A UNOS OJOS “A esos ojos que no olvido” Hoy

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A UNOS OJOS
“A esos ojos que no olvido”
Hoy he visto esos ojos
y he advertido que me seguirán por siempre.
Esos ojos tan claros,
Tan trasparentes, que me he visto reflejada en ellos.
Unos ojos que han despertado en mí
El nerviosismo, la dulzura.
Mis ojos competían por dejar de mirar esos ojos, sentirlos…
Y aún están grabados en mi retina.
Hoy sé que aunque no los vuelva a ver,
Seguiré sintiendo esos ojos;
Estaré nerviosa ante la imagen nublada de su encanto;
Seguiré reflejándome en ellos.
Sí, aún en la distancia que estén de los míos.
Hoy he visto esos ojos.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
De ellos pendía una cálida frase
Rota por el silencio de esos ojos claros,
Auténticos, encantadores…
En ellos estallaba una idea;
De ellos se escapaba una palabra;
En ellos levitaba un sueño.
¡Qué ojos, Dios mío!
Tan vivos, tan despiertos e inquietos
Que pensé quedar cautiva en ellos.
Ese brillo relampagueaba en mis sencillos ojos,
Clavados en su hermosura.
Mi iris dudaba ante su textura.
Mi retina retenía su cálida expresión.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
Más que ojos parecían mariposas
Desplegando sus alas.
Esos ojos no son dos ojos.
No pueden ser humanos.
Sobrepasan lo divino.
Son dos copos de nieve
Helados en su rostro.
No son reales.
Me turban. No puedo dejar de mirarlos.
En ellos irradian secretos.
En ellos duermen fantasías.
En ellos reposan recuerdos.
Su retina contiene imágenes de ojos,
Pero nunca ha visto esos ojos, sus ojos. ¡Una pena!
Yo sí y he caído cautiva.
Cautiva en su complejidad y desnudez.
Rehén de su manera,
De su estilo y su saber.
Y yo he quedado embriagada para siempre
En su color, en su forma,
En su talento y hermosura.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
He cedido a su encanto oculto.
1
He cedido ante el Apolo que los seduce,
Ante la Afrodita que los rige.
Son unos ojos afrodisíacos, lujuriosos;
Y cuando sonríen, excitantes.
Esos ojos vistos hoy, no son reales…
En mi mente a cada instante se regeneran
Y su brillo me ciega.
Son las puertas de un alma,
Un alma inmortal,
Como sus ojos.
Son las puertas del Paraíso.
Son dos pecados terrenales,
Dos santidades celestiales.
Son dos manzanas envenenadas.
Son las olas de una mar bravío
Que arremeten contra las rocas de mis ojos.
Son los jueces de un saber.
Entre ellos, a cada pestañeo,
Se enlaza una oración.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
No pueden ser humanos.
Sobrepasan lo divino…
Son enigmáticos.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
Me arrancan una poesía…
Ellos son poesía.
¡Qué dos gotas de rocío!
¡Qué dos complejas flores!
¡Qué dos Jacintos que enamoraron al dios Apolo!
¡Qué dos pedacitos de cielo
Entregados a su rostro!
Son tan hermosos
Que no parecen ojos.
¡Qué ojos!
Nunca podré olvidarlos
He quedado presa…
¿No se han dado cuenta?
No son ojos, son una vida
Compartida en dos misterios.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
Parecen el fin de todos los ojos.
Señor, ¡qué ojos!
Que angustia y nerviosismo suministran.
Señor, esos no pueden ser ojos.
Esos son dos dioses, dos Eros azulados
Por el reflejo del firmamento eterno,
Inexplicable, encantador…
Como esos ojos.
Son dos almas unidas,
Dos corazones palpitando,
Dos ideas ligadas
Por dos gotas de lluvia.
Esta poesía “a unos ojos”,
No cualquiera, es esos ojos
Inmortales,
Al menos en mi retina.
2
De ellos pende una poesía,
Una hermosa canción
Y una melodía.
En ellos habla su voz. Escuchemos…
Son una historia interminable,
Un continuo sueño dormido,
Un placentero deseo nacido,
Con sólo sentirlos.
Dentro de veinte años
No sabré dónde los encontré,
Ni quién les daba vida;
Pero siempre quedarán aquí,
Dentro de mí.
Hoy mismo son una ligera idea que flota en mi cabeza,
Una ensoñación que aparece en mis desvelos.
Mire donde mire, allí están ellos
Condenándome a mirarlos.
Son la alegoría de la noche y el día.
He advertido que son más que dos ojos…
Son la fuerza de mi espíritu.
Me han vencido.
Mi alma ha sido el talón
que ha perdido el juicio.
Son dos Náyades tan dulces
Que navegar por sus aguas
no puede tener fin.
Son dos Galateas convertidas en fuente
Lejos del salvaje Polifemo violador(1).
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
En ellos reposan mis palabras.
Y hoy, en esta noche de invierno,
A tanto tiempo sin ellos,
Me invade el nerviosismo al recordarlos.
El reflejo de esos ojos
Será la paz en mis conflictos,
El juez de mis acciones,
La luna de mis noches oscuras
alumbrando mi alma,
la luz en mi eternidad…
Olvidaré a la persona;
Olvidaré el lugar donde os vi;
pero nunca olvidaré esos ojos
Que desde hoy, forman parte de mí.
Deberían verlos, observarlos,
Hacerse adictos a su ilustre color,
Sentirse nerviosos y lamentarse
Por haber quedado enamorados en ellos.
¡Qué ojos, Dios mío! ¡Qué ojos!
¡Si el mundo los viera! …
(1): La vejez
Alexandra López (La Mariposa)
3
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