La Trasfiguración del Señor Su rostro resplandecía como el Sol (Mt 17,1-9) ANTÍFONA DE ENTRADA (Cf Mt 17,59) En una nube luminosa se apareció el Espíritu Santo y se oyó la voz del Padre que decía: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. ORACIÓN COLECTA Oh Dios, que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que, escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día coherederos de su gloria. PRIMERA LECTURA (Dn 7,9-10.13-14) Su vestido era blanco como nieve Lectura de la Profecía de Daniel Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. SALMO RESPONSORIAL (96, 1-2. 5-6.9) R/. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra. El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono. R/. Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. R/. Porque tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses. R/. SEGUNDA LECTURA (Pe 1, 16-19) Esta voz del cielo la oímos nosotros Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro. Queridos hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. ACLAMACIÓN AL EVANGELIO (Mt 17,5c) R/. Aleluya, aleluya Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. R/. Aleluya, aleluya EVANGELIO (Mt 17,1-9) Su rostro resplandecía como el Sol Lectura del Santo Evangelio según San Mateo En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron, blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto Jesús se acercó y tocándolos les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.» ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS Santifica, Señor, nuestras ofrendas por la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito y, con los resplandores de su luz, límpianos de las manchas de nuestros pecados. PREFACIO El misterio de la Transfiguración En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque Cristo, nuestro Señor, manifestó su gloria a unos testigos predilectos, y les dio a conocer en su cuerpo, en todo semejante al nuestro, el resplandor de la divinidad. De esta forma, ante la proximidad de la pasión, fortaleció la fe de los apóstoles, para que sobrellevasen el escándalo de la cruz, y alentó la esperanza de la Iglesia, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como cabeza suya. Por eso ahora nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y los santos diciendo: Santo, Santo, Santo… ANTÍFONA DE COMUNIÓN (1 Jn 3,2) Cuando e manifieste, Cristo seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. ORACIÓN DESPUÉS DE COMUNIÓN Los celestes alimentos que hemos recibido, Señor, nos transformen en imagen de tu Hijo, cuya gloria nos ha manifestado en el misterio de la Transfiguración. Lectio “Seis días después”… Aunque el leccionario ha omitido estas tres palabras, el pasaje del evangelio comienza con esa curiosa referencia. “Seis días”, ¿después de qué? Si volvemos la mirada a la sección anterior del evangelio de Mateo, el capítulo 16 es una serie de dichos contrastados. Jesús les pregunta a los discípulos qué piensa de él la gente (16:13-14). Después de oír algunas opiniones diversas, les plantea la misma pregunta a los discípulos, pero en este caso quiere saber lo que ellos personalmente creen. La solemne declaración de Pedro, “”Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente” recibe la aprobación y la “recompensa” de una bendición y una promesa especiales de parte de Jesús (16:15-20). A continuación, Jesús anuncia qué clase de Mesías va a ser y cómo le entregarán a las autoridades religiosas de Israel, sufrirá una muerte ignominiosa y resucitará al tercer día. Sus palabras impresionan a Pedro y a los demás discípulos, que no pueden aceptar la idea de su sufrimiento; ni parecen entender las condiciones para ser discípulos de Jesús: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (16:24-28). Eso es precisamente lo que sucedió “seis días antes” del evangelio de hoy. Jesús es muy consciente de que no puede esperar que los discípulos acepten fácilmente la amarga contradicción de su muerte: “¿A qué clase de Mesías andamos siguiendo? ¿Con qué futuro nos vamos a encontrar?” La verdad es que no parecen haber entendido o siquiera escuchado la última frase de Jesús (“al tercer día resucitará”). También es verdad que no habían oído la voz del cielo cuando se bautizó: “Este es mi Hijo amado…” (Mateo 3:17). Es obvio que el temor, el desánimo y las dudas debieron de ser los sentimientos que les hacen sospechar que han tomado el camino equivocado, que están siguiendo a un predicador y profeta con éxito (al menos, a primera vista), pero cuyo proyecto está condenado al fracaso y la muerte. Es este, pues, el momento más oportuno para llevarse aparte a los discípulos más íntimos (los tres que escogerá para que estén con él en Getsemaní justo antes de que lo detengan) y ofrecerles un atisbo de la gloria que va a compartir con las dos figuras más importantes de la historia de Israel: Moisés, el hombre elegido para realizar la alianza de Yahveh con su pueblo; y Elías, el mayor de los profetas, arrebatado al cielo y destinado a anunciar la llegada del Mesías. Su presencia, su conversación con Jesús y la “transfiguración” de éste en una imagen deslumbrante del Hijo del Hombre, los sobrecogen y confunden. Las palabras que oyen no sólo ratifican su condición de “Hijo amado”, sino que subrayan la actitud que han de adoptar: “¡Escúchenlo!”. Tan profunda y tremenda tuvo que ser su experiencia, que Jesús tiene que “tocarlos” y animarlos para disipar sus temores y confortarlos. Lo que han visto y oído no es más que un destello de la gloria que Jesús compartirá con los grandes del pasado y un anticipo del proyecto al que se les invita a sumarse. Al leer el evangelio de hoy, podemos centrar nuestra atención en la transfiguración de Jesús y considerar que el objetivo del evangelista es animar a una comunidad cristiana que sufre una típica crisis de falta de esperanza y entusiasmo en su seguimiento de Cristo. Sería un enfoque legítimo: fijar la mirada en el Cristo glorificado podría ayudarles a los discípulos, a la primera comunidad y a nosotros mismos. Pero podríamos mirar mucho más lejos y ver que también nosotros podemos ser “transfigurados” a imagen del Señor, que estamos llamados a compartir su propia gloria. En el Nuevo Testamento sólo en otras dos ocasiones encontramos el verbo “transfigurar” aplicado a los cristianos. En ambos casos es Pablo quien habla del proceso por el cual son trasformados los fieles. En romanos 12:2, se invita a los cristianos a considerar sus propios cuerpos como sacrificios espirituales a Dios: están llamados a abandonar el estilo del mundo y a transformarse por la renovación de su manera de vivir y de pensar… Y en el pasaje resuena la voz de Jesús proclamando el Reino: conviértanse, transformen su mentalidad… En 2 Corintios 3:7-18, Pablo compara a los hebreos, que miraban la cara de Moisés resplandeciente por la gloria de Dios, con nosotros los cristianos, que contemplamos el rostro de Jesús y “nos transformamos en su imagen misma. Preguntémonos: ¿dirigimos nuestra mirada lo suficientemente lejos, más allá de los sufrimientos del evangelio, y fijamos nuestros ojos fieles en el futuro de la vida verdadera en Cristo? Apéndice La Transfiguración en el Catecismo de la Iglesia católica Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración. 554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y sufrir [...] y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.; 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35). 555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara ("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 45, a. 4, ad 2): «En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente, y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre» (Liturgia bizantina, Himno Breve de la festividad de la Transfiguración del Señor) 556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera regeneración": nuestro Bautismo; la Transfiguración "es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 3, q. 45, a. 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22): «Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte. Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir?» (San Agustín, Sermón, 78, 6: PL 38, 492-493).