En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos

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Domingo XXXIV
Evangelio: Jn 18, 33b-37
Ciclo B
22 de noviembre de 2015
En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de
los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta
o te lo han dicho otros de mí?” Pilato replicó: “¿Acaso
soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han
entregado a mí; ¿Qué has hecho?” Jesús le contestó: “Mi
reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en
manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.” Pilato
le dijo: “Con que, ¿tú eres rey?”. Jesús le contestó: “Tú
lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el
que es de la verdad escucha mi voz.”
Como último domingo del año litúrgico, del año de la Iglesia (el próximo
domingo será el primero de Adviento, de preparación para la Navidad, que ya se
acerca) celebramos la fiesta de Cristo Rey. Esta fiesta la promulgó el Papa Pío
XI el once de diciembre de 1925 con la encíclica Quas primas con la que
conmemoró el XVI aniversario del concilio de Nicea que definió la
consustancialidad divina del Hijo con el Padre.
Sí, hoy contemplamos a Jesucristo como rey. Pero un rey que no se adapta
a los modelos de reyes que nosotros y los judíos de su tiempo conocíamos.
«Dice que su reino no es de aquí (... ) para mostrar que no es ni humano ni
transitorio» (Juan Crisóstomo, Hom. Ev . Io. 83, 4 : PG 59, 453).
Jesús ya había advertido que:
«Los que figuran como jefes de las naciones las dominan como si fueran dueños, y
que los grandes las oprimen con su poder. Pero entre vosotros no debe ser así: el que
quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (Mc 10,42-43).
Y Jesús, ante Pilato reafirma eso mismo cuando expone que su reino no es
de este orden. Él no se impone por la fuerza de la violencia. Él se ofrece como
vida plena para todos aquellos que confían en él. Por eso «Ya no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os he llamado amigos» (Jn 15,15). A
él no le vemos dando órdenes y abusando de los súbditos, como hacen los reyes
de la tierra, al contrario, su imagen se muestra, de rodillas, lavando los pies a sus
discípulos. Así nos enseña cuál es su manera de ser rey:
«Cristo no ejerció ningún poder sobre los suyos; entre ellos llevó a cabo un
ministerio bien humilde» (Tertuliano, Idol. 18, 6: CCL 2, 1119).
Su trono no es una silla de oro con dosel de seda. No, su trono es la Cruz
que a lo largo de todos los tiempos y en todos los lugares muestra el gran amor
de un Dios que para nosotros se ha hecho hombre para poder morir por nosotros:
«El trono del reino de Cristo no es mortal ni temporal, sino que realmente se extiende
sobre todo el universo de los hombres» (Eusebio de Cesarea, Qaest. Evang. Esteb. 5,
4: PG 22, 932).
Sus vestidos no son de lama de oro o de plata. Él se ha revestido de una
carne sufriente como la nuestra para compartir nuestros fracasos y dolores,
nuestras debilidades y enfermedades. Una carne que en el pesebre revistieron de
ásperos trapos y al pie de la cruz fue desvestida de la túnica de una sola pieza
que habían tejido las manos amorosas de su madre.
No viste una corona o una tiara de metal precioso con perlas engarzadas.
No. Su corona es de espinas y cada una de las espinas representa los dolores de
una humanidad regada con sangre y violencia. El aspecto del Ecce-homo es el
aspecto del hombre sufriente que es explotado, humillado, aplastado para que
los poderosos de este mundo puedan sacar beneficio.
Sus tropas no están formadas por soldados bien adiestrados para matar y
dañar. No. Forma parte de su ejército toda aquella multitud silenciosa, que, sin
que nadie se dé cuenta, cree en el sermón de las bienaventuranzas y, aunque con
tropiezos, intenta vivirlas.
La tarea de nuestro rey no es gobernar, es dar testimonio de la verdad. Y
la verdad no se confunde con nuestro mundo. La verdad es el mismo Jesús que
salva aquellos que no se conforman con la mentira de sus vidas:
«La verdad nació de la tierra. Cristo nació de una mujer. La verdad nació de la tierra.
El Hijo de Dios proviene de la carne. ¿Qué es la verdad? El Hijo de Dios. ¿Qué es la
tierra? La carne » (Agustín, Enarrat. Ps. 84, 13: CCL 39, 1173).
El rey vendrá a finales de la historia. Y vendrá a juzgarnos. Pero a todos
aquellos que lo acepten, a pesar de los pecados cometidos por debilidad, los
juzgará con ternura y misericordia, ya que Él, excepto en el pecado, es como tú
y es como yo. Sabe bien de qué barro nos amasó.
Y acabemos nuestra reflexión con unas palabras del profeta Isaías:
«aquellos que no crean, no lo podrán entender» (Is. 7,9).
Dr. Antoni Dols Salas
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