA (2Tim 1,8b-10)
Dios nos llama y nos ilumina
Lectura de la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo
Querido hermano: Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé.
Él nos salvó y nos llamó a una vida santa no por nuestros méritos, sino porque antes de la creación,
desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa
gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que
destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 17,5)
R/. Aleluya, aleluya
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.
R/. Aleluya, aleluya
EVANGELIO (Mt 17,1-9)
Su rostro resplandeció como el sol
Lectura del Santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a
una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos
se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro,
entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres
chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadle.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se
acercó y tocándolos les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a
Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que
el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.»
Se dice «Credo»
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Te pedimos Señor, que esta oblación borre todos nuestros pecados, santifique los cuerpos y las
almas de tus siervos y nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales.
Prefacio
La transfiguración del Señor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque Cristo, nuestro Señor, manifestó su gloria a unos testigos predilectos, y les dio a conocer en
su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de la divinidad.
De esta forma, ante la proximidad de la pasión, fortaleció la fe de los apóstoles, para que
sobrellevasen el escándalo de la cruz, y alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la
claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya.
Por eso ahora nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y los santos diciendo: Santo,
Santo, Santo…
ANTÍFONA DE COMUNIÓN (Mt 15,5)
Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle.
ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN
Te damos gracias, Señor, porque al darnos en este sacramento el cuerpo glorioso de tu Hijo, nos
haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos.
Lectio
Este segundo Domingo de Cuaresma, nos sugiere que en la vida sólo es posible la transformación,
si tenemos presente la meta a la que queremos llegar. La Transfiguración da respuesta a la pregunta
de Jesús "¿Quién decís vosotros que soy yo?" (Mc 8,29).
Contexto
Al relato de la transfiguración de Jesús le antecede el primer anuncio de la pasión (cf. Mt 16,21-23)
una instrucción sobre las actitudes propias del discípulo (invitado a renunciar a sí mismo, a tomar su
cruz y a seguir a Jesús en su camino de amor y de entrega de la vida, cf. Mt 16,24-28). Después de
haber hablado del “camino de la cruz” y de haber constatado aquello que Jesús pide a los que
quieren seguirle, los discípulos están desanimados y frustrados, pues la aventura sobre la que habían
apostado parece encaminarse hacia un rotundo fracaso; ven esfumarse, en esa cruz que se plantará
en una colina de Jerusalén, sus sueños de gloria, de honores, de triunfos y se preguntan si vale la
pena seguir a un maestro que sólo les ofrece la muerte en una cruz.
Es en este contexto es en el que Mateo sitúa el episodio de la transfiguración. La escena constituye
una palabra de ánimo para los discípulos (y para los creyentes en general), pues en ella se
manifiesta la gloria de Jesús y se testimonia que Él, a pesar de la cruz que se aproxima, es el Hijo
amado de Dios. Los discípulos reciben, así, la garantía de que el proyecto que Jesús les presenta es
un proyecto que viene de Dios; y, a pesar de sus dudas, reciben un complemento de esperanza que
les permite “embarcarse” y apostar por ese proyecto.
Literariamente la narración de la transfiguración es una teofanía, o sea, una manifestación de Dios.
Por tanto, el autor del relato va a situar en la escena que describe todos los ingredientes que, en el
imaginario judío, acompañan a las manifestaciones de Dios (y que encontramos casi siempre
presentes en los relatos teofánicos del Antiguo Testamento): el monte, la voz del cielo, las
apariciones, los vestidos brillantes, la nube y el mismo miedo y perturbación de los que presencian
el encuentro con lo divino. Esto quiere decir lo siguiente: no estamos delante de un relato
fotográfico de los acontecimientos, sino delante de una catequesis (construida de acuerdo con el
imaginario judío) destinada a enseñar que Jesús es el Hijo amado de Dios, que trae a los hombres un
proyecto que viene de Dios.
Estructura
El Evangelio de hoy está construido sobre elementos simbólicos tomados del Antiguo Testamento.
¿Qué elementos están presentes?
El monte nos sitúa en un contexto de revelación: Dios siempre se revela en un monte; es en la cima
de un monte donde realiza la alianza con su Pueblo.
El cambio de rostro y las vestiduras de blancura resplandeciente recuerdan el resplandor de
Moisés, al descender del Sinaí (cf. Ex 34,29), después de que se encontrara con Dios y de recibir las
tablas de la Ley.
La nube, a su vez, indica la presencia de Dios: era con la nube como Dios manifestaba su presencia,
cuando conducía a su Pueblo a través del desierto (cf. Ex 40,35; Nm 9,18.22; 10,34).
Moisés y Elías representan a la Ley y a los Profetas (que anunciaban a Jesús y que permiten
entender a Jesús); además de eso, son personajes que, de acuerdo con la catequesis judaica, deberían
aparecer en el “día del Señor”, cuando se manifestase la salvación definitiva (cf. Dt 18, 15-18; Mal
3,22-23).
El temor y la perturbación de los discípulos son la reacción lógica de cualquier ser humano ante de
la manifestación de grandeza, de omnipotencia y de majestad de Dios (cf. Ex 19, 16; 20,18-21).
La respuesta de Pedro de hacer tres tiendas, es el deseo de Pedro de permanecer ya en lo definitivo,
en el ámbito de su visión accesible a los ojos humanos. Las tiendas parecen aludir a “la fiesta de las
tiendas”, en la que se celebraba el tiempo del éxodo, cuando el Pueblo de Dios habitó en “tiendas”,
en el desierto.
Meditación
El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa
una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar
de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.
La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos
no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del
Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro “resplandeciente
como el sol”.
Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por
medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo
mandato: escuchad a Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de espanto”. Están sobrecogidos por aquella
experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir
escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice: Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que
necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de
su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos
dicen: Levántate, no tengas miedo.
Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta, tal vez, familiar, pero lo que
saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se
llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es posible
conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.
Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia,
escucha siempre algo como esto: “No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio
de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste
en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón”.
En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz
y me abre la puerta, entraré en su casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le
podemos abrir la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.
Apéndice
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro
"comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a
muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros
no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso
de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres
testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron
fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para
cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía:
"Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra
también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén.
Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado
los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del
Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu
Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció
toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo
Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2):
«En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto
podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y
anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno
Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por
el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la
Transfiguración "es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo
Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección
del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La
Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual
transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero
ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el
Reino de Dios" (Hch 14, 22):
«Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te
ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para
penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida
desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para
fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San
Agustín, Sermón, 78, 6: PL 38, 492-493).
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